La propiedad intelectual y los recursos económicos de la legendaria escritora fueron traspasados a un fondo fiduciario a beneficio de cuatro sobrinos.
Harper Lee murió envuelta en misterio.
A sus 89 años, mientras dormía, la legendaria novelista estadounidense dejó atrás una vida humilde y discreta a la que pocos tuvieron acceso, en su pequeño pueblo natal de Monroeville (Alabama).
Poco adepta a aceptar entrevistas y obsesionada con su privacidad, la ganadora de un premio Pulitzer llegó incluso a presentar una denuncia contra un museo por vender camisetas grabadas con el título de su obra estrella: Matar a un Ruiseñor. Esta semana, un juez permitió la publicación de su testamento. Muchos esperaban encontrar más pistas sobre la enigmática vida de Lee, pero el texto sólo ahonda el misterio.
El documento lo firmó ocho días antes de su
muerte, en 2016.
En aquel momento, la abogada personal de la autora,
Tonja Carter, pidió que a petición de Lee el testamento se mantuviera
confidencial.
Ahora, una querella presentada por The New York Times
ha logrado su apertura al público.
Sin embargo, el papel solo establece
que todos sus beneficios y propiedades, valorados en decenas de
millones de dólares, sean traspasados a un fondo fiduciario que creó en
2011, gestionado por Carter y del que se podrán beneficiar sus
familiares más cercanos, una sobrina y tres sobrinos.
No se sabe qué
recibirán exactamente, todo sigue siendo secreto ya que el objetivo de
esta estructura fiscal es mantener la opacidad de los recursos de una
persona.
Entre la herencia se encuentran también los textos
literarios que Lee escribió y nunca publicó o compartió con nadie, pero
que son extremadamente codiciados por importantes universidades
estadounidenses.
Por ahora, se seguirá sin conocer si algún día saldrán a
la luz.
La abogada Carter, que fue una cercana asesora de la escritora,
mantiene, según el testamento, amplios poderes sobre la propiedad
intelectual de Lee, que no tuvo marido ni hijos.
En el pequeño pueblo de Alabama que vio crecer,
desarrollarse y morir a una de las autoras más celebradas de la historia
contemporánea estadounidense, hay quienes son escépticos sobre el papel
de Carter y la critican por tener demasiado poder sobre el legado de
Lee.
Cuando se publicó, de manera repentina, la segunda novela algunos
de los amigos más cercanos de la autora cuestionaron si ella realmente
quiso eso y alegaron que pudo haber sido manipulada.
El libro, Go, set a Watchman
fue presentado un año antes de su muerte y supuso la ruptura de una
autora de obra única, que durante décadas decidió no divulgar otro
texto.La operación editorial puso en cuestión si Lee había sido presionada para publicarla.
Pese a que no se considera tan influyente como Matar a un Ruiseñor —que a día de hoy sigue siendo lectura obligada para entender la segregación racista estadounidense de la segunda mitad del siglo 20— Watchman también le proporcionó enormes ganancias económicas y vendió más de un millón de ejemplares en su primera semana.
Por aquel entonces, Lee ya vivía en una residencia
de ancianos, rodeada de cuidadores pero todavía manteniendo su sencilla
vida. Aquella que durante años le llevó a pasear por la tienda “Todo a
100” de Monroeville en busca de ofertas, a beber cafés en McDonald’s y
caminar en sudadera por las calles del pueblo.
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