Sólo un amigo de verdad es capaz de regalar lo mejor que tiene. Eso fue lo que hizo Carole King (Nueva York 1942) con James Taylor (Boston, 1948). Le dio su mejor canción y el poder del compañerismo logró que Taylor la convirtiera en un éxito mundial sin precedentes. Curiosamente esa canción se titula You've got a friend (Tienes un amigo).
En noviembre de 1970, James Taylor era dos personas, una vivía la peor de las pesadillas y la otra el mejor de los sueños.
Acababa de volver a Estados Unidos después de que los Beatles produjeran y lanzaran su primer disco. "Me abrieron una puerta en la que el mundo estaba detrás.
Me dieron el mundo", ha declarado el músico.
Pero también en 1970 la heroína consiguió hacerse la mejor amiga del autor de Carolina in my mind y secuestrarlo, casi para siempre.
En noviembre de 1970 Taylor y Carole King dieron su primer concierto juntos en el club Troubadour de Santa Mónica Boulevard en West Hollywood, California. Lo hacían por amistad, amor y también por dinero. Con lo conseguido en esos bolos, el artista podía seguir consumiendo y King cuidándolo como el ángel que fue en propias palabras de James Taylor.
Un año después, ambos volvieron al club durante dos semanas para compartir cartel, tal vez en una especie de revanchismo a todas aquellas veces que actuaron en el pasado. Volvían de otra forma. En el verano de 1971, el disco de Taylor Fire and Rain lideraba las listas de ventas y Tapestry de Carole King iba camino de convertirla en una superestrella.
Treinta y seis años después, en noviembre de 2007, James Taylor, Carole King y los componentes de su renovada banda original The Section (que incluye al guitarrista Danny Kortchmar, al bajista Leland Sklar y al batería Russell Kunkel) regresaron al Troubadour, durantes tres noches y seis actuaciones, para celebrar el 50 aniversario del club.
Mañana vuelven a las tiendas de discos canciones como So Far Away, It's Too Late y Will You Love Me Tomorrow?, de King, y los temas de James Taylor Carolina in My Mind, Sweet Baby James y Fire and Rain, grabados en esos conciertos que sirvieron a un desintoxicado Taylor y a su mejor amiga, King, para ajustarle cuentas a un pasado muy difícil pero muy creativo, con un halo de trizteza pero cargado de increíbles canciones.
3 jun 2010
“LOS AMOS DEL MUNDO”
Perez Reverte: De cómo la mafia política se chulea de los ciudadanos
Me encuentro este texto de Arturo Perez Reverte que ha reproducido Paco Barranco en su blog y no puedo menos que hacer un “Copy Paste” y reproducirlo aquí. Es un articulo que se publico en “El Semanal” del mundo hace más de 10 años , en concreto el día 15 de noviembre de 1998. Ahora juzgar si es o no es un visionario.
El artículo lleva por título “LOS AMOS DEL MUNDO” y dice así:
Todo para la Banka
Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla intro del ordenador, su futuro y el de sus hijos.
Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro en nombre de un tres punto siete, o un índice de probabilidad del cero coma cero cuatro.
Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una ferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron un máster en Tokio, o al revés, van por las mañanas a la Bolsa de Madrid o a la de Wall Street, y dicen en inglés cosas como “long-term capital management”, y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta el partido del domingo.
Usted no los conoce ni en pintura, pero esos conductores suicidas que circulan a doscientos por hora en un furgón cargado de dinero van a atropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera le quedará el consuelo de ir en la silla de ruedas con una recortada a volarles los huevos, porque no tienen rostro público, pese a ser reputados analistas, tiburones de las finanzas, prestigiosos expertos en el dinero de otros. Tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo. Porque siempre ganan ellos, cuando ganan; y nunca pierden ellos, cuando pierden.
No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tienen que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la Tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro.
Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder. El riesgo es mínimo. Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia.
Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático, y la madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados.
Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en la segunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos por ciento no se encuentran todos los días. Y aunque ese espejismo especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y esto, señores, es Jauja.
Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad.
Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces, ¡oh, prodigio!, mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no.
Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros.
Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos, y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda.
Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad mundial, la paga con su pellejo, con sus ahorros, y a veces con su puesto de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida.
Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena.
Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza.
Me encuentro este texto de Arturo Perez Reverte que ha reproducido Paco Barranco en su blog y no puedo menos que hacer un “Copy Paste” y reproducirlo aquí. Es un articulo que se publico en “El Semanal” del mundo hace más de 10 años , en concreto el día 15 de noviembre de 1998. Ahora juzgar si es o no es un visionario.
El artículo lleva por título “LOS AMOS DEL MUNDO” y dice así:
Todo para la Banka
Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla intro del ordenador, su futuro y el de sus hijos.
Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro en nombre de un tres punto siete, o un índice de probabilidad del cero coma cero cuatro.
Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una ferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron un máster en Tokio, o al revés, van por las mañanas a la Bolsa de Madrid o a la de Wall Street, y dicen en inglés cosas como “long-term capital management”, y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta el partido del domingo.
Usted no los conoce ni en pintura, pero esos conductores suicidas que circulan a doscientos por hora en un furgón cargado de dinero van a atropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera le quedará el consuelo de ir en la silla de ruedas con una recortada a volarles los huevos, porque no tienen rostro público, pese a ser reputados analistas, tiburones de las finanzas, prestigiosos expertos en el dinero de otros. Tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo. Porque siempre ganan ellos, cuando ganan; y nunca pierden ellos, cuando pierden.
No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tienen que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la Tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro.
Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder. El riesgo es mínimo. Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia.
Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático, y la madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados.
Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en la segunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos por ciento no se encuentran todos los días. Y aunque ese espejismo especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y esto, señores, es Jauja.
Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad.
Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces, ¡oh, prodigio!, mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no.
Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros.
Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos, y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda.
Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad mundial, la paga con su pellejo, con sus ahorros, y a veces con su puesto de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida.
Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena.
Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza.
1 jun 2010
Viaje
Viaje
Vuelvo de hacer la compra, con las bolsas en la mano, y me encuentro a una amiga a la que hace tiempo que no veo.
Suelto las bolsas en el suelo y hablamos. Interrumpimos el paso de la gente en la acera y ella agarra mi brazo suavemente para que nos retiremos. Le pregunto por cómo le va la vida y ella me contesta. Me cuenta. Al rato ella sigue hablando, y hablando, y hablando, extendiéndose en detalles completamente superfluos.
Me fijo en sus labios, que no paran. ¿Y respirar? ¿Cuándo respira? No me deja intervenir, ni siquiera puedo colocar en la conversación un triste monosílabo.
Yo pienso en todas las cosas que tengo que hacer. Me gustaría evadirme. Montar en una nave espacial y surcar el espacio sideral en busca de otros planetas, otros universos.
Imaginemos que la bolsa en la que va el pan es el fusil para partículas de verborragia, y que la otra, con la fruta, contiene el acelerador de mentes unívocas. Voy bien pertrechado en mi nave espacial contra este tipo de gente, habitantes de cualquier Pandora de pacotilla.
Ah, pero ahora me habla de la salud de su suegra, que, por lo visto, será intervenida quirúrgicamente de varices en breve tiempo (está diciéndome que el cirujano tiene bigote).
José Manuel Martín Peña
Recuerdo
Recuerdo
Han pasado unas semanas y todavía recuerdo la sensación. La perfección del momento, la felicidad del placer sencillo.
Me dije entonces que escribiría sobre ello y ahora, días después, lo hago:
Primera hora de la mañana, en el pueblo. Estoy solo, sentado en el merendero, frente a la ventana. Fuera, en el patio, hace frío. O no es exactamente frío, es fresco. Anoche llovió.
El merendero está caliente. Huele a la leña quemada anoche. En la enorme mesa de madera en la que me apoyo quedan restos de la celebración del cumpleaños de A. con sus amigas (globos, porciones de pizza, palomitas).
Hay también un frutero en el que relucen naranjas, manzanas y un solitario kiwi. Lo más importante es que el sol que entra por la ventana me da en la cara. Es un sol que no pica y sí acaricia.
Brilla. Arrimo un poco más la silla, para que no perder nada de su luz y calor. Tengo todavía en la boca el sabor del café recién tomado. Estoy releyendo las últimas páginas de los diarios de Cheever. Son palabras tristes, descreídas. Le comprendo, comprendo lo que dice, porque sabe decirlo. Cierro el libro. Esto es admiración.
Qué bien escribe. Las tapas del libro son preciosas. El sol sigue acariciando mi cara.
Han pasado unas semanas y todavía recuerdo la sensación. La perfección del momento, la felicidad del placer sencillo.
Me dije entonces que escribiría sobre ello y ahora, días después, lo hago:
Primera hora de la mañana, en el pueblo. Estoy solo, sentado en el merendero, frente a la ventana. Fuera, en el patio, hace frío. O no es exactamente frío, es fresco. Anoche llovió.
El merendero está caliente. Huele a la leña quemada anoche. En la enorme mesa de madera en la que me apoyo quedan restos de la celebración del cumpleaños de A. con sus amigas (globos, porciones de pizza, palomitas).
Hay también un frutero en el que relucen naranjas, manzanas y un solitario kiwi. Lo más importante es que el sol que entra por la ventana me da en la cara. Es un sol que no pica y sí acaricia.
Brilla. Arrimo un poco más la silla, para que no perder nada de su luz y calor. Tengo todavía en la boca el sabor del café recién tomado. Estoy releyendo las últimas páginas de los diarios de Cheever. Son palabras tristes, descreídas. Le comprendo, comprendo lo que dice, porque sabe decirlo. Cierro el libro. Esto es admiración.
Qué bien escribe. Las tapas del libro son preciosas. El sol sigue acariciando mi cara.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)