El presentador de 'Pasapalabra' siente pasión por la cultura y seguirá con su trabajo pese a las críticas por su exposición sobre Leonardo da Vinci.
Christian Gálvez
es el presentador más sonriente y cercano de Mediaset, conductor de un
refugio educativo en una cadena, Telecinco, cuya seña de identidad son
los realities.
Lleva más de 10 años al frente de Pasapalabra, un programa
al que llegó tras conocer en primera persona la cara menos favorable de
la televisión.
Amante de la historia y de Leonardo da Vinci, se ha
estrenado como comisario de arte y ha sido acusado de intrusismo por historiadores de arte.
“Solo soy un intruso apasionado que persigue con honestidad la ilusión
de acercar la cultura a la gente”, respondió a EL PAÍS este jueves en un
descanso de la grabación de su programa refiriéndose a la polémica.
Se define a sí mismo como “un espíritu renacentista, un tipo
con ganas de hacer muchísimas cosas y que valora la multidisciplina y
la polimatía”. Rechaza establecer unos límites inquebrantables —“¿qué es intrusismo? ¿quién establece esos límites?”— y considera un sinsentido relegar el conocimiento a un grupo reducido.
“Siempre he considerado justo democratizar la cultura.
Me gusta crear, me gusta apostar, me gusta divulgar”, añade el presentador, quien siendo un escolar cayó rendido ante el placer de aprender.
Resignado a tener que ganarse la vida de otra manera,
buscó un nuevo trabajo fuera de la televisión.
“Tuve que reciclarme,
ponerme a trabajar en una juguetería, de lunes a domingo, 12 horas al
día, por 700 euros.
Cada vez que alguien entraba en la tienda me decían
‘uy, pero si tú eres el de la tele’”, recuerda.
La mala racha terminó
cuando empezó de reportero en Caiga quien caiga, donde trabajó
entre 2005 y 2007.
El programa le sirvió para decidir hacia dónde quería
enfocar su carrera. Cubriendo la Berlinale hizo una broma que sentó mal al actor Keanu Reeves y que terminó con Gálvez expulsado del festival. Fue una lección.
Y recibió su primer golpe cuando el magazine fue cancelado y se quedó sin trabajo.
“Tenía 21 años y pensaba que lo tenía todo hecho.
Dije ‘bueno, me llamarán. Y nunca llamaron”, recordó en Chester, con Risto Mejide.
“Me di cuenta de que quería hacer televisión, pero no a
cualquier precio.
No quería reírme de nadie. A partir de ahí, cambié el
chip”. Lo hizo con lo que en su página web considera que ha sido su
“mayor oportunidad profesional”, presentar Pasapalabra, un reto
después del éxito de su anterior presentadora, Silvia Jato, que Gálvez
ha consolidado y por el que ha sido premiado con el Premio Ondas en 2008
y varios TP de Oro.
No todo en el concurso ha sido bueno. Hace seis años
sufrió una lesión en la espalda y estuvo a punto de quedarse en silla de
ruedas. El contratiempo le cambió la vida.
Aún en tratamiento, optó por
pedir el alta voluntaria y seguir haciendo su trabajo.
“Venía con corsé
a trabajar.
Normalmente hacemos tres programas cada tarde, de tres a
ocho y media, y en aquella época tardábamos más de doce porque grababa
un programa y tenía que tumbarme una hora. Así todos los días”, ha
contado.
Recuperado de todo aquello, compagina las grabaciones
del concurso con los frecuentes viajes por la Italia renacentista, el
estudio y la escritura, dos aficiones que le han llevado a publicar
cinco libros y se han convertido en una dedicación.
En su proyecto más ambicioso, su salto a comisario de la muestra Leonardo da Vinci: los rostros del genio, se ha visto en el foco mediático desde su inauguración.
Quien fuera un reportero atrevido y descarado en Caiga quien caiga sigue empeñado, por encima de cualquier crítica, en generalizar la cultura.
“¿Quién es un intruso? ¿Quién establece esos límites? Que se critique una exposición sobre el Renacimiento es impertinente
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