Estoy en Las Palmas, la ciudad de la playa de Las Canteras.
La ciudad de los poetas (Padorno, Agustín Millares, Lezcano, Alonso Quesada, tantos), la ciudad de los artistas (Manolo Millares, Chirino, Hidalgo, Mariátegui, Gil, tantos), y la ciudad de la alegría en la calle, del carnaval y de la vida cotidiana; la ciudad de las mil culturas y del mar ancho y diverso, la suculenta ciudad de la noche, la ciudad de Utopía y del Gas, de la terraza de Farray y de la mil terrazas, porque es la ciudad de la calle; la ciudad del muelle en el que viven nuevas y viejas memorias del mundo; la ciudad que aspira a ser capital de la cultura europea en 2016, arañando en medio del Atlántico lo que éste tiene de cruce de caminos entre África., América y la Europa que sigue viajando y dejando su sedimento en las casonas del hermosísimo barrio de Vegueta, donde está aquel museo de arte moderno (CAAM) que inventó Martín Chirino...
En esta ciudad estoy, ahora cerca de esta playa milagrosa a cuyo final se ven la casa del mar de Padorno y el auditorio que diseñó Óscar Tusquets para albergar la ahora invencible tradición musical que consolidó el Festival de Música de Canarias, una de las principales iniciativas culturales (y globales) de la región.
Y en esta ciudad está gran parte de mi memoria de la alegría.
De eso hablo aquí estos días con los amigos que me preguntan por mi vinculación con esta playa y con las noches y con los días que la rodean.
Nací en otro pueblo de mar, el Puerto de la Cruz, allí está mi raíz; pero las raíces se completan con todas las raíces, y en esta hermosa ciudad de playa está también el aire insular que tanto amo.
La raíz de un isleño, que es lo que uno es, isleño pero no aislado, pues el mar es lo que más comunica.
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