Un italiano de 40 años murió ayer en una clínica de Suiza y denunció en sus últimas palabras el exilio al que tuvo que someterse para terminar con su calvario.
Fabiano Antoniani, conocido como Dj Fabo, perdió el control
de su vehículo la madrugada del 13 de junio cuando volvía de una sesión
en un club milanés.
El impacto le dejó tetrapléjico y ciego.
Pero pocos días después, comenzó una lucha política y mediática para poder morir dignamente en Italia
. Intentó de todo y convirtió su batalla en una cuestión nacional. Pero agotadas las posibilidades, cruzó los Alpes el domingo con su pareja, su madre y un tercer acompañante hasta llegar a Zúrich, donde ingresó en la clínica que le ayudó a morir ayer a las 11.40.
En sus últimas palabras criticó duramente el exilio al que le había obligado la legislación italiana para termianr con su sufrimiento.
Su caso se ha convertido ahora en un asunto de estado que reabre el debate sobre el suicido asistido y la eutanasia en Italia, intermitentemente agitado en un país profundamente influenciado por los valores católicos y que nunca ha encontrado una respuesta clara a las demandas de los italianos, que en esto también se encuentran profundamente divididos.
Italia ya tuvo que afrontar la cuestión en 2009 con el caso de Eluana Englaro, una mujer que llevaba 17 años en coma hasta que su familia logró que la justicia interrumpiese su alimentación artificial.
Todo ello a pesar de una intensa campaña del Vaticano y de Gobierno de Silvio Berlusconi en sentido opuesto.
Pese a todo, como se ha encargado de recordar hoy su padre, aquel caso era algo distinto.
Fabiano Antoniani necesitaba un suicidio asistido, porque no podía moverse.
Meses después de su accidente contactó con el Partido Radical para empezar su campaña y poder así liberarse de los dolores y de la "larga noche" en la que vivía.
En enero, después del aplazamiento de la ley que tramitaba el Parlamento sobre el testamento biológico, mandó un videomensaje al presidente de la República, Sergio Matarella, para que interviniese.
No logró absolutamente nada y el 26 de febrero le pidió a Marco Cappato, dirigente del Partido Radical, que le acompañase hasta Suiza para llevar a cabo su suicidio asistido.
Esta fue la última parte de la historia que ha terminado hoy con el propio Cappato autodenunciándose ante la policía.
En una entrevista con la Repubblica, Cappato, que también pertenece a la Associazione Coscioni, una organización que promueve la libertad en la investigación científica y defiende el derecho a la muerte digna, explica que Fabo le pidió que le acompañase a Suiza.
“Me contactó porque no quería que su madre o su novia, Valeria, se arriesgasen a 12 años de cárcel por ayudarlo a salir de la jaula en la que se había convertido su vida.
La ley prevé de 5 a 12 años”, ha señalado.
En realidad, la justicia italiana tiene ahora la opción de dejar pasar el tema y seguir permitiendo que aquellos que tienen dinero se vayan a Suiza a morir (en 2016 fueron unos 50 italianos los que optaron por un proceso que cuesta unos 10.000 euros) o abrir un proceso que pondría en la primera página informativa la cuestión de la eutanasia.
Justamente lo que quieren todas las asociaciones que la defienden.
Un asunto con aproximaciones diametralmente opuestas en los países de la Unión Europea, que tienen la potestad de decidir por sí mismos.
Se encuentran en las antípodas los ejemplos de países como Irlanda, donde la legislación castiga con hasta 14 años de cárcel a quien practique la eutanasia, a Bélgica, donde se puede ayudar a morir hasta a los niños siempre que se justifique con los protocolos oportunos.
En su último mensaje Fabo cargó contra Italia y agradeció la ayuda prestada por Cappato: “Finalmente, he llegado a Suiza y lo he hecho, lamentablemente, con mis propias fuerzas y no con la ayuda de mi estado.
Quiero agradecer a una persona que ha sido capaz de sacarme de este infierno de dolor, de dolor, de dolor.
Se llama Marco Cappato y se lo agradeceré hasta la muerte”.
El impacto le dejó tetrapléjico y ciego.
Pero pocos días después, comenzó una lucha política y mediática para poder morir dignamente en Italia
. Intentó de todo y convirtió su batalla en una cuestión nacional. Pero agotadas las posibilidades, cruzó los Alpes el domingo con su pareja, su madre y un tercer acompañante hasta llegar a Zúrich, donde ingresó en la clínica que le ayudó a morir ayer a las 11.40.
En sus últimas palabras criticó duramente el exilio al que le había obligado la legislación italiana para termianr con su sufrimiento.
Su caso se ha convertido ahora en un asunto de estado que reabre el debate sobre el suicido asistido y la eutanasia en Italia, intermitentemente agitado en un país profundamente influenciado por los valores católicos y que nunca ha encontrado una respuesta clara a las demandas de los italianos, que en esto también se encuentran profundamente divididos.
Italia ya tuvo que afrontar la cuestión en 2009 con el caso de Eluana Englaro, una mujer que llevaba 17 años en coma hasta que su familia logró que la justicia interrumpiese su alimentación artificial.
Todo ello a pesar de una intensa campaña del Vaticano y de Gobierno de Silvio Berlusconi en sentido opuesto.
Pese a todo, como se ha encargado de recordar hoy su padre, aquel caso era algo distinto.
Fabiano Antoniani necesitaba un suicidio asistido, porque no podía moverse.
Meses después de su accidente contactó con el Partido Radical para empezar su campaña y poder así liberarse de los dolores y de la "larga noche" en la que vivía.
En enero, después del aplazamiento de la ley que tramitaba el Parlamento sobre el testamento biológico, mandó un videomensaje al presidente de la República, Sergio Matarella, para que interviniese.
No logró absolutamente nada y el 26 de febrero le pidió a Marco Cappato, dirigente del Partido Radical, que le acompañase hasta Suiza para llevar a cabo su suicidio asistido.
Esta fue la última parte de la historia que ha terminado hoy con el propio Cappato autodenunciándose ante la policía.
En una entrevista con la Repubblica, Cappato, que también pertenece a la Associazione Coscioni, una organización que promueve la libertad en la investigación científica y defiende el derecho a la muerte digna, explica que Fabo le pidió que le acompañase a Suiza.
“Me contactó porque no quería que su madre o su novia, Valeria, se arriesgasen a 12 años de cárcel por ayudarlo a salir de la jaula en la que se había convertido su vida.
La ley prevé de 5 a 12 años”, ha señalado.
En realidad, la justicia italiana tiene ahora la opción de dejar pasar el tema y seguir permitiendo que aquellos que tienen dinero se vayan a Suiza a morir (en 2016 fueron unos 50 italianos los que optaron por un proceso que cuesta unos 10.000 euros) o abrir un proceso que pondría en la primera página informativa la cuestión de la eutanasia.
Justamente lo que quieren todas las asociaciones que la defienden.
Un asunto con aproximaciones diametralmente opuestas en los países de la Unión Europea, que tienen la potestad de decidir por sí mismos.
Se encuentran en las antípodas los ejemplos de países como Irlanda, donde la legislación castiga con hasta 14 años de cárcel a quien practique la eutanasia, a Bélgica, donde se puede ayudar a morir hasta a los niños siempre que se justifique con los protocolos oportunos.
En su último mensaje Fabo cargó contra Italia y agradeció la ayuda prestada por Cappato: “Finalmente, he llegado a Suiza y lo he hecho, lamentablemente, con mis propias fuerzas y no con la ayuda de mi estado.
Quiero agradecer a una persona que ha sido capaz de sacarme de este infierno de dolor, de dolor, de dolor.
Se llama Marco Cappato y se lo agradeceré hasta la muerte”.
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