Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

10 jul 2009

Muerte en Venecia


Muerte en Venecia


Porque parece un constante cuadro de Sorolla. Porque no sólo consigue que uno se meta en la película: Se acaba respirando el aire de Venecia. Es suave. Es el Lido, es el mar. Es también Platón, es la vida y la muerte. Es el silencio más elocuente del cine. Es una maravilla. Es cine. Porque no pasa nada y pasan tantas cosas…

Por eso es una grandísima obra de arte.

La música de Mahler acompaña los sentimientos llevándolos en volandas por Venecia, por esas calles lúgubres, mágicas y misteriosas, por esa atmósfera húmeda y enferma, pero a la vez evocadora y exuberante.

Aschenbach está loco por la idea de la belleza, por el arte, por la creación, por las ideas… y esa locura se nos transmite magistralmente con la infinita sutileza de la cámara de Visconti, con el delicioso adaggieto de Mahler, con la arrebatadora hermosura suave de Tadzio, con los laberintos mágicos de las calles y canales de Venecia, con el espontáneo lujo y elegancia de las estancias, de los huéspedes del hotel, de los ricos veraneantes que viven dedicados a entretenerse en su dolce fare niente.

Mientras, por debajo la peste se cuela suave, inadvertida, como la tristeza. Como se cuela la angustia. Como se cuela el tiempo del reloj de arena que describe Aschenbach, a través del minúsculo conducto que une los recipientes superior e inferior del reloj, que es tan pequeño que hace que la caída de la arena parezca imperceptible. Sin embargo cae, inexorable, rotunda. Así pasa el tiempo en la película, se puede masticar, se puede sentir la angustia de su paso lento para el protagonista, la levedad de los minutos para los niños, la permanencia de las horas para los veraneantes que ignoran su paso como ignoran la peste.

Pero, ¿qué le ocurre a Aschenbach? ¿Por qué huye a Venecia? ¿Y qué encuentra allí?

Su obsesión por la perfección raya en la parálisis, en la muerte. Sus posturas son tan higiénicas que resultan prácticamente incompatibles con la vida y, al parecer, con el arte. No por casualidad su nombre en alemán significa literalmente “arroyo de cenizas”…

Y entonces, aparece Tadzio. Un adolescente, un mancebo rubio, aniñado, andrógino, perfecto. Con rasgos suaves y precisos. Es elegante en sus ropas y en sus ademanes, en sus movimientos, en sus miradas. Tadzio embriaga suavemente, como su nombre. Y es inalcanzable. Contemplarlo supone la muerte, ¿a qué más se puede aspirar?

Es la belleza de Platón (no abstante, Mann en la novela alude directamente al Fedro).

Aschenbach consiguió lo que buscaba: contempló la belleza a través de la experiencia del contacto visual con Tadzio. Sin embargo resulta paradójica su agonía y su muerte.

Muerte en Venecia es una de esas películas que cambian un poco la vida. ¿Resultaría exagerado decir que no se es el mismo antes y después de Muerte en Venecia?

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