Primer paso: crear una granja de blogs alojada en su web, que arranca con la intención de ser el germen de un “YouTube de las artes escénicas”. Segundo paso: montar su propia televisión en la Red, TVtron, a través de la que se retransmiten eventos en directo, y abrir una sección paralela con listas de reproducción de vídeo comisariadas por diferentes artistas, críticos o teóricos. De los 6 usuarios iniciales, en poco tiempo dan el salto a los actuales 500 registrados (300 en activo) y las 160.000 visitas anuales, no solo desde España, sino también de Europa y América Latina. Pero hasta el año pasado, había algo que faltaba: “Estábamos esperando que llegara gente como PlayDramaturgia, gente joven, más joven que nosotros, con ideas frescas”.
El matiz es sutil, pero muy significativo: de
retransmitir eventos en directo, la tuerca gira un grado hacia la
producción de eventos específicos para ser retransmitidos en directo
Otras compañías y dramaturgos como Beatriz Cabur con Interteatro o e instituciones como el CCCB de Barcelona también están experimentando en España con la utilización de las retransmisiones en vivo en la Red como medio (y por ello también mensaje, que diría el filósofo de la comunicación Marshall McLuhan) escénico. Iniciativas como la que llevó a cabo en 2010 David Espinosa, Felicidad.es, un espectáculo en el que el público acudía a la sala a ver una proyección en streaming desde la casa del artista, ya abrieron las puertas a esta forma de trabajo. “Al principio pensamos que era un medio que podía dar de sí”, explica Ruffoni, “pero luego nos dimos cuenta de que lo que queda en primer plano es que existe ese talento brutal de nuestra generación silenciada”.
Mientras que los miembros de PlayDramaturgia adoptan y reivindican el rol del dramaturgista, esto es, hacen de teóricos, productores y facilitadores en general, los creadores les remiten sus obras, que desarrollan en conjunto
. Hasta la fecha, y con la ayuda de su “líder espiritual”, Teatron, que les cede el canal de TVtron, y del Medialab del museo del Prado, han llevado a cabo diversos proyectos. Empezaron con unas lecturas poéticas (con el colectivo Ocupación Poética), y después han impartido varios talleres sobre la retransmisión en directo por Internet, han generado un festival teórico, Théa, y han producido tres funciones pensadas para el streaming: Room Ofelia, emitida desde un piso a través de un móvil; Mateo Morral (un suceso extraordinario), que se proyectó en vivo en Matadero, con dos pantallas que mostraban sendos recorridos por Madrid que una pareja de actores iba comentando en tiempo real en el centro cultural (el espectador, desde casa, se enfrentaba así a dos niveles de pantallas, la de su ordenador y las que estaban en Matadero); y Todo da mucha puta risa, que se pasó desde una iglesia de Barcelona, con el audio de la misa e imágenes en mosaico que los artistas invitados El conde de Torrefiel y David Mallols iban seleccionando.
Con el “presupuesto cero” con el que cuenta PlayDramaturgia (Teatron sí recibe unas “pequeñas ayudas” de la Generalitat catalana y del Ayuntamiento de Barcelona, así como algunos ingresos por publicidad en su web, que han utilizado en parte para apoyarlos), la calidad de la retransmisiones, a veces desde un móvil, a veces con cámaras, dista mucho de la de una superproducción, por no decir la de una producción a secas. “Pero esa es en parte la gracia”, subraya Ramos, “a veces hay cortes, partes pixeladas, ruido de fondo... y eso también juega a favor, porque intensifica la idea de que todo está ocurriendo en directo”.
Como claves, destacan la idea de la ubicuidad (puede haber miembros de los equipos artístico y técnico en distintos puntos geográficos, lo mismo que los espectadores), el uso de escenarios abiertos y no estáticos (cualquier lugar es válido en ese sentido, y se puede seguir a los actores con la cámara, crear diferentes planos...), la visibilidad para los artistas emergentes, la inmediatez y también la participación del público, que tiene la posibilidad de aportar valor con sus comentarios a través del chat de la página o por Twitter y también, en caso de que esté previsto, modificar el curso del espectáculo con ideas para el desarrollo de la trama en tiempo real.
“El factor riesgo es intrínseco al proyecto”, añade Ruffoni. “Lo que hacemos es una ‘dramaturgia a puñetazos’. Se trata de hacer cosas a toda costa, porque tenemos muchas ganas y no podemos esperar a que nos abran las puertas”.
Para este marzo, ya tienen preparados más espectáculos en streaming, que editarán y colgarán para poder verlos también grabados, y que seguirán aumentando en paralelo a su labor teórica.
Antes que ellos, el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, el CCCB, ya comenzó a investigar sobre las posibilidades que pueden surgir del streaming, no solo en lo que respecta a las artes escénicas, sino a todo tipo de disciplinas.
A través de sus programa Anilla cultural, han conectado vía Internet centros o instituciones dispersos en el espacio para realizar actividades que van desde compartir conferencias hasta otras más complejas, como la realización de un mural de graffiti hecho por tres personas en tres lugares diferentes, cuyos trabajos se fusionaban en la pantalla.
En el campo de lo escénico, han preparado iniciativas relacionadas con la danza y la performance, como una realizada entre España, Chile, Brasil y Colombia, en la que músicos, bailarines, videoartistas y artistas preformativos se iban sucediendo los unos a los otros según un guion para pergeñar una pieza en común. “El streaming es algo que utilizamos siempre para difundir”, apunta Alejandra Martínez, responsable de medios audiovisuales de la institución, “y es que es algo que se debería hacer: no te cuesta tanto, y multiplicas las oportunidades, porque mucha gente puede ver actividades a las que no podría asistir de otro modo, y porque además se puede participar”.
Usamos la tecnología del streaming para mejorar la experiencia del espectador en la sala”, señala, “porque creo que la experiencia teatral en tu casa se reduce muchísmo”.
Cinco decenas de dramaturgos, actores y directores internacionales, agrupados en equipos de tres, han producido monólogos de 9 minutos que se pueden ver en tiempo real por Skype.
El espectador llega al hotel, paga su entrada y se conecta a uno de los ordenadores dispuestos en una sala. Se coloca sus cascos, llama al actor, que se encuentra en su casa, en algún lugar del mundo, y solo frente a la pantalla, presencia la representación desde la distancia. “Antes, durante un mes y medio, actor director y dramaturgo estuvimos ensayando a través de Internet”, cuenta Lucía R. Miranda, directora de la compañía The Cross Border Project, que ha participado como directora de una de las piezas, Sophia, y que se estrenaba en el uso de las tecnologías para estos fines. “Ha sido un gran reto, porque tienes que trabajar con la cámara del ordenador como si fuera una cámara de cine, moviéndola, ajustando el enfoque...”, señala. “Pero también muy positiva en el sentido de que ha sido un trabajo internacional, en el que trabajas con gente que no llegas a conocer en persona, pero que te metes en su casa y conoces su vida a través de la pantalla”.
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