29 jun 2010
Mariposa
Llama. Trozo de terciopelo. Beso nocturno. Pequeño corazón libre que aún lleva tatuadas las marcas de una cárcel.
Todo eso pensé cuando la vi en mi ventana, quietecita, asustada. La miré mucho tiempo sin hacer ruido, sin moverme, cada vez más cerca. La mariposa temblaba. Rayas negras sobre rojo, tan elegante como una diva con los brazos extendidos a punto de cantar. Le hablé bajito, soplé sus antenas y ella no se movió. Los barrotes de la ventana parecían extenderse sobre sus alas, detenerla, o ella misma chorrear la geometría de su sombra y aferrarse al cristal. Tal vez estaba herida.
O sólo era el miedo de tenerme tan cerca. Casi escuchaba su respiración. Ella me miraba, quietecita, como si buscara un espejo.
En sus ojos vi dos pequeñas celdas, y dentro, dos latidos, dos llamas a punto de extinguir. Temblaba. Quizá temía lastimarme. O perderme. Cuando creí que me atraparía, abrió la ventana y me eché a volar.
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