Destaca la correcta realización y sobre todo la interpretación de la protagonista, Dakota Johnson.
Aunque parezca increíble, en la semilla de la versión cinematográfica de 50 sombras de Grey está Persona, de Ingmar Bergman.
Cada actriz que hacía la prueba delante de la directora británica Sam Taylor-Johnson, reputada artista y fotógrafa –aunque directora hasta este momento de un único largo, Nowhere boy, sobre The Beatles-, leía cuatro páginas de un monólogo de esta obra maestra.
Según la cineasta, en declaraciones previas al estreno, "así sabíamos quién podía afrontar un complejo viaje emocional”.
Eso por ahora no se ve en 50 sombras de Grey, cuyo estreno mundial se ha realizado en la Berlinale a pocas horas de su desembarco en todo el planeta:
Universal ha apostado por la fecha más cercana al día de San Valentín.
Si de la trilogía de la escritora E. L. James se han vendido más de 100 millones de ejemplares, en entradas anticipadas de la película ya hay adquiridas 4,5 millones, 180.000 de ellas en España, donde se proyectará en más de 850 salas.
La película ha sido prohibida en Malasia e Indonesia, y veremos si llega a los cines de los países del Golfo Pérsico.
Todo lo anterior tiene sentido para entender que 50 sombras de Grey es un negocio que jamás quiso ser arte.
El libro ha supuesto la primera experiencia en el BDSM (bondage o ataduras, disciplina y dominación, sumisión y sadismo, y masoquismo) para muchas lectoras –público al que va dirigido-, especialmente en Estados Unidos, donde no tienen precursores literarios como el marqués de Sade en un erotismo salido de los cánones habituales
. Anastasia Steele es una estudiante de Literatura que entrevista al multimillonario de 27 años Christian Grey por enfermedad de su compañera de piso, la que realmente estudia periodismo.
Salta la chispa y Grey le enseña sus divertimentos, le abre su casa, que no su corazón, para que Anastasia disfrute como él.
Es decir, Cenicienta con azotes en el culo.
Vista la película, quien sale mejor parada del trance es la directora.
Ha estado 18 meses atada a la película soportando la presión de realizar un trabajo escrutado por todo el mundo; ha sabido manejar la cámara y realizar lo necesario para que el paquete fílmico se sostenga en pie de forma decorosa; ha aguantado la constante injerencia del estudio y de James –“Ha sido difícil; no digo que a veces no fuera útil su presencia, pero en cambio otras más fue realmente frustrante”, confiesa en The Hollywood Reporter
. Entre sus trabajos fílmicos previos estaba un corto, Death valley (2006), en el que tocaba el sexo de forma más libre y explícita
. Ahora la cosa cambia: “No he sentido que fuera necesario ser gráficos
. Cuando veo películas, el erotismo es algo que acaba con la penetración.
En cambio, la parte más erótica es cómo se llega hasta ahí, y en eso me he centrado”.
Nombra como referencias 9 semanas y media, La vida de Adèle y, sobre todo, El último tango en París, “por la profunda oscuridad de su romance”.
De todos ellos, breves pinceladas en la pantalla.
Y además Taylor-Johnson apostó por Dakota Johnson.
Si hay diálogos risibles es porque proceden de la novela, no de la interpretación de la hija de Don Johnson y Melanie Griffith: para el mundo anglosajón el apellido de la protagonista revela como un guiño a la inspiradora de esas tramas que de puro ligeras se desvanecen en el aire:
Danielle Steel, una Corín Tellado estadounidense. Johnson hizo creíbles los cuatro folios de Persona y produce verdad en pantalla, además de liderar el humor que más se agradece durante el metraje.
En cambio, Jamie Dornan como el dominador Grey no está a la altura: entró a última hora sustituyendo a Charlie Hunnam, que se asustó ante el compromiso de tener que filmar una trilogía y por lo tanto acarrear el personaje del macho del siglo XXI durante casi una década.
Tampoco era el favorito de las greystas, que apostaban por Matt Bomer. Según los rumores hollywoodienses, su homosexualidad –nunca escondida- le borró de la lista de candidatos.
No hay pubis –por favor, esto es Hollywood- masculinos y apenas se entrevé el femenino. Desaparece el momento sexual del tampón, uno de los hitos del primer volumen.
La película acaba en el mismo sitio que el libro, y al menos de la caligrafía del filme se puede decir que mejora la burda narrativa de James.
Por supuesto es menos subida de tono que Nueve semanas y media, pero el siglo XXI estadounidense sigue navegando en aguas de lo políticamente correcto.
Dicho esto, se van a forrar.
Cada actriz que hacía la prueba delante de la directora británica Sam Taylor-Johnson, reputada artista y fotógrafa –aunque directora hasta este momento de un único largo, Nowhere boy, sobre The Beatles-, leía cuatro páginas de un monólogo de esta obra maestra.
Según la cineasta, en declaraciones previas al estreno, "así sabíamos quién podía afrontar un complejo viaje emocional”.
Eso por ahora no se ve en 50 sombras de Grey, cuyo estreno mundial se ha realizado en la Berlinale a pocas horas de su desembarco en todo el planeta:
Universal ha apostado por la fecha más cercana al día de San Valentín.
Si de la trilogía de la escritora E. L. James se han vendido más de 100 millones de ejemplares, en entradas anticipadas de la película ya hay adquiridas 4,5 millones, 180.000 de ellas en España, donde se proyectará en más de 850 salas.
La película ha sido prohibida en Malasia e Indonesia, y veremos si llega a los cines de los países del Golfo Pérsico.
Todo lo anterior tiene sentido para entender que 50 sombras de Grey es un negocio que jamás quiso ser arte.
El libro ha supuesto la primera experiencia en el BDSM (bondage o ataduras, disciplina y dominación, sumisión y sadismo, y masoquismo) para muchas lectoras –público al que va dirigido-, especialmente en Estados Unidos, donde no tienen precursores literarios como el marqués de Sade en un erotismo salido de los cánones habituales
. Anastasia Steele es una estudiante de Literatura que entrevista al multimillonario de 27 años Christian Grey por enfermedad de su compañera de piso, la que realmente estudia periodismo.
Salta la chispa y Grey le enseña sus divertimentos, le abre su casa, que no su corazón, para que Anastasia disfrute como él.
Es decir, Cenicienta con azotes en el culo.
Vista la película, quien sale mejor parada del trance es la directora.
Ha estado 18 meses atada a la película soportando la presión de realizar un trabajo escrutado por todo el mundo; ha sabido manejar la cámara y realizar lo necesario para que el paquete fílmico se sostenga en pie de forma decorosa; ha aguantado la constante injerencia del estudio y de James –“Ha sido difícil; no digo que a veces no fuera útil su presencia, pero en cambio otras más fue realmente frustrante”, confiesa en The Hollywood Reporter
. Entre sus trabajos fílmicos previos estaba un corto, Death valley (2006), en el que tocaba el sexo de forma más libre y explícita
. Ahora la cosa cambia: “No he sentido que fuera necesario ser gráficos
. Cuando veo películas, el erotismo es algo que acaba con la penetración.
En cambio, la parte más erótica es cómo se llega hasta ahí, y en eso me he centrado”.
Nombra como referencias 9 semanas y media, La vida de Adèle y, sobre todo, El último tango en París, “por la profunda oscuridad de su romance”.
De todos ellos, breves pinceladas en la pantalla.
Y además Taylor-Johnson apostó por Dakota Johnson.
Si hay diálogos risibles es porque proceden de la novela, no de la interpretación de la hija de Don Johnson y Melanie Griffith: para el mundo anglosajón el apellido de la protagonista revela como un guiño a la inspiradora de esas tramas que de puro ligeras se desvanecen en el aire:
Danielle Steel, una Corín Tellado estadounidense. Johnson hizo creíbles los cuatro folios de Persona y produce verdad en pantalla, además de liderar el humor que más se agradece durante el metraje.
En cambio, Jamie Dornan como el dominador Grey no está a la altura: entró a última hora sustituyendo a Charlie Hunnam, que se asustó ante el compromiso de tener que filmar una trilogía y por lo tanto acarrear el personaje del macho del siglo XXI durante casi una década.
Tampoco era el favorito de las greystas, que apostaban por Matt Bomer. Según los rumores hollywoodienses, su homosexualidad –nunca escondida- le borró de la lista de candidatos.
No hay pubis –por favor, esto es Hollywood- masculinos y apenas se entrevé el femenino. Desaparece el momento sexual del tampón, uno de los hitos del primer volumen.
La película acaba en el mismo sitio que el libro, y al menos de la caligrafía del filme se puede decir que mejora la burda narrativa de James.
Por supuesto es menos subida de tono que Nueve semanas y media, pero el siglo XXI estadounidense sigue navegando en aguas de lo políticamente correcto.
Dicho esto, se van a forrar.
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