21 oct 2010
, que por recuperar a la persona perdió la imagen que guardaba.
Le sucedió lo que alguna vez le había sucedido, de eso hace mucho tiempo, que por recuperar a la persona perdió la imagen que guardaba.
A ella debió de sucederle lo mismo, que también se contentaba con volver a verlo, pero escudriñaba su rostro, y lo escuchaba, y en su interior sus ojos seguían buscando los ojos de él, ya irremisiblemente perdidos.
Volvieron a separarse. Ninguno de los dos puede pronosticar cuando habrán de verse de nuevo. Ninguno puede sospechar que imagen del otro, si llega el caso, crecerá en su interior en esta nueva distancia.
Publicado por José Carlos Cataño
A ella debió de sucederle lo mismo, que también se contentaba con volver a verlo, pero escudriñaba su rostro, y lo escuchaba, y en su interior sus ojos seguían buscando los ojos de él, ya irremisiblemente perdidos.
Volvieron a separarse. Ninguno de los dos puede pronosticar cuando habrán de verse de nuevo. Ninguno puede sospechar que imagen del otro, si llega el caso, crecerá en su interior en esta nueva distancia.
Publicado por José Carlos Cataño
A veces me preguntan por lo que hago,
A veces me preguntan por lo que hago, y se me pone cara de muro, todo encalado e imperfecto, con un clavel del aire colgado de una puncha, a punto de llegar al borde.
Como si me veo con gente ésta es poca, se supone que la pregunta sobre a qué me dedico es buena, proveniente de la simpatía. Cuando salgo por fuera, sin embargo, ya tengo una respuesta preparada, muy vaga y muy corta, por si se produce la consabida pregunta, y termino por espantar el interés con gestos cómicos.
En un caso y en otro puede que peque de críptico, de memo lelo, y que las gentes se lleven la impresión de que vivo como el clavel del aire, alimentándome de oxígeno y nutrientes por los estomas de mi parálisis, colgado de una puncha, casi coronando la cima del muro.
A veces alguien lee mi diario virtual y por eso sabe, en parte, qué es lo que hago, y se limita a decirme cosas muy bonitas: "¿Qué vas a hacer -me preguntaba una persona a finales de septiembre- con todas esas páginas hermosísimas que has escrito durante el verano? ¿Qué vas a hacer con tu pensamiento vibrante? No me cuelgues el comentario en la obscena horca de la red, por favor. Sólo quiero expresarte mi admiración y mi estupor, qué hacer con toda esta poesía en estado puro ahí colgada, tan solitaria".
A veces otra persona, cuando le hablo de mi intención de resguardar este mismo diario virtual en un libro, impreso y cosido y sujeto a ser abandonado en rastros y basureros, me lanza una pregunta con desafío: "¿Y quién crees tú que va a tener interés por leerte?".
Es decir, y quién te crees que eres para que alguien compre tu libro... No se me escapa que esta persona tienen toda la razón. Puedo sentir que hay en ese libro secuencias que conmueven y llevan la emoción en sus días, pero también no sólo me pregunto qué demonios le podrá importar al nadie el color de las nubes, sino que ya afirmo que el interés que puedan despertar los pájaros y sus prodigios cotidianos es nulo.
En eso estoy, eso es también lo que hago, por si me lo preguntan. Pasando a hoja tangible el diario de mis últimos seis años, corrigiéndolo y depurándolo y con la intención de encontrar para él un editor.
Al menos, sin doctrina ni evangelio, yo no he tenido que pagar un precio por estar ahí, en lo visible del mercado literario. No he tenido, por tanto, que inventarme una vida paralela en la que ser yo mismo, al margen de las presiones a las que te someten los agentes, los editores, los creadores de corrientes.
Ahora tendría que afirmar, para seguir cebándome en contra de mi trabajo, que no hay cosa más monótona que un diario. Y eso que cuando empiezas una entrada, ni sabes a dónde vas y ya te has olvidado de donde vienes, viviendo en el palpitar de la escritura que se enciende y se apaga.
De ahí que sea cierto, tal vez: Vivo y enciendo y apago la luz.
Publicado por José Carlos Cataño
Como si me veo con gente ésta es poca, se supone que la pregunta sobre a qué me dedico es buena, proveniente de la simpatía. Cuando salgo por fuera, sin embargo, ya tengo una respuesta preparada, muy vaga y muy corta, por si se produce la consabida pregunta, y termino por espantar el interés con gestos cómicos.
En un caso y en otro puede que peque de críptico, de memo lelo, y que las gentes se lleven la impresión de que vivo como el clavel del aire, alimentándome de oxígeno y nutrientes por los estomas de mi parálisis, colgado de una puncha, casi coronando la cima del muro.
A veces alguien lee mi diario virtual y por eso sabe, en parte, qué es lo que hago, y se limita a decirme cosas muy bonitas: "¿Qué vas a hacer -me preguntaba una persona a finales de septiembre- con todas esas páginas hermosísimas que has escrito durante el verano? ¿Qué vas a hacer con tu pensamiento vibrante? No me cuelgues el comentario en la obscena horca de la red, por favor. Sólo quiero expresarte mi admiración y mi estupor, qué hacer con toda esta poesía en estado puro ahí colgada, tan solitaria".
A veces otra persona, cuando le hablo de mi intención de resguardar este mismo diario virtual en un libro, impreso y cosido y sujeto a ser abandonado en rastros y basureros, me lanza una pregunta con desafío: "¿Y quién crees tú que va a tener interés por leerte?".
Es decir, y quién te crees que eres para que alguien compre tu libro... No se me escapa que esta persona tienen toda la razón. Puedo sentir que hay en ese libro secuencias que conmueven y llevan la emoción en sus días, pero también no sólo me pregunto qué demonios le podrá importar al nadie el color de las nubes, sino que ya afirmo que el interés que puedan despertar los pájaros y sus prodigios cotidianos es nulo.
En eso estoy, eso es también lo que hago, por si me lo preguntan. Pasando a hoja tangible el diario de mis últimos seis años, corrigiéndolo y depurándolo y con la intención de encontrar para él un editor.
Al menos, sin doctrina ni evangelio, yo no he tenido que pagar un precio por estar ahí, en lo visible del mercado literario. No he tenido, por tanto, que inventarme una vida paralela en la que ser yo mismo, al margen de las presiones a las que te someten los agentes, los editores, los creadores de corrientes.
Ahora tendría que afirmar, para seguir cebándome en contra de mi trabajo, que no hay cosa más monótona que un diario. Y eso que cuando empiezas una entrada, ni sabes a dónde vas y ya te has olvidado de donde vienes, viviendo en el palpitar de la escritura que se enciende y se apaga.
De ahí que sea cierto, tal vez: Vivo y enciendo y apago la luz.
Publicado por José Carlos Cataño
Novias con magia: La boda de Marilyn Monroe y Joe DiMaggio
En pleno mes de enero, vestida de oscuro en lugar del tradicional blanco, rodeada de apenas seis invitados, y en un Juzgado en lugar de la Iglesia. Corría en año 1954, pero la mujer más deseada del mundo, Marilyn Monroe, convertía, lo que por aquel entonces se podría considerar en algo totalmente fuera de la norma, e incluso un cúmulo de excentricidades, en una boda totalmente avant garde, que, a día de hoy, sonaría del todo menos descabellada.
Un sencillo y sobrio conjunto de falda lápiz en color marrón oscuro, con cuello de piel de armiño en tonos marfil, unos peep-toes a juego, y un delicado bouquet de orquídeas-barco blancas, fue todo lo que la estrella de Hollywood necesitó para convertirse en la esposa del legendario jugador del béisbol Joe DiMaggio, sin perder un ápice del glamour que la convirtió en todo un icono de la gran pantalla. La nota romántica: la corbata del novio, estampada en lunares y a juego con el traje en color navy, y que era la misma que el deportista habría lucido en su primera cita con la estrella, dos años antes.
El escenario escogido por ambos, y que consiguieron mantener en secreto hasta casi la misma mañana del enlace, fue el Ayuntamiento de San Francisco, un entorno que a día de hoy se ha convertido por el favorito de muchas parejas que desean darse el 'si quiero'. En aquella ocasión, el enlace se sellaría con un anillo de leyenda elaborado en platino, con 35 diamantes de talla baguette incrustados, que la actriz luciría hasta su triste desaparición en 1962.
El 'icono moderno' del blanco-negro, la diseñadora Carolina Herrera, durante la presentación de su colección nupcial 2011 durante la New York Bridal Week. A la derecha, peep-toes estilo sixties, en satén negro, de Nina. Replica del anillo de Marilyn Monroe, de James Pirie. Ramo de irídeas malvas y blancas, de Orchids.
Un sencillo y sobrio conjunto de falda lápiz en color marrón oscuro, con cuello de piel de armiño en tonos marfil, unos peep-toes a juego, y un delicado bouquet de orquídeas-barco blancas, fue todo lo que la estrella de Hollywood necesitó para convertirse en la esposa del legendario jugador del béisbol Joe DiMaggio, sin perder un ápice del glamour que la convirtió en todo un icono de la gran pantalla. La nota romántica: la corbata del novio, estampada en lunares y a juego con el traje en color navy, y que era la misma que el deportista habría lucido en su primera cita con la estrella, dos años antes.
El escenario escogido por ambos, y que consiguieron mantener en secreto hasta casi la misma mañana del enlace, fue el Ayuntamiento de San Francisco, un entorno que a día de hoy se ha convertido por el favorito de muchas parejas que desean darse el 'si quiero'. En aquella ocasión, el enlace se sellaría con un anillo de leyenda elaborado en platino, con 35 diamantes de talla baguette incrustados, que la actriz luciría hasta su triste desaparición en 1962.
El 'icono moderno' del blanco-negro, la diseñadora Carolina Herrera, durante la presentación de su colección nupcial 2011 durante la New York Bridal Week. A la derecha, peep-toes estilo sixties, en satén negro, de Nina. Replica del anillo de Marilyn Monroe, de James Pirie. Ramo de irídeas malvas y blancas, de Orchids.
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