Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

3 ago 2012

Desvistiendo a un icono

El 'sex symbol' por excelencia dejó un estilo personal que se mantiene vigente cincuenta años después y parece más bien lejos del declive. Así era Marilyn.

Cincuenta años después de su muerte, la extinción es un concepto que sigue muy alejado de Marilyn Monroe (1926 - 1962). Sus frases irreverentes ("No es cierto que no tuviera nada puesto, estaba puesta la radio", espetó al ser interrogada sobre su desnudo en Playboy), su melena oxigenada, sus labios carmesí y sus curvas de mujer fatal no solo son recordados con nostalgia, sino que siempre han mantenido vigentes como icono erótico.
 Ella alcanzó esa misma meta en tan solo 36 años. Tras medio siglo de su fallecimiento, ninguna otra estrella ha sido capaz de brillar con tanta fuerza como para dejar una estela semejante.
En materia de moda (y aunque era aficionada a casas como Chanel, Pucci o Christian Dior), sus grandes aliados fueron los diseñadores de vestuario de la 20th Century Fox. Cuando conoció a William Travilla (responsable, entre otros, del vestido blanco que volvía loco a Tom Ewell en La tentación vive arriba), casi por casualidad, él ya había ganado un Oscar. Su amistad se desarrolló con los años y trabajaron juntos hasta en ocho cintas en las que los atuendos han pasado a formar parte de la memoria histórica colectiva. Orry Kelly, responsable de vestuario de Con faldas y a lo loco, consiguió con sus picantes conjuntos que la censura hiciera de las suyas en el estado de Kansas. Acto y seguido ganó el Oscar a mejor vestuario.
La personalidad de la diva se divide en dos.
 Está la Marilyn Monroe cuya melena plateada destacaba entre la multitud; aquella que, en 1962 le robó el protagonismo a John Fitzgerald Kennedy, presidente de Estados Unidos, el día de su cumpleaños al cantarle un Happy Birthday que hizo temblar las bases fundacionales del erotismo. 
Y luego la sencilla Norma Jean, lectora voraz que aspiraba a ser algo más que una mujer bella. 
Esta última solo se dejaba ver en los instantes más íntimos del mito y prefería las bailarinas y los abrigos de lana a la pompa y la pedrería.
 Su rastro se adivina en algunas fotografías, como las que George Barris le hizo el año de su muerte. Seguro que hay más. No hay época en que no aparezcan testimonios inéditos de su hegemonía estética. Medio siglo después, ningún dato parece indicar que el mito esté próximo al declive
Muy por el contrario, da la sensación de que aún queda mucho por descubrir. Y, por supuesto, subastar.

 

Tu y yo

Leo McCarey, tras el éxito obtenido con la versión de 1939 a partir del argumento ideado por él mismo y Mildred Cram, en la que contó con Charles Boyer e Irene Dunne en un rodaje en blanco y negro, dieciocho años después se le ocurrió volver a dar vida al bello romance entre Nicolo Ferrante y Terry McKay, materializándolos esta ven en dos magníficos que coparon los puestos principales de las estrellas de Hollywood a mediados del siglo veinte: Cary Grant y Deborah Kerr. Del blanco y negro al color, de la década de los treinta a la de los cincuenta, y la sensible diferencia entre dos parejas de actores que transfirieron dos matices únicos a una historia de amor tintineante de chispa y de ternura.

Un romance de ésos de los años dorados de Hollywood, de los que surgen en mitad de un ambiente idílico y en las circunstancias menos propicias, en el que dos extraños pegan la hebra y repentinamente parecen hechos el uno para el otro… Las conversaciones brotan en torrente, con suma facilidad, las bromas se alternan, los comentarios ocurrentes salen de los labios casi sin pensar… Y sin decir nada importante, se lo están diciendo todo devorándose los ojos o con esos gestos que, menos comedidos que las palabras, delatan los sentimientos. Es una química inexplicable, difícil de expresar en palabras incluso después de milenios y milenios uniendo a personas con esos lazos que al instante te hacen ver que estás ante alguien que te hace sentir realmente bien. ¿Por qué el corazón te late más deprisa cuando estás con él o ella, y no te pasa eso con otros? ¿Por qué te entran esos nervios? ¿Por qué cuando estás en su compañía no quieres que el tiempo pase, y cuando no está contigo, deseas hacer girar más deprisa las agujas del reloj? ¿Qué más da que ya tengas un compromiso matrimonial con otra persona que te espera cuando el barco arribe a puerto? Aunque te sientas culpable por ello, en el fondo sabes que es así. Tu corazón te empuja hacia ese ser maravilloso que has conocido a bordo, en un crucero que, por más que el mundo se empeñe en negarlo, fue planeado por los hados exclusivamente para vuestro encuentro.

Pero aún no es el momento… Hay explicaciones que dar a terceras personas, hay que prepararse para las eventualidades futuras… Muchas cosas han dado un giro.

Seis meses será el plazo para aclararse y arrojarse definitivamente desde el trampolín. El Empire State Building será el cómplice y testigo de su unión.
 Una encantadora comedia dramática y romántica dulce, divertida y triste, con un Cary Grant tan irresistible como acostumbra y una Deborah Kerr deslumbrante y adorable, ambos aportando ese puntito cómico con sus atrayentes diálogos salpicados de golpes de humor, y que son, junto con la idílica y cálida fotografía en color de tonos saturados, vivos y atractivos para la vista, y la suave música (destacando las canciones interpretadas por la propia Deborah y por los niños del coro), los elementos clave que convierten lo que podía haber sido una comedieta amorosa corriente, en un regalo muy especial que primorosamente nos tendió Leo McCarey, y con el que yo me siento orgullosa de contar en mi videoteca.

PUEDES VERLO EN LA SECCION DE
HISTORIA DEL CINE
 

2 ago 2012

RELACIONES IMPOSIBLES: ISABEL PREYSLER-BELÉN ESTEBAN A ver si tienes ‘güevos’ Juan José Millás

"Este artículo dedicado a la incompatibilidad aparente entre Belén Esteban e Isabel Preysler es un artículo culto, digno de las mejores páginas de EL PAÍS".

 

Si las revistas del corazón sacan a Vargas Llosa y los suplementos culturales de la prensa promocionan a los autores de los best-sellers más tirados, ¿por qué tendría que privarme yo, que tengo un lado gilipollas, de hablar de Belén Esteban e Isabel Preysler en estas páginas veraniegas de EL PAÍS?
—Porque los lectores escribirán enfurecidos al Defensor del Lector —me dice el redactor jefe— y tendremos un lío.
—¿Incluso si me refiero a ellas con la jerga con la que un crítico hablaría de esa puta mierda titulada Cincuenta sombras de Grey?
—¿Acaso hemos sacado esa basura en el periódico? —pregunta, perplejo, el redactor jefe.
—Acaso —digo yo—, y más de una vez.
Las jerarquías se han ido al carajo, no hay diferencias entre el gran arte y el arte popular. todo vale, amigos. Vean, si no, a quién tenemos de ministro de Cultura
—Aun así —dice él—. Lo de los libros no lo lee nadie, pero esta sección tuya tiene mucho éxito.
—¿Entonces? —pregunto.
—Olvídate de la Esteban y la Preysler, busca otra pareja —concluye en tono autoritario.
Cuelgo el teléfono, me meto distraídamente el dedo índice de la mano izquierda en la nariz mientras tecleo en Google “Belén Esteban” con el de la derecha y resulta que sale en la Wikipedia. Vale que la Wikipedia no es la Espasa, pero es que la Espasa no existe ya, se descatalogó, que es como cuando trasladan los huesos de uno al osario común. Quiere decirse que carecemos de parámetros para saber de qué se debe y de qué no se debe hablar en las mesas redondas de la Menéndez Pelayo o en las páginas de cultura de la prensa seria. Las jerarquías se han ido al carajo, no hay diferencias ya entre el gran arte y el arte popular, entre la democracia y Putin, entre los huevos estrellados y los huevos con patatas, entre la ópera y la zarzuela, ni siquiera entre la ciencia y la religión, todo vale, amigos. Vean, si no, a quién tenemos de ministro de Cultura.
Belén Esteban sale en la Wikipedia, decíamos, y resulta que hasta nació, lo que no es raro ya que la gente nace todo el rato sin atenerse a las consecuencias, y que al día de hoy tiene una hija de nombre Andrea, como la hija de Carlos Fabra, el presunto gánster de Castellón de la Plana, padre a su vez de Andrea Fabra, Andreíta, una tía que en pleno Parlamento, cuando Rajoy excluía a los parados del sistema, exclamó a voz en grito en un arrebato de felicidad: “¡Qué se jodan!”.
¿Ha evitado EL PAÍS mencionar a Andrea Fabra, que no le llega, en estatura moral, a los tobillos a Belén Esteban? No. Pues de qué hablamos cuando hablamos de amor.
Seamos sinceros: a mí Belén Esteban e Isabel Preysler me la sudan, pero estoy de la autoridad competente hasta aquí. Basta que me digan una cosa para que haga la otra. De modo que busqué en Google “Isabel Preysler” y también salía, con una página mejor escrita, claro, que la de Belén, porque Isabel es egiptóloga (parece que leyó Sinhué el egipcio) y porque tiene amigos cultos y gais que controlan su imagen, mientras que los amigos de Belén la descontrolan.
 He ahí un paralelismo entre la heroína del pueblo y la señora de Boyer: que mientras una mima su imagen, la otra la desmima. Hay más: una se hace la estética con un artista del bisturí y la otra se la hace con un carnicero; ésta es la heroína del pueblo llano y aquélla la de las clases cultas ignorantes. Si supieran escribir y las obligaras a vivir juntas durante dos semanas, acabarían, no lo duden ustedes, a tiros, como Verlaine y Rimbaud.
¿No querías referencias cultas, redactor jefe amigo? Estamos hablando de Verlaine y Rimbaud, dos poetas franceses y malditos, valga la redundancia. Si es que todo el mundo tiene algo bueno, algo por lo que merece salir en EL PAÍS, no hay más que ponerse a investigar. La investigación, por cierto, está tan devaluada como la cultura. Si alguien te dice “lo he investigado”, es que ha mirado en la Wikipedia, donde de mí mismo, que también salgo, se dijo que estuve liado con Sándor Márai. Cuando empecé a presumir públicamente de ello, lo quitaron, qué cabrones.
Pues yo “lo he investigado” también. Pero no me he quedado en la Wikipedia, redactor jefe, no te creas. Gracias a la capacidad asociativa de la que soy víctima (siempre encuentro pruebas de que me persiguen) me he acordado de aquel instante en el que Truman Capote y Dick Hickcock, uno de los asesinos de la familia Clutter, se miraron y cada uno de ellos comprendió que habría bastado un pequeño giro de la vida para que Truman (al que le gustaba delinquir) fuera Dick y Dick (al que le gustaba escribir) fuera Truman.
 Se cuenta maravillosamente en la biografía de Capote que publicó Anagrama y cuyo autor ni recuerdo ni viene en la Wiki. Quiere decirse que el motor de ese libro famoso, A sangre fría, fue ese intercambio de miradas fundacional entre el asesino y el periodista.
Llévenlo a la relación entre Preysler y Esteban. ¿Acaso no habría bastado que la existencia hubiera sido más piadosa con Belén y menos complaciente con Isabel para que esta se hubiera casado con un torero y aquella con un ministro de Economía, o para que Belén hubiera leído Sinhué el egipcio e Isabel fuera prácticamente analfabeta, o para que la que anunciaba cerámicas hubiera anunciado sartenes y la que anunciaba sartenes hubiera anunciado cerámicas, o para que la que salía en Hola hubiera salido en Pronto y la de Pronto en Hola?
Compartimos el 90% o así de nuestro capital genético con un gusano, el elegans, lo que quiere decir que habría bastado con que los genes hubieran caído de otro modo para que usted y yo fuéramos las lombrices de nuestro jardín y, las lombrices de nuestro jardín, nosotros.
De modo que menos humos.
Querido redactor jefe, después de haber citado a Verlaine, a Rimbaud, a Truman Capote y a Sándor Márai con la naturalidad que se ha visto y en un espacio tan breve, ¿serás capaz de decir que este artículo dedicado a la incompatibilidad aparente entre Isabel Esteban y Belén Preysler no es un artículo culto, digno de las mejores páginas de EL PAÍS? No lo creo.
De modo que le pongo el punto final, lo firmo y te lo envío.
A ver si tienes güevos para no publicarlo.
Próxima entrega, el domingo: José Bono / Raphael.

El Deber del Poeta. De Jose Miguel Junco Ezquerra

EL DEBER DEL POETA

Es deber del poeta, recuérdalo artesano,
ahondar en las señales de vida imperceptibles,
esas que raramente encuentran acomodo
y están como aguardando la luz en lo profundo,
porque, además, exigen un modo y mucho oficio.
No es sencillo tampoco decir cuánto te quiero
o darle algún sentido al hambre y sus secuelas.