Por PALOMA ABAD.
Con el fin de la Primera Guerra Mundial se inició
una década en la que el mundo occidental se dedicó a celebrar el simple
hecho de estar vivos.
El armario femenino, tras cuatro años de guerra,
estaba listo para ser alimentado de la forma más ostentosa posible.
Además, había que añadir el factor de la autosuficiencia: las mujeres
(trabajadoras ya) se negaban a renunciar a la libertad adquirida durante
los tiempos difíciles, cuando los varones se habían tenido que ir al
frente.
Si alguien representó ese sentir independiente fueron las
flappers, jóvenes emancipadas que huían del constreñido corsé y
preferían, en su lugar, vestidos vaporosos, de corte recto (resultaban
fáciles de replicar en casa con una máquina de coser) y cortados a la
altura de la rodilla.
Esa fue la silueta que propusieron y popularizaron
Paul Poiret, Jean Patou o Coco Chanel.
Las flappers fueron mujeres
enigmáticas y liberadas, que se mantuvieron fieles a su propio patrón
hasta el colapso de la bolsa en octubre de 1929: sus noches de humo y
bailes estaban indiscutiblemente acompañados de tacones anchos y con
hebilla, collares largos de perlas, tocados de plumas y boquillas largas
para fumar cigarros
. Casi 100 años después, las casas de moda -desde
Gucci a Ralph Lauren, pasando por la propia maison Chanel- siguen
tomando como referencia estética esa breve década rendida al hedonismo
.
(En la imagen: fotograma de 'El gran Gatsby', de Luhrmann)
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