Como ha señalado Sánchez Ferlosio, no hay disparo más peligroso que el de quien se ha cargado de razón. Ejemplo señero es el de aquel boy-scout cuya obra buena del día fue ayudar a cruzar la calle al ciego que no quería cambiar de acera.
En España padecemos hoy una conjura de salvadores para redimirnos de nuestros vicios y nuestras devociones, en la que confluyen una derecha que tiene de liberal lo que yo de obispo y una izquierda torpe en la gestión económica y laboral pero firme en las prohibiciones: del tabaco, de los toros, de la rotulación comercial en lengua impropia y quizá mañana de las corrientes de aire, que también salen caras a la Seguridad Social.
A los desobedientes solo nos salva que no siempre se ponen de acuerdo en lo que debe ser proscrito: cuando coinciden, estamos perdidos.
La neutralidad laica de lo público no implica prohibir la libertad individual de expresión religiosa
Libertad democrática es aprender a convivir con lo que no nos gusta
Ahora les toca el turno al burka y al niqab. El Senado -que de irrelevante parece decidido a ascender a nocivo en varias lenguas- recomienda prohibirlo por ley en los espacios públicos... incluida la calle, en nombre de la libertad, la igualdad y la seguridad. Quienes han votado en contra sostienen que no es para tanto, aunque apoyan el fondo de esa argumentación. Admirable batiburrillo. Hay espacios públicos que nadie duda de que deben estar regulados (escuelas, oficinas ministeriales o municipales, controles de aeropuerto, etcétera) y en los que no caben máscaras o disfraces. Pero en otros espacios públicos los controles son más discutibles: ¿debe la autoridad decidir cómo debemos ir por la calle? ¿Pueden prohibirme el maquillaje estrafalario, las pelucas de colores o la barba postiza? ¿Qué me dicen de los tatuajes? ¿Está permitido que un hombre se vista de mujer, aunque eso vaya contra su "dignidad" según el criterio de algunos?
En efecto, las instituciones (que son de todos) no deben implicarse en ceremonias religiosas particulares. Los demócratas laicos (católicos incluidos) celebran que se suprima la implicación militar en el Corpus toledano, indeseable residuo teocrático. Ojalá también se suprimieran los capellanes militares y demás jerarquía clerosoldadesca. Lo mismo cabe decir de los crucifijos en las aulas, etcétera. Pero la neutralidad laica de lo público tiene como objetivo permitir la libertad confesional o impía de los particulares. Mejor dicho, su libertad a secas, de expresar como quieran su personalidad, religiosa o estética, en ciertos lugares públicos y desde luego en su privacidad.
Cubrirse con velos o enseñar todo lo posible forman parte de esa libertad. En el caso de las mujeres que optan voluntariamente por velarse, resulta obvio que no es el velo lo que conculca su libertad, sino la imposiciónde prescindir de él les guste o no. Y tampoco el más tupido de los velos ofende su dignidad tanto como quienes no escuchan su testimonio de lo que piensan o desean y las declara sin apelación esclavas de lo irracional. Llamar a esos procedimientos impositivos "libertad" o "dignidad" es utilizar un nuevo lenguaje similar al que George Orwell patentó en 1984.
Si una mujer es obligada a desnudarse por un proxeneta o a cubrirse de pies a cabeza por un imán, debe haber instancias legales que la protejan eficazmente de tales atropellos. Pero si lo hacen de acuerdo a su voluntad, por mal orientada que esté según opinión de algunos, el atropello vendrá de quien se lo prohíba decidiendo que su criterio es mejor que el suyo, como si ellas no tuvieran raciocinio propio en materia ética. O aún peor, de quienes supongan según su prejuicio que cuando se desnudan lo hacen por gozo liberador y cuando se tapan son prisioneras de negras supersticiones. Según la ministra Bibiana Aído, que no es partidaria de la prohibición, las mujeres veladas son "víctimas" con las que no hay que ensañarse, aunque el objetivo gubernamental sea acabar con el burka "en público y en privado". ¿Víctimas? Entonces ¿por qué no las salva? ¿No es humillante considerarlas a todas así, quieran o no? ¿No es una ofensa a su dignidad y a su libertad? ¿Por qué la ministra Aído no se decide ya a declararlas "enfermas" y tratarlas como a los homosexuales en esa clínica catalana que se ofrece a curarlos?
La ciudadanía democrática es un marco abstracto e igualitario para que cada cual intente su concreta realización personal, de acuerdo con su cultura, sus creencias, sus pasiones y manías. Como bien analiza Carlo Galli en su jugoso librito La humanidad multicultural (ed. Katz) no es fácil "mantener juntos, sin síntesis definitivas, los diferentes niveles de las culturas (de los grupos dotados de sentido, de lo común), de lo universal (de todos) y de las individualidades (de los particulares)". Un empeño urgente en nuestras complejas y mestizas sociedades europeas, donde la humanidad concreta "solo puede ser imaginada y producida como crítica universal de los universalismos no críticos y, por igual razón, de los particularismos tribales". Aquí es imprescindible la educación en valores cívicos y una paciente labor social con los inmigrantes, mientras que la actitud prohibicionista es un atajo que ni comprende ni asume ni remedia las irremediables diferencias.
Yo no sé si los diversos velos islámicos representan (sobre todo para quienes los llevan) la "opresión" de lo femenino: el día que me dé por averiguarlo procuraré acudir a fuentes antropológicas más fiables que la señora Sánchez Camacho, CiU y demás criaturas electorales. Tampoco sé si es ofensivo para la dignidad cívica pintarse la cara con los colores nacionales -y aún peor, la de los niños- para ir al fútbol o airear los trapos sucios familiares en programas del corazón. En cambio creo saber en qué consiste la libertad democrática: en aprender a convivir con lo que no nos gusta.
Conviene recordarlo ahora que hay tantos paladines dispuestos a todo por defender "nuestros valores", porque hay amores que matan...
Personalmente, a mí me desagrada profundamente ver mujeres con burka o niqab, pero procuro recordar que también las señoras que los llevan desaprobarán muchas de mis aficiones que no quisiera ver prohibidas (aunque hay quien lo intenta, desde luego).
"Prohibido prohibir" fue uno de los lemas del ahora denostado -por carcas y arrepentidos, a cual más bobo- Mayo del 68 y acepto desde luego que, tomado literalmente, se trata de una peligrosa exageración.
Pero entiendo que su verdadero significado era: "prohibidos los inquisidores que quieren salvarnos de lo que somos, por nuestro bien".
Y esta prohibición es de las pocas que siguen en mi devocionario plenamente vigente.
Fernando Savater
El Mayo del 68 con sus variadas consignas fue un hecho que en su momento nos valía para cambiar la sociedad, hoy quizás, los que vivimos esa revolución , esa lucha, seamos mayores y los que no levantaron un dedo para comprobar que SI había arena debajo de los adoquines les parezca transnochado, pero esos que hicieron? que hacen? los jóvenes que se encontraron con una Sociedad del revés y la culpa es nuestra no se han mojado salvo en llevar por fuera signos de aquellos tiempos, lo que les interesa es la estética, esos pelos rasta de hace 30 años, toda la moda hippy para lo cual hasta el Corte inglés la vende y nos miran por encima del hombro porque ya no nos vestimos así pero pensamos, y ellos no. Lejos de mi la funesta manía de pensar. Decía uno.
Como dice la canción de Paco Ibañez no reniego de mi origen ni de mis ideales que si los cuentan , son ya una batallita, pero nos pusimos el mundo por montera, (Todos no, quizás los que ahora están en el poder) hicimos una forma de vida para darnos cuenta que la forma nos la imponen pero por mucho que digan todavía queda gente coherente, no ilusa, no es lo mismo, coherente sin dar cuentas nada más que a nosotros mismos, pero la vida pasa factura, y muchas veces nos encontramos con injusticias que creiamos no iban a aparecer ya.
Si somos consecuentes y de valores, valores de vida, no hace falta especificar burgueses o no porque lo son, pero somos una generación de excesos, y esos son los que ahora nos dicen "para".
De excesos, no se entiendan solo drogas y rock excesos en la lucha en nuestra forma de aventurarnos, de como pudiendo vivir más comodamente no supimos hacerlo, otros lo hicieron tan bien, que ahora tienen cargos para meternos en una sociedad de intensidad 8 de la escala de R.
Ellos y nosotros, los que luchamos y forjamos un futuro fuera de poltronas y Bonos del Tesoro, y eso , que es vida, solo se paga con lo mismo, la vida.
30 jun 2010
EUROPA SE NOS MUERE
“Lejos de limitarse a retraer la economía, lo que persigue ahora el neoliberalismo es alterar la trayectoria en la que ha venido moviéndose la civilización occidental en los dos últimos siglos. Se trata nada menos que de hacer retroceder a la seguridad social y a las pensiones de los trabajadores, a la asistencia sanitaria, a la educación y a otros servicios públicos, de desmantelar el Estado Democrático y Social de Derecho, de poner fin a los logros de la Era Progresista y aun al ideario programático del republicanismo clásico.”
“… estamos asistiendo a la ejecución de una política largo tiempo planeada, puesta ahora por obra a toda máquina y por doquiera. Los intereses rentistas, los intereses creados que un siglo de Era Progresista, de New Deal y de reformismo buscaron subordinar al conjunto de la economía, están contraatacando.
Y tienen el control de la situación, con sus propios representantes en el poder, muchos de los cuales son, irónicamente, dirigentes de partidos socialdemócratas o laboristas, desde el presidente Obama al presidente Papandreu, pasando por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero en España.”
“Europa se nos muere.
Si no cambia su trayectoria, la Unión Europea sucumbirá a un golpe de estado financiero que habrá de llevarse por delante los tres últimos siglos de filosofía social de ascendencia ilustrada.”
Europa está en vías del suicidio fiscal, y no le costará demasiado esfuerzo encontrar aliados en las reuniones del G20 el próximo fin de semana en Toronto.
A despecho de una Gran Recesión que se hace más y más honda, hasta el punto de amenazar con una depresión declarada, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet, y los primeros ministros de Gran Bretaña y Grecia, David Cameron y George Papandreu (presidente de la Internacional Socialista), así como el anfitrión, el primer ministro canadiense Stephen Harper, llaman de consuno al recorte del gasto público.
Los EEUU están jugando un papel ambiguo.
La administración Obama está por el recorte drástico de la Seguridad Social y de las pensiones, bajo el eufemismo de “equilibrar el presupuesto”. Wall Street exige reducciones “realistas” de las pensiones ofrecidas por estados federados y municipios, a fin de mantener la “capacidad de pago” (es decir, sin recaudar impuestos en los bienes raíces, en las finanzas y en los estratos superiores del ingreso). Esas pensiones locales han dejado sin el respaldo financiero necesario para permitir a los municipios recortar los impuestos a los bienes raíces, recorte que, a su vez, permite que los valores rentistas de emplazamiento urbano puedan servir de colateral para los intereses bancarios. Sin una depreciación de la deuda (por parte de los bancos hipotecarios o de los tenedores de obligaciones), ningún modelo matemático podrá excogitar una forma de pagar esas pensiones. Capacitar a los trabajadores para que puedan vivir “libremente” cuando hayan quedado atrás los días de su vida laboral, requeriría: o bien 1) que los tenedores de obligaciones y bonos no cobraran (“impensable”); o bien 2) que aumentaran los impuestos a la propiedad, lo que haría que más hogares entraran en situación de quiebra técnica y llevaría todavía a más gente a abandonar su casa [1] y a más pérdidas de los bancos en sus hipotecas basura. Dado que son los bancos quienes actualmente dictan la política económica nacional, eso no pinta bien para las gentes que esperan una sociedad del ocio a la vuelta de la esquina.
El problema para las autoridades estadounidenses es que la súbita pasión europea por recortar drásticamente las pensiones y otros gastos sociales traerá consigo la retracción de las economías europeas, ralentizando el crecimiento de las exportaciones norteamericanas. Las autoridades estadounidenses urgen a Europa a no precipitarse lanzando antes de tiempo una guerra fiscal contra el mundo del trabajo. Mejor hacerlo coordinadamente con los EEUU, luego de una modesta recuperación.
El sábado y el domingo se verá un hito semestral en una guerra financiera cuidadosamente orquestada contra la “economía real”. La escenificación comenzó aquí, en los EEUU. El 18 de febrero, el presidente Obama reclutó su comisión parlamentaria para el déficit (formalmente, la Comisión Nacional para la Responsabilidad y la Reforma Fiscales) entre ideólogos neoliberales de la misma laya que los que compusieron en 1982 la Comisión de Greenspan para la “reforma” de la Seguridad Social.
A todas las reestructuraciones profinancieras, antisindicales y antiestatales que han venido produciéndose desde 1980 se les ha dado el inapropiado nombre de “reforma”. La comisión está encabezada por el senador republicano por Wyoming, Alan Simpson (quien con humor involuntario se refirió a los usuarios de la Seguridad Social como a “gentes menores”), y por el neoliberal clintoniano Erskine Bowles, el que dirigió la batalla a favor de la Ley de Equilibrio Presupuestario en 1997. En el comité están también el demócrata conservador Max Bacus, de Montana, presidente del muy pro-Wall Street Comité de Finanzas. El resultado es un obamesco sueño hostil al cambio: un patrocinio bipartidista del equilibrio presupuestario, lo que en la práctica significa poner freno a los déficits presupuestarios, déficits que, como explicó Keynes, resultan de todo punto necesarios para alimentar la recuperación económica suministrando liquidez y capacidad de compra.
Un presupuesto equilibrado en momentos de declive económico significa el retraimiento del sector privado. Y en unos momentos en que las economías privadas se precipitan en una deflación por deuda, este tipo de política significa la retracción de los mercados de bienes y servicios. Todo, en apoyo de las exigencias que los bancos plantean a la economía “real”.
El ejercicio de manipular a la opinión pública para darle a entender que todo eso es bueno conoció una escalada en abril pasado con la fabricación de la crisis griega. Los periódicos de todo el mundo se quedaron boquiabiertos al descubrir que en Grecia las clases ricas no tributaban a hacienda. Y se unieron al coro de los que exigían que los trabajadores pagaran más impuestos, a fin de llenar ese hueco fiscal. Era su versión del Plan Obama (es decir, rubineconomía [2] al viejo estilo).
El 3 de junio, el Banco Mundial reiteró la Nueva Doctrina de la Austeridad, como si de un descubrimiento nuevo se tratara. El camino a la prosperidad pasaría por la austeridad. “Los países ricos pueden ayudar a las economías en vías de desarrollo a crecer más rápidamente recortando rápidamente el gasto público o incrementando los impuestos”. El Nuevo Conservadurismo Fiscal busca acorralar a todos los países, disminuyendo el gasto social para “estabilizar” a las economías con un presupuesto equilibrado. Lo que habrá de lograrse depauperando al mundo del trabajo, recortando drásticamente salarios, reduciendo el gasto social y haciendo retroceder las manecillas del reloj a los buenos viejos tiempos de la guerra abierta de clases, tal como se daba antes del inicio de la Era Progresista. [3]
La razón ofrecida para ello es la desacreditada teoría del “efecto expulsión”:
Los déficits presupuestarios significan mayores empréstitos, lo que incrementa los tipos de interés. Se supone que unos tipos más bajos ayudan a los países (o lo harían, si el préstamo se empleara en la formación de capital productivo). Pero no es así como operan los mercados financieros en el mundo de hoy. Unos tipos de interés más bajos simplemente hacen más barato y más fácil a los saqueadores profesionales de empresas o a los especuladores capitalizar un flujo dado de ingresos hasta un múltiplo más alto, hundiendo aún más a la economía al cargarla con mayores deudas.
Alan Greenspan repitió como un lorito casi palabra por palabra el anuncio del Banco Mundial en una columna de opinión publicada por el Wall Steet Journal. Incurrir en déficits incrementaría los tipos de interés. Diríase que se está preparando el terreno para un gran incremento de los tipos de interés (y para el correspondiente desplome de los mercados de valores y de obligaciones, cuando en los meses venideros la carrera alcista de los inversores “mamones” tenga un abrupto final).
La idea es crear una crisis financiera artificial que venga, “salvadora”, a imponer a Europa y a la América del Norte “recortes a la griega” en la seguridad social y en las pensiones. En el caso de los EEUU, las pensiones ofrecidas por los estados federados y los municipios, en particular, serán recortadas con medidas de “emergencia”, a fin de “liberar” los presupuestos públicos.
Todo eso es exactamente lo contrario de la filosofía social abrazada por el grueso de los votantes. Este es el problema político inherente en la visión del mundo neoliberal. En el siglo XIX, al concepto de un “mercado libre” correspondía la idea de un mercado libre de exigencias predatorias de financieros y propietarios inmobiliarios. Hoy, un “mercado libre” à la Ayn Rand significa un mercado libre para los predadores. El mundo al revés.
Eso muestra la habitual ignorancia sobre el funcionamiento de los tipos de interés, un punto ciego que resulta condición necesaria para acceder hoy en día al cargo de banquero central. Se ignora el hecho de que los bancos centrales determinan los tipos de interés al crear crédito. A tenor de las reglas del BCE, los bancos centrales no pueden hacer nada de eso. Y sin embargo, para eso precisamente fueron creados. Los gobiernos europeos se ven obligados a tomar prestado de los bancos comerciales.
Esa camisa de fuerza financiera amenaza con romper a Europa, o con abismarla en el mismo tipo de pobreza que la Unión Europea está imponiendo a los países bálticos. Letonia es el ejemplo supremo. A pesar de un desplome rayano en el 20% de su PIB, sus banqueros centrales siguen acumulando un excedente presupuestario, en la esperanza de rebajar las tasas salariales. Los salarios del sector público han sido recortados más de un 30%, y el gobierno dice esperar que ulteriores recortes se comuniquen al sector privado. El gasto en hospitales, servicio de ambulancias y escuelas ha sido drásticamente recortado.
¿Qué falla en este tipo de argumentos? El coste del trabajo puede rebajarse mediante una restauración clásica de la fiscalidad progresiva y una reforma fiscal centrada de nuevo en la propiedad (en el ingreso inmobiliario y rentista). En cambio, el coste de la vida no hará sino aumentar al seguir desplazando la carga fiscal hacia el trabajo, en descargo del sector inmobiliario y del financiero. La idea es ofrecer el excedente económico como colateral del servicio de la deuda.
En Inglaterra, Ambrose Evans-Pritchard ha hablado de un “euromotín” contra la política fiscal regresiva. Pero es más que eso. Lejos de limitarse a retraer la economía, lo que persigue ahora el neoliberalismo es alterar la trayectoria en la que ha venido moviéndose la civilización occidental en los dos últimos siglos. Se trata nada menos que de hacer retroceder a la seguridad social y a las pensiones de los trabajadores, a la asistencia sanitaria, a la educación y a otros servicios públicos, de desmantelar el Estado Democrático y Social de Derecho, de poner fin a los logros de la Era Progresista y aun al ideario programático del republicanismo clásico. [4]
Así pues, a lo que estamos asistiendo es a la ejecución de una política largo tiempo planeada, puesta ahora por obra a toda máquina y por doquiera. Los intereses rentistas, los intereses creados que un siglo de Era Progresista, de New Deal y de reformismo buscaron subordinar al conjunto de la economía, están contraatacando. Y tienen el control de la situación, con sus propios representantes en el poder, muchos de los cuales son, irónicamente, dirigentes de partidos socialdemócratas o laboristas, desde el presidente Obama al presidente Papandreu, pasando por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero en España.
Habiendo aguardado pacientemente estos últimos años, la clase predatoria global se lanza ahora a “liberar” a las economías de la filosofía social que se pensaba irreversiblemente incorporada al sistema económico: seguridad social y pensiones de jubilación, para que los trabajadores no tengan que ahorrar de unos mayores salarios para su vejez; educación y asistencia sanitaria públicas, para incrementar la productividad del trabajo; regulación antimonopólica de precios, a fin de evitar un alza de precios por encima de los costes de producción necesarios; y bancos centrales, para estabilizar las economías monetizando los déficits públicos, en vez de forzar a la economía a depender de un crédito bancario comercial que obligue a colateralizar la propiedad y el ingreso para pagar las deudas con sus intereses y traiga consigo, como corolario lógico del “milagro del interés compuesto”, confiscaciones y desahucios.
Tal es la teoría económica basura que los lobistas financieros tratan de vender a los votantes: “La prosperidad exige austeridad”; “Un banco central independiente es el sello de la democracia”; “Los Estados son como las familias: tienen que tener un presupuesto equilibrado”; “Todo viene del envejecimiento de las poblaciones, no de los gastos de la deuda”. Esos son los oximorones que se difundirán por el mundo la próxima semana desde Toronto.
Es la retórica de la guerra de clases fiscal y financiera. El problema es que no hay bastante excedente económico disponible para cubrir los malos préstamos del sector financiero y, simultáneamente, cubrir pensiones y seguridad social. O una cosa o la otra. La comisión tiene que forjar una historia para revivir la rubieconomía, esta vez no para la Unión Soviética, sino para la propia nación. Su propósito es hacer retroceder a la Seguridad Social, recuperando el abortado plan de privatización de George W. Bush para poner en el mercado de valores las cotizaciones a la seguridad social (es decir, en manos de los gestores monetarios, para que las junten con un rimero de paquetes financieros basura concebidos para esquilmar los ahorros de los trabajadores).
Así pues, Obama es hipócrita cuando advierte a Europa para que no se apresure a retraer la economía y poner en pie un acrecido ejército de desempleados. Su idea es hacer lo mismo en casa. La estrategia: asustar a los votantes con el espantajo de la deuda federal, asustarles lo bastante como para que se opongan al gasto en programas sociales destinados a ayudarles. De la crisis fiscal se culpa a las matemáticas de la demografía de una población en trance de envejecimiento, no a los gastos exponencialmente disparados en servicio de deudas, préstamos basura y fraude financiero masivo, gastos a los que tiene que subvenir el gobierno con rescates.
Lo que realmente está causando el estrangulamiento financiero y fiscal, huelga decirlo, es el hecho de que la financiación pública resulta ahora necesaria para compensar al sector financiero de las pérdidas que tendrá año tras año, a medida que los préstamos entren en mora en unas economías sobreendeudadas que se hunden más y más en el mar de la quiebra técnica de los deudores.
Cuando los políticos permiten que el sector financiero lleve la voz cantante, la preferencia natural de éste es convertir a la economía en un saquito de todo a cien. Y muchas veces, los políticos se ponen en cabeza. Eso es lo que significan las palabras “desahucio”, “penalización” o “liquidación”, de la mano siempre de “dinero razonable”, “confianza empresarial” y las consecuencias usuales: “deflación por deuda” y “servidumbre por deuda”.
Alguien tiene que acabar perdiendo en el asunto de los malos préstamos, y lo que los banqueros quieren es que sea la economía la que cargue con las pérdidas, a fin de “salvar el sistema financiero”. Desde el punto de vista del sector financiero, la economía ha de gestionarse para mantener la liquidez bancaria, y no el sistema financiero para servir a la economía. El gasto social del gobierno (el gasto en cualquier cosa que no sean rescates bancarios y subsidios financieros), así como el ingreso personal disponible, han de ser drásticamente recortados para evitar que se deprecie el gasto de deuda. El flujo de caja de las empresas ha de servir para pagar a los acreedores, no para emplear a más trabajadores y para hacer inversiones de capital a largo plazo.
La economía ha de ser sacrificada para subsidiar la fantasía según la cual las deudas pueden ser devueltas con sólo que los bancos puedan reponerse “por entero” y comenzar a prestar de nuevo (es decir, volver a hundir a la economía en deudas todavía mayores, causando una deflación por deuda aún más grave).
Esto no es la tradicional guerra de clases del siglo XIX, empresarios industriales contra trabajadores, aunque eso es también parte de lo que está pasando ahora.
Es sobre todo una guerra del sector financiero contra la economía “real”: contra los empresarios industriales y contra los trabajadores.
La realidad subyacente es, en efecto, que las pensiones no pueden pagarse, o al menos, que no pueden pagarse con ganancias financieras.
En los últimos 50 años, las economías occidentales han fantaseado con la idea de pagar a los jubilados a partir de ganancias puramente financieras (D-D’, como dirían los marxistas), no a partir de una economía en expansión (D-M-D’, utilizando trabajo para producir más mercancías). El mito era que las finanzas tomarían la forma de activos productivos, capaces de incrementar la formación de capital y la contratación laboral. La realidad es que la forma que toman las finanzas es la de las deudas (y las apuestas). Sus ganancias se hacían, por consiguiente, a costa del conjunto de la economía: eran extractivas, no productivas.
La riqueza en la cúspide rentista encogía la base de la pirámide. Así pues, alguien tiene que dar. La cuestión es: ¿qué forma tomará ese “dar”? ¿Y quién será el que dé, y quiénes los receptores?
Dios mio!!!!
El gobierno griego no se ha mostrado dispuesto a hacer que los ricos paguen impuestos. Así que los trabajadores tienen que llenar el hiato fiscal, permitiendo a su gobierno socialista que recorte las pensiones, la asistencia sanitaria, la educación y otros gastos sociales: todo para rescatar al sector financiero de un crecimiento exponencial de deuda insatisfecha, rescate que resulta imposible de realizar en la práctica. La economía es sacrificada en el altar de un sueño imposible.
Sin embargo, en vez de centrarse en el problema de un crecimiento exponencial del volumen de títulos bancarios de deuda que no se puede pagar, los lobistas bancarios –y los políticos del G20, cuyas campañas electorales dependen de sus fondos— lo que hacen es promover el mito de que el problema es demográfico: una población envejecida abatida sobre la Seguridad Social y los fondos públicos de pensiones. Y se dice a los políticos que lo que tienen que hacer es servirse de su poder y recaudar impuestos y crear crédito, pero no para pagar pensiones y asistencia social, sino para rescatar a un sector financiero abrumado por la acumulación títulos de deuda crecientemente insatisfecha.
Letonia ha sido presentada como el niño modelo de lo que la UE recomienda a Grecia y a otros países meridionales de la UE en dificultades: los recortes drásticos del gasto público en educación y sanidad han reducido los salarios del sector público en un 30%, y siguen cayendo todavía. Los precios de la propiedad de la vivienda han caído un 70%, y los propietarios y sus familiares cofirmantes de las hipotecas han entrado en quiebra técnica [deben más al banco de lo que ahora valen sus viviendas; T.], hundiéndose en una vida de servidumbre por deuda si no toman sus bártulos y emigran del país. [1]
La extravagante pretensión de esos recortes en el presupuesto público para enfrentarse al declive económico pos-burbuja es que eso restaurará la “confianza”. Es como si la autodestrucción fiscal pudiera inspirar confianza, y no, como es el caso, empujar a los inversores a huir del euro. La lógica parece la de la vieja guerra de clases, haciendo retroceder las agujas del reloj a la filosofía de dura disciplina fiscal de una época que se creía superada: hacer retroceder la seguridad social, las pensiones públicas, el gasto público en educación y otras necesidades sociales básicas, y sobre todo, incrementar el desempleo para empujar a los salarios a la baja. Algo que hizo explícito el Banco Central de Letonia –tenido por “modélico en punto a retraer la economía por los banqueros centrales de la UE—.
Es una lógica autodestructiva. Exacerbar el declive económico reducirá la recaudación fiscal, empeorando aún más los déficits presupuestarios en una catastrófica espiral bajista. La experiencia de Letonia muestra que la respuesta a la retracción económica es la emigración del trabajo calificado y la fuga de capitales. Lo cierto es que la política europea de retracción económica planificada choca frontalmente con el primer axioma de los libros de texto de política económica, y es a saber: que los votantes actúan conforme al propio interés y que las economías prefieren crecer, no destruirse a sí propias. Hoy, las democracias europeas –y hasta los partidos socialdemócratas, socialistas y laboristas— concurren al poder con una plataforma programática en materia fiscal y financiera que se opone derechamente a los intereses del grueso de los votantes y aun al de los industriales.
La explicación, huelga decirlo, es que la planificación económica no la hacen hoy en día los representantes surgidos de las elecciones. La autoridad planificadora ha sido abandonada en manos de los bancos centrales “independientes”, quienes, a su vez, actúan como lobistas de bancos comerciales que venden su producto: deuda. Desde el punto de vista de los bancos centrales, el “problema económico” es cómo mantener solventes a los bancos comerciales y a otras entidades financieras en una economía pos-burbuja; cómo pueden éstos cobrar deudas, el volumen de las cuales está harto más allá de la capacidad de pago de muchas gentes de a pié en un ambiente de mora e impago crecientes.
Y la respuesta es que los acreedores sólo pueden cobrar a costa de la economía. El excedente económico subsistente tiene que ir para ellos, no para la inversión de capital, no para la contratación laboral, no para el gasto social.
Tal es el problema de la óptica financiera. Es miope y cortoplacista: es predatoria. Ante la disyuntiva de intervenir los bancos para promover la economía, o destruir la economía para beneficiar a los bancos, los bancos siempre optarán por la primera alternativa. Y lo mismo los políticos subvencionados por los bancos.
Los gobiernos precisan de sumas gigantescas para rescatar a los bancos de sus malos préstamos. Pero no pueden seguir tomando prestado a causa de las presiones sobre la deuda pública.
De manera que las pérdidas derivadas de las malas deudas tienen que cargarse a los trabajadores y a la industria. La coartada narrativa es que los rescates públicos permitirán a los bancos volver a prestar de nuevo y reinflar el préstamo piramidal à la Ponzi de la economía de la burbuja. Pero el volumen de la quiebra técnica es demasiado grande, y no hay paso franco alguno que permita el tránsito a reinflar la burbuja.
Las economías están todas anegadas de deuda. Las rentas de los bienes raíces, los flujos de caja de las empresas y el poder público recaudatorio del fisco ya no pueden soportar ulteriores empréstitos, no importa cuánta riqueza transfieran los gobiernos a los bancos. Los precios de los activos se han desplomado hasta el territorio de la quiebra técnica.
La deflación por deuda ha retraído los mercados, los beneficios empresariales y los flujos de caja. La dinámica del “milagro del interés compuesto” ha culminado en quiebras y concursos de acreedores que reflejan la incapacidad en que se hallan los deudores de sostener el crecimiento exponencial de las cargas financieras requeridas por la “solvencia financiera”.
Si el sector financiero sólo puede ser rescatado recortando el gasto social en Seguridad Social, atención sanitaria y educación y avilantándose a más ventas privatizadoras, la gran pregunta es: ¿vale la pena? Sacrificar de este modo a la economía violaría los valores sociales de equidad y justicia de la mayoría de la gente, los valores profundamente arraigados en la filosofía de la Ilustración.
Este es el problema político. ¿Cómo pueden persuadir los banqueros a los votantes para que aprueben eso en un sistema democrático? Es necesario orquestar y manipular sus percepciones. Su miseria ha de pintarse con los colores de lo deseable, como un paso ineludible hacia la prosperidad venidera.
Medio siglo de planes de austeridad fracasados impuestos por el FMI a desdichados países deudores del Tercer Mundo deberían haber destruido para siempre la idea de que la austeridad es la vía a la prosperidad. Una generación cuyo currículo académico ha sido purgado a conciencia ha borrado prácticamente todo vestigio de que hubo en otro tiempo una filosofía económica alternativa a esta teoría contrailustrada, patrocinada por los rentistas. La teoría clásica del valor y de los precios reflejaba la teoría de la propiedad fundada en el trabajo de John Locke. La riqueza de una persona debería ser lo que esa persona creara merced a su propio trabajo y a su propia industria, no merced a apuestas financieras basadas en información obtenida desde dentro o merced a privilegios especiales.
Por eso digo que Europa se nos muere. Si no cambia su trayectoria, la Unión Europea sucumbirá a un golpe de estado financiero que habrá de llevarse por delante los tres últimos siglos de filosofía social de ascendencia ilustrada. La cuestión es si disolver la Unión es la única manera de recuperar sus ideales democrático-sociales y emanciparse de los bancos que han tomado el control de sus órganos de planificación central.
NOTAS T.: [1] La ley permite en EEU que los propietarios de una casa hipotecada, cuando deciden no seguir pagando la hipoteca (por señalado ejemplo: cuando entran en situación de quiebra técnica y el valor de su casa se ha depreciado tanto, que vale menos que lo que se debe al banco), puedan entregar las llaves de su casa al banco, y cancelar así completamente el vínculo hipotecario con la entidad financiera. Una ley más favorable a los bancos hace que en Europa y en muchos países de América Latina, si la propiedad vale menos que la deuda, el hipotecado tienen que seguir pagando al banco, el cual puede llegar al embargo de otros activos o aun de parte de los ingresos del hipotecado. [2] “Rubinomics”, o teoría económica de Rubin, en alusión el todopoderoso Secretario del Tesoro de bajo Clinton, un hombre de Wall Street, ejecutivo de Goldman Sachs y célebre halcón del neoliberalismo globalizador más radical. [3] En EEUU se conoce por Era Progresista a la vigorosa reacción democrática de comienzos del siglo XX, que siguió a la Era de la Codicia posterior a la Guera Civil norteamericana, en la que campaban por sus respetos los famosos “barones ladrones” (Rockefeller, Vanderbilt, Stanford, etc.) y políticos como el presidente Rudolf Hayes, que llegó a declarar que su gobierno era de empresarios y para empresarios. [4] Siguiendo un uso idiosincrático de la palabra “liberalismo” en los EEUU de la segunda mitad del siglo XX, Hudson habla aquí de “liberalismo clásico”. En Europa y en América Latina, en cambio, la palabra “liberalismo” sigue refiriendo a un fenómeno político antidemocrático del siglo XIX (la palabra se inventó en la España de 1812), y apunta al desempeño de partidos –los partidos “liberales”— , activos sólo bajo monarquías meramente constitucionales –no parlamentarias, salvo, luego, la británica--, y desconocidos en regímenes republicanos como los de los EEUU, Francia y la Argentina. Así pues, hemos traducido a la europea por “republicanismo clásico”.
Michael Hudson trabajó como economista en Wall Street y actualmente es Distinguished Professor en la University of Misoury, Kansas City, y presidente del Institute for the Study of Long-Term Economic Trends (ISLET). Es autor de varios libros, entre los que destacan: Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire (nueva ed., Pluto Press, 2003) y Trade, Development and Foreign Debt: How Trade and Development Concentrate Economic Power in the Hands of Dominant Nations (ISLET, 2009).
Sin embargo, en vez de centrarse en el problema de un crecimiento exponencial del volumen de títulos bancarios de deuda que no se puede pagar, los lobistas bancarios –y los políticos del G20, cuyas campañas electorales dependen de sus fondos— lo que hacen es promover el mito de que el problema es demográfico: una población envejecida abatida sobre la Seguridad Social y los fondos públicos de pensiones. Y se dice a los políticos que lo que tienen que hacer es servirse de su poder y recaudar impuestos y crear crédito, pero no para pagar pensiones y asistencia social, sino para rescatar a un sector financiero abrumado por la acumulación títulos de deuda crecientemente insatisfecha.
Letonia ha sido presentada como el niño modelo de lo que la UE recomienda a Grecia y a otros países meridionales de la UE en dificultades: los recortes drásticos del gasto público en educación y sanidad han reducido los salarios del sector público en un 30%, y siguen cayendo todavía. Los precios de la propiedad de la vivienda han caído un 70%, y los propietarios y sus familiares cofirmantes de las hipotecas han entrado en quiebra técnica [deben más al banco de lo que ahora valen sus viviendas; T.], hundiéndose en una vida de servidumbre por deuda si no toman sus bártulos y emigran del país. [1]
La extravagante pretensión de esos recortes en el presupuesto público para enfrentarse al declive económico pos-burbuja es que eso restaurará la “confianza”. Es como si la autodestrucción fiscal pudiera inspirar confianza, y no, como es el caso, empujar a los inversores a huir del euro. La lógica parece la de la vieja guerra de clases, haciendo retroceder las agujas del reloj a la filosofía de dura disciplina fiscal de una época que se creía superada: hacer retroceder la seguridad social, las pensiones públicas, el gasto público en educación y otras necesidades sociales básicas, y sobre todo, incrementar el desempleo para empujar a los salarios a la baja. Algo que hizo explícito el Banco Central de Letonia –tenido por “modélico en punto a retraer la economía por los banqueros centrales de la UE—.
Es una lógica autodestructiva. Exacerbar el declive económico reducirá la recaudación fiscal, empeorando aún más los déficits presupuestarios en una catastrófica espiral bajista. La experiencia de Letonia muestra que la respuesta a la retracción económica es la emigración del trabajo calificado y la fuga de capitales. Lo cierto es que la política europea de retracción económica planificada choca frontalmente con el primer axioma de los libros de texto de política económica, y es a saber: que los votantes actúan conforme al propio interés y que las economías prefieren crecer, no destruirse a sí propias. Hoy, las democracias europeas –y hasta los partidos socialdemócratas, socialistas y laboristas— concurren al poder con una plataforma programática en materia fiscal y financiera que se opone derechamente a los intereses del grueso de los votantes y aun al de los industriales.
La explicación, huelga decirlo, es que la planificación económica no la hacen hoy en día los representantes surgidos de las elecciones. La autoridad planificadora ha sido abandonada en manos de los bancos centrales “independientes”, quienes, a su vez, actúan como lobistas de bancos comerciales que venden su producto: deuda. Desde el punto de vista de los bancos centrales, el “problema económico” es cómo mantener solventes a los bancos comerciales y a otras entidades financieras en una economía pos-burbuja; cómo pueden éstos cobrar deudas, el volumen de las cuales está harto más allá de la capacidad de pago de muchas gentes de a pié en un ambiente de mora e impago crecientes.
Y la respuesta es que los acreedores sólo pueden cobrar a costa de la economía. El excedente económico subsistente tiene que ir para ellos, no para la inversión de capital, no para la contratación laboral, no para el gasto social.
Tal es el problema de la óptica financiera. Es miope y cortoplacista: es predatoria. Ante la disyuntiva de intervenir los bancos para promover la economía, o destruir la economía para beneficiar a los bancos, los bancos siempre optarán por la primera alternativa. Y lo mismo los políticos subvencionados por los bancos.
Los gobiernos precisan de sumas gigantescas para rescatar a los bancos de sus malos préstamos. Pero no pueden seguir tomando prestado a causa de las presiones sobre la deuda pública.
De manera que las pérdidas derivadas de las malas deudas tienen que cargarse a los trabajadores y a la industria. La coartada narrativa es que los rescates públicos permitirán a los bancos volver a prestar de nuevo y reinflar el préstamo piramidal à la Ponzi de la economía de la burbuja. Pero el volumen de la quiebra técnica es demasiado grande, y no hay paso franco alguno que permita el tránsito a reinflar la burbuja.
Las economías están todas anegadas de deuda. Las rentas de los bienes raíces, los flujos de caja de las empresas y el poder público recaudatorio del fisco ya no pueden soportar ulteriores empréstitos, no importa cuánta riqueza transfieran los gobiernos a los bancos. Los precios de los activos se han desplomado hasta el territorio de la quiebra técnica.
La deflación por deuda ha retraído los mercados, los beneficios empresariales y los flujos de caja. La dinámica del “milagro del interés compuesto” ha culminado en quiebras y concursos de acreedores que reflejan la incapacidad en que se hallan los deudores de sostener el crecimiento exponencial de las cargas financieras requeridas por la “solvencia financiera”.
Si el sector financiero sólo puede ser rescatado recortando el gasto social en Seguridad Social, atención sanitaria y educación y avilantándose a más ventas privatizadoras, la gran pregunta es: ¿vale la pena? Sacrificar de este modo a la economía violaría los valores sociales de equidad y justicia de la mayoría de la gente, los valores profundamente arraigados en la filosofía de la Ilustración.
Este es el problema político. ¿Cómo pueden persuadir los banqueros a los votantes para que aprueben eso en un sistema democrático? Es necesario orquestar y manipular sus percepciones. Su miseria ha de pintarse con los colores de lo deseable, como un paso ineludible hacia la prosperidad venidera.
Medio siglo de planes de austeridad fracasados impuestos por el FMI a desdichados países deudores del Tercer Mundo deberían haber destruido para siempre la idea de que la austeridad es la vía a la prosperidad. Una generación cuyo currículo académico ha sido purgado a conciencia ha borrado prácticamente todo vestigio de que hubo en otro tiempo una filosofía económica alternativa a esta teoría contrailustrada, patrocinada por los rentistas. La teoría clásica del valor y de los precios reflejaba la teoría de la propiedad fundada en el trabajo de John Locke. La riqueza de una persona debería ser lo que esa persona creara merced a su propio trabajo y a su propia industria, no merced a apuestas financieras basadas en información obtenida desde dentro o merced a privilegios especiales.
Por eso digo que Europa se nos muere. Si no cambia su trayectoria, la Unión Europea sucumbirá a un golpe de estado financiero que habrá de llevarse por delante los tres últimos siglos de filosofía social de ascendencia ilustrada. La cuestión es si disolver la Unión es la única manera de recuperar sus ideales democrático-sociales y emanciparse de los bancos que han tomado el control de sus órganos de planificación central.
NOTAS T.: [1] La ley permite en EEU que los propietarios de una casa hipotecada, cuando deciden no seguir pagando la hipoteca (por señalado ejemplo: cuando entran en situación de quiebra técnica y el valor de su casa se ha depreciado tanto, que vale menos que lo que se debe al banco), puedan entregar las llaves de su casa al banco, y cancelar así completamente el vínculo hipotecario con la entidad financiera. Una ley más favorable a los bancos hace que en Europa y en muchos países de América Latina, si la propiedad vale menos que la deuda, el hipotecado tienen que seguir pagando al banco, el cual puede llegar al embargo de otros activos o aun de parte de los ingresos del hipotecado. [2] “Rubinomics”, o teoría económica de Rubin, en alusión el todopoderoso Secretario del Tesoro de bajo Clinton, un hombre de Wall Street, ejecutivo de Goldman Sachs y célebre halcón del neoliberalismo globalizador más radical. [3] En EEUU se conoce por Era Progresista a la vigorosa reacción democrática de comienzos del siglo XX, que siguió a la Era de la Codicia posterior a la Guera Civil norteamericana, en la que campaban por sus respetos los famosos “barones ladrones” (Rockefeller, Vanderbilt, Stanford, etc.) y políticos como el presidente Rudolf Hayes, que llegó a declarar que su gobierno era de empresarios y para empresarios. [4] Siguiendo un uso idiosincrático de la palabra “liberalismo” en los EEUU de la segunda mitad del siglo XX, Hudson habla aquí de “liberalismo clásico”. En Europa y en América Latina, en cambio, la palabra “liberalismo” sigue refiriendo a un fenómeno político antidemocrático del siglo XIX (la palabra se inventó en la España de 1812), y apunta al desempeño de partidos –los partidos “liberales”— , activos sólo bajo monarquías meramente constitucionales –no parlamentarias, salvo, luego, la británica--, y desconocidos en regímenes republicanos como los de los EEUU, Francia y la Argentina. Así pues, hemos traducido a la europea por “republicanismo clásico”.
Michael Hudson trabajó como economista en Wall Street y actualmente es Distinguished Professor en la University of Misoury, Kansas City, y presidente del Institute for the Study of Long-Term Economic Trends (ISLET). Es autor de varios libros, entre los que destacan: Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire (nueva ed., Pluto Press, 2003) y Trade, Development and Foreign Debt: How Trade and Development Concentrate Economic Power in the Hands of Dominant Nations (ISLET, 2009).
El Pisito Elvira Lindo
No es que España gastara por encima de sus posibilidades, es que se ha comportado con una insensatez en el gasto público superior a países más productivos que el nuestro.
Cuando hablo de gasto público me refiero, por supuesto, al injustificado, al caprichoso, al sistema que se sacó de la manga la necesidad de miles de asesores, que multiplicó los coches oficiales, que permitió que un alcalde ganara más que un ministro o que el mismo presidente, que sufragó gastos de expediciones absurdas al extranjero para llevar una política exterior dispersa y disparatada y subvencionó o transformó (para mal) todas las fiestas populares convirtiéndolas en el escaparate del partido de turno.
En fin, en esa carrera del gasto superfluo España fue campeona y cada lector puede añadir un elemento más de despilfarro.
Dicho esto, no me parece justo achacarle a las clases trabajadora y media responsabilidad en esa deriva hacia país de nuevos ricos que tomó el nuestro. La clase política, con su ejemplo, demostraba que vivir por encima de las posibilidades era asumible y productivo, y los bancos, por su parte, estimulaban el gasto de aquellos que no tenían dinero.
Ese ha sido el ambiente. Teniendo en cuenta que el mercado de pisos de alquiler es lamentable y que nos hemos educado en la creencia de que no se alcanza la paz de espíritu sin un piso en propiedad, es irreprochable que los ciudadanos acudieran como locos a la miel de las hipotecas fáciles.
A estas alturas la mayoría sigue cumpliendo (a duras penas) con sus plazos y es el sistema financiero quien exige ser tratado con mimo para que no seamos todos víctimas de su codicia.
Dejando a un lado que, ingenuamente, nos creyéramos que las vacas iban a estar siempre gordas, ¿qué culpa tenía el trabajador que aspiró a tener su pisito? El pisito fue siempre el paraíso de los pobres.
29 jun 2010
Movimientos
'Las aventuras de la carne y del espíritu, que han elevado tu simplicidad, te han permitido vencer con el espíritu lo que no podrás sobrevivir con la carne. Hubo instantes en los que surgió en ti un sueño de amor, lleno de presentimientos - sueño que 'gobernabas' -, fruto de la muerte y de la lujuria del cuerpo. De esta fiesta mundial de la muerte, de esta mala fiebre que incendia en torno tuyo el cielo de esta noche lluviosa, ¿se elevará el amor algún día?'
Mariposa
Llama. Trozo de terciopelo. Beso nocturno. Pequeño corazón libre que aún lleva tatuadas las marcas de una cárcel.
Todo eso pensé cuando la vi en mi ventana, quietecita, asustada. La miré mucho tiempo sin hacer ruido, sin moverme, cada vez más cerca. La mariposa temblaba. Rayas negras sobre rojo, tan elegante como una diva con los brazos extendidos a punto de cantar. Le hablé bajito, soplé sus antenas y ella no se movió. Los barrotes de la ventana parecían extenderse sobre sus alas, detenerla, o ella misma chorrear la geometría de su sombra y aferrarse al cristal. Tal vez estaba herida.
O sólo era el miedo de tenerme tan cerca. Casi escuchaba su respiración. Ella me miraba, quietecita, como si buscara un espejo.
En sus ojos vi dos pequeñas celdas, y dentro, dos latidos, dos llamas a punto de extinguir. Temblaba. Quizá temía lastimarme. O perderme. Cuando creí que me atraparía, abrió la ventana y me eché a volar.
El consuelo del melancólico
El consuelo del melancólico
Gabriel Wolfson
Hace un par de años y aquí mismo, en el número 126 de Crítica, reseñé un libro muy parecido en ciertos aspectos al que ahora me ocupa.
Para empezar, por las erratas: como aquél de Frank Loveland, el libro de Andreas Kurz está lleno de ellas: espacios de más, sangrías ausentes, comas sobrantes, un “enronces” por “entonces”, un “ecsritor” por “escritor”, un “derribado” por “derivado”, etc.
El problema no es, desde luego, una errata aquí y otra allá, un desliz en la página diez y otro en la ciento cuarenta: el problema es un error casi en cada página, un confiarse a que editar un libro sólo consiste (y ya es mucho, claro) en el olfato para detectar un texto valioso y luego en la pesada tarea de imprimirlo (y luego en la aún más pesada labor de venderlo). Pero más bien, como en el caso de Loveland, el problema real consiste en la discrepancia, en el tremendo contraste que se abre entre un libro notable y los numerosos descuidos que lo visten. Quiero decir que sí, en efecto, habría que cuidar la puntuación, la ortografía y la tipografía de cualquier texto, pero sinceramente no me importaría que la “plataforma electoral” del candidato victorioso a gobernador viniera llena de solecismos, gazapos e insensateces.
En Cratilismo…, en cambio, sí me importa porque, como el de Loveland, se trata de un libro que no debería ni mucho menos pasar inadvertido. Ahora bien, resulta claro que cuando uno dice —y más en una reseña— algo como “no debería pasar inadvertido”, el sentido de la frase puede orientarse a dos opciones: o es una frase hueca, una fórmula de las varias con que componemos reseñas, notitas, prólogos, textos de presentación, y que en realidad no se refiere al libro sino, como por alusión, al hecho mismo de haber aceptado reseñar, prologar o presentar otro fastidioso libro, hecho que se suma a cientos o miles de otros hechos idénticos, propios y ajenos, que terminan conformando este ecosistema cultural nuestro, tan sexy; o bien la frase afirma justo aquello que dice no desear: no tanto “no debería pasar inadvertido” como “seguramente va a pasar inadvertido”.
Creo, pues, que el libro de Kurz va a pasar inadvertido (porque la editorial que lo publica no tiene una sólida distribución, porque no habla de centenarios ni bicentenarios ni de “México”, porque supongo que su autor no tendrá tiempo para una gira de presentaciones por toda la república, porque suele ser el destino de lo que se escribe e imprime fuera del DF, porque si uno googlea el libro de Loveland se encontrará con una única reseña, etc.) y creo que es una lástima que eso pase. En lo que sigue intentaré argumentar por qué.
1. Como Loveland, Kurz es fundamentalmente un profesor, un académico,(1) y esto determina ciertas elecciones de su libro.
Para empezar, el género: como varios académicos de nuestros días, Kurz se ha propuesto escribir un texto sobre temas literarios pero en un registro muy distinto que el que emplea regularmente en sus artículos y ponencias. Pero a diferencia de muchos de esos académicos, lo consigue. Quizás el verbo es impreciso: “conseguir” aquí implicaría una especie de reto, un objetivo más o menos técnico que el gran retórico puede alcanzar merced a ciertos giros de su lenguaje. En este caso hablaríamos más bien de “necesitar”: un día Kurz necesita divagar sobre sus intereses literarios de siempre pero en otro lugar, desde otro lugar, con otra voz o con muchas otras voces, para liberarse de ciertas rigideces, para fantasear, para jugar, y también, claro, para decir lo que verdaderamente quiere decir y en el nivel privado en que quiere decirlo, sin preocuparse de que el texto vaya a ser evaluado por el comité científico de algún congreso o de que haya que buscar las ediciones de referencia de los libros que quiera citar. Así como el poema en prosa, en sus inicios, le vino en general mejor a los poetas, que buscaban en él una vía de escape de los acentos y las cesuras, podría pensarse que el ensayo ahora funciona mejor en quienes no son ensayistas, en quienes llegan a él huyendo de otros ambientes llenos de fragancias exóticas o polvo de gis y que, por tanto, no lo asumen como un formulario para ser rellenado por el interesado: Montaigne no era ensayista ni se autoproclamaba ensayista, para el caso.
Y todo esto porque, además, Cratilismo… arranca con un “Preámbulo” dedicado, podríamos decir, al estado actual del ensayo en México. El preciso diagnóstico de Kurz señala dos rasgos dominantes en la práctica del género: el tópico —con ecos posmonietzscheanos o hippihermannhessianos— de la primacía del camino sobre la meta (el trayecto en sí es ya el destino, la gran enseñanza, etc.); y la posición ciertamente vanidosa de que “lo que importa en el ensayo son los azarosos propósitos de las pulsiones privadas, aun las gástricas” (frase de una ensayista mexicana que cita Kurz), siempre que tales pulsiones o arrebatos o caprichos vengan revestidos de “estilo”, es decir: todos somos iguales en pulsiones o arrebatos pero hay unos arrebatos menos iguales que otros, es decir: mis caprichos son dignos de leerse porque los sé aderezar con estilacho. Para rechazar tales rasgos Kurz hace irónicamente explícito el “camino” de su ensayo (vean mis digresiones pulsionales, parece decir), se pone gombrowicziano (“Si el ensayo es un archigénero, los chiles en nogada son una archicomida, y el América un archi-equipo-de-futbol”) y, sobre todo, se pone escéptico y serio: el arte de escribir bien “es un arte inalcanzable para la mayoría de nosotros. Se trata de escribir a secas, de hacerlo con corrección y dignidad y sinceridad, no de lucirse, de payasear, como yo payaseo ya a lo largo de 563 palabras” (y más adelante: “que el yo [del ensayo] no se ensanche, que no trate a los que lo escuchan como si fueran insectos”).
Que Cratilismo… se escribió, digamos, en un cubículo universitario pero durante las horas muertas o secuestradas de la jornada laboral lo prueban los usos desviados y productivos de ciertos procedimientos académicos. Cuando habla de “José Justo Gómez de la Cortina y Gómez de la Cortina”, Kurz precisa: “No sé si el nombre así escrito es correcto, o si se trata de un error de imprenta en mi edición de las Poliantea a cargo de la UNAM. Si es error, espero que no se corrija”, y eso porque, a partir de esta curiosa duplicación de apellido, Kurz comienza a hilvanar un nuevo capítulo en su disquisición sobre quienes, cratílicos, pudieran pensar que un apellido doble acaso corresponda a las hazañas doblemente prestigiosas de los antepasados. Lo mismo, pero más acusado, cuando Kurz confronta sus conjeturas sobre Sócrates y Cratilo con “la traducción castellana del diálogo [platónico] que yo consulto, que es la de ‘todo el mundo’, la anónima de Porrúa”: de este no poder confiarse a una edición muy poco confiable pero tener que sujetarse a ella se desprenderán las frases más incisivas sobre el texto fundador del cratilismo. Algo recuerda todo esto a lo que ocurría en otro libro también reseñado en esta revista: en Leyendo agujeros, Luis Felipe Fabre se ajustaba al hecho de que en ese tiempo era imposible conseguir los poemas de Mario Santiago Papasquiaro, pero esa carencia era de pronto la mejor base para discurrir sobre los infrarrealistas. Y algo recuerda, sobre todo, a la magnífica lectura que hizo Julio Ramos del Facundo, donde Sarmiento no aparece sólo como alguien fatalmente ubicado en una cultura llena de fisuras y anomalías, sino como quien maneja voluntaria y maliciosamente esa distinta y fascinante posibilidad cultural.
2. Algo que se desprende de este primer comentario sobre el ensayismo de Kurz y sus condiciones de posibilidad son sus “recreaciones ficticias”, sus coloquialismos y sus chistes, elementos que, me parece, mucho tienen que ver con este espacio intermedio de su enunciación: entre la academia y la literatura, también entre la tradición alemana y la mexicana, entre una y otra y otra lenguas. Uno pasa la página y de pronto ya no es Kurz quien habla sino un Fausto gachupín que, para colmo, le lee a Novalis un fragmento de la Crónica mexicana de Hernando de Alvarado; no sólo eso: después de preguntar a Novalis si su Enrique de Ofterdingen finalmente hallará la flor azul, este Fausto movedizo lo desconcierta con una referencia nada menos que a José María Arguedas. Monólogos (o diálogos) dramáticos, como los que Guillermo Sucre estudió en la poesía de Borges, pero aquí potenciados por una malicia lúdica e impúdica: la de un profesor que, una vez vacío el salón de clases, abre su cajón de disfraces y se entrega a montar en solitario una comedia beckettiana llamada “La literatura moderna”. Otras dos de estas recreaciones ficticias: Oliverio Girondo, en su cuarto, despotricando en español bien mexicano contra la muerte, y la muerte, una calaca medio muertesinfín, huyendo del cuarto de Girondo, “espantada, en pánico, asqueada, pero muy excitada; se le endurecieron los pezones”; el pequeño Arthur Rimbaud, quejándose y mascullando barbaridades, echando mano de geniales mexicanismos (“¿Por qué siempre tan sobrio Baudelaire? Aun así se peló joven”), preguntándose “¿por qué no nací sinestésico?” y rehaciendo su famoso soneto: “A ver… ¿Qué color tendrá la A jodida? ‘A jodida, E chingada, I bien erecta, O se me antoja, U como un culo grandote’. Como el culo de Paul.”
Aquí han asomado ya, por cierto, los dosificados coloquialismos de Kurz y su enorme carácter disonante: no sólo porque aparezcan, por ejemplo, en medio de otro monólogo ficticio, la sofisticada perorata del doctor Flechsig, psiquiatra del jurista Daniel Paul Schreber, sino porque rompen la ilusión del discurso: uno lee y supone, o asume más bien, que las palabras de Flechsig estarían en alemán, es decir traducidas del alemán, hasta que nos topamos con su descripción de la esposa de Schreber: “veinteañera apenas y muy ganosa”. Kurz, así, pone en acto uno de los argumentos anticratílicos que ni Sócrates ni Gómez de la Cortina, entre otros, quisieron contemplar: si no hay arbitrariedad del signo, si la lengua dice directamente el mundo e incluso lo crea, sin mediaciones, ¿qué pasa cuando nuestras disquisiciones sobre el poder mimético de las palabras se ven reducidas a cenizas o a disparates al confrontarse con las palabras y las particularidades sonoras de otras lenguas?(2)
(3. La escritura en español de Andreas Kurz: bastaría con señalar que el español no es su lengua materna y que no obstante su prosa es más precisa, dúctil y expresiva que la de muchos a quienes leemos en suplementos, revistas y desde luego libros. Y a ello podría agregarse la libertad que le da el conocer los coloquialismos, los giros populares, los usos “vulgares” —también los usos “cultos”—, conocer sus efectos pero, digamos, sin experimentarlos, sin sentir asco ni vergüenza: una especie de esqueleto connotativo ligeramente descoyuntado del cuerpo.)
4. Porque, a todo esto, ¿de qué trata el libro? Para empezar, de la torre de Babel: una vez que, por ejemplo, Franz Bopp demuestra en el siglo XIX la imposibilidad de reconstruir el pretendido lenguaje humano original, y demuestra también que el sánscrito, la lengua conocida más antigua, no es precisamente mimético, la literatura se encargará, dice Kurz, del sueño del cratilismo. Y entonces aparece uno de sus momentos paradigmáticos: el nacionalismo decimonónico. Así en el caso mexicano, en el ya referido de don Gómez de la Cortina y Gómez de la Cortina según lo hace hablar Kurz: “Un poeta mexicano, si lo hubiera, podría hacer surgir de la nada la nación nueva llamada México”, es decir: un poema —ya no digamos una constitución, otro artefacto lingüístico— puede construir un país e inventarle todo aquello —comida, “tradiciones”, paisaje, etc.— que luego llamaremos nuestra cultura, nuestra identidad: somos lo que el poema dice que somos, o mejor aún: somos porque el poema ha dicho que somos: si don Andrés Bello habla de plátanos y magueyes no es sólo por levantar un registro de la flora americana, sino porque América es eso: plátanos y magueyes.(3)
En Cratilismo… esta reflexión, así como los capítulos sobre Rimbaud, Novalis, Bernardo Couto o Franz Grillparzer, sostienen el que me parece su asunto central: la posibilidad de que la llamada Teoría (Althusser, Lacan, Foucault, Adorno, ahora Žižek, etc.) represente la más reciente encarnación del cratilismo: “El cratilismo experimenta una transformación más, muy probablemente no la última. Su portador ya no son las letras o los sonidos, ni tampoco los rasgos fisiológicos de nuestro aparato lingüístico, ni siquiera el texto como entidad tangible. El discurso intelectual —abstracto, multifacético y heterogéneo en sus manifestaciones divergentes— se adjudica la función mimética que —sin exageración— crea ya no realidades específicas y limitadas a entornos individuales, sino mundos enteros”. Como origen de esta deriva Kurz sugiere el “sentimiento de superioridad” de algunos de los grandes filólogos de entre siglos, quienes prepararon el terreno —abonado por grandes académicos del XX, como Hinterhäuser— para que este discurso encantador, interdisciplinario (ahora incluso por decreto gubernamental), la Teoría, que se propone no como una humilde contribución a la elucidación de un pequeño hecho concreto sino como explicación suficiente del mundo en general gracias a su alta dosis de creatividad (es decir, de literatura), termine produciendo “la realidad siguiendo el mismo mecanismo que [Edward] Said había descrito para la invención de Oriente”.
Sobra decir que el libro de Kurz no es un panfleto antiteórico, el trasnochado rechazo positivista a todo aquello no susceptible de verificación ni guardado bajo las siete llaves de la clasificación disciplinar. Para empezar, porque sus prevenciones o matices se dirigen no sólo a la Teoría sino a la frecuencia con que se olvida el componente lúdico que la conforma y, sobre todo, a la frecuencia con que se la convierte en una interpretación general del mundo: Kurz se muestra más cauteloso que categórico, cuidadoso de que sus propios argumentos sobre la Teoría no terminen convirtiéndose en un nuevo fragmento cratílico y encantador, pero igualmente puntilloso en el difícil intento de desmontar este paradigma que nos rodea casi como el aire. En algo recuerda al Jorge Cuesta que en los años treinta daba dos pasos a un lado y hallaba en el marxismo no una ciencia ni una metodología sino una fe.
Pero sobre todo, porque el eje subterráneo que atraviesa el libro no es el de una crítica a todo cratilismo posible. Desde el inicio, Kurz defiende “la creencia en la mímesis literaria”, pero entendida efectivamente como creencia, como algo asumido tras el desengaño operado por Saussure y sus descendientes: primero ha de perderse la inocencia para entonces poder confiar en aquello que, ya se sabe, no es más que humo: sólo en el descreído es posible la creencia, o más bien: el empeño en creer. Así, uno de los motivos centrales de Cratilismo… es la vanidad, que, como vimos, asomaba en las primeras reflexiones sobre el género ensayístico y que reaparece en varios episodios, por ejemplo con los románticos sucesores de Hamann, quienes confundieron justamente el empeño en la creencia con la ilusión de hallarse en medio ya no de la creencia sino de la realidad, utopía que, para Kurz, constituye “el engaño más desastroso de la historia literaria que nos legó los conceptos peligrosos, y mil veces abusados, de la genialidad y la originalidad”; por ejemplo también con Hugo von Hofmannsthal, quien, según se expone en el libro, tiró el anzuelo de su “Carta de Lord Chandos” para disimular su verdadera condición de filólogo, de privilegiado dueño del idioma. Podría decirse entonces que lo que está en juego no es la vanidad sino el poder, ese deseo de imponer una visión del mundo y de sentirse autorizado a ello y merecedor de recompensas por ello, que a menudo ha venido asociado al cratilismo. Lo cual nos lleva de vuelta a aquel empeño en la creencia, y a un episodio justo a la mitad del libro y que le da al volumen su tonalidad secreta pero esencial, la de una profunda melancolía: el relato “El pobre juglar”, de Grillparzer, donde una música de violín resulta atroz y desagradable para quienes la escuchan pero una música celestial, la música absoluta para quien toca el instrumento. Primera conclusión: “sí hay un lenguaje creador, y sí hay los que lo hablan, pero nadie lo entiende”.(4) Segunda conclusión: que esa música —o ese poema, esa novela— sea percibida como un balbuceo, tonadas ilegibles de un desquiciado, conduce inevitablemente al aislamiento social de quien la emite. Última conclusión: como el Quijote —y agrego, como ese hermano perfecto del personaje de Grillparzer que es “El vagabundo” de Torri—, el juglar acaso se da cuenta de que su percepción cratílica es una insensatez, pero “la prefiere a la mentira y a la intriga políticamente exitosas”.
Que esto lo aparte de la generalidad, que lo señale como uno entre unos cuantos seres diferentes no debe confundirnos, a estas alturas de Cratilismo…, con la diferencia deseada, promovida y arrancada a mordiscos de los genios vanidosos y reconocidos hasta en los aeropuertos.
Pero para no terminar mi reseña con una frase tan simplona como esta última, dejo la palabra a Kurz, unas frases que bajan magistralmente el telón: “La literatura en Grillparzer, como también en Cervantes, toma la función de la orgía.
A través de ella el lector se puede emborrachar con la muerte y perderle el miedo. La literatura, esta literatura, se vuelve melancólica porque insiste en una forma de ser que necesariamente es atemporal, al margen de cualquier entorno histórico y social.
Precisamente la conciencia de la a-temporalidad y de ser diferente, de haberse decidido por un camino evolutivo no exitoso, posibilita el baile hacia la muerte, la orgía que pretende borrar la dolorosa —por lo menos así nos la imaginamos— cesura entre el aquí y ahora, y el allá sin tiempo. Entonces la melancolía no es triste, sino vital y consoladora.”
Gabriel Wolfson
Hace un par de años y aquí mismo, en el número 126 de Crítica, reseñé un libro muy parecido en ciertos aspectos al que ahora me ocupa.
Para empezar, por las erratas: como aquél de Frank Loveland, el libro de Andreas Kurz está lleno de ellas: espacios de más, sangrías ausentes, comas sobrantes, un “enronces” por “entonces”, un “ecsritor” por “escritor”, un “derribado” por “derivado”, etc.
El problema no es, desde luego, una errata aquí y otra allá, un desliz en la página diez y otro en la ciento cuarenta: el problema es un error casi en cada página, un confiarse a que editar un libro sólo consiste (y ya es mucho, claro) en el olfato para detectar un texto valioso y luego en la pesada tarea de imprimirlo (y luego en la aún más pesada labor de venderlo). Pero más bien, como en el caso de Loveland, el problema real consiste en la discrepancia, en el tremendo contraste que se abre entre un libro notable y los numerosos descuidos que lo visten. Quiero decir que sí, en efecto, habría que cuidar la puntuación, la ortografía y la tipografía de cualquier texto, pero sinceramente no me importaría que la “plataforma electoral” del candidato victorioso a gobernador viniera llena de solecismos, gazapos e insensateces.
En Cratilismo…, en cambio, sí me importa porque, como el de Loveland, se trata de un libro que no debería ni mucho menos pasar inadvertido. Ahora bien, resulta claro que cuando uno dice —y más en una reseña— algo como “no debería pasar inadvertido”, el sentido de la frase puede orientarse a dos opciones: o es una frase hueca, una fórmula de las varias con que componemos reseñas, notitas, prólogos, textos de presentación, y que en realidad no se refiere al libro sino, como por alusión, al hecho mismo de haber aceptado reseñar, prologar o presentar otro fastidioso libro, hecho que se suma a cientos o miles de otros hechos idénticos, propios y ajenos, que terminan conformando este ecosistema cultural nuestro, tan sexy; o bien la frase afirma justo aquello que dice no desear: no tanto “no debería pasar inadvertido” como “seguramente va a pasar inadvertido”.
Creo, pues, que el libro de Kurz va a pasar inadvertido (porque la editorial que lo publica no tiene una sólida distribución, porque no habla de centenarios ni bicentenarios ni de “México”, porque supongo que su autor no tendrá tiempo para una gira de presentaciones por toda la república, porque suele ser el destino de lo que se escribe e imprime fuera del DF, porque si uno googlea el libro de Loveland se encontrará con una única reseña, etc.) y creo que es una lástima que eso pase. En lo que sigue intentaré argumentar por qué.
1. Como Loveland, Kurz es fundamentalmente un profesor, un académico,(1) y esto determina ciertas elecciones de su libro.
Para empezar, el género: como varios académicos de nuestros días, Kurz se ha propuesto escribir un texto sobre temas literarios pero en un registro muy distinto que el que emplea regularmente en sus artículos y ponencias. Pero a diferencia de muchos de esos académicos, lo consigue. Quizás el verbo es impreciso: “conseguir” aquí implicaría una especie de reto, un objetivo más o menos técnico que el gran retórico puede alcanzar merced a ciertos giros de su lenguaje. En este caso hablaríamos más bien de “necesitar”: un día Kurz necesita divagar sobre sus intereses literarios de siempre pero en otro lugar, desde otro lugar, con otra voz o con muchas otras voces, para liberarse de ciertas rigideces, para fantasear, para jugar, y también, claro, para decir lo que verdaderamente quiere decir y en el nivel privado en que quiere decirlo, sin preocuparse de que el texto vaya a ser evaluado por el comité científico de algún congreso o de que haya que buscar las ediciones de referencia de los libros que quiera citar. Así como el poema en prosa, en sus inicios, le vino en general mejor a los poetas, que buscaban en él una vía de escape de los acentos y las cesuras, podría pensarse que el ensayo ahora funciona mejor en quienes no son ensayistas, en quienes llegan a él huyendo de otros ambientes llenos de fragancias exóticas o polvo de gis y que, por tanto, no lo asumen como un formulario para ser rellenado por el interesado: Montaigne no era ensayista ni se autoproclamaba ensayista, para el caso.
Y todo esto porque, además, Cratilismo… arranca con un “Preámbulo” dedicado, podríamos decir, al estado actual del ensayo en México. El preciso diagnóstico de Kurz señala dos rasgos dominantes en la práctica del género: el tópico —con ecos posmonietzscheanos o hippihermannhessianos— de la primacía del camino sobre la meta (el trayecto en sí es ya el destino, la gran enseñanza, etc.); y la posición ciertamente vanidosa de que “lo que importa en el ensayo son los azarosos propósitos de las pulsiones privadas, aun las gástricas” (frase de una ensayista mexicana que cita Kurz), siempre que tales pulsiones o arrebatos o caprichos vengan revestidos de “estilo”, es decir: todos somos iguales en pulsiones o arrebatos pero hay unos arrebatos menos iguales que otros, es decir: mis caprichos son dignos de leerse porque los sé aderezar con estilacho. Para rechazar tales rasgos Kurz hace irónicamente explícito el “camino” de su ensayo (vean mis digresiones pulsionales, parece decir), se pone gombrowicziano (“Si el ensayo es un archigénero, los chiles en nogada son una archicomida, y el América un archi-equipo-de-futbol”) y, sobre todo, se pone escéptico y serio: el arte de escribir bien “es un arte inalcanzable para la mayoría de nosotros. Se trata de escribir a secas, de hacerlo con corrección y dignidad y sinceridad, no de lucirse, de payasear, como yo payaseo ya a lo largo de 563 palabras” (y más adelante: “que el yo [del ensayo] no se ensanche, que no trate a los que lo escuchan como si fueran insectos”).
Que Cratilismo… se escribió, digamos, en un cubículo universitario pero durante las horas muertas o secuestradas de la jornada laboral lo prueban los usos desviados y productivos de ciertos procedimientos académicos. Cuando habla de “José Justo Gómez de la Cortina y Gómez de la Cortina”, Kurz precisa: “No sé si el nombre así escrito es correcto, o si se trata de un error de imprenta en mi edición de las Poliantea a cargo de la UNAM. Si es error, espero que no se corrija”, y eso porque, a partir de esta curiosa duplicación de apellido, Kurz comienza a hilvanar un nuevo capítulo en su disquisición sobre quienes, cratílicos, pudieran pensar que un apellido doble acaso corresponda a las hazañas doblemente prestigiosas de los antepasados. Lo mismo, pero más acusado, cuando Kurz confronta sus conjeturas sobre Sócrates y Cratilo con “la traducción castellana del diálogo [platónico] que yo consulto, que es la de ‘todo el mundo’, la anónima de Porrúa”: de este no poder confiarse a una edición muy poco confiable pero tener que sujetarse a ella se desprenderán las frases más incisivas sobre el texto fundador del cratilismo. Algo recuerda todo esto a lo que ocurría en otro libro también reseñado en esta revista: en Leyendo agujeros, Luis Felipe Fabre se ajustaba al hecho de que en ese tiempo era imposible conseguir los poemas de Mario Santiago Papasquiaro, pero esa carencia era de pronto la mejor base para discurrir sobre los infrarrealistas. Y algo recuerda, sobre todo, a la magnífica lectura que hizo Julio Ramos del Facundo, donde Sarmiento no aparece sólo como alguien fatalmente ubicado en una cultura llena de fisuras y anomalías, sino como quien maneja voluntaria y maliciosamente esa distinta y fascinante posibilidad cultural.
2. Algo que se desprende de este primer comentario sobre el ensayismo de Kurz y sus condiciones de posibilidad son sus “recreaciones ficticias”, sus coloquialismos y sus chistes, elementos que, me parece, mucho tienen que ver con este espacio intermedio de su enunciación: entre la academia y la literatura, también entre la tradición alemana y la mexicana, entre una y otra y otra lenguas. Uno pasa la página y de pronto ya no es Kurz quien habla sino un Fausto gachupín que, para colmo, le lee a Novalis un fragmento de la Crónica mexicana de Hernando de Alvarado; no sólo eso: después de preguntar a Novalis si su Enrique de Ofterdingen finalmente hallará la flor azul, este Fausto movedizo lo desconcierta con una referencia nada menos que a José María Arguedas. Monólogos (o diálogos) dramáticos, como los que Guillermo Sucre estudió en la poesía de Borges, pero aquí potenciados por una malicia lúdica e impúdica: la de un profesor que, una vez vacío el salón de clases, abre su cajón de disfraces y se entrega a montar en solitario una comedia beckettiana llamada “La literatura moderna”. Otras dos de estas recreaciones ficticias: Oliverio Girondo, en su cuarto, despotricando en español bien mexicano contra la muerte, y la muerte, una calaca medio muertesinfín, huyendo del cuarto de Girondo, “espantada, en pánico, asqueada, pero muy excitada; se le endurecieron los pezones”; el pequeño Arthur Rimbaud, quejándose y mascullando barbaridades, echando mano de geniales mexicanismos (“¿Por qué siempre tan sobrio Baudelaire? Aun así se peló joven”), preguntándose “¿por qué no nací sinestésico?” y rehaciendo su famoso soneto: “A ver… ¿Qué color tendrá la A jodida? ‘A jodida, E chingada, I bien erecta, O se me antoja, U como un culo grandote’. Como el culo de Paul.”
Aquí han asomado ya, por cierto, los dosificados coloquialismos de Kurz y su enorme carácter disonante: no sólo porque aparezcan, por ejemplo, en medio de otro monólogo ficticio, la sofisticada perorata del doctor Flechsig, psiquiatra del jurista Daniel Paul Schreber, sino porque rompen la ilusión del discurso: uno lee y supone, o asume más bien, que las palabras de Flechsig estarían en alemán, es decir traducidas del alemán, hasta que nos topamos con su descripción de la esposa de Schreber: “veinteañera apenas y muy ganosa”. Kurz, así, pone en acto uno de los argumentos anticratílicos que ni Sócrates ni Gómez de la Cortina, entre otros, quisieron contemplar: si no hay arbitrariedad del signo, si la lengua dice directamente el mundo e incluso lo crea, sin mediaciones, ¿qué pasa cuando nuestras disquisiciones sobre el poder mimético de las palabras se ven reducidas a cenizas o a disparates al confrontarse con las palabras y las particularidades sonoras de otras lenguas?(2)
(3. La escritura en español de Andreas Kurz: bastaría con señalar que el español no es su lengua materna y que no obstante su prosa es más precisa, dúctil y expresiva que la de muchos a quienes leemos en suplementos, revistas y desde luego libros. Y a ello podría agregarse la libertad que le da el conocer los coloquialismos, los giros populares, los usos “vulgares” —también los usos “cultos”—, conocer sus efectos pero, digamos, sin experimentarlos, sin sentir asco ni vergüenza: una especie de esqueleto connotativo ligeramente descoyuntado del cuerpo.)
4. Porque, a todo esto, ¿de qué trata el libro? Para empezar, de la torre de Babel: una vez que, por ejemplo, Franz Bopp demuestra en el siglo XIX la imposibilidad de reconstruir el pretendido lenguaje humano original, y demuestra también que el sánscrito, la lengua conocida más antigua, no es precisamente mimético, la literatura se encargará, dice Kurz, del sueño del cratilismo. Y entonces aparece uno de sus momentos paradigmáticos: el nacionalismo decimonónico. Así en el caso mexicano, en el ya referido de don Gómez de la Cortina y Gómez de la Cortina según lo hace hablar Kurz: “Un poeta mexicano, si lo hubiera, podría hacer surgir de la nada la nación nueva llamada México”, es decir: un poema —ya no digamos una constitución, otro artefacto lingüístico— puede construir un país e inventarle todo aquello —comida, “tradiciones”, paisaje, etc.— que luego llamaremos nuestra cultura, nuestra identidad: somos lo que el poema dice que somos, o mejor aún: somos porque el poema ha dicho que somos: si don Andrés Bello habla de plátanos y magueyes no es sólo por levantar un registro de la flora americana, sino porque América es eso: plátanos y magueyes.(3)
En Cratilismo… esta reflexión, así como los capítulos sobre Rimbaud, Novalis, Bernardo Couto o Franz Grillparzer, sostienen el que me parece su asunto central: la posibilidad de que la llamada Teoría (Althusser, Lacan, Foucault, Adorno, ahora Žižek, etc.) represente la más reciente encarnación del cratilismo: “El cratilismo experimenta una transformación más, muy probablemente no la última. Su portador ya no son las letras o los sonidos, ni tampoco los rasgos fisiológicos de nuestro aparato lingüístico, ni siquiera el texto como entidad tangible. El discurso intelectual —abstracto, multifacético y heterogéneo en sus manifestaciones divergentes— se adjudica la función mimética que —sin exageración— crea ya no realidades específicas y limitadas a entornos individuales, sino mundos enteros”. Como origen de esta deriva Kurz sugiere el “sentimiento de superioridad” de algunos de los grandes filólogos de entre siglos, quienes prepararon el terreno —abonado por grandes académicos del XX, como Hinterhäuser— para que este discurso encantador, interdisciplinario (ahora incluso por decreto gubernamental), la Teoría, que se propone no como una humilde contribución a la elucidación de un pequeño hecho concreto sino como explicación suficiente del mundo en general gracias a su alta dosis de creatividad (es decir, de literatura), termine produciendo “la realidad siguiendo el mismo mecanismo que [Edward] Said había descrito para la invención de Oriente”.
Sobra decir que el libro de Kurz no es un panfleto antiteórico, el trasnochado rechazo positivista a todo aquello no susceptible de verificación ni guardado bajo las siete llaves de la clasificación disciplinar. Para empezar, porque sus prevenciones o matices se dirigen no sólo a la Teoría sino a la frecuencia con que se olvida el componente lúdico que la conforma y, sobre todo, a la frecuencia con que se la convierte en una interpretación general del mundo: Kurz se muestra más cauteloso que categórico, cuidadoso de que sus propios argumentos sobre la Teoría no terminen convirtiéndose en un nuevo fragmento cratílico y encantador, pero igualmente puntilloso en el difícil intento de desmontar este paradigma que nos rodea casi como el aire. En algo recuerda al Jorge Cuesta que en los años treinta daba dos pasos a un lado y hallaba en el marxismo no una ciencia ni una metodología sino una fe.
Pero sobre todo, porque el eje subterráneo que atraviesa el libro no es el de una crítica a todo cratilismo posible. Desde el inicio, Kurz defiende “la creencia en la mímesis literaria”, pero entendida efectivamente como creencia, como algo asumido tras el desengaño operado por Saussure y sus descendientes: primero ha de perderse la inocencia para entonces poder confiar en aquello que, ya se sabe, no es más que humo: sólo en el descreído es posible la creencia, o más bien: el empeño en creer. Así, uno de los motivos centrales de Cratilismo… es la vanidad, que, como vimos, asomaba en las primeras reflexiones sobre el género ensayístico y que reaparece en varios episodios, por ejemplo con los románticos sucesores de Hamann, quienes confundieron justamente el empeño en la creencia con la ilusión de hallarse en medio ya no de la creencia sino de la realidad, utopía que, para Kurz, constituye “el engaño más desastroso de la historia literaria que nos legó los conceptos peligrosos, y mil veces abusados, de la genialidad y la originalidad”; por ejemplo también con Hugo von Hofmannsthal, quien, según se expone en el libro, tiró el anzuelo de su “Carta de Lord Chandos” para disimular su verdadera condición de filólogo, de privilegiado dueño del idioma. Podría decirse entonces que lo que está en juego no es la vanidad sino el poder, ese deseo de imponer una visión del mundo y de sentirse autorizado a ello y merecedor de recompensas por ello, que a menudo ha venido asociado al cratilismo. Lo cual nos lleva de vuelta a aquel empeño en la creencia, y a un episodio justo a la mitad del libro y que le da al volumen su tonalidad secreta pero esencial, la de una profunda melancolía: el relato “El pobre juglar”, de Grillparzer, donde una música de violín resulta atroz y desagradable para quienes la escuchan pero una música celestial, la música absoluta para quien toca el instrumento. Primera conclusión: “sí hay un lenguaje creador, y sí hay los que lo hablan, pero nadie lo entiende”.(4) Segunda conclusión: que esa música —o ese poema, esa novela— sea percibida como un balbuceo, tonadas ilegibles de un desquiciado, conduce inevitablemente al aislamiento social de quien la emite. Última conclusión: como el Quijote —y agrego, como ese hermano perfecto del personaje de Grillparzer que es “El vagabundo” de Torri—, el juglar acaso se da cuenta de que su percepción cratílica es una insensatez, pero “la prefiere a la mentira y a la intriga políticamente exitosas”.
Que esto lo aparte de la generalidad, que lo señale como uno entre unos cuantos seres diferentes no debe confundirnos, a estas alturas de Cratilismo…, con la diferencia deseada, promovida y arrancada a mordiscos de los genios vanidosos y reconocidos hasta en los aeropuertos.
Pero para no terminar mi reseña con una frase tan simplona como esta última, dejo la palabra a Kurz, unas frases que bajan magistralmente el telón: “La literatura en Grillparzer, como también en Cervantes, toma la función de la orgía.
A través de ella el lector se puede emborrachar con la muerte y perderle el miedo. La literatura, esta literatura, se vuelve melancólica porque insiste en una forma de ser que necesariamente es atemporal, al margen de cualquier entorno histórico y social.
Precisamente la conciencia de la a-temporalidad y de ser diferente, de haberse decidido por un camino evolutivo no exitoso, posibilita el baile hacia la muerte, la orgía que pretende borrar la dolorosa —por lo menos así nos la imaginamos— cesura entre el aquí y ahora, y el allá sin tiempo. Entonces la melancolía no es triste, sino vital y consoladora.”
FRASES
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Frases
"El tiempo es el mejor autor y siempre encuentra un final adecuado; el único posible."
Charles Chaplin - (1889 - 1977)
"- ¡ Presentaremos la candidatura de Groucho Marx para Vicepresidente !.
Como es natural, me sentí halagado a que debía semejante honor.
- Sería una buena experiencia para tí - gruño mi patrocinador - porque el vicepresidente suele mantener la boca cerrada."
Groucho Marx - (1895-1977) "Memorias de un amante sarnoso".
"Desde el punto de vista de las estadísticas, si una persona recibe mil dólares y otra persona no recibe nada, cada una de esas personas aparece en los cómputos recibiendo quinientos dolares, en el ingreso per cápita.
Desde el punto de vista de la lucha contra la inflación, las medidas de ajuste son un buen remedio.
Desde el punto de vista de los que las padecen, las medidas de ajuste multiplican el cólera, el tífus, la tuberculosis y otras maldiciones."
Eduardo Galeano (1940)
"Me saca del quicio, que la gente quiera analizar el Jazz como si fuera un teorema intelectual. No lo es; es sentimiento."
Bill Evans (1929-1980)
"No debe haber nada mas dificil que seguir despertando interés a pesar de repetirse"
Truman Capote (1929-1984) sobre Humphrey Bogart
"Ahora puedes encontrar a negros que han sido condicionados por maestros blancos, de manera que ya no pueden pensar y sólo conocen la música formal..... No saben nada sobre la libertad de la música"
Miles Davis (1926-1991)
"De la Argentina se alejó un escritor para quien la realidad, como lo imaginaba Mallarmé, debía culminar en un libro; en Paris nació un hombre, para quien los libros deberán culminar en la realidad."
Julio Cortazar (1914-1984)
Frases
"El tiempo es el mejor autor y siempre encuentra un final adecuado; el único posible."
Charles Chaplin - (1889 - 1977)
"- ¡ Presentaremos la candidatura de Groucho Marx para Vicepresidente !.
Como es natural, me sentí halagado a que debía semejante honor.
- Sería una buena experiencia para tí - gruño mi patrocinador - porque el vicepresidente suele mantener la boca cerrada."
Groucho Marx - (1895-1977) "Memorias de un amante sarnoso".
"Desde el punto de vista de las estadísticas, si una persona recibe mil dólares y otra persona no recibe nada, cada una de esas personas aparece en los cómputos recibiendo quinientos dolares, en el ingreso per cápita.
Desde el punto de vista de la lucha contra la inflación, las medidas de ajuste son un buen remedio.
Desde el punto de vista de los que las padecen, las medidas de ajuste multiplican el cólera, el tífus, la tuberculosis y otras maldiciones."
Eduardo Galeano (1940)
"Me saca del quicio, que la gente quiera analizar el Jazz como si fuera un teorema intelectual. No lo es; es sentimiento."
Bill Evans (1929-1980)
"No debe haber nada mas dificil que seguir despertando interés a pesar de repetirse"
Truman Capote (1929-1984) sobre Humphrey Bogart
"Ahora puedes encontrar a negros que han sido condicionados por maestros blancos, de manera que ya no pueden pensar y sólo conocen la música formal..... No saben nada sobre la libertad de la música"
Miles Davis (1926-1991)
"De la Argentina se alejó un escritor para quien la realidad, como lo imaginaba Mallarmé, debía culminar en un libro; en Paris nació un hombre, para quien los libros deberán culminar en la realidad."
Julio Cortazar (1914-1984)
La Heredera de Lady Day
La Heredera de Lady Day
Considerada por muchos críticos como la mas fehaciente heredera del estilo de Billie Holiday, Madeleine Peyroux , se está haciendo un lugar poco a poco entre las mas respetadas cantantes del jazz actual.
Dueña de una voz con un matiz muy sencillo , sus discos son un compendio de canciones agradables para todo tipo de público - se escuchan los cinco de corrido sin problemas.
A pesar de haber nacido en EEUU su vida y su formación musical son europeas ; no por nada sus videos son generalmente filmados en Paris.
Si bien su primer disco grabado en 1996 es excelente , saltó a la popularidad recien en el 2004 con su disco Careless Love , que comenzaba con el gran tema de Leonard Cohen "Everybody Knows".
Para ir degustando sus discos :
Africa
Viva África
Los agoreros que quieren que las cosas salgan mal advirtieron de los peligros inherentes a hacer un Mundial de Fútbol en África.
Si hubieran hablado de un Congreso Eucarístico no hubieran sido tan agoreros. O de un Mundial de Rallies, porque parece que África es tan solo un paisaje sobre el que se alzan dromedarios y muchos peligros. Y está ocurriendo el Mundial de Fútbol con una puntualidad y una eficacia excelentes.
África está, de este modo, rompiendo muchos de los lugares comunes en los que se ha cimentado el desdén con la que ha sido mirado, como un continente erizado de recovecos de los cuales no se puede esperar sino sorpresas desagradables.
Ganará quien tenga que ganar, el que juegue mejor o el que más favorecido sea por los árbitros, pero ya está ganando África.
Se lo merece el continente, se lo merecen los surafricanos, se lo merece Mandela, cuya sombra benéfica aletea sobre este acontecimiento igual que aletea sobre todo lo positivo que ahora se sabe de África, y se lo merece el maestro John Carlin, que tanto ha hecho por mostrar por estos contornos la realidad verdadera de ese pueblo entusiasmado cuyo comportamiento en este Mundial es una lección para todos los aficionados del mundo, vuvuzelas aparte. Viva África, pues, y que siga viviendo para que algún día conozca la felicidad que se merece su entusiasmo por la vida a pesar de todos los tiempos infelices o terribles.
Juan Cruz
Somos una cultura llena de minisculturas
Tu Cristo es judío. Tu cultura es latina. Tus números son árabes. Tu democracia es griega. Tu equipo de música es japonés. Tu balón es de Corea. Tu videoconsola es de Hong Kong Tu camisa es de Tailandia. Tus estrellas futbolísticas son de Brasil. Tu reloj es suizo. Tu pizza es italiana... ¿Y tú eres el que miras a ese trabajador inmigrante como un despreciable extranjero?
Retratos sin personalidad
De nuevo mi ánimo se levanta con la fortaleza de los juncos sobre la ribera. De nuevo quiero alzar mi voz con la misma contundencia del rumor de las fuentes. De nuevo mi deseo es iluminar con la potencia con que las pupilas de los gatos tachonan la madrugada. De nuevo alzo la energía de mi brazo invencible como una caricia. De nuevo mi oído busca el misterio del universo en el leve paso de una brisa. Es todo cuanto soy: la fortaleza de un junco, el rumor de una fuente, el temblor de una pupila, la potencia de una caricia, el leve paso de la brisa...
A. Carabias
28 jun 2010
Es Fuertr el corazón...
Es fuerte el corazón, qué duda cabe
Tan fuerte qué, soporta envestidas
De aquellos vientos huracanados
Que cruzan sin miramiento
Todo sentimiento, toda lucha, todo rostro
Visual o enmascarado
Sí, es fuerte el corazón, aunque la vida
Lo haya maltratado
Después de entregarlo todo, todo
Por el ser amado
Aunque sienta cómo la lanza
Se ha clavado en su costado
Aun presintiendo qué, fue en vano
Todo el cariño entregado
Aun sabiendo, que entre dos seres
El amor se ha terminado.
Qué fuerte parece, ese músculo flagelado
Esas dos mitades unidas por
Sus concavidades
Sus arterias y sus venas
Y esa herida en el costado
Qué fuerte parece… digo
Cuando hoy se ha desangrado
Sin encontrar las manos que taponaran
Su sangrado
Y hoy, con ese latido, que presiente
Insuficiente
Siente, que lo arrojaste al olvido
Cuando su amor por ti,
Era y será siempre; latente….
Las flores ruborizadas
Las flores ruborizadas de los aligustres y el tapiz de pétalos amarillos del palo rosa junto a los zócalos. Lo que queda de las jacarandas, pisado en el suelo, y la cresta alimonada de las sóforas abiertas a la orfandad de julio, mientras aún aguardan su momento las acacias japonesas... A lo lejos, en la imaginación, o en el recuerdo, que es otra suerte de imaginar, el vaivén de los campos de espigas, y el temblor refrescante de los álamos. Corrientes fluviales camufladas con las sombras reflejadas de los bosques, y la hirviente sonrisa del mar cuando se alejan las proas de los mercantes.
La quietud como una manera de estar mientras no pasa nada, o lo que sucede se disuelve en el calor del aire, en las nubes que se desvanecen como nuestra expectativa. Porque no esperamos nada, o lo que inevitablemente vendrá será otro gesto de la guadaña.
Como troncos mudos fluctuamos, tropezando con las ramas y raíces del río
Jose Carlos Cataño
La piedra como ruta hacia el cielo
La piedra como ruta hacia el cielo
Los seres humanos siempre han querido tener un enlace con lo transcendental desde que pudieron pensar. Y ya desde los albores de la Humanidad quisieron llegar a lo desconocido a través de los edificios, que formando parte de la madre tierra y habiendo salido de ella se elevaban en dirección al cielo, que es donde siempre han localizado lo que no comprenden. Hay monumentos megalíticos muy curiosos, que tenían que ver con deidades o con la conexión con el cosmos, y lo vemos en construcciones prehistóricas como las de Stonehenge, o zigurats mesopotámicos y templos en el antiguo Egipto. Salomón construyó un templo legendario, y en todo el mundo politeísta clásico hay templos, como si los dioses tuvieran necesidad de cobijarse en una construcción terrena.
Las culturas prehispánicas de América también encontraron en las edificaciones una manera de conectar con algo que creían más grande que el hombre. Desde las pirámides mayas y aztecas a los santuarios quétchuas, América está llena de referencias religiosas y astronómicas, pues había una obsesión por el Sol, como en Egipto, y se ve en las celebraciones incas o en las estelas grabadas en piedra del Yucatán, o en los templos de Vilcabamba, última capital del imperio inca. Siempre la piedra y la tierra como vías de comunicación con otras dimensiones, y aunque las pirámides egipcias eran monumentos funerarios, también tenían que ver con la eternidad, por no contar las edificaciones de los celtas o los vikingos. También se daban estas construcciones en el mundo aborigen canario, que era monoteísta, un solo dios y como mucho dos, como en El Hierro que tenían un dios para los hombres y otro para las mujeres. Es curiosa la similitud fuera de toda lógica que hay entre culturas teóricamente incomunicadas en el tiempo y en el espacio. Los guanches denominaban tigotán al cielo y me llama la atención que, en el Machu-Pichu, la piedra estelar de sacrificios y que es, además, una especie de reloj de sol, era llamada tiguatana o tiguatala. Seguramente es una casualidad, pero la similitud de ambos vocablos que describen cosas relacionadas es cuando menos sorprendente.
El mundo cristiano heredó de Roma esa idea del templo, además de casi toda la estructura imperial y buena parte de sus ritos, pues el diseño jerarquizado de La Iglesia se superpone a la organización del Imperio de Constantino El Grande. Después de construcciones memorables como el templo de Santa Sofía y una generalización de templos en la Iglesia occidental durante el románico, aparece el gótico, y es ahí donde la construcción se convierte en una especie de sabiduría suprema y secreta.
La geometría es sin duda la esencia de la arquitectura, pero esa geometría, que fue abierta en la antigüedad de Euclides y Pitágoras, se convirtió en un arcano, un conocimiento para iniciados y casi un secreto que duraría siglos. Desde su primera revelación en la iglesia parisina de San Denis, el gótico se extendió por toda Europa, y se elevaron templos que respondían a reglas muy curiosas, como que su pórtico mirase al sol poniente o que en determinados días del año el Sol -otra vez el Sol- se filtrase por determinada claraboya e iluminase un lugar concreto del templo.
Los constructores se volvieron una clase aparte, que guardaba los secretos de la geometría y dicen algunos que otros saberes esotéricos. Los maestros sólo comunicaban su conocimiento a los oficiales aprendices, que en su día serían maestros, y de esa forma casi clandestina nadie descubría los secretos. Es muy conocido el párrafo que creaba distancia y desconfianza, pues el maestro decía: "Un punto hay en el círculo que en el cuadrado y el triángulo se coloca. Si conoces ese punto, todo saldrá bien, si no lo conoces, todo será en vano". Las bóvedas de cañón, el número de capillas y su orientación y docenas de detalles que hacen que no haya dos catedrales góticas iguales obedecían a propósitos previos, unos dicen que piadosos, otros que siniestros.
Es evidente que la idea general de que un templo es simplemente un recinto para reunir a los fieles no era la clave de las catedrales góticas, que a veces eran inmensos edificios en una ciudad pequeña y cuya extensión tenía que ver más con toda una filosofía que con las necesidades de utilidad. Estas ideas secretas se mantenían durante largo tiempo, transmitidas de generación en generación por los maestros a sus discípulos que serían los siguientes maestros, pues las catedrales tardaban siglos en terminarse.
Y esas ideas, que siguen siendo un secreto, son las que determinan hechos como, por ejemplo, que la catedral de Milán tenga capacidad para ¡cuarenta mil personas! muchas menos de las que nunca van a acudir a un acto (y menos hace seis siglos), o que el número de vidrieras sea uno y no otro, así como los motivos de las esculturas, las gárgolas y los pórticos, los grabados de las columnas o los dibujos a veces indescifrables de las vidrieras policromadas.
Y nada se hacía porque sí, sino obedeciendo a motivos que nunca se han conocido, aunque si sospechado. En esos maestros constructores medievales está el origen de la masonería y todo este proceso entre maravilloso y ocultista está perfectamente reflejado en la novela Los pilares de La Tierra, de Kent Follet, un libro imprescindible si se quiere ahondar en este tema. Las catedrales góticas, no son meros recintos utilitarios, o al menos ese no fue el motivo de su construcción.
27 jun 2010
IU propone la creación de una banca públicaLa federación quiere erigirse en "piquete informativo" a favor de la huelga general
Llamazares, en su escaño durante el pleno del Congreso. EFE/Javier LizónIzquierda Unida impulsará la creación de una banca pública estatal para evitar la privatización de las cajas de ahorros. El portavoz parlamentario, Gaspar Llamazares, anunció ayer que la formación registrará en el Congreso una iniciativa para debatir con los demás grupos sobre la necesidad de crear una entidad financiera estatal que garantice que el crédito vuelva a fluir hacia consumidores y pymes.
Llamazares aseguró que la propuesta pretende hacer frente a la "asquerosa avaricia de banqueros y especuladores" que, a su juicio, es la culpable de la crisis económica. Se trata de una iniciativa que IU hace suya, pero que ya había planteado el movimiento internacional ATTAC, cuyo objetivo es buscar una "justicia económica global".
Manifestación anticrisis
La salida a la crisis por la izquierda será, precisamente, la principal reivindicación que IU trasladará a la calle el próximo domingo, en una manifestación que recorrerá las principales avenidas del centro de Madrid. Bajo el lema Luchamos por el empleo, por una salida social a la crisis, la federación quiere extender su convocatoria a todos aquellos ciudadanos que deseen dar "un único y gran grito contra las medidas de ajuste neoliberal, contra los decretazos del Gobierno y el adelgazamiento de los servicios públicos".
Dos años después de que estallara la crisis, IU pretende erigirse ahora en "piquete informativo, pacífico y pedagógico en toda España", para "divulgar entre los trabajadores, pensionistas, jóvenes y miembros de la cultura que otro sistema económico es posible", y para defender los contenidos de la huelga general convocada para septiembre .
Llamazares aseguró que la propuesta pretende hacer frente a la "asquerosa avaricia de banqueros y especuladores" que, a su juicio, es la culpable de la crisis económica. Se trata de una iniciativa que IU hace suya, pero que ya había planteado el movimiento internacional ATTAC, cuyo objetivo es buscar una "justicia económica global".
Manifestación anticrisis
La salida a la crisis por la izquierda será, precisamente, la principal reivindicación que IU trasladará a la calle el próximo domingo, en una manifestación que recorrerá las principales avenidas del centro de Madrid. Bajo el lema Luchamos por el empleo, por una salida social a la crisis, la federación quiere extender su convocatoria a todos aquellos ciudadanos que deseen dar "un único y gran grito contra las medidas de ajuste neoliberal, contra los decretazos del Gobierno y el adelgazamiento de los servicios públicos".
Dos años después de que estallara la crisis, IU pretende erigirse ahora en "piquete informativo, pacífico y pedagógico en toda España", para "divulgar entre los trabajadores, pensionistas, jóvenes y miembros de la cultura que otro sistema económico es posible", y para defender los contenidos de la huelga general convocada para septiembre .
ENTREVISTA: MARIANNE FAITHFULL Cantante
Pedirle un buen consejo de vida a Marianne Faithfull (Hampstead, Londres, 1946) jamás podría tacharse de gratuito.
Es, sencillamente, no dejar pasar la oportunidad de que una de las mujeres de la historia del rock and roll que peor y mejor ha sabido vivir, con una trayectoria que debería enmudecer a los moralistas que condenan a la fatalidad los excesos -y ella, hoy una gran señora, no se ahorró uno solo-, explique dónde diablos está el secreto para levantar la cabeza cuando uno literalmente la ha perdido.
Superviviente de absolutamente todo, últimamente hasta un cáncer de pecho, la cantante fuma un cigarro al otro lado del teléfono desde París, donde reside por temporadas desde hace unos años. Con esa voz tan cascada y acogedora como ese maternal regazo, gracias al que una vez la apodaron como "un ángel con grandes tetas", responde: "¿El truco? Dejar de ser intensa. Yo solía ser muy intensa hasta que descubrí que me había pasado de todo y en realidad no me había pasado tanto. Nada era tan importante.
Yo dramatizaba todo, una tendencia terrible que solo te hace daño... aunque, la verdad, para qué mentir, lo sigo haciendo. Hace poco me han preguntado por mi próximo disco y he dicho que será el último. ¿Por qué he dicho eso? ¿Por qué hablo ya de lo último? ¿Qué sabré yo del futuro? Ve, dramatizo. Mejor evitarlo".
"Estas son canciones que por alguna razón nunca me han dejado"
Faithfull hace doble parada en España con la gira de su último disco, Easy come, easy go. El día 9 en Madrid (dentro de los Veranos de la Villa) y el 10, en el teatro Cervantes de Málaga. "Easy come, easy go es el título de un viejo blues de mi adorada Bessie Smith. Me gusta esa frase, quizá porque yo antes no era así, y me aferraba, pero ahora sí lo soy, y lo que duele, que se vaya... No hay tiempo que perder." Tanto el disco como la gira (acústica: "Para el público será interesante no verme arropada por una banda") se basan en las 18 versiones que la cantante ha hecho de algunas de sus canciones favoritas. "Las que por alguna razón no me dejan, que tienen que ver conmigo pero sin yo saber exactamente por qué".
Faithfull vive entre París y Dublín ("Cuando esta ciudad se pone demasiado elegante y estirada me gusta largarme al viejo y asqueroso Dublín. Buena mezcla") y, entre disco y disco, se inventa espectáculos para recorrer el mundo. Desde hace un par de años viaja por teatros recitando los sonetos de Shakespeare. "Lo hice para divertirme, pero se ha convertido en todo un éxito. Llenamos cada función y hasta se ha vuelto un espectáculo comercial. Yo no recito los sonetos, los hablo, los comento, no hay nada solemne en lo que hago. Empecé a leerlos con 15 años y entonces pensé que yo era la única -¡así era yo!- pero en realidad todo el mundo los conocía. Me gustan los que hablan de la fama, del tiempo, de hacerse mayor, del amor, de la belleza... El viejo Willy Shakes, él sí que sabía de esas cosas y sabía además que sus versos estarían siempre y que por tanto su amor y su belleza serían inmortales y eternos".
Autora de un libro de memorias (editado en España por Celeste) tan duro como hermoso y redentor, Faithfull se enorgullece de la confesión -y en gran medida ajuste de cuentas- que supuso aquel relato, aquella historia de una niña bien de Hampstead (nieta del hombre que inventó el término masoquista) a la que Mick Jagger dedicó Wild horses (Caballos salvajes) el día en que, ya separados, él tuvo que ir a socorrerla al hospital donde, hecha un despojo humano, estaba a punto de morir. "Escribí ese libro con 40 años y había mucha fantasía también en él. Pero lo curioso es lo distinto que fue todo a partir de esa edad. Fue muy interesante, y no lo esperaba. Creo que el gran cambio llega al final de los 50 años, a partir de ahí todo empieza a ir muy deprisa, demasiado deprisa". Al recordarle la frase Andrew Loog-Oldham, su descubridor, sobre su cara de ángel y su estupendo pecho, se ríe: "Es una frase ridícula. Pero sí, yo era preciosa, y eso asustaba, y me aislaba también. Pero no he renunciado a ser una mujer guapa, en mí sigue siendo una necesidad".
Asegura que solo ahora empieza a sentirse cansada. "Me he puesto 2014 como un límite para parar. Quizá no pueda, no lo sé, pero me gusta pensar que puedo"
Faithfull sigue fumando mientras habla. Al darle un impertinente -por obvio- consejo de salud reconoce educada su error. Es fácil imaginarla (ella que lo dejó todo: la heroína, la calle, todos los amantes posibles y todas las locuras imaginables) agachando la cabeza como una cría orgullosa que admite sus faltas: "John Lennon decía que fumar le ataba a la tierra. Y a mí me pasa algo parecido. Dejé de fumar una semana y estaba ida. Sé que lo tengo que dejar, que no es bueno. Así que algún día lo haré".
En busca del Santo Grial de la música La catedral de León alberga un valioso códice medieval que los musicólogos intentan descifrar - Un congreso de e
La palabra es sencilla: Organum. Está muy cerca de otra: Melos. Ambas conviven en el margen inferior izquierdo del pergamino número 229 del Antifonario de León. Mientras copiaba la parte más imponderable de los sonidos mozárabes allá por el siglo X, el abad Totmundo apenas imaginaba que la posterior imposición papal del Canto Gregoriano, cuyo sistema tonal permitió la evolución hacia la armonía, sumiría en el olvido el significado de los símbolos caligrafiados en este legendario manuscrito y dejaría irresuelto uno de los mayores enigmas de la historia de la música.
Podría ser el testigo más relevante de la cultura caligráfica pregregoriana
"De probarse que esa palabra significa realmente segunda voz o de acompañamiento, estaríamos ante un descubrimiento universal: la transcripción de la primera obra polifónica del mundo, dos siglos antes de que las partituras designasen con el epígrafe Organum a las voces de acompañamiento a las melodías.
¿Por qué está ahí esa palabra? ¿Cuál es su verdadero significado? El problema es que las notas que le siguen son indescifrables".
El canónigo titular de la catedral de León, Samuel Rubio, de 66 años, planteaba ayer al mediodía estos interrogantes ante el Antifonario de León, sacado con mimo y guantes de látex de la vitrina donde reposa por Máximo Gómez, director del museo catedralicio, para mostrarlo a EL PAÍS en presencia del presidente-deán del cabildo, Eduardo Prieto. Musicólogos de diverso pelaje han intentado desde hace más de medio siglo, con más empeño que éxito, desvelar los misterios sumergidos en la complejidad de las neumas sin pentagrama que permanecen en libros como este a modo de representación del canto visigótico-mozárabe de la península Ibérica. Todas esas investigaciones han concluido que se trata de documentos repletos de valiosísimos datos referentes a la dinámica, pero también, y sobre todo, al ritmo.
Y realmente es un privilegio contemplar, al frescor de los pilares góticos de la catedral de León, los 306 folios de pergamino del Antifonario (365 x 270 milímetros) bien conservados y encuadernados en piel con dos cerrojos, decorados con singulares ilustraciones y rebosantes de un océano de símbolos. Muchos de sus secretos permanecen ocultos. Pero persiste la certeza de que estamos ante el testigo más relevante de la cultura caligráfica musical europea que precedió al Canto Gregoriano.
"Si no es el Santo Grial del canto litúrgico pregregoriano, se trata, cuando menos, de uno de ellos", apunta por teléfono desde Nueva York Don Michael Randel. A sus 69 años, el presidente de la Andrew Mellon Foundation y autor, entre otros estudios, de The Responsorial Psalm Tones of the Mozarabic Office (Princeton University Press), basado en su mayoría en el Antifonario de León, es uno de los mayores conocedores de las claves de este códice. "Hay pocos restos del canto litúrgico en Europa anteriores al Canto Gregoriano, y este es el más completo de los que sobreviven. Su música se remonta hasta el siglo VIII e incluso hasta san Isidoro de Sevilla".
Randel es uno de los expertos convocados al Simposio Internacional sobre el Antifonario de León, el canto mozárabe (viejo-hispánico) y su entorno litúrgico musical que se celebrará aquí mismo en marzo del año que viene. Un encuentro organizado por la Sociedad Española de Musicología, el Cabildo de la Catedral de León y el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música del Ministerio de Cultura (INAEM) para reivindicar la relevancia de este documento artístico de primer orden y recuperar el lustre de los cantos litúrgicos cristianos como generadores de la tecnología musical moderna.
Junto al director del INAEM, Félix Palomero, el catedrático del Conservatorio de Madrid y miembro de honor de la Sociedad Española de Musicología Ismael Fernández de la Cuesta es uno de los grandes reivindicadores del Antifonario de León. "Estamos ante la primera gran aportación gráfica hispánica a la historia de la música", proclama Fernández de la Cuesta al otro lado del teléfono. "Cuando se insiste en que es el más completo de su época es porque contiene toda la música litúrgica, todos los oficios del canto. Además, por supuesto, de guardar el misterio sobre la que pudo ser la primera obra polifónica escrita del mundo".
Fernández de la Cuesta recuerda que más de 40 códices transmiten la música pregregoriana de la Península. El Antifonario de San Millán de la Cogolla que se conserva en Madrid es otro de los testigos más importantes que se conservan, junto con el de León, de la música visigótico-mozárabe.
Por el momento, la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas ya ha promovido la digitalización del Antifonario de León, cuyo resultado formará parte de Europeana, la biblioteca virtual europea. El director general del Libro, Rogelio Blanco, afirma sobre sus bondades: "Dentro de mitos culturales europeos como Don Quijote, Don Juan o Carmen, debería incluirse al Antifonario de León".
La dificultad para descifrar sus grafías ubicadas en folios sin rayas ni pentagramas complica la tarea de aseverar su aportación más terrenal a la historia de la música. "Su valor, por el momento, sigue siendo sobre todo histórico", señala Don Michael Randel desde Nueva York. "Contiene unas dos docenas de composiciones que se han adivinado porque también existen en otras anotaciones musicales posteriores. Pero hay otras miles imposibles de interpretar".
El canónigo leonés Samuel Rubio, ese hombre afable que casó al presidente Zapatero con Sonsoles Espinosa, apostilla: "Este libro es un volcán al que damos por muerto. Pero puede volver a explotar". Organum y Melos. El misterio sigue vivo. La Piedra Rosetta del canto visigótico-mozárabe está aún por resolver.
26 jun 2010
Mar Azulado
Después de escucharte,
día tras día,
día tras noche,
como tropiezas con la arena,
como atacas a las rocas,
como no te paras de agitar,
voy a dialogar contigo,
gigante amigo,
coloso enemigo del fuego,
y del arenal.
Mar azulado,
cuando despiertas,
oscureciendo tus colores,
entre grietas que unos llaman olas,
pero yo llamo, estructuras liquidas.
Eres un gran nido,
que engendras en tu vientre,
más vidas de las que conocemos.
Eres un gran barco,
que llenas por dentro,
más barcos, cruceros, barcas y piraguas.
Eres el amante de las gaviotas,
un caprichoso movimiento,
que creas lagos,
y albergas islas.
Eres las tres cuartas partes
de la tierra,
pero aun así, dejas nacer desiertos,
pero aun así no te dejas beber,
pero aun así aun te haces difícil navegar,
como un potro salvaje,
tu eliges el momento, hora y lugar.
Tus extensiones tocan todos los continentes,
tus movimientos mecen las ciudades,
porque creces entre tus tempestades.
Autor: Fco. Peiró
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