24 feb 2013
Retrato de un golpista: encuentro inesperado con el general Armada Por: Jesús Rodríguez | 24 de febrero de 2013
Treinta y dos años después, el golpe del 23 de febrero de 1981 se mantiene como una delicia periodística. Tiene todos los elementos que provocan y construyen una gran historia. De las que décadas después continúan coleando. Y hace que nuevas generaciones de periodistas vuelvan a la carga. Como uno esos grandes documentales que te encuentras invariablemente en la televisión de los hoteles de Europa o Estados Unidos: el asesinato de JFK; los colaboracionistas en la Francia ocupada por los nazis; la guerra sucia en Italia entre el Partido Comunista y la Democracia Cristiana durante los años de plomo, la represión prosoviética en la Alemania de Este o la ambidiestra Revolución de los claveles, en Portugal, cuyo única víctima fue un soldado que murió en la cama.
El interés del 23-f sigue estando presente. Está cercano en el tiempo; algunos de sus protagonistas viven; es un acontecimiento irrepetible, transcurrió en un escenario teatral (el Congreso de los Diputados); provocó disparos aún visibles en el techo del hemiciclo, pudo provocar muertes inocentes; pudo provocar una guerra civil; el entonces joven Rey fue el héroe que se enfrentó a los golpistas, algunos de los cuales eran sus colaboradores desde niño y, al abortar la intentona, obtuvo su consagración como monarca democrático, un talismán que mantiene hasta hoy. Al golpe le siguió un juicio mediático transmitido en directo. Hubo grandes penas de cárcel; hubo muchos libros; corrió la tinta en los medios escritos (aún no había televisión privada). En el casting del drama (la mayoría de cuyos actores, todos hombres, maduros, de uniforme, armados, cargados de testosterona cuartelera y con aroma en muchos casos a sacristía, se sentían por encima del bien y del mal), había aristócratas, agentes secretos, espadones con apellido compuesto, fascistas de pistolón y franquistas resentidos, que secuestraron a tres centenares de diputados indefensos hasta rozar la tragedia. Y entre los buenos, como estrellas estelares que ya figuran en las páginas de la historia, tres que le echaron mucho valor a esas 14 horas: el joven y desclasado presidente Adolfo Suárez, el viejo vicepresidente militar franquista reconvertido en demócrata, Manuel Gutiérrez Mellado, y el carismático líder comunista, Santiago Carrillo. Y un cuarto, Sabino Fernández Campo, otro militar atípico proviniente del régimen anterior, pero que sirvió de lazarillo al monarca para indicarle por dónde iban los tiros y que no errara en ningún momento en su elección del bando adecuado.
Primeros minutos del Golpe. Abajo, en jarras, Gutiérrrez Mellado.
El golpe me obsesionaba. Cada vez que me entrevistaba para otro reportaje con alguien que lo hubiera vivido, especialmente con militares, intentaba conseguir información, testimonios, alguna clave. Pequeños retazos que me podían ayudar a reconstruir un puzzle a través del cual fui deduciendo que el Ejército, cuyo sector más conservador lo dominaba claramente desde el asesinato de Carrero por ETA en diciembre de 1973, estaba como un bloque por el golpe. En especial, si el Rey, su compañero de armas, uno de los suyos, el heredero designado por Franco, estaba detrás. Tenían terror por el divorcio, el aborto y la ruptura de España. ¿les suena? En esa línea, los militares más destacados estaban por un golpe institucional ("blando") apoyado por la derecha política, económica, mediática y religiosa del país, que buscaba institucionalizar una democracia vigilada, con el Ejército como árbitro, el Rey maniatado, las autonomías domesticadas y un general monárquico al frente. El 23 de septiembre de 1979, el diario ABC le daba al teniente general Jaime Milans del Bosch (durante el golpe el cabecilla militar de más alto rango, el monárquico más conspicuo y el hombre que echó los carros de combate a las calles de Valencia la noche del 23 de febrero) su portada dominical y él, un militar en activo (de un Estado constitucional europeo), se despachaba contra la democracia con sentencias filogolpistas ante el arrobo de la derecha: "El balance de la transición no ofrece un saldo positivo: terrorismo, inseguridad, inflación, crisis económica, paro, pornografía y, sobre todo, crisis de autoridad. Los militares hemos contemplado esa situación con actitud expectante y serena pero con profunda preocupación". Menos mal que ante ese panorama estaba él, Don Jaime, y sus amigos para solucionarlo. Sobre todo, Alfonso Armada: un general adinerado,integrista católico, con una mentalidad anterior a la Revolución francesa, refinado ultraderechista, que conocía bien el juego político y tenía una ambición sin límites. De los golpistas de febrero de 1981, Javier Fernández López, un teniente coronel demócrata y profesor universitario, más tarde delegado del Gobierno en Aragón en las dos legislaturas de Rodríguez Zapatero, me diría: "Se creían dioses; eran prepotentes y fanáticos; estaban excesivamente ideologizados y tenían una soberbia increíble. Eran muy aficionados a las conjuras de barra de bar. Y cuando vieron que aquel golpe se convertía en el camarote de los hermanos Marx, muchos se hubieran bajado en marcha, pero ya no pudieron. Eso sí, si el Rey hubiera dicho adelante, la mayoría se hubiera echado a la calle encantada"
En las décadas siguientes, la atracción periodística del último golpe de Estado de la historia de España, me animó a acercarme de oficio a algunos de sus protagonistas. A finales de 2000, el ex comandante Pardo Zancada (el superman del grupo de golpistas), me mandó literalmente a la mierda por teléfono. En 2001 logré entrevistar al coronel José Luis Cortina Prieto, el agente 007 del Cesid, absuelto en abril de 1983 de todos sus cargos y del que siempre hubo dudas de si se trataba de un caballo de Troya de los golpistas en los servicios secretos, o un topo-provocador de los servicios secretos entre los golpistas. Si era un héroe de la democracia o un filogolpista camuflado. Cortina no me lo aclaró. Nos reunimos en un hotel madrileño grande y anodino y ambientado con música de ascensor. Él se puso de cara a la puerta de la cafetería ("para prevenir un atentado"); me dio a entender que el Estado sabía todo del golpe antes de que se produjera porque el Cesid se lo había dicho. Nadie hizo nada. El resto fue una conversación circular, sin principio ni fin. Hoy, Cortina, retirado del Ejército sin pena ni gloria, dirige una próspera empresa editorial y de servicios de seguridad, donde ha logrado tener a sus órdenes a algunos de los más importantes generales de los últimos tiempos. Cuando los oficiales se retiran, su jubilación suele ser muy magra. Siempre han tenido que ampararse en el pluriempleo aunque el dinero venga de un ex agente de los servicios de inteligencia al que en su día crucificaron.
El Rey y el general Milans del Bosch durante unas maniobras en 1977.
Alfonso Armada un par de años antes del golpe.
Por fin, en la navidad de 2011 surgió la oportunidad de hablar con el ex general Alfonso Armada, el cerebro político de golpe. El hombre que tenía que ser el nuevo presidente del Gobierno de esa democracia descafeinada. Condenado a 30 años de reclusión por un delito de Rebelión Militar, de los que sólo cumpliría ocho antes de ser indultado por motivos de salud. El hombre que perdería sus preciadas estrellas de general. Era el hombre del Rey, junto al que había pasado más de 20 años a su servicio, desde que llegó como su mero ayudante hasta convertirse en su secretario para todo y en poderoso secretario general de la Casa del Rey tras la muerte de Franco y ser apartado de su lado a finales de 1976 por el presidente Suárez, que olfateaba como nadie sus veleidades golpistas. Armada nunca perdonó ese desplante del Rey por persona interpuesta. El pretexto para hablar con el viejo marqués fue un reportaje en el que yo estaba trabajando titulado "Todos los hombres del Rey", en el que se explicaba la estructura de la Zarzuela desde el franquismo hasta el ascenso al trono de Don Juan Carlos y en el que se hacía un recorrido por las personas que habían trabajado a su lado desde 1954 hasta la actualidad. Lógicamente, en primera fila (y con vida) estaba Alfonso Armada.
El general Armada acompañado por un escoltra junto al Congreso en la madrugada del 24-f.
Armada ya había cumplido 90 años. Vivía entre su acomodado domicilio del centro de Madrid y su pazo gallego (hórreo, capilla y ciprés) que da nombre a su marquesado (Santa Cruz de Rivadulla), donde se dedicaba como todo un gentleman farmer británico al cultivo de las camelias. Hablamos por teléfono. Estaba con gripe. Pensé que era un pretexto. Sin embargo, una semana más tarde accedió a entrevistarse conmigo. Solo me hizo dos observaciones. La primera: "Tengo en torno a una hora para estar con usted; luego me iré a misa con mi hija". La segunda: "Si miente no le volveré a recibir y le puedo contar muchas cosas que en ese caso se perdería".
Madrugada del 24-f. Pardo Zancada llega al Congreso con 113 hombres.
Mi primera sorpresa fue que Armada vivía puerta con puerta con su compañero de golpe y enemigo mortal, el ex teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, que evitó que Armada se propusiera como candidato a la Presidencia a los diputados secuestrados (porque le pareció demasiado tibio con la izquierda) y con el que también compartía un amor a España de manual del Frente de Juventudes y un catolicismo preconciliar. La segunda es que el integrismo de Armada era muy superior al que había imaginado. Es difícil entender cómo el Rey aguantó durante tantos años un tipo tan ultraconservador a su lado. Tras acompañarme con ceremonia una sirvienta extranjera de uniforme a su presencia, el ex general, vestido impecable de jubilado acomodado (chaqueta azul de punto, corbata de lana, pantalón gris de franela y zapatos anatómicos de retirado), aseado y con un sonotone en el oído izquierdo -"he pegado muchos cañonazos en mi vida"-), me recibió con estas palabras en un tono agudo de timbre pero enérgico en el tono: "Yo soy católico, español y monárquico. Las dos primeras son para mí inseparables. En cuanto a monárquico, así me lo inculcaron en mi familia generación tras generación porque la monarquía es consustancial a España y es la institución que mejor la sirve y le da continuidad. Piense que mi padre de niño ya jugaba con Alfonso XIII. Éramos una familia muy católica (yo tengo tres hijos sacerdotes), muy considerada en sociedad y muy formal. Éramos monárquicos pero también creíamos en Franco. Y Franco nos tenía mucho aprecio. Y Franco le quería mucho al Príncipe (Juan Carlos). Le daba todo lo que le pedía. Que me digan ahora que el Príncipe no era franquista, ja ja, me muero de risa".
-¿Cuál fue su papel el 23-f?
-Nada, nada, nada de lo que se ha dicho. Mi familia está enfadadísima. Yo solo cumplí órdenes. Hice lo que me mandaron. Y salvé la cabeza a los diputados y nadie me lo agradeció. Me jugué el cuello. Me ofrecí para cualquier gestión para que Tejero dejara libres a los diputados y eso es lo que hice, dejarlos libres. El rey mantuvo la democracia y yo liberé a los diputados. Nunca he entendido porqué mi jefe (el teniente general Gabeiras Montero) fue un héroe y yo estuve todo ese día a sus órdenes y a mí me condenaron.
-Quizá porque usted era mucho más ambicioso y se le vio demasiado el plumero...
-¿Ambicioso? ¡Nada! Dios me ha dado mucho más de lo que merezco. Una familia fantástica con decenas de nietos, una fortuna considerable y una salud que ya ve usted. Tengo un agradecimiento enorme a Dios.
-Usted estaba en la conspiración...
-Eso son cuentos de viejas.
-¿No se considera usted culpable?
_Nada. Culpable de nada. De cumplir con mi obligación.
-Cómo recuerda los primeros tiempos con el Príncipe?
-Yo le monté todo. Toda la Zarzuela. Me ocupaba hasta de la seguridad. Hice todo. Sin dinero, de prestado. No teníamos ni coche oficial, yo iba con el mío.
-Tenía mucha influencia en el futuro Rey.
-Hombre él era un muchacho... Yo le escribí un código de conducta. Tenía que ser un católico de una pieza. Su vida personal tenía que ser impecable, no tener amigos particulares, no hacer chistes, no chismorrear, vivir con la máxima sobriedad y ser muy moderado con la bebida.
MIlans del Bosch en 1977 cuando mandaba la División Acorazada.
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