Pertenezco a una generación que creció con un cierto protocolo ante las muertes emblemáticas.
Algo heredado de generaciones anteriores que se preguntaban dónde estaban el día que murió Marilyn o JFK.
Yo sí sé dónde estaba el día que murió Michael Jackson: llegando a una fiesta con Paulina Rubio y Topacio Fresh.
Recuerdo dónde estaba cuando murió Elvis, leyendo el periódico junto a mi mamá.
Como si recordar dónde estabas vivo cuando un ídolo muere sirviera para entender el cambio y la época que esa muerte significa.
Pero en 2016, los sobresaltos se han acumulado.
Y esta semana sobre todo. Primero George Michael, dos días después, Carrie Fisher, la princesa Leia.
Y al día siguiente, su madre, la actriz Debbie Reynolds.
El mundo está cambiando.
Donald Trump prescindirá de las conferencias de prensa y las sustituirá por Twitter.
Otra muerte más: los periodistas acreditados de la Casa Blanca tendrán que reinventarse en blogueros.
Estaba en la playa, en agosto, cuando el teléfono anunció que había muerto Juan Gabriel, el mito mexicano de la música.
En menos de un segundo otros bañistas se giraban diciéndome: “Ha muerto Juanga”.
Lo entendí como uno de esos milagros instantáneos de la tecnología, la información vuela y las noticias malas, como siempre, llegan antes que las buenas.
El martes, Snapchat informó de que estamos en Mercurio retrógrado hasta el 8 de enero, un período propicio para la revisión de cosas que puede llenar dos semanas imprevisibles, en las que se debilita la lógica y hay una sensación de retroceso.
Vaya, ¿no llevamos ya tiempo así?
Como todos los planetas están en movimiento hay un momento en el que, visto desde la Tierra, pareciera que Mercurio retrocede. O se detiene.
Es una ilusión óptica porque, como todo el mundo sabe, en la galaxia nada se detiene.
O sea que, probablemente, Mercurio retrógrado no es tan asustante como amenaza su nombre.
Es un poco como 2016, puede que haya sido un año retrógrado, con el triunfo del Brexit y de Donald Trump, pero al final un poquito ilusionante con la noticia de que Jennifer Lopez no vuelve con su ex Marc Anthony sino que sale con Drake, el rapero exnovio de Rihanna, lo que supone un inevitable choque de estrellas de la misma galaxia.
Mi hermana Valentina y yo acudíamos a un bar en Caracas llamado City Rock, que tenía los primeros monitores con vídeos musicales, para gastar noches enteras emulando los movimientos de George Michael.
Años después, Carlos Latre hizo realidad uno de mis sueños al vestirme de princesa Leia en uno de sus especiales de humor, convirtiendo el célebre peinado de la princesa guerrera de La Guerra de las Galaxias en un guiño a los peinados que llevan las falleras.
Pero reconozco que lo que más me gustaba de Carrie Fisher era su vida como una auténtica princesa de Hollywood que en su desarmada infancia tuvo que ver cómo la mejor amiga de sus padres, Elizabeth Taylor, viuda y desconsolada, conseguía que su papá se divorciara de su mamá para casarse con ella.
Quizás como el resultado de otro Mercurio retrógrado.
Son las historias de Hollywood con las que crecí.
Verdaderos culebrones, que es en lo que se ha convertido la saga de La Guerra de las Galaxias.
Me gustaría recordar, sin tanto merchandising y más amablemente, este 2016 como el año del “compiyogui”, un término relajante que se puso de moda al hacerse público un chat de WhastApp privado de los entonces príncipes de Asturias con un amigo implicado en el caso conocido como Púnica.
El láser de la Casa Real fulminó ese chat (y esa amistad), pero el término perduró y pasó a ser un modismo simpático.
Y ahora mis amigos millennials me llaman compiyogui, porque combina ese punto de ingenuidad con salero tecnológico.
Después de eso también resultará inevitable recordar este año como el del surgimiento galáctico de Alba Carrillo, la vengadora del matrimonio o la heroína del divorcio, que no ha parado de crecer como estrella mediática.
Ha cerrado el año con una entrevista con Terelu en la que le pidió trabajo en el programa de su mamá y regaló una nueva perla: “Mentalmente, he pasado página”.
Ante todas las verdades que nos ha arrojado 2016 a la cara, esa tiene que ser nuestra actitud: mentalmente, pasar página.