Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

16 oct 2018

Santiago Posteguillo gana un Planeta sin representantes de la Generalitat

El autor de novela histórica gana con ‘Yo, Julia’. La debutante Ayanta Barilli, finalista.

 

El ganador del premio Planeta 2018, Santiago Posteguillo, y Ayanta Barilli, finalista. En vídeo, fallo del premio y declaraciones del ganador.
Novela histórica con un buen, fidedigno (y extenso) sustrato real y protagonismo para una mujer fuerte y sin complejos en estos tiempos de creciente empoderamiento de un grupo que lee más que los hombres en España.
 Ni el más sofisticado laboratorio literario hubiera dado con mejor fórmula para un superventas.
 Y esos dos ingredientes son, precisamente, los ejes de Yo, Julia, obra con la que el césar de la novela de romanos en castellano, Santiago Posteguillo, recreando la vida de la emperatriz romana Julia Domna, ganó ayer en Barcelona la 67ª edición del premio Planeta, con sus 601.000 euros.
Un mar violeta oscuro, historia sobre tres generaciones de mujeres y debut como novelista de la polifacética actriz y periodista Ayanta Barilli, hija del escritor Fernando Sánchez Dragó, quedó finalista (150.250 euros). 
A la gala del premio celebrada en la noche del lunes en Barcelona asistieron el ministro de Cultura, José Guirao, y la alcaldesa de la ciudad, Ada Colau, pero ningún representante de la Generalitat de Cataluña.
Inteligente, ambiciosa, un punto libertina y amante de la filosofía, Julia Domna (170-217) fue un auténtico carácter y a ella se atribuye que su marido Séptimo Severo se decidiera a tomar las armas para acabar con sus rivales políticos y alcanzar el trono de emperador. Ella le acompañó en las batallas del mismo modo que estudió filosofía con los sofistas. 
Un carácter complejo y rodeado de intrigas y misterios para que el autor de las exitosas trilogías como la de Escipión (de la que sus editores dicen que ha tenido un millón de lectores) o la de Trajano la convirtiera en protagonista de su novela.
 El título es un guiño al mítico y popular Yo, Claudio, de Robert Graves, si bien la Julia de Posteguillo no es la famosa esposa de Augusto, protagonista en el libro del novelista inglés.
“Creo que mis personajes femeninos han ido ganando en importancia; si antes no ha sido así es por culpa de mis fuentes históricas, que son todos hombres”, asegura Posteguillo (Valencia, 1967), fascinado por la Roma clásica desde un viaje que hiciera con seis años a la capital italiana.
 Fue una sacudida vital que no se tradujo en literatura hasta mucho más tarde.
Empezó a escribir poesía y luego novela negra, pero el que acabaría siendo profesor de Literatura Inglesa del XIX en la Universidad Jaume I de Castellón (aún ejerce ahí) no publicó hasta los 39 años. La hipotética tardanza en su debut se compensó rápido: su Africanus (2006) fue el inicio de una trilogía sobre el general Escipión el Africano, vencedor de Aníbal, que completaron Las legiones malditas y La traición de Roma, convertida en una de las más exitosas de la novela histórica española.

El uso de técnicas y registros narrativos más propios del género policiaco, así como un trepidante ritmo donde se mezclan asedios, gladiadores y conspiraciones de todo tipo a pesar de ser historias no exentas de gran rigor —“intento serlo cada vez más; me da miedo distorsionar la historia”, defiende—, explican un éxito que le llevó de las guerras Púnicas a una segunda trilogía, con el emperador Trajano como eje, que conformaron Los asesinos del emperador, Circo máximo y La legión perdida.

“Roma es el mejor ejemplo de la lucha por el poder en cualquier imperio y eso está permanentemente de actualidad”, asegura quien, entre media docena de reconocimientos, obtuvo hace cuatro años el premio Barcino, otorgado por el Ayuntamiento de Barcelona.
 Quizá resultado de su profesión, Posteguillo tiene tres libros (La noche que Frankenstein leyó el Quijote; La sangre de los libros y El séptimo círculo del infierno) destinados a desvelar aspectos curiosos de la literatura, narrados con el mismo brío.
El tempo narrativo que Barilli (Roma, 1969) utiliza en Un mar violeta oscuro es más pausado, como requieren las pesquisas de corte intimista que realiza la protagonista, que bucea en el pasado de su abuela para explicarse cómo un hombre despiadado abocó a la locura a tres mujeres de la misma familia.
 Es el estreno literario de una polifacética artista: actriz de cine y también de teatro, hasta la fecha solo tenía dos libros: uno de recopilación de cartas llegadas a un programa de radio que condujo y Pacto de sangre (2013), que hizo a cuatro manos con su progenitor, sobre las relaciones entre padres e hijos.

Un premio que se ‘exportará’ a Italia en 2019

El Planeta a Santiago Posteguillo ratifica la política reciente del premio, que parece hallar al ganador entre los superventas de los sellos del propio grupo, como demostraron Javier Sierra el año pasado o Dolores Redondo en 2016. 
La estrategia refuerza las espectaculares cifras de un galardón que desde 1952 ha vendido 43 millones de ejemplares.
 La fórmula se exportará ahora a Italia, donde el grupo creará un galardón en 2019 a través de De Agostini.
 Pero de solo 150.000 euros para el ganador.

Los atentados que nadie supo ver..................... Fernando J. Pérez....

La preparación de los ataques yihadistas de Barcelona y Cambrils pasó bajo el radar de las fuerzas de seguridad.

Atención a los heridos tras el atentado del 17 de agosto de 2017 en Barcelona.
Atención a los heridos tras el atentado del 17 de agosto de 2017 en Barcelona.
El pasado miércoles, el juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu procesó a Mohamed Houli, Driss Oukabir y Said Ben Iazza, los tres supuestos miembros supervivientes de la célula yihadista que, con una furgoneta y un coche como armas, sembró de muerte las Ramblas de Barcelona y el paseo marítimo de Cambrils (Tarragona) el 17 y el 18 de agosto de 2017
 Los ataques dejaron 16 muertos y 180 heridos.
 Solo el estallido, la víspera de los atentados, de los cientos de kilos del explosivo conocido como La Madre de Satán, que los terroristas fabricaban y almacenaban en el chalé de Alcanar y con el que pensaban haber cargado los vehículos, evitó una matanza de proporciones descomunales.
 El auto apunta algunos posibles objetivos de los terroristas, casi todas grandes atracciones turísticas internacionales: 
la Sagrada Familia, la Torre Eiffel, la Alhambra, el Santiago Bernabéu o la famosa Tomatina de Buñol.
La resolución judicial ofrece numerosos detalles de la preparación de los ataques y del comportamiento de sus autores materiales en los meses previos.
 Todos ellos fueron muertos a tiros por los Mossos: cinco en Cambrils en la misma madrugada del 18 de agosto, y uno —Younes Abouyaaqoub— en un descampado de Subirats (Barcelona), el día 21, cuatro días después de atropellar mortalmente a 14 personas en las Ramblas y asesinar a cuchilladas a un hombre para huir luego en su coche.

Sin embargo, lo que más llama la atención del auto no está escrito en sus 43 páginas. 
Todos los delitos que se producen —desde los hurtos más nimios hasta los crímenes más execrables— son responsabilidad de sus autores, y las autoridades no los conocen hasta que se consuman.
 Y desde los atentados contra los trenes de cercanías de Madrid del 11 de marzo de 2004, que causaron 192 muertos, España había conseguido desmantelar numerosas células yihadistas, algunas con planes avanzados para atacar, y sacar de la circulación a cientos de terroristas en fase de adoctrinamiento o captación, en complejas investigaciones tanto sobre el terreno como en Internet y redes sociales. 
Sin embargo, este caso fueron numerosos —y algunos muy evidentes— los indicios que pasaron bajo el radar tanto de las fuerzas de seguridad como de los testigos del caso antes de los ataques.
 Los de Barcelona y Cambrils, fueron los atentados que nadie supo ver.
El grupo, procedente de Ripoll (Girona) estaba liderado por el imán Abdelbaki Es Satty, un extraficante de droga metido a clérigo que murió el 16 de agosto de 2017 en la explosión de la casa de Alcanar (Tarragona), con otros dos miembros de la célula. 
Es Satty era conocido por las fuerzas de seguridad y los servicios de inteligencia.
 No solo porque pasó cuatro años en prisión, donde fue contactado por el CNI y la Guardia Civil en el marco del control de los presos que han mantenido contactos con yihadistas, sino porque, tras salir de la cárcel, en abril de 2014, comenzó a ejercer como imán en la mezquita El Fath, la única de todo Ripoll.
El adoctrinamiento del grupo de jóvenes en el radicalismo yihadista —normalmente en reuniones en el domicilio del imán— fue inmediato.
 Es Satty proporcionó a sus discípulos una tableta electrónica con propaganda del Estado Islámico y que se iban pasando unos a otros. Ya en enero de 2015, Moussa Oukabir, hermano pequeño del procesado Driss, escribía en una red social que “le gustaría matar a todos los infieles”.
En julio de 2015, Es Satty es despedido como imán. 
Entre octubre de ese año y abril de 2016 realiza dos viajes a Bruselas en avión, en los cuales trató, sin éxito de encontrar trabajo en la mezquita de Vilvoorde. 
El 23 de marzo ocurrieron los atentados en el aeropuerto de la capital belga.
 Si esos movimientos eran sospechosos, nadie lo apreció.
Es Satty volvió a Ripoll, donde por fin logró empleo como clérigo en la nueva mezquita Annour, a la que se trasladaron en bloque los miembros de la célula.
 Ese cambio de templo y las frecuentes reuniones que mantenía el imán con el grupo, pasaron inadvertidos.
 Tras los atentados, un vecino de Driss, testigo protegido, declaró que en esos meses, aquel le mostró dos vídeos del ISIS con decapitaciones y lapidaciones.
 El programa de detección de amenazas Stop Radicalismos, del Ministerio del Interior, no llegó a funcionar en este caso.
En noviembre de 2016, Es Satty comienza a buscar en su ordenador manuales de fabricación de explosivos “para principiantes”. 
Estas búsquedas se repiten hasta julio de 2017, mientras el imán profundizaba en la radicalización del grupo. 
En su ordenador, encontrado entre las ruinas de Alcanar, había un libro sobre “cómo enseñar a gente con diferente coeficiente intelectual”.
Tanto el chalé de Alcanar como otra vivienda que utilizó el grupo en un pueblo de Girona eran viviendas ocupadas.
 Ni los propietarios, ni las fuerzas de seguridad detectaron movimientos.
Sin embargo, fue la adquisición del material explosivo lo que pasó más desapercibido
El comando compró los precursores en 12 tiendas de toda Cataluña y Castellón.
 En ninguna de ellas llamó la atención que varios jóvenes, en algunos casos con dificultades para identificarse, compraran grandes cantidades —entre 100 y 240 litros— de agua oxigenada y de acetona, componentes para fabricar triperóxido de triacetona La Madre de Satán en bidones. 
En la casa de Alcanar había 114 bombonas de butano, algunas de las cuales fueron adquiridas de segunda mano en Wallapop.



 

 

Un santo sin justicia ni culpables.......................... Jacobo García....

La investigación sobre el asesinato de monseñor Romero duerme en un juzgado de la capital salvadoreña 38 años después.

 

Monseñor en la iglesia de San Salvador donde fue asesinado
Monseñor en la iglesia de San Salvador donde fue asesinado
Un recurrente sarcasmo recuerda estos días en las calles que el nuevo santo salvadoreño, monseñor Óscar Romero, se identificó tanto con su pueblo que su asesinato sigue tan impune como el resto. 
En uno de los países más violentos del mundo, su ejecución, como el 98% de los crímenes que se cometen en el país, duerme en una carpeta del juzgado cuarto de instrucción de San Salvador.
Sin embargo, su magnicidio, el 24 de marzo de 1980, es una de las páginas importantes de Centroamérica.
 El asesinato y el tiroteo posterior contra la multitud durante su entierro, es considerado el inicio de la guerra civil y uno de los tableros donde se disputó la guerra fría que dejó decenas de miles de muertos hasta 1992. 

El de monseñor Romeo no fue precisamente un asesinato discreto. Los grupos de extrema derecha habían intentado terminar con el "cura comunista" con una bomba bajo el púlpito. 
Fallaron. 
Meses después, la tarde del 24 de marzo se eligió un plan menos sutil y fue acribillado en el propio altar de la iglesia.
 En ese momento había decenas de testigos en los primeros bancos celebrando una misa luctuosa por doña Sara Meardi.
 Cuando Romero estaba a punto de dar la comunión, un Volkswagen Passat rojo ocupado por dos personas se detuvo frente a la puerta del templo. 
Uno de los sujetos apuntó al obispo y le disparó en el corazón una bala de calibre 22. 
Luego huyeron calle abajo.
La investigación del caso quedó estancada por el conflicto bélico hasta que un año después de los acuerdos de paz, la única institución capaz de hacer una investigación con garantías en El Salvador de la postguerra, la ONU, concluyó que los responsables de su muerte eran los Escuadrones de la muerte creados por el coronel Roberto D'Aubuisson, líder de la inteligencia política y fundador de Arena (Alianza Republicana Nacionalista), que gobernaría el país centroamericano durante dos décadas.
Según la comisión de la verdad creada a tal efecto, “existe plena evidencia” de que D'Aubuisson dio a su equipo de seguridad la orden de asesinar al arzobispo. 
El informe de Naciones Unidas llegó a esta conclusión después de que al militar le encontraran durante un registro en su finca un cuaderno con los nombres de los implicados en la Operación Piña, donde también estaba escrito el tipo de arma empleada y el vehículo para la huida. D'Aubuisson sin embargo, murió en 1992 de un cáncer de lengua sin conocer el resultado de la investigación.
Pero había más gente. 
También los capitanes Álvaro Saravia y Eduardo Ávila tuvieron participación en el asesinato del santo, así como Fernando Sagrera y Mario Molina, siempre según la ONU.
 Otro más, Amado Antonio Garay, fue el chófer que llevó al francotirador hasta la capilla de la Divina Providencia y vive en Estados Unidos en calidad de testigo protegido del Gobierno.
Garay confesó la participación del capitán Saravia, quien vive oculto en algún lugar fuera de El Salvador.
 Desde la clandestinidad concedió una entrevista a Carlos Dada, del periódico digital salvadoreño El Faro, en la que aceptó su participación.
 El sicario que ejecutó el disparo fue asesinado cuando huía pocos días después a Guatemala trás cobrar el cheque.

Para la Iglesia salvadoreña es una “vergüenza” que no se haya investigado el caso más de 38 años después y el padre José María Tojeira lo consideró "uno de los más grandes casos de corrupción", dijo desde el púlpito la noche del sábado durante una misa previa a su canonización.

"Si un asesinato tan emblemático y con tantos elementos probatorios se encuentra paralizado que no sucederá con el resto de víctimas comunes", señala Arnau Baulenas, coordinador jurídico de la oficina de derechos Humanos de la Universidad Centroamericana (Idhuca). 
Para Baulenas la parálisis se debe "al poder del ejército que ha maniobrado como un poder fáctico para impedir una investigación".
 A pesar de la llegada de un gobierno de izquierdas al poder, "el gobierno del Fmln, (Frente Farabundo Martí) ha impedido la apertura de los archivos del ejército en lo que supone una clara obstaculización en la investigación" añade el abogado de Derechos Humanos.
En las últimas semanas, la fiscalía de El Salvador ha dado señales de querer volver a impulsar el caso y ha anunciado que presentará un requerimiento.
 Asociaciones de víctimas y desaparecidos de la Guerra Civil buscan la condena de otros de los colaboradores que formaron o financiaron los escuadrones de la muerte, entre ellos el conocido como grupo de Miami o algunas de las familias poderosas de El Salvador.
Paralelamente, buscan una condena histórica y moral contra D'Aubuisson. 
 Su figura continúa siendo un símbolo para amplios sectores de la derecha, que peregrinan cada año a su tumba  entonando alguno de los himnos de su partido y la famosa estrofa: 
“Libertad se escribe con sangre y el trabajo con sudor, unamos sudor y sangre, pero primero El Salvador”.

“No quiero dormirme, quiero morirme”.............. Emilio de Benito

Una mujer con esclerosis múltiple y un deterioro físico masivo pide poder acabar con su vida “cuanto antes”.

 

Ángel Hernández con su pareja, María José Carrascosa.
La casa está llena de libros y cuadros, muchos pintados por ella misma. 
A María José Carrascosa, madrileña de 61 años, se le iluminan excepcionalmente los ojos cuando dice una palabra, Pollock, su pintor favorito. 
No volverá a ocurrir en toda la entrevista.
 En un sillón articulado de una casa del barrio madrileño de Saconia, esta mujer, a la que diagnosticaron esclerosis múltiple en 1989, expresa claramente el objetivo del encuentro: "Quiero el final cuanto antes".
 Pero no tiene nada fácil cumplir su voluntad.
 La enfermedad va acabando con las transmisiones nerviosas y con la visión y el oído, afectados, sin poderse tener en pie, sin poder asearse o comer por sí sola, incapaz de escribir, teclear o usar un utensilio, sin casi poder tragar o hablar, Carrascosa depende por completo de su marido, Ángel Hernández, de 69 años, técnico de audiovisuales de la Asamblea madrileña jubilado anticipadamente con 61 para poder cuidar a su pareja de los últimos 36 años.
 Una foto en una de las librerías de la habitación muestra a una pareja joven, guapa, muy a la moda de principios de los ochenta. "Es de cuando nos conocimos", dice él.

Para la pareja, "lo ideal sería una eutanasia, que se aprobara la ley, pero seguro que en el Congreso habrá alguna iniciativa de la oposición y se retrasa", afirma Hernández. 
El caso de Carrascosa estaría dentro de los supuestos de la propuesta del PSOE que ha admitido a trámite la Cámara, ya que se refiere a una enfermedad grave, irreversible, mortal y que cause un dolor que el afectado considere insoportable.
Ella, hija de abogado, era secretaria judicial, explica cuando él se atasca al contar en qué trabajaba.
 "Hace ya muchos años los dos hicimos testamento vital ante notario. 
Y ya hace veintitantos  –ninguno recuerda el año exacto–, con el diagnóstico todavía reciente, la mujer intentó suicidarse.
 Él se la encontró y la salvó. Y hablaron. 
"Le dije: no quiero impedirte que decidas tú, pero creo que todavía tienes suficiente calidad de vida", explica él.
 Cuando acaba el relato Hernández, Carrascosa reacciona: "Quiero acabar ya".
Esta postura es el final de un trayecto de años. 
Han buscado remedios, pero, a falta de apoyos familiares (no tienen hijos ni padres, y solo él tiene hermanos, ya mayores, que no viven en Madrid), sus intentos con la Administración han fracasado. "Estuvimos nueve años en lista de espera para una residencia" que no llegó, cuenta Hernández. 
 Como ella empeoró decidieron probar con una ayuda domiciliaria (la ley de la dependencia no permite recibir dos prestaciones)
 De eso hace seis meses. Hace un año, él pidió que la ingresaran temporalmente, dos meses, para poder operarse de una hernia que se había agravado de cargar con ella. 
Se lo denegaron, y él no pasó por el quirófano.
Ahora, su casa es su residencia. 
Tirando el tabique entre dos dormitorios han formado la habitación de ella.
 "Con mucha luz, que le viene muy bien", explica él.
 Con el avance de la discapacidad, el cuarto se ha convertido en un pequeño museo de todo lo que han perdido.
 Ahí están el piano que hace años que no se abre —con un dibujo que Alberti regaló a un familiar de Carrascosa en la pared— y la silla de ruedas que ella ya no maneja, preparada para ayudarla a ponerse de pie. 
En un caballete, un cuadro inacabado con un candil de aceite, frustrada lámpara que no les puede conceder el deseo que piden. Dominando la estancia, una cama articulada y la grúa que permite levantar a la mujer, colgada de ella como un fardo, para llevarla al salón y asearla y acostarla después.
 Unas aparatosas barandillas amarillas en el pasillo muestran las fases de una enfermedad, cuando aún intentaba moverse sola por la casa o ir al baño, completamente adaptado.
 Eso ya es impensable. "Ha perdido el 100% del equilibrio. Se puede caer incluso cuando está sentada en una silla", relata Hernández. 

Hasta hace poco, su rutina era levantarse, asearse, desayunar, comida, siesta, salón, una película –compraron una televisión más grande porque ella cada vez ve menos–, cena, cama. 
"Pero a primeros de septiembre fuimos a urgencias.
 Llevé, como siempre, el testamento vital, porque ella no quiere que la intuben", afirma. 
Aquella vez ella sufrió un brote –"como un miniictus", describe él– y se quedó sin poder hablar ni comer. 
Ya había tenido otro similar en abril. "Estuvo cuatro días en cuidados paliativos, pero me la traje a casa".
 Allí les ofrecieron una sedación limitada para que sufriera menos. Ella lo rechazó.
 "No quiero dormirme, quiero morirme", resume su posición.
En aquel ingreso, propusieron la posibilidad de una sedación terminal: que la durmieran de manera irreversible. 
"Pero nos dijeron que no se podía, que ellos no iban a adelantar nada" del final, cuenta Hernández. 
 La Organización Médica Colegial define así está práctica: "Administración deliberada de fármacos para lograr el alivio, inalcanzable con otras medidas, de un sufrimiento físico y/o psicológico, mediante la disminución suficientemente profunda y previsiblemente irreversible de la conciencia en un paciente cuya muerte se prevé muy próxima y con un consentimiento explícito, implícito o delegado". 
Y Carrascosa tiene ese sufrimiento que no consigue remediar la medicación, está en situación irreversible, pero su muerte no se prevé "muy próxima". 
"Yo he estado en huelgas de hambre, y sé que solo con hidratación una persona puede vivir 90 días". 
"Podemos estar así meses, y ella no quiere", se desespera Hernández.
Desde aquel ingreso, Carrascosa come a duras penas.
 "Hoy ha tomado jamón de York, queso de Burgos, medio kiwi y un poco de café.
 Se lo doy por la mañana, cuando parece que los músculos de la garganta están algo más relajados
. Luego ya, en el resto del día, por más que lo intentamos no consigue tragar nada más", afirma Hernández.
 "Ya hoy, con el café, que toma con una pajita, empezó a atragantarse".
 Con esta dificultad, la idea de que ella se pueda quitar la vida sin ayuda es impensable. 
Hernández admite que se han planteado que él la ayude a morir, y afirma que él estaría dispuesto a hacerlo. 
Pero ella lo ha descartado por miedo a que él incurra en alguna responsabilidad penal. "Él no tiene miedo; yo, sí".