La novelista reflexiona sobre el tiempo (“que corra: es consolador que las cosas pasen”) y el mal: “Cuando hay explicación consuela. El gratuito estremece”
Madrid
¿Qué hacen hoy en la Academia?
Hablar de vicio.
A ver.
Estudiaremos términos relacionados con
la palabra 'vicio'.
De qué manera se está utilizando y cómo funciona en
las definiciones.
Hay palabras que tienen una connotación moral y ha de
saberse si siguen con esa connotación o no.
'Vicio' tiene connotación, y
habrá que limpiarla de esa carga condenatoria.
Podemos decir que esta
mesa tiene el vicio de caerse.
Pero cuando es personal, la palabra
implica una condena.
Dijo hace diez años que no volvería a la juventud “ni loca”.
Ni a la juventud, ni a la infancia ni a nada. Ni al día de ayer. ¡Por favor, ni hablar!
El primer amor.
El primer amor, ¡qué horror! Fue muy
bonito, ojo, pero qué horror. El tiempo es una liberación. Que corra.
Imagínate que se para: sería espantoso. Es consolador que las cosas
pasen.
Se queda gente en el camino. Que se extraña luego.
Pero mira: el tiempo te presenta otras
cosas.
No te aparta a los muertos pero trae al primer plano otras
emociones que antes estaban ocupadas. La muerte es inaceptable.
La de los demás.
Seguro. A mí me tocará, me iré y adiós
muy buenas. Pediría que no me lloraran mucho, porque es tremendo pensar
que vas a causar dolor a los que quieres.
¿A usted le da miedo?
Ni lo pienso. ¡Cómo se va a vivir
pensando en la muerte! Eso lo hacen los que se dedican a la meditación
profunda. A mí me preocupa la enfermedad. Con el dolor sí que se puede
vivir: eso es terrible.
Se fue de casa muy pronto.
Más bien me casé muy pronto.
Para huir del hogar, del ambiente que había allí, aquello era fundamental.
También ha huido de camarillas literarias.
Es agotador. Ese
plural, ¿te das cuenta? Jamás me he sentido parte de un grupo.
Cuando
alguien dice: “Es que nosotros” y levanto la cabeza y lo veo solo. ¿Pero
a quién se refiere? Y se dirigen a ti con el plural: “Es que vosotros”,
que tienes que mirar para atrás por si encabezas algo.
Cuando su amigo Michi Panero murió,
escribió en EL PAÍS: “¿Por qué perdimos la felicidad?, ¿por qué la gente
es tan mala, mala en lo pequeño, mala de una forma absurda, mala como
para dejar caer unas malas palabras sobre ti, mala como para querer
causarte, cuando ya apenas te queda nada, un poco de daño?”.
Descubrí que hay gente así.
No se
justifica el mal cuando el que lo hace busca un beneficio, pero es que a
veces ni eso. El gratuito estremece más. La explicación consuela.
¿A qué se dedicaban sus padres?
Mi padre era químico,
trabajaba en una fábrica de destilados.
Mi madre ama de casa. Cáotica,
desordenada: era genial, perdía cosas todo el rato.
Había un punto de
libertad que le daba el desorden. Me enseñó mucho mi madre, más de lo
que pudo ella imaginar.
Fue la mediana de tres hermanas.
La mayor de dos años más, yo y la
pequeña nueve menos. Yo jugaba mucho sola. Con recortables y esas cosas.
Y fabulaba, claro. Cuando juegas sola fabulas, te inventas compañías.
Eso sí: cuando nació la pequeña la amadriné completamente. Mis padres
siempre nos inculcaron a las tres que teníamos que ganarnos la vida.
No esa cosa franquista de “teneis que casaros bien”.
Yo eso en casa no lo he oído nunca. Pero a mi alrededor bastante. Mis padres para nosotras querían estudios, no maridos.
Se casó enamorada.
Desesperada tenía que estar para que a los 20 años no me enamorase.
¿Cómo fue?
Tomando un vino en la barra de un bar. Me parece imposible no enamorarse tomando un vino en la barra.
Dio tumbos estudiando.
Ya empecé mal yéndome a ciencias con 14
años. ¿Por qué? Yo qué sé. Las monjas me metieron en la cabeza que era
buena en matemáticas y me hizo ilusión. Después de pasar por Políticas y
Económicas. Acabé en California estudiando Literatura Española.
¿Cómo era?
¿California a principios de los 70? The Doors.
¿Probó drogas?
He sido cauta.
Más que nada porque
estaba embarazada, sino no sé qué hubiera sido de mí. Mis hijos me han
hecho ser más responsable de lo que hubiera sido. Tenía que protegerlos
de mis propias tendencias.
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