La tendencia de Pablo Iglesias de decirle a los periodistas cómo deben ejercer su oficio tiene antecedentes.
La tendencia de Pablo Iglesias de decirle a los periodistas cómo deben ejercer su oficio, este modo suyo de intimidar a los profesionales para que se replieguen ante él y los suyos, tiene antecedentes.
En Venezuela, por ejemplo, y en Argentina.
Él dictó, con algunos de sus compañeros más apresurados en la mecánica de la reprimenda, la norma de que no se puede hablar de Venezuela aquí, pero él habló mucho de Venezuela, y también habló para Venezuela, y para repúblicas amigas.
Hasta que fue oportuno que no llorara por Hugo Chávez y dejó de decir Hugo antes de que dejara de decir Alexis o antes de que dejara de decir todos los nombres propios que antes no se le caían de la boca.
Después de dictar que no se hablara de Venezuela dictó cómo debía informarse desde España para América, y puso de ejemplo EL PAÍS, al que había que desactivar como un peligro para la comprensión del futuro de los países a los que se dirigía en aquel sur.
Lo hizo a través de un programa al que convocó a gran parte de sus más fieles contertulios para decir, a vuelta de tuerca, que somos un peligro para el mundo que él quiere construir. Luego vinieron algunas anécdotas simbólicas que tienen que ver con su concepto del periodismo.
Como otros líderes que no son de su cuerda, se burló de periodistas por su vestimenta e incluso por sus informaciones, para que acallaran bajo sus gritos o sus burlas las informaciones que estuvieran en sus manos.
Y ha llegado ahora a la desfachatez profesional de llenar de tuits y otras maniobras de los suyos y de los adquiridos para hacer que una emisora de radio, la SER, de este grupo, fuera acusada de decir lo que él dice que no dijo después de que todo el mundo escuchara que no dijo algo distinto que lo que la cadena resumió. Él y los suyos consiguieron que Mariela Rubio pareciera un seudónimo de Juan Luis Cebrián en el caso Espinar y ahora lo han intentado de nuevo con la desfachatada y prolija declaración del propio Iglesias sobre las mujeres: intimida que algo queda. Y quedó.
La técnica es esa, la intimidación, auxiliada por las redes sociales que manejan él mismo y sus compañeros de equipo con una destreza que desarma al contrario que cree que si las redes lo destrozan ya no volverá sano a casa.Y a esa intimidación nos hemos prestado los periodistas hasta convertirnos en rehenes de su buen humor o de su malhumor, de su concepto (el de Iglesias, el de los suyos) torcido de un oficio del que ya se ríe abiertamente, y a muchos parece que nos divierte el harakiri.
Sé que lo que estoy diciendo aquí tendrá las consecuencias habituales, que ya son una constante en la relación de Podemos con el periodismo al que no llegan a borrar del todo, aunque lo intenten sus más ágiles portavoces, ellas y ellos.
Pero no me puedo callar porque yo vi ese periodismo ya, en las charlas de Hugo Chávez y en un programa argentino burlón alentado por Cristina Kirchner y los suyos; se titulaba 6, 7, 8 y era una agresión sin cuartel contra todo aquel periodista (de EL PAÍS incluido) que osaba decir lo que no estaba legislado por los altavoces de aquel periodo oscuro del periodismo argentino.
Como quiero el oficio, no tengo ganas de que el periodismo se rinda, anestesiado, ante los que lo quieren meter en el cajón oscuro de la intimidación. Ah, y tampoco me llamo Mariela Rubio.
Siento decirte Juan que no estoy de acuerdo contigo, muchos periodistas son como tu dices que es Pablo Iglesias y Cebri.an es lo mismo o más diría yo, que El Pais está tomando un giro facha y si lo leo es por leerte a ti. Y no soy Mariela Rubio....
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