Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
2 ene 2017
Retrato de San Petersburgo sin la URSS
Un grupo de chicas posa ante la iglesia de la Resurrección de Cristo. / Carma Casulá
Nada más caer la Unión Soviética, hace ahora un cuarto de siglo, San
Petersburgo abandonó su nombre de guerra, Leningrado.
Y con su antigua
denominación ha ido recuperando parte de su viejo esplendor.
La antigua
ciudad de los zares se despereza sin complejos y dice adiós a la
austeridad.
Una mirada personal sobre Peter, como la suelen llamar los
rusos.
PETER ES un proyecto personal que plantea un acercamiento a Rusia, a esta vieja nación asentada sobre la desmembrada Unión Soviética hace ahora 25 años.
Peter, o Piter, como llaman familiarmente sus ciudadanos a San
Petersburgo, Petrogrado o Leningrado, según el nombre que decidiesen las
autoridades, ha sido y es decisiva en la política y en la vida
intelectual del país.
La antigua capital imperial nacida por odio a
Moscú hace de bisagra con Europa.
Con la llegada de la perestroika,
las catedrales e iglesias que habían sido socializadas, abandonadas,
profanadas y utilizadas como almacenes, teatros, clubes de baile,
morgues y piscinas empezaron a recuperar su culto y el creciente poder
religioso.
En estos años se han llenado de alimentos las estanterías, de
coches las calles, equiparado el precio del transporte entre rusos y
extranjeros.
Llegaron las academias de idiomas, los hoteles, los hostels, la moda rusa, los malls, las franquicias o los seguros de vehículos y del hogar.
Tras años de abandono gubernamental,
está recuperando el viejo esplendor que la hizo famosa con el apoyo del
presidente ruso, Vladímir Putin, que nació en ella.
Y se ha acentuado
la brecha entre San Petersburgo y Moscú respecto al resto del país.
Este trabajo, realizado entre 2001 y 2015 y recogido en el libro Peter
(RM Verlag, 2016), tiene dos hilos conductores que se entrelazan y
complementan.
Uno está marcado por el recorrido de la ciudad y la vivencia de sus espacios,
el de ese centro monumental con aromas del viejo continente que
desborda belleza y riqueza.
Es el foco más turístico del país, al que
peregrinan casi con devoción los rusos, que convive con sus austeras
periferias soviéticas mezcladas con los nuevos bloques de la voraz
especulación urbanística.
El otro hilo es un trazado descrito por mis paradas.
Se adentra en otro mapa de la ciudad, el de la gente y sus hogares, el
de sus vidas, y las cuestiones que les interesan o preocupan. En aquello
por lo que sienten mayor apego.
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