Gustavo Dudamel dirige un desigual Concierto de Año Nuevo a la Filarmónica de Viena, tan vistoso como siempre aunque más serio de lo habitual.
. Lo ha mostrado con claridad Robert Neumüller en el documental emitido este año en el descanso del Concierto de Año Nuevo. Pero la Filarmónica de Viena tiene su propio enunciado.
Ellos lo hacen de una forma característicamente asimétrica.
Nada del habitual “un-dos-tres”, sino más bien “un-dooos-tres”, anticipando el segundo pulso y retrasando el tercero.
Un director que sepa exprimir musicalmente este detalle autóctono tiene asegurado el éxito al frente del Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena.
Ser o no vienés es lo de menos.
En el pasado lo asimilaron directores de fuera como Karajan o Kleiber, mientras que corría por las venas de Krauss y Boskovsky. Incluso el año pasado el letón Mariss Jansons dio una magnífica lección de cómo se “pronuncia” el vals.
El venezolano Gustavo Dudamel (Barquisimeto, 1981) dudó sobre la pronunciación correcta del nombre de la orquesta vienesa en alemán durante la tradicional felicitación del año previa al vals El bello Danubio azul.
Fue algo anecdótico,
pero también sintomático. En la primera parte costó mucho reconocer la
pasión y energía habitual en sus interpretaciones.
La condición de
director más joven que se ha subido al podio de este popular y mediático
concierto parece que le hizo mella.
A pesar de dirigir de memoria y con
su habitual elegancia de movimientos, se mostró algo desubicado en la
primera parte. Quedó claro en el bello vals Los patinadores, de Waldteufel, y fue todavía más evidente en La llamada infernal de Mefisto, de Johann Strauss
hijo, tan poco tenebroso como superficial en sus manos.
Por fortuna,
las polcas caminaron algo más desahogadas, aunque sin toda la chispa
necesaria.
Todo cambió en la segunda parte con la obertura de La dama de picas,
de Franz von Suppé.
Dudamel despertó su encanto personal.
Y fluyeron
detalles exquisitos en la dinámica y el fraseo.
Empezó a respirar con la
orquesta vienesa.
Siguieron varias piezas que no habían sido nunca
interpretadas en el Concierto de Año Nuevo, aunque Dudamel se mantuvo
mucho más proclive hacia las polcas, como Pepita y Cuadrilla Rotunde, de Johann Strauss hijo, o en La chica de Nasswald,
de su hermano Josef, que fue pura música de cámara donde se lucieron
los concertinos de la orquesta vienesa, Rainer Honeck y Albena
Danailova.
Entre los valses destacó en Los extravagantes, de
Johann hijo, donde la realización de Michael Beyer mostró planos de los
famosos caballos de raza lipizzana que forman parte de la Escuela
Española de Equitación.
Precisamente la segunda parte ganó en interés con las escenas de ballet,
la participación del coro y la inclusión de alguna de las tradicionales
bromas.
Muy vistosa la escena durante el vals ¡Vamos adentro! de la opereta El tesorero,
de Karl Michael Ziehrer, en la Hermesvilla como homenaje a la
emperatriz Sissi, pero todavía más natural y divertida la realizada en
directo en el Musikverein durante la polca ¡A bailar!, de Johann Strauss hijo, con seis jóvenes bailarines de la academia de Ballet de la Ópera Estatal vienesa
perseguidos por un acomodador.
Excelente la intervención del coro de la
Sociedad de Amigos de la Música de Viena en el homenaje al 175º
aniversario de la orquesta con el Coro de la luna de la ópera Las alegres comadres de Windsor,
de su fundador, Otto Nicolai.
Por su parte, las bromas casi brillaron
por su ausencia en esta edición.
Una de las pocas se produjo en La chica de Nasswald cuando al final Dudamel tocó un silbato para emular el canto de los pájaros.
Para terminar, la Filarmónica de Viena se adueñó de las propinas. El vals El bello Danubio azul lo tocaron como suelen por tradición. Y Dudamel se concentró en el público durante la popular Marcha Radetzky, que pocas veces se ha escuchado con un palmeo tan matizado.
En 2018 será Riccardo Muti quien se suba al podio del Concierto de Año Nuevo.
Será su quinta vez, tras 14 años de ausencia.
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