Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
27 nov 2017
Judi Dench: “Soy la persona menos majestuosa que te echas a la cara”
La
octogenaria actriz, que está perdiendo la vista debido a una
degeneración macular, no tiene planes de abandonar el cine y se
encuentra en plena promoción de 'Asesinato en el Orient Express'.
Escribe menos
cartas, un arte que le encantaba practicar, afirma que no puede leer y
que ve menos películas.
Se le nota incómoda bajo la luz de los flashes
que pide amablemente que dejen de apuntarla.
Y el coche, ni tocarlo.
“Eso sí que es un duro golpe porque tengo un BMW deportivo”, confiesa a
EL PAÍS con una cara que no puede ser más pícara.
Hasta ahí las quejas.
Tendrá 82 años, acaba de cumplir seis décadas como actriz, está
perdiendo la vista y, a veces, conversando se nota un halo de
ensimismamiento o quizá un punto de sordera.
Pero está claro que nada
detiene a la mujer que más veces ha interpretado a una reina, a esta
joya británica a la que nunca se le acaban las pilas.
O la risa. “Soy la
persona menos majestuosa que te puedes echar a la cara”, resume con esa
risa rasposa tan suya que empequeñece sus ojos hasta convertirlos en
lágrimas de felicidad.
Desde hace unos años a Judi Dench (Reino Unido, 1934) le falla la vista. Tiene degeneración macular
y la octogenaria dama del cine dice que cada vez ve peor. Escribe menos
cartas, un arte que le encantaba practicar, afirma que no puede leer y
que ve menos películas. Se le nota incómoda bajo la luz de los flashes
que pide amablemente que dejen de apuntarla. Y el coche, ni tocarlo.
“Eso sí que es un duro golpe porque tengo un BMW deportivo”, confiesa a
EL PAÍS con una cara que no puede ser más pícara. Hasta ahí las quejas.
Tendrá 82 años, acaba de cumplir seis décadas como actriz, está
perdiendo la vista y, a veces, conversando se nota un halo de
ensimismamiento o quizá un punto de sordera. Pero está claro que nada
detiene a la mujer que más veces ha interpretado a una reina, a esta
joya británica a la que nunca se le acaban las pilas. O la risa. “Soy la
persona menos majestuosa que te puedes echar a la cara”, resume con esa
risa rasposa tan suya que empequeñece sus ojos hasta convertirlos en
lágrimas de felicidad.
Su espíritu lo lleva tatuado en la muñeca: Carpe Diem.
“Aprovecha el día. No hay tiempo que perder. Me lo hice con mi hija
cuando estábamos de compras. Tenía 80 años y de repente me dijo: '¿Estás
lista para tener un tatuaje?”, asegura enseñando entre pulseras ese
recordatorio de cómo vivir la vida al límite. Acaba de estrenar Asesinato en el Orient Express y está haciendo las rondas típicas de la temporada de premios con otro de sus trabajos reales, Victoria y Abdul,
un nuevo retrato de la realeza británica que tantas veces ha
interpretado. “¿Cómo me iba a negar? —se ríe la primera que se subió al
tren para la nueva versión de la novela de Agatha Christie—. Con esta creo que ya son 10 las veces que trabajo con Ken Branagh. Y el rodaje fue una reunión de colegas donde no tuve mucho más que
hacer que estar sentada con un vestuario maravilloso y dos perritos
encantadores en un vagón de tren lleno de amigos y sin apenas líneas de
diálogo que aprenderme”. Después de conseguir un Oscar como mejor actriz
de reparto por el papel más breve jamás galardonado en la historia de
estos premios por su interpretación en Shakespeare enamorado y otras seis nominaciones a la misma estatuilla por títulos como Mrs. Brown, Iris o Notes of Scandal, su trabajo en Asesinato en el Orient Express
no será el que quede en su obituario. Pero Dench no piensa en esas
cosas. “Solo pienso en la suerte que tengo. En lo increíblemente
agradecida que estoy de que me ofrezcan trabajo”, asegura.
Desde hace unos años a Judi Dench (Reino Unido, 1934) le falla la vista. Tiene degeneración macular
y la octogenaria dama del cine dice que cada vez ve peor. Escribe menos
cartas, un arte que le encantaba practicar, afirma que no puede leer y
que ve menos películas. Se le nota incómoda bajo la luz de los flashes
que pide amablemente que dejen de apuntarla. Y el coche, ni tocarlo.
“Eso sí que es un duro golpe porque tengo un BMW deportivo”, confiesa a
EL PAÍS con una cara que no puede ser más pícara. Hasta ahí las quejas.
Tendrá 82 años, acaba de cumplir seis décadas como actriz, está
perdiendo la vista y, a veces, conversando se nota un halo de
ensimismamiento o quizá un punto de sordera. Pero está claro que nada
detiene a la mujer que más veces ha interpretado a una reina, a esta
joya británica a la que nunca se le acaban las pilas. O la risa. “Soy la
persona menos majestuosa que te puedes echar a la cara”, resume con esa
risa rasposa tan suya que empequeñece sus ojos hasta convertirlos en
lágrimas de felicidad.
Su espíritu lo lleva tatuado en la muñeca: Carpe Diem.
“Aprovecha el día. No hay tiempo que perder. Me lo hice con mi hija
cuando estábamos de compras. Tenía 80 años y de repente me dijo: '¿Estás
lista para tener un tatuaje?”, asegura enseñando entre pulseras ese
recordatorio de cómo vivir la vida al límite. Acaba de estrenar Asesinato en el Orient Express y está haciendo las rondas típicas de la temporada de premios con otro de sus trabajos reales, Victoria y Abdul,
un nuevo retrato de la realeza británica que tantas veces ha
interpretado. “¿Cómo me iba a negar? —se ríe la primera que se subió al
tren para la nueva versión de la novela de Agatha Christie—. Con esta
creo que ya son 10 las veces que trabajo con Ken Branagh.
Y el rodaje fue una reunión de colegas donde no tuve mucho más que
hacer que estar sentada con un vestuario maravilloso y dos perritos
encantadores en un vagón de tren lleno de amigos y sin apenas líneas de
diálogo que aprenderme”. Después de conseguir un Oscar como mejor actriz
de reparto por el papel más breve jamás galardonado en la historia de
estos premios por su interpretación en Shakespeare enamorado y otras seis nominaciones a la misma estatuilla por títulos como Mrs. Brown, Iris o Notes of Scandal, su trabajo en Asesinato en el Orient Express
no será el que quede en su obituario. Pero Dench no piensa en esas
cosas. “Solo pienso en la suerte que tengo. En lo increíblemente
agradecida que estoy de que me ofrezcan trabajo”, asegura.
Dench ha hecho famosos otros tatuajes más perecederos. El
que decía 007 en su espalda trazado con cristales de Swarovski para uno
de los estrenos de James Bond, saga en la que inmortalizó una nueva M. Y
ese que se maquilló en el trasero como si fuera real para expresarle su
agradecimiento a Harvey Weinstein, el hombre que apostó por su carrera. Nada más conocerse las denuncias sexuales contra el magnate de Hollywood,
la británica dejó claro su “horror” ante los abusos cometidos por el
que un día llamó su amigo y no quiere hablar más de ello. “Hay veces en
las que tienes que lidiar con bullies”, es lo único que añade con pesar Su vida tiene otro tono. Para lo gamberra que aparenta ser, Dench lleva
una vida muy organizada. Diez minutos de paseo todos los días. “A paso
ligero, tengo poco de perezosa”, afirma. También a diario aprende una
nueva palabra. La de hoy: “Anatidafobia o miedo irracional a que te mire
un pato”, se ríe. Los martes pinta como lo hicieron su padre, su tío y
sus hermanos. Le da igual estar perdiendo visión. “Lo hago por mí, no
para que nadie lo vea. Es algo que me da placer”, admite. Y el placer es
fundamental para alguien como ella, que no disfruta especialmente de su
propia compañía. Casada durante tres décadas con el también actor
Michael Williams hasta su muerte, la actriz no oculta la felicidad que ha vuelto a encontrar junto a David Mills,
un naturalista ocho años más joven que ella. Dench no juzga, ni a sus
personajes ni a ella misma. “No pienso en cuestión de edad”, apostilla
riéndose de nuevo. “Un amigo —como prefiere describir a su compañero— no
es más que alguien que está ahí. Y ya te digo, yo no soy mi mejor
compañía. Si estuviera sola sin hacer nada me aburriría soberanamente”.
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