Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

18 mar 2017

Eros y Tánatos. Un viaje en tranvía..................... por Mireya Hernández........

Tennessee Williams y Elia Kazan, ca. 1967. Foto: Cordon.
La vida es imposible sin ilusiones (Ortega y Gasset).

Un tranvía llega a Nueva Orleans envuelto en bruma, ilusiones, cartas de póquer, locura y vodka. 
De fondo suena la «Varsoviana». 
Queda al descubierto un escenario en blanco y negro semiiluminado. Se respira tensión.
Thomas Lanier Williams III, rebautizado como Tennessee Williams, observó la sociedad del sur de Estados Unidos durante la posguerra y la representó con realismo, mostrando su decadencia mediante personajes desarraigados, psicópatas, degenerados, dementes, morbosos, masoquistas, caníbales, alcohólicos, drogadictos, lesbianas, prostitutas y homosexuales disimulados, freaks y outcasts de la época que ilustraban las contradicciones del mítico y trágico sur americano.
 Su creador fue también su alter ego
 Tennessee vivió en un mundo en crisis permanente.
 Las tensiones de su entorno se unen en su historia personal y en su obra literaria.
 Nació en 1911 en Columbus, Mississippi, hijo de madre cuáquera y nieto de pastor episcopal.
 Su padre era alcohólico y su hermana se quedó esquizofrénica tras una operación, lo que le marcó fuertemente para el resto de su vida.
Si su infancia y adolescencia terminaron, en palabras de T. S. Eliot, «Not with a boom but with a whimper» («No con una explosión sino con un lamento»), su vida acabó trágicamente entre ginebra y pastillas en una habitación de hotel.
 Murió solo, igual que había vivido.
 «El tema principal de cuanto he escrito es la aflicción de una soledad que me persigue como una sombra agobiante, demasiado pesada para arrastrarla de continuo a lo largo de todos mis días y mis noches», confesaría en 1975 en sus memorias.
Todo lo que aparece en su obra formó parte de su vida. 
Él mismo fue un iluso, un desarraigado, un alcohólico, un drogadicto, un enfermo, un frustrado y un hombre abrumado por un tremendo complejo de culpa debido a su homosexualidad. 
Se enfrentó con la sociedad puritana en que vivía, creó un universo propio y pasó mucho tiempo sumido en una depresión.
Odió primero lo que amó después, y no fue capaz de deshacerse del lastre de su historia y del cartel que le colgaron cuando entró en el olimpo de la fama. 
La sociedad que le vitoreó en sus comienzos le tachó de «narcisista» (Raymond Rosenthal), «falto de talento» (el crítico Walter Kerr) y «ventrílocuo» (su biógrafo Alan Brien) en sus últimos años.
 Solo su amigo y compañero de oficio Arthur Miller le supo comprender, y tras su muerte en 1985 proclamó: «Mientras haya actores en el mundo, las obras de Tennessee Williams vivirán.
 El autocrático poder del gusto veleidoso no importará en su caso; su textura, sus personajes, su personalidad dramática son únicos y están firmemente asentados en el panorama teatral de este siglo como las estrellas en el cielo».
La extraña enfermedad que le afectó al corazón de niño y la enorme influencia de su hermana y su madre le convirtieron en una persona extremadamente sensible que supo retratar como pocos el deseo y la ilusión que radican en lo más profundo del ser humano.
 Por desgracia, dicho deseo siempre fracasa antes de llegar a su plenitud.
Esta frustración tiene su origen en la presión y en la represión del individuo en la sociedad en la que vive.
 Cada ser humano se enfrenta al problema de su existencia preguntándose inútilmente quién es y para qué está en el mundo, y atormentándose con una respuesta vacía o llena de interrogantes. Este yo frágil, sabedor de su soledad y de su nimiedad, se ve obligado a trasmitir a la sociedad imperante una imagen determinada de sí mismo.
Los códigos morales, la cultura, la religión, las apariencias, separan al yo del otro y los enfrentan sin posibilidad de diálogo, evidenciando su fragilidad.
 Pero en el hombre hay una necesidad de existir de forma personal en el mundo, de hacerse un hueco seguro y estable en un espacio de verdad y sinceridad, de enfrentarse a la propia fragilidad y a la solidez de los estereotipos sociales.
Aquí situamos la sexualidad exagerada de los personajes de Williams, que se oponen claramente al mundo que les rodea por su sensibilidad peculiar (Blanche), su psicología (Stella) o sus tendencias sexuales socialmente inaceptadas (Allan, Skipper, Brick), y resultan extravagantes con respecto al canon de comportamiento humano.
 «Fue esa combinación de puritano y caballero que corre en mi sangre la que explica los conflictivos impulsos de mis protagonistas», diría Williams.
Pero estos personajes, como veremos más adelante al hablar de Blanche, no afrontan realmente su situación ni vencen las circunstancias sociales adversas, sino que acaban de forma trágica o refugiados en un mundo de ilusión que supone una trampa de donde es difícil escapar.
 Una prueba de la semejanza entre el dramaturgo y sus personajes es este testimonio de Tennessee Williams que parece sacado de la boca de Blanche DuBois: «A la edad de catorce años descubrí que escribir me servía para escapar del mundo real en el que me sentía profundamente incómodo. 
Muy pronto se convirtió para mí en un lugar de retiro, en mi cueva, en mi refugio».

Williams nunca superó el dolor por la lobotomía que le practicaron en 1943 a su hermana Rose, a la que tanto quería y que sirvió como modelo para muchos de sus personajes femeninos. 
«Mi obra es emocionalmente autobiográfica. No tiene relaciones con hechos verdaderos de mi vida.
 Cuando uno pasa por un periodo desdichado no tiene otro refugio que la escritura», confesó.
 Los rasgos de su hermana subyacen en la joven Laura de El zoo de cristal, su primer gran éxito, que busca refugio en el mundo fantástico de su colección de animales de cristal; en Blanche de Un tranvía llamado Deseo, en Hannah de La noche de la iguana y en Alma Winemiller de Verano y humo.

En la última escena de Un tranvía llamado Deseo, Blanche sale del baño —claro símbolo de su empeño por limpiar su pasado— convencida de que el millonario Shep Huntleigh, su liberador y procurador imaginario, va a rescatarla de su prisión en el apartamento de los Kowalski en Nueva Orleans. 
Se da cuenta más tarde de que ha perdido el control de la realidad, de que paradójicamente, cuando mejor está y habla con más cordura, más loca la consideran.
 El que aparece finalmente para llevársela es el médico de un manicomio, y no su soñado príncipe azul.
La incapacidad de la fantasía para vencer a la realidad es uno de los temas más importantes de Un tranvía llamado Deseo
 Aunque su protagonista es la romántica Blanche DuBois, la obra, estrenada en Broadway en 1947, es un trabajo de realismo social. Blanche le explica a Mitch que miente porque se niega a aceptar su destino. 
 Mintiéndose a sí misma y a los demás consigue ver la realidad como debería ser en lugar de como es: «No quiero realismo. Quiero… ¡magia! […] ¡Sí, sí, magia! 
Trato de darle eso a la gente. Le tergiverso las cosas. No le digo la verdad.
 Le digo lo que debiera ser la verdad. 
¡Y si eso es un pecado, que me condenen por él! ¡No encienda la luz!».
Stanley, el marido de Stella (la hermana menor de Blanche) es un hombre práctico con los pies en la tierra.
 Su brutalidad, su crueldad, su falta de ideales y de imaginación, su impaciencia con las distorsiones de su cuñada, provocan que descubra todo su pasado oscuro ante su mujer y sus vecinos y amigos, lo que actúa como catalizador de la tragedia final.
 La relación antagónica entre ambos es la lucha, imprescindible en un drama williamsiano, entre las apariencias y la realidad, que origina un ambiente de tensión desde el momento en que se conocen hasta su forzosa separación.

Para dramatizar esta pugna entre realidad e ilusión, Williams explora la barrera que hay entre el exterior y el interior.
 La obra tiene lugar en el apartamento de dos habitaciones de los Kowalski y la calle que lo rodea.
 De este modo, el espectador ve al mismo tiempo lo que sucede dentro y fuera de la casa, con lo que esta deja de ser un santuario doméstico.
 El apartamento no es un mundo definido. Los personajes entran y salen llevando con ellos sus problemas.
 Es el caso de Blanche, que no deja sus prejuicios hacia la clase trabajadora en la puerta, sino que traspasa el umbral con ellos.
Este efecto se ve más claramente en el instante previo a la violación de Blanche por Stanley, cuando la pared del fondo del apartamento se vuelve transparente para mostrar al espectador la pelea callejera entre una prostituta y un viandante que anticipa lo que va a ocurrir en casa de los Kowalski.
 Los ruidos discordantes y los gritos nos preparan para asistir al comienzo del fin de Blanche y ver su descenso a la locura; y dramatizan su crisis nerviosa y su pérdida de contacto con el mundo. 
Si originalmente coloreaba la realidad a su antojo, en este punto la ignora por completo y ya no sabe lo que va a ser de ella.
 Ha tocado fondo pero no hay posibilidad de subir.

El refugio de Blanche en sus fantasías privadas le permite aislarse de la sociedad que la oprime y protegerse de los duros golpes que asesta la vida.
 Su locura aumenta cuando se encierra totalmente en sí misma, dejando atrás el mundo objetivo para evitar aceptar la cruda verdad. Aun así, para escapar totalmente, debe percibir el mundo exterior como el que imagina en su mente.
Un tranvía llamado Deseo, 1951. Imagen Warner Bros.
Es una idea que aparece en El zoo de cristal: «Traigo trucos en el bolsillo y cosas bajo la manga, pero soy todo lo contrario de un prestidigitador común: este les ofrece la ilusión con la apariencia de la realidad.
 Yo en cambio, les traigo la realidad bajo las tenues apariencias de la ilusión».
La barrera entre fantasía y realidad en el teatro de Williams es transparente.
 La falsa felicidad de la antiheroína al final de la obra nos permite afirmar que la fantasía es una fuerza vital en juego en toda experiencia humana, pese al inevitable triunfo de la realidad.
Blanche teme decir su edad y mostrarse a los demás a plena luz, especialmente ante su pretendiente, Mitch.
 Si evita la luz es para que nadie vea que su belleza se está marchitando, que ya no es la jovencita de Mississippi que encandilaba a los hombres con solo mirarlos.
 La luz representa el pasado de Blanche, en el que fue muy feliz antes de que el juego se pusiera en su contra.
 Ya fuera del pasado, en su presente que remite y donde no hay marcha atrás, se obsesiona con los fantasmas de lo que ha perdido: su primer y único amor, su meta en la vida, su dignidad y el carácter aristócrata de sus antepasados.
Para que no la vean como realmente es, no sale a la calle a menos que sea de noche y dentro del apartamento cubre las bombillas con un papel chino.
 Su incapacidad para tolerar la luz evidencia que su contacto con la realidad está rozando su final. 
En la escena sexta le confiesa a Mitch que estar enamorada de su marido, Allan Grey, era como ver el mundo a plena luz. 
Desde el suicidio de este, la luz potente se ha ido debilitando, como cuando una bombilla está a punto de fundirse, y su destello llega a ser muy tenue en sus affaires con otros hombres.
 Al ver solo el reflejo de algo que ya no existe y que en otro tiempo fue su vida, busca el consuelo y el olvido en la oscuridad. 
La luz simboliza, por tanto, su inocencia sexual, mientras que la penumbra simboliza su madurez sexual y su desilusión.
 La luz es a la vida lo que la oscuridad es a la muerte.

La homosexualidad en la obra de Tennessee Williams está sumamente influenciada por el psicoanálisis de Freud y por la relación de sus personajes con el armario como discurso de resistencia a las normas que potencia y radicaliza las diferencias. En sus Reflexiones sobre el teatro norteamericano, Williams opina que «el teatro ha conseguido grandes avances artísticos en nuestra época gracias a la apertura, iluminación y ventilación de los armarios, los áticos y los sótanos de la conducta y la experiencia humanas».
En las obras de Williams, la homosexualidad ya no es «el amor que no se atreve a decir su nombre», sino que se ha convertido en un secreto a voces. 
Si bien es cierto que en los diálogos de sus personajes se deduce cierta homofobia, es normal si tenemos en cuenta la época (maccarthismo = derecha moral) y los lugares donde estrenaba sus obras (Hollywood y Broadway), en los que la censura era implacable.
 En su prólogo a ¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Albee, Alberto Mira expone: «La homofobia de los críticos de Broadway no se limitaba al rechazo de la homosexualidad sino que la reinterpretaba en términos de abyección. 
Si un autor gay hablaba de la homosexualidad, se le acusaba de traspasar los límites del buen gusto.
 Si el dramaturgo gay no presentaba la homosexualidad en el lenguaje institucional se le achacaba el ocultar significantes ocultos en sus textos».

Otro símbolo de la pérdida de la inocencia de Blanche es la «Varsoviana», que suena en el último momento en que esta ve a su marido con vida. Momentos antes lo descubre en la cama con otro hombre, pero esa noche deciden salir fingiendo que nada ha cambiado.
 En mitad de la polca, la protagonista le dice a Allan que le da asco. Él sale corriendo y se pega un tiro en la sien.
 Cada vez que Blanche siente remordimientos por la muerte de su marido, se oye la «Varsoviana»:
Negras tormentas agitan los aires,
nubes oscuras nos impiden ver,
aunque nos despierte el dolor y la muerte
contra el enemigo nos manda el deber.
A partir del momento en que le cuenta a Mitch su historia, la polca suena con más frecuencia. 
Blanche asegura que solo deja de sonar cuando oye el sonido de un disparo en su cabeza. El detonador del deterioro mental de Blanche es por tanto el suicidio de su querido marido homosexual.


Tennessee Williams en el plató de Piel de serpiente, 1959. Foto: Cordon.
Tennessee Williams nunca ocultó su condición sexual, pero sí temía que en un futuro le olvidaran o le recordaran solo como «un célebre dramaturgo homosexual». 
Igual que murió él de forma trágica, sus personajes gais mueren porque no pueden hacer frente a un mundo donde su sexualidad no está aceptada y son incapaces de vivirla con franqueza.
 En las adaptaciones al cine ni siquiera aparecen, y no se especifica que sean homosexuales, sino que se les reconoce con nombres como «esteta», «débil» o «sensible». 
Así, vemos a Allan, que se suicida al ser descubierto por Blanche y al darse cuenta de que entre su reina, su estrella, la diva por antonomasia que es su mujer, y él es imposible una relación. Tennessee quiere ser Blanche y también Allan por poseerla
. Pero la esquizofrenia, la locura y la tragedia impedirán que se hagan realidad los sueños del artista y de sus personajes.

Un tranvía llamado Deseo, 1951. Imagen Warner Bros.

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