El obsequio fue fruto de un malentendido, ya que al conductor del programa le habían informado erróneamente de que las coleccionaba.
Me la entregó, pues, con gran ceremonia, delante del público del plató, pero también, claro, frente a quienes nos veían desde sus casas.
Por educación, aunque internamente abochornado, fingí asombro y gratitud y regresé al hotel con el estuche, que tenía forma de sombrerera ovalada, debajo del brazo.
Ya en mi habitación, volví a abrirlo y observé con creciente fascinación a la Barbie cuyo pelo, muy abundante, se hallaba parcialmente cubierto por una pamela de mujer fatal.
Llevaba una blusa negra y una falda azul, de las de tubo, por debajo de cuyo borde asomaban unas piernas larguísimas enfundadas en unas medias de malla.
Sus ojos, protegidos por unas pestañas abundantes, miraban al vacío en actitud soñadora.
Creo que se dedicaba al estilismo, pero no estoy seguro.
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