Para peor, dentro de un par de días cumplo años, de modo que cada principio de enero experimento la necesidad de hacer balance y reiniciar mi vida, rosamontero versión 20.17 Home Basic.
O, dicho de otro modo, me siento como una semilla aún aletargada por el frío en su cuna de tierra, pero que ya percibe la tensión de las nuevas ramas por brotar.
a lo largo de la vida, vamos alternando temores e ilusiones, dependiendo de cómo sople el viento
Pienso que a las personas nos sucede lo mismo y que, a lo largo de la vida, vamos alternando temores e ilusiones, dependiendo de cómo sople el viento.
Cabría suponer que, a medida que envejezcamos, iremos sintiendo un mayor recelo ante el futuro, pero quizá no ocurra así.
Puede que haya viejos que aprendan a vivir el presente, a desprenderse de los temores inútiles e instalarse en una gozosa ligereza.
Yo desde luego no he alcanzado ni por asomo ese nivel de sabiduría, de modo que oteo 2017 ambiguamente, con un ojo entusiasta y otro amedrentado.
Son deseos o propósitos modestos, personales, nada descomunal tipo la paz en el mundo o cosas así.
He aquí unos cuantos.
No verter, ni yo ni mi gente querida, una sola lágrima de dolor en todo 2017.
Los únicos llantos admitidos son de emoción o de risa.
Que no me rayen el coche, al que por fin, tras muchos años de abolladuras, he llevado al taller, y que está como nuevo.
Pero sobre todo deseo que, si me lo rayan, me importe un pimiento.
Dejar de desayunar de pie y a toda prisa.
Estar más calmada.
Sentarme a leer tranquilamente en mitad de la mañana sin sentirme culpable.
Acostarme y levantarme más pronto.
Empezar a arreglarme media hora antes para no acabar metiéndome el cepillo del rímel en el ojo por las prisas.
¡Aprender a perder el tiempo!
Vivir cada día como si fuera el último, porque, como dice Woody Allen en su más reciente película, algún día acertaré.
Intentar extraviar el móvil sólo dos o tres veces al día (en vez de seis o siete).
No dejar las gafas olvidadas dentro de la nevera cuando voy a sacar una botella de agua.
Comprender que la vida está compuesta también de malestar y no angustiarme ante los pequeños reveses.
Reírme más, sobre todo de mí misma.
Ya se sabe que no debemos darle tanta importancia a nuestros problemas: nadie más lo hace.
Vivir un par de amores eternos, de esos que duran tres o cuatro meses.
Chisporrotean y son emocionantes.
Pero conseguir, con generosidad y tesón, que alguno de esos amores eternos se haga más modesto y efímero, porque esas relaciones duran mucho más.
Que mi perra pequeña deje de comerse mis libros y mis zapatos favoritos.
Ver más a la gente que quiero, sobre todo a aquellas personas a las que estoy perdiendo.
Todos los años hay amigos que, sin motivo alguno, tan sólo por pereza o por trabajo, van desapareciendo en la lejanía como barquitos a la deriva.
Impedir que los engulla el horizonte.
Que mi perra pequeña deje de roer las patas de las sillas.
Ser más consciente de que lo único que existe es el aquí y el ahora, el momento justo que una está viviendo.
Intentar hacer cada día algo que esté fuera de la rutina, algo pequeño y propio, algo nuevo, al estilo de lo que contaba Ellen DeGeneres: “Mi abuela empezó a caminar cuatro kilómetros al día cuando tenía 60 años.
Ahora tiene 97 y no sabemos dónde demonios andará”.
Gozar de mi trabajo.
De las novelas, pero también de los artículos (no siempre lo he logrado: ha habido años de agonía). Sentirme libre y juguetona al escribir.
Incluso al redactar un artículo tan estrafalario como éste.
Feliz 2017, amigos.
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