Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
3 nov 2016
Fortuny, los pliegues de la melancolía............................................................Josep Casamartina i Parassols
Fortuny en 1900. Archivo Museo FortunyMariano Fortuny y Madrazo cerró con broche de oro la historia de dos
familias de artistas. Fue pintor, escultor, fotógrafo y escenógrafo,
pero el mundo se rindió ante su genio como autor de telas y vestidos. Entre ellos, la túnica Delphos, emblema del talento de uno de los
creadores más influyentes de la primera mitad del XX. EL GENIO NACE, no se hace, pero para desarrollarse necesita de una
atmósfera o de circunstancias que le sean favorables. Al contrario de la
belleza, que se puede heredar aunque a veces dure poco, la genialidad
no suele transmitirse fácilmente de padres a hijos, por más que se hayan
empeñado en ello muchos clanes familiares a lo largo de la historia. Empeñarse a ultranza en el genio heredado parece condenado fatalmente a
la decrepitud. Sin embargo, siempre hay excepciones para confirmar la
regla, y los Fortuny y los Madrazo, dos familias de artistas que se
acabarían mezclando, son un ejemplo estupendo de pervivencia. En
realidad el eje vertebral de esta nutrida saga de pintores serían los
Madrazo, pues de Fortuny tan solo hay dos, pero de Madrazo siete, y su
origen como artistas se remonta al siglo XVIII, entre Santander –en
donde nació José Madrazo y Agudo, pintor de cámara de Fernando VII– y la
región polaca de Silesia –de donde procedía su esposa, Isabel Kuntz
Valentini, a su vez hija del pintor Tadeusz Kuntz–. Y esa mezcla de culturas quizá sería el motivo de que, a lo largo del
siglo XIX, el espectro de los Madrazo se extendiera por media Europa,
cosechando amistades, relaciones, éxitos y honores con desigual fortuna,
de Madrid a Roma pasando por Múnich y Berlín, y de Granada a París para
terminar en Venecia. Es en este contexto ilustre, cosmopolita y
estético donde nace, y también se hace, Mariano Fortuny y Madrazo, el
enigmático e hipersensible mago de Venecia que sería además quien
acabaría cerrando el prolífico clan con un espectacular broche de oro. Fortuny y Madrazo se dedicó con ahínco a la pintura, siguiendo de cerca a
todos sus antepasados, pero no llegó a ser un genio de los pinceles. Como pintor fue digno y nada más, no destacó demasiado, incluso fue
bastante aburrido, dada la época en que vivió, aunque como grabador
tiene bastante más interés. Su olimpo sería de otro talante, más etéreo y
superficial y, a la larga, paradójicamente mucho más duradero y
moderno. Fuera de España es posible que ya nadie se acuerde de quiénes
eran los Madrazo, ese nombre curioso que ostentan calles de Madrid y
Barcelona. También a escala internacional y a nivel popular, poca gente
debe conocer al otrora famosísimo y cotizado Mariano Fortuny i Marsal,
más allá de algunos buenos connaisseurs y conservadores y
directores de museo. Pero al Fortuny de las telas y vestidos se le
conoce en todo el mundo, incluso al margen de su nombre, por alguna de
sus magníficas realizaciones o por las fotografías de actrices y modelos
que lucieron, o siguen luciendo, con glamur sus hermosos trajes
plisados de suave seda japonesa y colores argentados que se ajustan con
delicadeza al cuerpo femenino y lo dejan, a su vez, libre, creando
sinuosidades sin hacer caso de las tallas. Vestidos túnica, de una o dos piezas, sin decoración alguna más allá de
una simple cinta ancha, con algún toque dorado ligeramente estarcido,
para realzar busto y caderas, y del juego de luz y sombra de centenares
de pequeñas aristas que, como una tierra arada, recorren toda la
superficie de la tela en sentido vertical adaptándose mórbidamente a la
orografía femenina.Fortuny y Madrazo fue el príncipe de la luz, inventó un sinfín de
patentes relacionadas con ella y se esmeró en captarla en todas las
disciplinas artísticas posibles, con todo su esplendor y magnificencia. Por eso no se quedó solo en el ámbito de la pintura. Fue el primero en
dedicarse a la incandescencia indirecta para iluminar de manera fluida y
continuada interiores palaciegos, techos con frescos sublimes, tiendas,
salones, boudoirs y escenarios. Fiel seguidor de Richard
Wagner y su idea de un arte total, intervino decisivamente en
escenografías y atrezos de ópera, ballet y teatro. Creó una cúpula, que
llevaría su nombre, precursora de los cicloramas, esos cielos iluminados
sin ángulos que son, ya desde hace mucho tiempo, fundamentales en la
escenografía moderna. Ideó diferentes tipos de lámparas, de pie, techo y
sobremesa, en tela o metal, que aún se producen en la actualidad y
decoran interiores exquisitos en todo el mundo. También, evidentemente,
relacionada con la luz fue su dedicación a la fotografía. Pero, sobre
todo, su mayor y más celebrada ocupación fueron los tejidos y la
indumentaria en los que la luz tampoco era un factor ausente, sino todo
lo contrario, pues Fortuny trabajó siempre con sedas y terciopelos para
captarla mejor. Mariano Fortuny y Madrazo nació en Granada en 1871, bajo la estela de la
Alhambra, hijo del pintor orientalista y grabador catalán Mariano
Fortuny i Marsal y de Cecilia de Madrazo y Garreta, hija de Federico de
Madrazo Kuntz y hermana de los también pintores Ricardo y Raimundo. Muy
pronto la familia se trasladó a Roma, y allí Fortuny i Marsal instaló su
fabuloso estudio, repleto de antigüedades, tapices y tejidos, que tanta
influencia ejercería en pintores y coleccionistas coetáneos. Este
espléndido taller romano duró poco, ya que en 1874 falleció su artífice,
cuando el pequeño Fortuny y Madrazo tenía solo tres años. Entonces
Cecilia con sus dos hijos, Mariano y María Luisa, decidió trasladarse a
París y tuvo que desmantelar el fabuloso estudio de su marido y vender
en subastas buena parte del contenido, entre el que figuraba la
colección de tejidos orientales y renacentistas que ella también había
ayudado a recopilar. No se vendieron todos, lo que, junto con la propia
afición y grandes conocimientos en la materia que tenía Cecilia,
favoreció que ella creara otra colección. Fue sin duda esta iniciativa
la que familiarizó al pequeño Fortuny con las granadas de oro y
terciopelo, de origen italiano y también valenciano, los pájaros y
claveles otomanos y los arabescos y grafías andalusíes. En 1889, Cecilia y sus hijos dejan París y se instalan en Venecia, en el palazzo
Martinengo, y recrean allá su personal universo bajo la sombra mítica
del malogrado Fortuny padre, viviendo en una atmósfera suspendida en el
tiempo, pero también recibiendo numerosas visitas de celebridades del
mundo de la cultura, ya fueran italianos, franceses o españoles. Desde
allí, Fortuny y Madrazo despliega sus habilidades con línea directa en
París y empieza a darse a conocer, primero como pintor, participando en
alguna de las primeras ediciones de la Bienal veneciana, de la que ya
será, a partir de entonces, un artista habitual. También expone en los
salones de Múnich y, sobre todo, de París. En uno de sus viajes a la
capital francesa, en 1897, conoce a Henriette Negrin y el flechazo es
fulminante. Mantiene en secreto relaciones con ella, pues Henriette
estaba casada, pero en 1902 ella decide divorciarse para irse a vivir
con Mariano a Venecia y ambos se instalan en otro palazzo, el Pesaro degli Orfei, porque ni Cecilia ni María Luisa aceptan bien esa relación.
Un Delphos fotografiado por Cecil Beaton en 1971. Cecil Beaton
Al lado, Peggy Guggenheim (mecenas y coleccionista), vestida con un
Delphos, en la entrada de su palacio veneciano, actual sede de su
fundación. Editorial Nerea
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