Me he entretenido moderadamente con este circo anfetamínico. Deseando que durara un poquito menos. Son mis gustos.
Tengo la ingrata y agobiante sensación de que me encuentro en un
aeropuerto pasando exhaustivos controles o cruzando fronteras que ponen
un celo especial y lógico en la identificación de los visitantes cuando
solo estoy accediendo a algo tan presuntamente inocuo como ver una
película en el pase de prensa
. Agradeciendo, eso sí, que la gente que registra tus bolsillos y tu anatomía, te hace firmar papeles en los que te comprometes a respetar el embargo de la supuesta joya y no hacer pública tu opinión sobre ella hasta que los dueños den la orden, me requisan durante su proyección mi antediluviano teléfono móvil, son personas educadas y muy profesionales
. Pero también te planteas si estás entrando en la sede de la CIA o en el Pentágono, o simplemente pretendes ir al cine.
Y deduces que lo que vas a ver es algo más que una película, es un acontecimiento sociológico y un negocio con grandiosas pretensiones de recaudación.
Por lo tanto, no puede exponerse ni mínimamente al pirateo, a que los desaprensivos cuelguen su monumental inversión en Internet y que esa taquilla calculada milimétricamente pueda perder ni una entrada.
Y si sumas la recaudación a merchandising, videojuegos, cómics y banda sonora, la cifra debe ser de mareo.
Lo han adivinado. Es el séptimo episodio de Star Wars, el primero de la tercera trilogía de la saga, pero que en la realidad es la continuación de la primera, ya que la segunda contaba lo que había ocurrido antes de la primera.
En fin, un poco de lío. Se titula El despertar de la Fuerza.
Y todo mi respeto hacia los millones de fans que podrían resumir lo que significa el cine para ellos con cinco palabras: "La guerra de las galaxias”.
Y más que el cine, para muchos también es una religión o el mito más amado.
No es mi caso.
Me divertí bastante con ella al principio. Aquello era un western muy ingenioso, exaltante, imaginativo, respetando los viejos códigos, utilizando virtuosamente las nuevas tecnologías. Y también aprecié la primera aparición en El imperio contraataca del inquietante Yoda.
Pero me fui deshinchando progresivamente, me aburría el más de lo mismo y me resultó francamente pesarosa la segunda parte de la saga.
El muy prestigioso J.J. Abrams (creador de Perdidos, de la que me desentendí en la segunda temporada) dirige El despertar de la Fuerza.
Y lo hace sin dar un momento de respiro a los personajes ni al espectador, con una estética deslumbrante y sin permitir el descanso en casi ningún plano de la extraordinaria música de John Williams.
Ha tenido la ayuda en el guion de Lawrence Kasdan, aquel director cuyo talento lamentablemente se secó muy pronto, después de haber firmado las excelentes Fuego en el cuerpo, Reencuentro y El turista accidental.
Y sospecho que no han pedido un esfuerzo notable a sus neuronas
. Abusan de la repetición de una imaginería que no falla (ay, esa taberna poblada de bichos raros o el descarado parecido entre Yoda y Maz Kanata, o la inclusión del robot enano) e introducen a Rey, una chatarrera que lo hace bien, que va a dar mucho juego en la continuación, y a Finn, un personaje sin el menor interés al que interpreta horrorosamente un actor negro.
Y cómo no, ahí está Han Solo, que ha envejecido muy bien, la princesa Leia, tan sosa como castigada y Luke Skywalker, que jamás despertó pasiones.
Y dos villanos que no me convencen, que te hacen añorar la tenebrosa presencia de Darth Vader.
Me he entretenido moderadamente con este circo anfetamínico.
Deseando que durara un poquito menos.
Son mis gustos.
Pero entiendo que para infinidad de espectadores esta película les regale el éxtasis.
Y es fantástico que el cine, en la gran pantalla, a oscuras, en tres dimensiones espectaculares, siga disfrutando de un público masivo y entusiasmado en épocas que auguran su definitiva agonía.
. Agradeciendo, eso sí, que la gente que registra tus bolsillos y tu anatomía, te hace firmar papeles en los que te comprometes a respetar el embargo de la supuesta joya y no hacer pública tu opinión sobre ella hasta que los dueños den la orden, me requisan durante su proyección mi antediluviano teléfono móvil, son personas educadas y muy profesionales
. Pero también te planteas si estás entrando en la sede de la CIA o en el Pentágono, o simplemente pretendes ir al cine.
Y deduces que lo que vas a ver es algo más que una película, es un acontecimiento sociológico y un negocio con grandiosas pretensiones de recaudación.
Por lo tanto, no puede exponerse ni mínimamente al pirateo, a que los desaprensivos cuelguen su monumental inversión en Internet y que esa taquilla calculada milimétricamente pueda perder ni una entrada.
Y si sumas la recaudación a merchandising, videojuegos, cómics y banda sonora, la cifra debe ser de mareo.
Lo han adivinado. Es el séptimo episodio de Star Wars, el primero de la tercera trilogía de la saga, pero que en la realidad es la continuación de la primera, ya que la segunda contaba lo que había ocurrido antes de la primera.
En fin, un poco de lío. Se titula El despertar de la Fuerza.
Y todo mi respeto hacia los millones de fans que podrían resumir lo que significa el cine para ellos con cinco palabras: "La guerra de las galaxias”.
Y más que el cine, para muchos también es una religión o el mito más amado.
No es mi caso.
Me divertí bastante con ella al principio. Aquello era un western muy ingenioso, exaltante, imaginativo, respetando los viejos códigos, utilizando virtuosamente las nuevas tecnologías. Y también aprecié la primera aparición en El imperio contraataca del inquietante Yoda.
Pero me fui deshinchando progresivamente, me aburría el más de lo mismo y me resultó francamente pesarosa la segunda parte de la saga.
El muy prestigioso J.J. Abrams (creador de Perdidos, de la que me desentendí en la segunda temporada) dirige El despertar de la Fuerza.
Y lo hace sin dar un momento de respiro a los personajes ni al espectador, con una estética deslumbrante y sin permitir el descanso en casi ningún plano de la extraordinaria música de John Williams.
Ha tenido la ayuda en el guion de Lawrence Kasdan, aquel director cuyo talento lamentablemente se secó muy pronto, después de haber firmado las excelentes Fuego en el cuerpo, Reencuentro y El turista accidental.
Y sospecho que no han pedido un esfuerzo notable a sus neuronas
. Abusan de la repetición de una imaginería que no falla (ay, esa taberna poblada de bichos raros o el descarado parecido entre Yoda y Maz Kanata, o la inclusión del robot enano) e introducen a Rey, una chatarrera que lo hace bien, que va a dar mucho juego en la continuación, y a Finn, un personaje sin el menor interés al que interpreta horrorosamente un actor negro.
Y cómo no, ahí está Han Solo, que ha envejecido muy bien, la princesa Leia, tan sosa como castigada y Luke Skywalker, que jamás despertó pasiones.
Y dos villanos que no me convencen, que te hacen añorar la tenebrosa presencia de Darth Vader.
Me he entretenido moderadamente con este circo anfetamínico.
Deseando que durara un poquito menos.
Son mis gustos.
Pero entiendo que para infinidad de espectadores esta película les regale el éxtasis.
Y es fantástico que el cine, en la gran pantalla, a oscuras, en tres dimensiones espectaculares, siga disfrutando de un público masivo y entusiasmado en épocas que auguran su definitiva agonía.
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