28 jun 2010
Las flores ruborizadas
Las flores ruborizadas de los aligustres y el tapiz de pétalos amarillos del palo rosa junto a los zócalos. Lo que queda de las jacarandas, pisado en el suelo, y la cresta alimonada de las sóforas abiertas a la orfandad de julio, mientras aún aguardan su momento las acacias japonesas... A lo lejos, en la imaginación, o en el recuerdo, que es otra suerte de imaginar, el vaivén de los campos de espigas, y el temblor refrescante de los álamos. Corrientes fluviales camufladas con las sombras reflejadas de los bosques, y la hirviente sonrisa del mar cuando se alejan las proas de los mercantes.
La quietud como una manera de estar mientras no pasa nada, o lo que sucede se disuelve en el calor del aire, en las nubes que se desvanecen como nuestra expectativa. Porque no esperamos nada, o lo que inevitablemente vendrá será otro gesto de la guadaña.
Como troncos mudos fluctuamos, tropezando con las ramas y raíces del río
Jose Carlos Cataño
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