2 sept 2010
Cuentos politicamente correctos
Cuentos políticamente correctos
A lo largo de la historia, los cuentos siempre han tenido una función preventiva y moralizante. Con ellos se pretendía aleccionar a los niños sobre los peligros y trampas del mundo donde iban a crecer. Los cuentos de hadas son la llave que permite acceder a la mente infantil, precisamente porque se encuentran allí donde comienza la mente del niño, en su plano psicológico y emocional.
Por tanto, dada su función, es lógico suponer que a lo largo del tiempo, los cuentos de hadas hayan ido adaptándose a la moral imperante, con objeto de transmitir siempre un mensaje políticamente acorde con la sociedad contemporánea.
Para ilustrar esta afirmación, he podido disfrutar al comprobar la evolución sufrida por uno de los cuentos más populares de todos los tiempos, se trata de “Caperucita Roja”. Os contaré este cuento, al mismo tiempo que viajamos por el tiempo y os aseguro que vais a sorprenderos.
Podemos encontrar el origen de este cuento dentro de la tradición oral de varios países europeos allá por el siglo XIV. Las distintas versiones varían un poco en cuanto que la figura antagónica no siempre era un lobo, podía ser un ogro o un hombre lobo, y en cuanto al final. (para aquellos esclavos del reloj, os recomiendo que leáis la primera y la última de las versiones de este famoso cuento y luego, interpoléis las versiones intermedias)
De acuerdo con Paul Delarue, la versión que sirvió de inspiración a Charles Perrault es la siguiente:
“Hechos y tribulaciones de la Pequeña Caperucita Roja”
Había una vez una niña muy bonita. Su madre, que acababa de hacer pan, le pidió que le llevara un pedazo caliente y una botella de leche a su abuelita.
Entonces la niña se marchó y en un cruce de caminos se encontró con bzou, el hombre lobo, que le dijo, ¿dónde vas niñita?
Caperucita contestó, llevo este pan caliente y esta botella de la leche a mi abuelita.
¿Qué camino vas a tomar?, dijo el hombre lobo, ¿el camino de las agujas o el camino de los alfileres?
El camino de las agujas, dijo la niña. Bien, entonces yo tomaré el camino de los alfileres.
Mientras tanto el hombre lobo llegó a la casa de la abuela, la mató, y puso un poco de su carne en el armario y una botella de su sangre sobre el anaquel.
La niña llegó y llamó a la puerta. Empuja la puerta, dijo el hombre lobo, que esta atascada por un pedazo de paja mojada.
Buen día, abuelita. Le he traído un poco de pan caliente y una botella de leche.
Ponlo en el armario, mi niña y toma un poco de la carne que hay dentro y la botella de vino que está sobre el anaquel. Cuando la niña se comió la carne, un pequeño gato dijo, ¡Uff!... qué depravada es la niña que come la carne y bebe la sangre de su abuelita.
Desnúdate, mi niña, dijo el hombre lobo, y ven a acostarte a mi lado. ¿Dónde podría poner mi delantal? Lánzalo al fuego, mi niña, que no lo necesitarás más.
Y cada vez que ella preguntó donde debería poner el resto de sus prendas, el corpiño, el vestido, la enagua, las medias largas, el lobo respondió: Lánzalos al fuego, mi niña, que no los necesitarás más.
Cuando ella se metió en la cama, la niña dijo, ¡ay abuelita, qué peluda eres! ¡Es para mantenerme caliente, mi niña!
¡Ay abuelita, que uñas tan grandes tienes! ¡Son para rascarme mejor, mi niña!
¡Ay abuelita, que hombros tan grandes tienes! ¡Son para llevar la leña mejor, mi niña!
¡Ay abuelita, que orejas tan grandes tienes! ¡Son para oírte mejor, mi niña!
¡Ay abuelita, que narices tan grandes tienes! ¡Son para aspirar mejor mi tabaco, mi niña!
¡Ay abuelita, qué boca tan grande tienes! ¡Es para comerte mejor, mi niña!
¡Ay abuelita, tengo que hacer mis necesidades, déjame ir fuera!
¡Hazlo en la cama, mi niña!
¡Ay no abuelita, quiero ir fuera!
Bien, pero hazlo rápido.
El hombre lobo ató una cuerda de lana a su pie y la dejó ir fuera.
Cuando la niña estaba fuera, ató el final de la cuerda a un ciruelo que había en el patio. El hombre lobo se impaciento y dijo, ¿estás haciendo de vientre ahí? Cuando el lobo comprendió que nadie le contestaba, saltó de la cama y vio que la niña se había escapado.
Entonces la siguió, pero llegó a su casa justo cuando la niña entraba en ella.
Como podemos ver, no parece que una niña que canibaliza a su abuela y se acuesta desnuda con el lobo sea precisamente lo que queremos enseñarle a nuestros hijos. Además, el ardid para escapar no es especialmente astuto y refinado.
Eso debió parecerle a Charles Perrault, un funcionario real de la corte de Luis XIV, que en su afán de recoger las historias de la tradición oral europea, remodeló el cuento dentro de su libro “Los cuentos de la mamá Gansa”.
Este autor suprimió el lance en que el lobo, ya disfrazado de abuelita, invita a la niña a consumir la carne y la sangre, pertenecientes a la pobre anciana, a la que acaba de descuartizar. Al igual que en el resto de sus cuentos, quiso dar una lección moral a las jóvenes que entablan relaciones con desconocidos, añadiendo una moraleja explícita, inexistente hasta entonces en la historia.
Esta es su versión, publicada en 1697 con el título: “Le Petit Chaperon Rouge”
En tiempo del rey que rabió, vivía en una aldea una niña, la más linda de las aldeanas, tanto que loca de gozo estaba su madre y más aún su abuela, quien le había hecho una caperuza roja; y tan bien le estaba, que por caperucita roja conocíanla todos. Un día su madre hizo tortas y le dijo:
-Irás á casa de la abuela a informarte de su salud, pues me han dicho que está enferma. Llévale una torta y este tarrito lleno de manteca.
Caperucita roja salió enseguida en dirección a la casa de su abuela, que vivía en otra aldea. Al pasar por un bosque encontró al compadre lobo que tuvo ganas de comérsela, pero a ello no se atrevió porque había algunos leñadores. Preguntola a dónde iba, y la pobre niña, que no sabía fuese peligroso detenerse para dar oídos al lobo, le dijo:
-Voy a ver a mi abuela y a llevarle esta torta con un tarrito de manteca que le envía mi madre.
-¿Vive muy lejos? -Preguntole el lobo.
-Sí, -contestole Caperucita roja- a la otra parte del molino que veis ahí; en la primera casa de la aldea.
-Pues entonces, añadió el lobo, yo también quiero visitarla. Iré a su casa por este camino y tú por aquel, a ver cual de los dos llega antes.
El lobo echó a correr tanto como pudo, tomando el camino más corto, y la niña fuese por el más largo entreteniéndose en coger avellanas, en correr detrás de las mariposas y en hacer ramilletes con las florecillas que hallaba a su paso.
Poco tardó el lobo en llegar a la casa de la abuela. Llamó: ¡pam! ¡pam!
-¿Quién va?
-Soy vuestra nieta, Caperucita roja -dijo el lobo imitando la voz de la niña. Os traigo una torta y un tarrito de manteca que mi madre os envía.
La buena de la abuela, que estaba en cama porque se sentía indispuesta, contestó gritando:
-Tira del cordel y se abrirá el cancel.
Así lo hizo el lobo y la puerta se abrió. Arrojose encima de la vieja y la devoró en un abrir y cerrar de ojos, pues hacía más de tres días que no había comido. Luego cerró la puerta y fue a acostarse en la cama de la abuela, esperando a Caperucita roja, la que algún tiempo después llamó a la puerta: ¡pam! ¡pam!
-¿Quién va?
Caperucita roja, que oyó la ronca voz del lobo, tuvo miedo al principio, pero creyendo que su abuela estaba constipada, contestó:
-Soy yo, vuestra nieta, Caperucita roja, que os trae una torta y un tarrito de manteca que os envía mi madre.
El lobo gritó procurando endulzar la voz:
-Tira del cordel y se abrirá el cancel.
Caperucita roja tiró del cordel y la puerta se abrió. Al verla entrar, el lobo le dijo, ocultándose debajo de la manta:
-Deja la torta y el tarrito de manteca encima de la artesa y vente a acostar conmigo.
Caperucita roja lo hizo, se desnudó y se metió en la cama. Grande fue su sorpresa al aspecto de su abuela sin vestidos, y le dijo:
-Abuelita, tenéis los brazos muy largos.
-Así te abrazaré mejor, hija mía.
-Abuelita, tenéis las piernas muy largas.
-Así correré más, hija mía.
-Abuelita, tenéis las orejas muy grandes.
-Así te oiré mejor, hija mía.
-Abuelita, tenéis los ojos muy grandes.
-Así te veré mejor, hija mía.
Abuelita, tenéis los dientes muy grandes.
-Así comeré mejor, hija mía.
Y al decir estas palabras, el malvado lobo arrojose sobre Caperucita roja y se la comió.
Juan Francisco Caturla Javaloyes.Rubí, Barcelona, Spain
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