1 jun 2010
Viaje
Viaje
Vuelvo de hacer la compra, con las bolsas en la mano, y me encuentro a una amiga a la que hace tiempo que no veo.
Suelto las bolsas en el suelo y hablamos. Interrumpimos el paso de la gente en la acera y ella agarra mi brazo suavemente para que nos retiremos. Le pregunto por cómo le va la vida y ella me contesta. Me cuenta. Al rato ella sigue hablando, y hablando, y hablando, extendiéndose en detalles completamente superfluos.
Me fijo en sus labios, que no paran. ¿Y respirar? ¿Cuándo respira? No me deja intervenir, ni siquiera puedo colocar en la conversación un triste monosílabo.
Yo pienso en todas las cosas que tengo que hacer. Me gustaría evadirme. Montar en una nave espacial y surcar el espacio sideral en busca de otros planetas, otros universos.
Imaginemos que la bolsa en la que va el pan es el fusil para partículas de verborragia, y que la otra, con la fruta, contiene el acelerador de mentes unívocas. Voy bien pertrechado en mi nave espacial contra este tipo de gente, habitantes de cualquier Pandora de pacotilla.
Ah, pero ahora me habla de la salud de su suegra, que, por lo visto, será intervenida quirúrgicamente de varices en breve tiempo (está diciéndome que el cirujano tiene bigote).
José Manuel Martín Peña
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