La cantante mantiene vivo su discurso feminista y tolerante, una actitud que aprendió de niña en un hogar en el que su madre convivía con dos hombres.
Fue guerrera con previo aviso: “Estoy cansada de ser una muñeca más.
Entre paredes de cartón no es suficiente mirar la televisión, para saber que esto va mal”.
Lo cantaba en No aguanto más, hacia 1982. Fue uno de sus primeros éxitos, cuando Luz Casal se coló en el panorama plagado de testosterona del rock donde abundaban letras de machos alfa coreadas en ceremonias junto a miles de personas.
En esa onda irrumpió para quedarse y a lo largo de cuatro décadas ha impuesto su ley, entre aguerrida y dulce, con la fortaleza de los grandes, sin barreras a la hora de exigir respeto: “No me gusta que me llamen nena”, dice.
Un calificativo muy al uso y con tintes de rockero de garaje, pasadito ya de rosca entre anglicismos chirriantes.
Más cuando has nacido y crecido oxigenada por la bruma celta del norte, entre Galicia —donde vino al mundo en Boimorto (A Coruña)—, Avilés y Gijón, donde se trasladó con meses de edad y permaneció hasta los 16 años.
En el año donde iba a cerrar y finalmente amplió una gira que la ha llevado por 60 ciudades de España, Europa y América, atenta al son de un paso adelante en las aspiraciones de igualdad de las mujeres, Luz cuenta como se sentía a sus comienzos dentro del negocio de la música:
“Más en el rock, donde comencé y hasta hace muy pocos años éramos contadas las mujeres”.
Una atmósfera en la que los productores, intérpretes y críticos te perdonaban un poco la vida: “Siempre me he enfrentado a dificultados mayores, pero nunca eran suficientes como para frenarme.
He perseverado a pesar de todo y de todos”, asegura.
“Aun así, no me gusta, incluso ahora, presentarme como abanderada de nada.
Más cuando desde el principio he denunciado esas cosas”.
Incluso así, todavía hoy le indignan ciertas reacciones: “Me harta comprobar aún, este mismo año, que al día siguiente de un concierto, en las reseñas no puedan evitar aludir a cuántas veces me he cambiado de ropa.
Le dan hasta más importancia al vestuario que a la música”.
Este domingo actúa en el WiZink Center en Madrid.
Un espacio que, en una semana, se ha impregnado de energía sabia: el lunes tuvo lugar un homenaje a Luis Eduardo Aute con 20 primeras figuras, el martes tocó Miguel Ríos y el miércoles Serrat con su Mediterráneo da Capo.
Luz remató los ocho días de gloria con su repertorio cercano y desgarrado, ya recuperada de su lucha con el cáncer:
“Lo superé con mis recetas. Primero porque celebro ser una persona afortunada y supe extraer de experiencias anteriores y duras las armas para combatirlo.
Después porque me vi en buenas manos, con los protocolos y los profesionales correctos.
Y en último lugar, gracias a la música.
De todas formas, nunca percibí que aquello acabaría conmigo”.
Yo tenía seis años y ella se fue demasiado joven”. También ha sido un año duro por la muerte de su madre en marzo pasado.
“Muy triste… Ella me enseñó varios porqués fundamentales en mi vida”.
Del sacrificio a la tolerancia, nada se le ha escapado del ejemplo de doña Matilde:
“Era ATS y podía salir de casa en cualquier momento a poner una inyección o atender a alguien.
En el amor no tuvo barreras. Vivió a la vez con dos hombres.
Yo tuve tres padres en casa: ella, José, mi padre biológico, y Maximino.
Desde siempre vi aquella situación como algo muy natural”.
Esas experiencias explican muchos de los amplios horizontes con que se cocinan sus canciones.
También que este año sienta algo especial al entonar Negra sombra, su diálogo poético en torno a la muerte con Rosalía de Castro como médium.
Procura aguantar las malas pasadas de la emoción: “Noto que se me cae alguna lágrima a veces, pero eso no es llorar. Cuando puedes seguir sin atragantarte, no estás llorando”.
Pero sí puedes sentir algo cercano al éxtasis: “En esta gira he experimentado sensaciones mucho menos rígidas. Antes estaba demasiado pendiente de que todo quedara bajo control. Ahora ahondo en la búsqueda de emociones que sólo llegan con la música, más allá de las palabras. No sabría describirlas, pero sé reconocerlas cuando se presentan”.
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