La intérprete, según cuenta, siempre anda a la búsqueda de personajes femeninos.
Escasos en una industria en la que los roles y el punto de vista suelen ser masculinos.
Cuando conoció a la inspectora Salazar, mujer dura e intuitiva, enseguida quiso ser ella.
Se interesó por los derechos cinematográficos de la trilogía. Descubrió que estaban en manos de un productor alemán, el mismo que había adquirido la saga Millennium, de Stieg Larsson.
Mala suerte: todo indicaba que acabaría convirtiéndose en una película extranjera, quizá estadounidense.
No ocurrió así. Redondo invitó al alemán a pasar unos días en Navarra, y ahí le arrancó la promesa de rodar en Elizondo, la localidad real donde transcurren sus novelas.
Y comenzó a girar la rueda cinematográfica.
El director Fernando González Molina tomó las riendas del proyecto.
Y la película El guardián invisible llega el viernes a los cines.
“Un thriller femenino, la historia de un matriarcado”, lo define el realizador.
Antes de rodar, la autora le transmitió una obsesión: “Respetar la esencia del personaje”.
Y Etura, añade González Molina, encajaba a la perfección: “Tiene exactamente los ingredientes de Amaia.
Es del norte. Sobria, contundente, firme.
Y a la vez emocional y de corazón frágil”.
El primer encuentro entre las dos mujeres sucedió en una iglesia. La escritora observaba a la actriz desde el combo del director.
Se rodaba una escena sin diálogos, durante un funeral.
La intérprete debía mostrar el peso de una investigación de crímenes encadenados sobre su espalda.
El realizador le había colocado sus manos en los hombros, oprimiéndola con fuerza para explicitar la carga: ha muerto otra niña asesinada; el pueblo espera una respuesta; el tiempo se agota; el valle, la familia, la lluvia, los recuerdos de una infancia aterradora; todo concentrado en una mirada.
Según recuerda la escritora, enseguida se produjo la magia: “De pronto vi a mi personaje.
No importaban los detalles, si era rubia o morena. Sino la emotividad. Ese poso interior”.
Al otro lado de la cámara la presión era auténtica. En palabras de la intérprete: “¡Tenía al director y a la autora observando!”.
El rodaje fue duro. Dos meses en Elizondo.
Etura trabajó casi cada día. A menudo bajo la lluvia.
En la ficción, su alter ego persigue con extenuación, además de a un asesino, un embarazo que no llega.
En el mundo real, la actriz ha tenido al bebé hace tres semanas.
Y, de pronto, en la suite, gira la cabeza alertada por el lloro.
Ha traído a la recién nacida con ella.
Redondo menciona cierta magia presente en el valle donde ubicó sus novelas.
Y añade una idea central en esta historia de crímenes y mujeres: “Maternidad”.
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