Fernando Navarro
El cantante estadounidense, uno de los grandes pioneros de la música popular, fallece a los 90 años.
Si dentro de un milenio llegasen los extraterrestres a la Tierra, necesitarían ver una pirámide para saber qué fue la cultura egipcia, la Mona Lisa para apreciar el valor de la pintura, aventurarse en El Quijote o Hamlet para explicarse el acontecimiento de la literatura o recrearse en la Novena Sinfonía de Beethoven para conocer la magia de la música clásica.
A esos mismos alienígenas les bastaría el explosivo riff de ‘Johnny B. Goode’ para saber qué fue el rock’n’roll, ese sonido liberador, electrizante, que puso patas arriba al mundo occidental a mediados del siglo XX.
Los agentes del servicio de emergencias recibieron una alerta por una emergencia sanitaria a las 12.40 hora local (las 18.40 hora peninsular española) en la calle Buckner y al llegar a la casa hallaron a un hombre inconsciente.
Intentaron reanimarlo pero no pudieron hacer nada por su vida. Su muerte fue certificada a las 13.26 hora local (19.26 hora en la España peninsular).
Un rato después confirmaron la noticia en Facebook.
Más que el mismísimo Elvis Presley, fue este músico, nacido en St. Louis, quien inventó el lenguaje del rock’n’roll.
Bajo una sutil y vibrante base de rhythm and blues, Berry desarrolló un idioma excitante y fresco que, allá por 1955 en la puritana Norteamérica de Eisenhower, sonaba como si viniese de otro planeta.
Era enérgico, sexual, moderno, imparable.
Era el rock’n’roll, que, junto a otros grandes pioneros norteamericanos, dio forma y sentido a partir de sus primeras grabaciones en Chicago en el sello Chess Records, al que acudió por recomendación de Muddy Waters.
No guardaba el poder seductor ni visceral de Little Richard, ni el ritmo endiablado de Fats Domino, ni el toque primitivo de Bo Diddley, ni el magnetismo ni la voz llena de alma de Elvis Presley, pero en ‘Maybellene’ o ‘Roll Over Beethoven’ se edificó todo el canon futuro del rock’n’roll, una música juvenil –con la paradoja de que Berry era el mayor de aquella gloriosa pandilla de padres fundadores - pilotada desde la importancia capital de la guitarra eléctrica.
A diferencia de muchos coetáneos, componía y cantaba su propio material, que luego defendía en actuaciones trepidantes llenas de espectáculo.
Con su voz edulcorada y clarividente que emulaba a la de su ídolo Nat King Cole, incorporó en sus conciertos gestos y movimientos nunca vistos sobre un escenario, haciendo célebre el conocido duckwalk (baile del pato), que terminaría por convertirse en el baile más icónico del rock’n’roll imitado por decenas de artistas.
De adolescente, cultivó una gran afición por la fotografía, algo que de alguna manera le sirvió para desarrollar una lírica de potentes imágenes.
Sus canciones estaban plagadas de coches, chicas y carreteras. Eran como fotografías sociales llenas de ritmo, que crearon todo el universo lírico del rock’n’roll.
Todas estas cualidades, impulsadas por su carácter arrollador, sirvieron para que consiguiese los primeros éxitos del rock’n’roll, un estilo subterráneo que terminó por transformar a la sociedad estadounidense y, posteriormente, a la británica. Incluso tenía aires de estrella problemática y pasó por segunda vez por la cárcel bajo las acusaciones de prostituir a una menor.
Su catálogo en Chess Records entre 1955 y 1965 es digno de estudio, pero también su paso por Mercury con álbumes como From St. Louie to Frisco.
Durante años vivió de la nostalgia de su nombre escrito con letras de oro en la historia de la música popular y de los homenajes que recibía de todas las generaciones.
Su último trabajo en estudio data de 1979 pero, a finales del 2016, anunció su primer disco con material inédito, que hacía coincidir con su 90 cumpleaños.
Este álbum de estudio, llamado Chuck, está previsto que salga este año y está compuesto por nuevas canciones originales escritas, grabadas y producidas por él mismo.
Sobre sus incisivos riffs y sus letras se levantó todo un mundo, el fascinante mundo del rock.
Bob Dylan le admiraba, los Beatles lo versionaron en su segundo disco, los Rolling Stones –y especialmente Keith Richards- no existirían sin él, Bruce Springsteen siempre le tuvo como referencia compositiva, Led Zeppelin o AC/DC le citaban en su santoral… y así hasta nuestros días, cuando un ejército de bandas y músicos todavía intenta conseguir un himno tan irrepetible, tan lleno de futuro pese a que representa el sonido de otra época ya extinta, como es Johnny B. Goode.
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