Es igual de brutal el crimen de Khashoggi como el chantaje de su monarquía.
Me crie en lo que se denominaba “la Venezuela saudí”, donde la
gasolina era gratis y todos crecíamos convencidos de ser príncipes
herederos.
No es fácil educarte de esa manera y salir adelante cuando, de un día para otro, se desvanece ese sueño y amaneces en un país de petróleo barato y en Latinoamérica.
¿Cómo era la Venezuela Saudí? El reino del despilfarro.
Una boda en esa Venezuela tenía como mínimo 2.000 invitados.
La carpa y la decoración disponían de todo tipo de motivos temáticos importados, desde Versalles a una jungla tropical de ensueño.
Champagne, Pepsi cola y whisky eran bebidas que considerábamos propias y consumíamos casi sin límite.
El traje de novia tenía que superar los 5.000 dólares de entonces, algunas importaban coronas de Cartier que viajaban en avión privado mientras la televisión anunciaba medidas económicas que encarecían el pan y la leche.
Un mundo de contradicciones que muchos encontraban divino y que enriqueció a pocos.
En algunas fiestas se regalaban Rolex.
El chorro de dinero que depositaba el petróleo en las arcas públicas incentivó la corrupción al punto de convertirla en la auténtica identidad del país.
Tan saudíes nos volvimos que los propios saudíes venían a visitarnos admirados. En la alta sociedad y alrededores se pusieron de moda matrimonios con miembros de esa extensísima familia real.
Algunas madres caraqueñas se lamentaban al ver casar a sus hijas católicas por el rito musulmán, sobre todo por el velo y andar ocultas.
Pero se resignaban cuando les garantizaban que debajo de esos velos podían llevar joyas y zapatos comprados con tarjetas de crédito sin límite.
Desde entonces, tengo la sospecha que tanto gente como países nos vendemos con demasiada facilidad a los sauditas.
Encuentro igual de brutal el crimen del periodista Khashoggi como la capacidad de compra y chantaje que la monarquía saudita tiene sobre el mundo entero.
Aunque está muy preparado, el príncipe heredero no funciona. Pese a la serenidad que intenta transmitir, se sienten nervios y eso genera poca empatía.
Siempre he estudiado mucho el lenguaje corporal de los príncipes herederos, de Carlos de Inglaterra pa’ bajo, porque creo que es lo poco que podemos aprender de ellos
. Y a mí, el príncipe heredero saudí, no me convence.
Le veo tenso. Es probable que, como sucede con otros miembros de familias reales, sea una persona que vive de una forma remota, alejada de cualquier realidad que no sea la real.
Y cuando la realidad le alcanza no sabe cómo realizarse y actúa como en un reality.
No es fácil educarte de esa manera y salir adelante cuando, de un día para otro, se desvanece ese sueño y amaneces en un país de petróleo barato y en Latinoamérica.
¿Cómo era la Venezuela Saudí? El reino del despilfarro.
Una boda en esa Venezuela tenía como mínimo 2.000 invitados.
La carpa y la decoración disponían de todo tipo de motivos temáticos importados, desde Versalles a una jungla tropical de ensueño.
Champagne, Pepsi cola y whisky eran bebidas que considerábamos propias y consumíamos casi sin límite.
El traje de novia tenía que superar los 5.000 dólares de entonces, algunas importaban coronas de Cartier que viajaban en avión privado mientras la televisión anunciaba medidas económicas que encarecían el pan y la leche.
Un mundo de contradicciones que muchos encontraban divino y que enriqueció a pocos.
En algunas fiestas se regalaban Rolex.
El chorro de dinero que depositaba el petróleo en las arcas públicas incentivó la corrupción al punto de convertirla en la auténtica identidad del país.
Tan saudíes nos volvimos que los propios saudíes venían a visitarnos admirados. En la alta sociedad y alrededores se pusieron de moda matrimonios con miembros de esa extensísima familia real.
Algunas madres caraqueñas se lamentaban al ver casar a sus hijas católicas por el rito musulmán, sobre todo por el velo y andar ocultas.
Pero se resignaban cuando les garantizaban que debajo de esos velos podían llevar joyas y zapatos comprados con tarjetas de crédito sin límite.
Desde entonces, tengo la sospecha que tanto gente como países nos vendemos con demasiada facilidad a los sauditas.
Encuentro igual de brutal el crimen del periodista Khashoggi como la capacidad de compra y chantaje que la monarquía saudita tiene sobre el mundo entero.
Aunque está muy preparado, el príncipe heredero no funciona. Pese a la serenidad que intenta transmitir, se sienten nervios y eso genera poca empatía.
Siempre he estudiado mucho el lenguaje corporal de los príncipes herederos, de Carlos de Inglaterra pa’ bajo, porque creo que es lo poco que podemos aprender de ellos
. Y a mí, el príncipe heredero saudí, no me convence.
Le veo tenso. Es probable que, como sucede con otros miembros de familias reales, sea una persona que vive de una forma remota, alejada de cualquier realidad que no sea la real.
Y cuando la realidad le alcanza no sabe cómo realizarse y actúa como en un reality.
El premio Jesús Hermida a la trayectoria profesional recalaba en Ana Blanco, la reina absoluta del Telediario de TVE.
Al recibir el galardón, Blanco se excusó de tener que dar tantas malas noticias, “pero nuestro deber es informar de la actualidad”. Me entraron ganas de preguntarle qué consideraría una buena noticia hasta que me di cuenta de mi falta de originalidad.
Entonces le comenté que antes Khashoggi era solo apellido de millonarios y ella, un poquito tensa, susurró “va a traer cola”.
Pues sí, ha traído cola y turbante.
Tanto que se nos ha olvidado un poquito que la reina emérita, doña Sofia, cumplirá 80 años en breve y no hay plan de celebración oficial.
Casi me dio un poquito de pena hasta que vi las fotos de su hija, la infanta Cristina, llegando radiante al estreno de un musical en la Gran Vía.
Entonces entendí que la emérita no iba a estar sola para celebrar su cumpleaños.
Cristina está normalizando a toda mecha sus visitas a Madrid, junto con sus hijos menores que disfrutan las vacaciones de mid-term, un tipo de asueto del que gozan en otoño los niños privilegiados, saudíes, latinos o sajones, que estudian en colegios carísimos y que suelen emplear estos días para hacerse más pijos y viajar.
Así, coquetos y relajados, podemos imaginar que para la imagen real sería impagable que la joven doña Leonor le dedique un ramo a su abuela en su cumpleaños, dejando completamente en el olvido el remo que le regaló en Palma de Mallorca.
Es por eso, para dejar caer un velo sobre los pequeños errores de nuestras monarquías occidentales, que hacen tanta falta familias reales como la de Arabia Saudí.
Para que cuando queramos tapar esos desaciertos, descubramos los que ellos ocultan bajo sus túnicas salpicadas de petróleo.
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