Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

22 jul 2015

El Crimen de Los Galindos

El quíntuple asesinato prescribió en 1995 sin que se despejaran las claves sobre el móvil de esta página negra de la Campiña sevillana.

 

Paradas. 22 de julio de 1975. Cortijo de Los Galindos
El mercurio pulveriza el termómetro, que aún no sabe de amenazas de ola de calor y alertas de colores calientes
. Pueden ser 49 escandalosos grados los que aprisionan el aire de las tres de la tarde, la hora de la siesta, en las tierras de la Campiña mientras en la parroquia de San Eutropio, patrón del pueblo, se cuece «La Magdalena Penitente» de El Greco, una joya de valor incalculable cuya existencia, al igual que la de los vecinos del pueblo y su discurrir cotidiano, quedarán eclipsadas a partir de ese día por una de las páginas de sucesos más terribles y con mayores incógnitas de las escritas con la sangre de la España negra, que por aquellas calendas tardofranquistas se acercaba y enfrentaba a los últimos estertores del dictador, que moriría cuatro meses después del crimen de Los Galindos.
De ninguna manera Paradas merece ver su topónimo ligado, a modo de Sambenito, al quíntuple asesinato que se cometió en el cortijo de Los Galindos, un caso que prescribió en 1995, pero no puede evitar que se marque en el calendario cuando el paso de los años forma una cifra redonda sobre un crimen perfecto, configurado no sólo por el asesino o asesinos, vivos o muertos, que han escapado del peso de la Ley sino por un cúmulo de errores desafortunados y de descuidos que llevaron al completo fracaso de las investigaciones, como reconocería años después el último juez que tuvo entre sus manos este misterio, Antonio Moreno Andrade.
Cuarenta años se cumplen hoy de aquel terror que marca, cada año, un punto de inflexión en el pueblo, que no olvida y al que, sin solución, no dejamos olvidar.
 La dramática efeméride no lograría tanto espacio negro sobre blanco o en imágenes viejas y recuerdos infaustos, si la matanza, grafiteada en un «Aquí murieron cinco» que figuró durante años en una de las paredes del cortijo, tuviera identificados sus ejecutores.

En el «Seiscientos» crema

Martes, 22 de julio
 . En el camino, el Seat «600» color crema del tractorista José González Jiménez, de 27 años, que ha recogido en el pueblo a su mujer, Asunción Peralta Moreno, de 34 años y embarazada de seis meses —añadiendo una víctima inocente más—, con la que se había casado siete meses antes, deja una estela de polvo en los caminos entre cultivos de secano, brillantes girasoles y olivos.
 Ambos acaban calcinados en el cobertizo del cortijo de los marqueses de Grañina. Son más de las tres tórridas horas de la tarde.
En el cortijo, un rastro de sangre conduce desde el exterior a un dormitorio con dos camas.
 Allí yace, con la cabeza desfigurada como una máscara de goma ensangrentada, irreconocible, Juana Martín Macías, de 53 años, golpeada con saña por una pieza de empacadora, conocida como el «pajarito».
 Alguien había intentado lavarle la cara
En una cuneta, otro tractorista, Ramón Parrilla González, de 40 años, está muerto con los brazos destrozados en su intento inútil de protección contra los disparos de escopeta que le rompieron el corazón desde la espalda.
Manuel Zapata, de 59 años, capataz del cortijo, y a quien señalaban como asesino, estaba pudriéndose ya bajo el violento sol, con la cabeza destrozada por el mismo «pajarito».
 Ya habían recibido sepultura los cuerpos de los cuatro asesinados cuando, el 25 de julio encontraron su cuerpo en avanzado estado de descomposición, cubierto de paja, junto al lugar en el que había orinado un agente en los primeros días de los crímenes.
 Posteriormente se barajó la posibilidad de que alguien hubiera movido el cuerpo.
 Las noticias contradictorias que corrían como la pólvora entre los vecinos y los periódicos, como la de un ahorcado hallado en la misma finca que pronto fue asimilado al presunto asesino, Manuel Zapata, y que resultó ser otro vecino, que se dedicaba al cuido de cabras y vacas.

El día de autos

El 22 de julio, alrededor de las seis de la tarde, varios braceros, que han estado «haciendo cuchillos» en los troncos de los olivos, tal y como les había ordenado Zapata, vieron una columna densa de humo que escapaba del cobertizo. 
Apagan las llamas, pero después ven sangre en el patio. Alarmados, avisan a la Guardia Civil, sólo el cabo y un número que siguen el rastro de sangre y encuentran el cuerpo de Juana.
En medio de un vacío admninistrativo y judicial, con jueces de vacaciones, es un forense jubilado, Alejandro Arcenegui, quien levanta el cadáver. 
Es él, quien, fumándose un cigarro junto al cobertizo, descubrirá los cuerpos calcinados de josé y Asunción.
 Todavía queda tarde para que su hijo, Ildefonso Arcenegui, estudiante de Medicina, encontrara a Ramón, quien, según todo apunta, perdió la vida por aparecer en el cortijo en el momento inadecuado.
A partir de la aparición del primer sospechoso, la autoría de los crímenes se dejó caer como una losa sobre el infortunado José, de quien se dijo que habría matado a Manuel, Juana y Ramón antes de ir a Paradas, inopinadamente y sin razón lógica, por su mujer, a quien mataría y prendería fuego. Accidentalmente, él habría sido alcanzado por las llamas y sucumbido a ellas.

Siete años después

Durante siete años, de luto, miedo, vergüenza y tristeza para su familia, y hasta la exhumación de los cadáveres por orden del juez Heriberto Asensio, y las segundas autopsias realizadas por el catedrático de Medicina Legal Luis Frontela, no se sabría que el infortunado José también fue asesinado
Le propinaron un golpe en la cara que le rompió el hueso maxilar y luego le descerrajaron un tiro.
El sumario 20/1975 del crimen de Los Galindos, con más de 1.300 folios por ambas caras, se ha extraviado tras su traslado de los juzgados de Marchena a Sevilla.
 La noticia se ha conocido, providencialmente, justo en estos días asfixiantes de julio. 
Pero queda la memoria inconclusa de este caso de la España profunda del que se han escrito miles de páginas periodísticas y sobre el que vuelan hipótesis que nunca hallarán acomodo: ¿celos? ¿asuntos pasionales? ¿adulterio? ¿motivos económicos? ¿drogas?...
Tres años después de las muertes, Alfonso Grosso publicaría «Los invitados», que apuntaba a algún cultivo ilegal en el cortijo, algo que nunca se comprobó como cierto.
 El libro daría pie a una película homónima en 1987, dirigida por Víctor Barrera, que puso a Paradas en pie de guerra y que dio lugar a una denuncia por delitos de injurias y calumnias.
 Cuarenta años después siguen sin esclarecerse las claves y el móvil del quíntuple crimen de Los Galindos.

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