28 jun 2010
La piedra como ruta hacia el cielo
La piedra como ruta hacia el cielo
Los seres humanos siempre han querido tener un enlace con lo transcendental desde que pudieron pensar. Y ya desde los albores de la Humanidad quisieron llegar a lo desconocido a través de los edificios, que formando parte de la madre tierra y habiendo salido de ella se elevaban en dirección al cielo, que es donde siempre han localizado lo que no comprenden. Hay monumentos megalíticos muy curiosos, que tenían que ver con deidades o con la conexión con el cosmos, y lo vemos en construcciones prehistóricas como las de Stonehenge, o zigurats mesopotámicos y templos en el antiguo Egipto. Salomón construyó un templo legendario, y en todo el mundo politeísta clásico hay templos, como si los dioses tuvieran necesidad de cobijarse en una construcción terrena.
Las culturas prehispánicas de América también encontraron en las edificaciones una manera de conectar con algo que creían más grande que el hombre. Desde las pirámides mayas y aztecas a los santuarios quétchuas, América está llena de referencias religiosas y astronómicas, pues había una obsesión por el Sol, como en Egipto, y se ve en las celebraciones incas o en las estelas grabadas en piedra del Yucatán, o en los templos de Vilcabamba, última capital del imperio inca. Siempre la piedra y la tierra como vías de comunicación con otras dimensiones, y aunque las pirámides egipcias eran monumentos funerarios, también tenían que ver con la eternidad, por no contar las edificaciones de los celtas o los vikingos. También se daban estas construcciones en el mundo aborigen canario, que era monoteísta, un solo dios y como mucho dos, como en El Hierro que tenían un dios para los hombres y otro para las mujeres. Es curiosa la similitud fuera de toda lógica que hay entre culturas teóricamente incomunicadas en el tiempo y en el espacio. Los guanches denominaban tigotán al cielo y me llama la atención que, en el Machu-Pichu, la piedra estelar de sacrificios y que es, además, una especie de reloj de sol, era llamada tiguatana o tiguatala. Seguramente es una casualidad, pero la similitud de ambos vocablos que describen cosas relacionadas es cuando menos sorprendente.
El mundo cristiano heredó de Roma esa idea del templo, además de casi toda la estructura imperial y buena parte de sus ritos, pues el diseño jerarquizado de La Iglesia se superpone a la organización del Imperio de Constantino El Grande. Después de construcciones memorables como el templo de Santa Sofía y una generalización de templos en la Iglesia occidental durante el románico, aparece el gótico, y es ahí donde la construcción se convierte en una especie de sabiduría suprema y secreta.
La geometría es sin duda la esencia de la arquitectura, pero esa geometría, que fue abierta en la antigüedad de Euclides y Pitágoras, se convirtió en un arcano, un conocimiento para iniciados y casi un secreto que duraría siglos. Desde su primera revelación en la iglesia parisina de San Denis, el gótico se extendió por toda Europa, y se elevaron templos que respondían a reglas muy curiosas, como que su pórtico mirase al sol poniente o que en determinados días del año el Sol -otra vez el Sol- se filtrase por determinada claraboya e iluminase un lugar concreto del templo.
Los constructores se volvieron una clase aparte, que guardaba los secretos de la geometría y dicen algunos que otros saberes esotéricos. Los maestros sólo comunicaban su conocimiento a los oficiales aprendices, que en su día serían maestros, y de esa forma casi clandestina nadie descubría los secretos. Es muy conocido el párrafo que creaba distancia y desconfianza, pues el maestro decía: "Un punto hay en el círculo que en el cuadrado y el triángulo se coloca. Si conoces ese punto, todo saldrá bien, si no lo conoces, todo será en vano". Las bóvedas de cañón, el número de capillas y su orientación y docenas de detalles que hacen que no haya dos catedrales góticas iguales obedecían a propósitos previos, unos dicen que piadosos, otros que siniestros.
Es evidente que la idea general de que un templo es simplemente un recinto para reunir a los fieles no era la clave de las catedrales góticas, que a veces eran inmensos edificios en una ciudad pequeña y cuya extensión tenía que ver más con toda una filosofía que con las necesidades de utilidad. Estas ideas secretas se mantenían durante largo tiempo, transmitidas de generación en generación por los maestros a sus discípulos que serían los siguientes maestros, pues las catedrales tardaban siglos en terminarse.
Y esas ideas, que siguen siendo un secreto, son las que determinan hechos como, por ejemplo, que la catedral de Milán tenga capacidad para ¡cuarenta mil personas! muchas menos de las que nunca van a acudir a un acto (y menos hace seis siglos), o que el número de vidrieras sea uno y no otro, así como los motivos de las esculturas, las gárgolas y los pórticos, los grabados de las columnas o los dibujos a veces indescifrables de las vidrieras policromadas.
Y nada se hacía porque sí, sino obedeciendo a motivos que nunca se han conocido, aunque si sospechado. En esos maestros constructores medievales está el origen de la masonería y todo este proceso entre maravilloso y ocultista está perfectamente reflejado en la novela Los pilares de La Tierra, de Kent Follet, un libro imprescindible si se quiere ahondar en este tema. Las catedrales góticas, no son meros recintos utilitarios, o al menos ese no fue el motivo de su construcción.
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