Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

7 jul 2018

El pintoresco crimen madrileño que inauguró la crónica negra en España

En julio de 1888 una acaudalada mujer apareció muerta en su casa de la calle Fuencarral y el público, los medios y la ley convirtieron el caso en nuestro primer circo mediático.

La fama del crimen inspiró romances, canciones, novelas e incluso un capítulo en la serie 'La huella del crimen' (en la imagen), producida por Televisión Española en 1985, donde Carmen Maura interpreta a Higinia Balaguer.
La fama del crimen inspiró romances, canciones, novelas e incluso un capítulo en la serie 'La huella del crimen' (en la imagen), producida por Televisión Española en 1985, donde Carmen Maura interpreta a Higinia Balaguer.

 

Una profesora de Cifuentes: “Me callé; veía que peligraban mi vida, mi carrera y mis hijos”

Clara Souto, vocal del acta del trabajo fin de máster, asegura que ese día estaba en Galicia.

Clara Souto, durante su declaración ante la juez.
“Me callé. Me parecía que era ir en contra del mundo. 
Veía que peligraban mi vida, mi carrera y mis hijos”. Así, con este desgarro, la profesora de la Universidad Rey Juan Carlos Clara Souto relató a la juez Carmen Rodríguez-Medel el pasado 10 de mayo su particular vía crucis por el caso Cifuentes. 
 Su supuesta firma aparece en el acta del trabajo de fin de máster de la expresidenta madrileña, pero ella niega su autenticidad. 
“No fui capaz de enfrentarme. 
Me veía yendo en contra de mi catedrático, Enrique Álvarez Conde, que es una persona con la que tenía confianza desde hacía 10 años, y contra mis compañeras”.
La firma de Souto figura en la casilla de vocal del tribunal evaluador. 
 Ella mantiene, sin embargo, que ese 2 de julio de 2012 estaba en Galicia a cargo de sus tres sobrinos al haber enfermado su hermana. “Yo lo único que sé es que yo no estuve el día que pone en ese documento”.
 La juez parece creerla porque Souto es la única de las tres firmantes del acta que no está imputada.
La profesora ha encontrado un recibo del 30 de junio que atestigua que ese día estaba en Galicia, pero ninguno del 2 de julio, la fecha de autos. 
Pese a los seis años transcurridos, recuerda “con certeza” el momento porque el día anterior “era la final de fútbol que ganó España y sé que estábamos en Galicia viéndolo”.
Además, la relación de Souto con el máster de Derecho Público fue muy lateral.
 Apenas dio cuatro horas de clase un sábado del curso 2011-2012. ¿Asistió ese día la delegada del gobierno? 
“Yo en ese momento no tenía conocimiento de quién era Cristina Cifuentes. Era la primera vez que daba una masterclass. 
 Estaba muy nerviosa porque me enfrentaba a alumnos más mayores [que los que tengo] normalmente”.
Souto, aún sin plaza fija y con dos hermanas trabajando como ella en el Instituto de Derecho Público (IDP), lleva años encadenando penas y ante la juez las revivió todas y se desahogó. 
Sus niños, hoy de dos años y medio, estuvieron delicados de salud y el pasado septiembre murió su padre.
 Pero asegura que nada ni nadie le ha bloqueado tanto como el caso Cifuentes
“Nunca en mi vida pensé que se me pudiese poner en una situación así”.
El acta presuntamente se falseó el 21 de marzo de 2018, el día que eldiario.es publicó la noticia. 
Si mi catedrático, llevo 10 años con él, me dice que hay un problema con el máster de Derecho Público confío completamente y para solucionarlo puede contar conmigo”, relata Souto. Y prosigue estremecida: “Él nunca me ha puesto en una situación negativa como para desconfiar. 
 Pensar que se estaba realizando...”.
Bajo esta premisa Souto dio su permiso a Álvarez Conde para usar su nombre mientras iba camino de la guardería con sus hijos. Luego, siempre según su relato, impartió clase hasta las dos, se marchó a un centro de estética, volvió a la guardería...
 Asegura que estuvo tan atareada que hasta las diez de la noche no entró en “shock” al verse protagonista de la historia que abría los telediarios.
“Hasta este momento tenía una relación buena de jerarquía” con Álvarez Conde, contó Souto a la juez, y por unas horas la mantuvo. Se vieron luego en casa de su “maestro” junto a sus compañeras. “Le pedí, por favor, que solucionase el problema, que me veía incapaz de salir públicamente y llevarle la contraria a él (...) Le dije: me estás arruinando la vida y él en todo momento nos tranquilizaba”.
Pero su “maestro” quiso mantener la primera versión vertida a los medios —hubo un error técnico en las actas— y Souto tocó fondo la mañana que tenía que declarar en la universidad. 
“Me levanté absolutamente desquiciada, no había dormido, me había dado un ataque de ansiedad…”. La URJC aplazó la citación de Álvarez Conde y el catedrático Pablo Chico, pero no la de sus tres discípulas que de pronto se vieron declarando primero.
 “Lo que te parece es que todo va en contra de ti. Fui a la doctora, me dio una pastilla fuerte y la baja”. La única que habló fue su compañera Alicia López de los Mozos que negó haber firmado.
“Estoy tomando pastillas porque no soy capaz de superar esta situación.
 Sigo de baja. No puedo entender que te puedan hacer algo así. He venido porque necesito que se aclare esto”, confesó Souto a la juez. Sus contestaciones fueron largas y, cada poco tiempo, echaba mano de una botella de agua para calmar su desazón.
 No mantiene contacto con ninguno de los implicados, tan solo se cruzó un mensaje con Cecilia Rosado, su compañera, para desearse suerte cuando empezó la instrucción.


 

“Tienen todo mi miedo”........................... Àngels Piñol

Sílvia Gallart, trabajadora de una ONG, en Ripoll, recibe ayuda psicológica tras salvarse de ser arrollada por la furgoneta.

“No sé decirte cuánto tiempo estuvimos abrazados llorando. Si fueron 10 segundos o 10 minutos. 
O si nos caímos o no. No lo sé. Pasó todo muy rápido y en cambio lo recuerdo a cámara lenta.
 Íbamos caminando por La Rambla, a la altura de Pintor Fortuny, y le comenté a Lluís, mi marido, algo de unas flores.
 Oí entonces un ruido extraño. Levanté la cabeza y vi a personas volando.
 De pronto, la gente se abrió y de entre medio apareció la furgoneta que venía hacia nosotros, haciendo eses, en zigzag, como buscando a grupos de personas.
 Pensé: ‘Aquí se acaba todo. De esta no sales’. Empujé a Lluís a un lado —“¿Qué pasa?”, me gritó— y la furgoneta pasó a un metro de mí, como una exhalación.
 El cerebro seleccionó dos ruidos que me despertaron muchas noches: la aceleración del motor y el escalofriante impacto de los atropellos. Ahora ya no.
Tuvimos suerte de que cogimos el momento del volantazo del conductor.
 No le vi. Para mí es solo una sombra. Luego el abrazo con Lluís y gente tirada por el suelo y charcos de sangre.
 Y detrás —“No mires, no mires”, me rogó— la misma escena. Recuerdo a un urbano corriendo con pistola en mano, en dirección al terrorista, diciendo: 
‘A cubierto, a cubierto’. Creo que la furgoneta golpeó a un chico que estaba a mi lado. Me parece que murió. 
 En ese momento, con las piernas y manos temblando, llamé a mi hija Laia que estaba con una amiga en el Starbucks de la plaza de Catalunya. Ni me acordaba de su número y tuve que mirar los contactos.
 No se había enterado. ‘No te muevas. Ha habido un atentado. Hay muchos muertos’, le dijimos.
 Subimos por Portal de l’Àngel y un ruido provocó una estampida de gente. Nos refugiamos aterrorizados en un portal. El miedo salía por los poros. 
Llegamos desencajados hasta la tienda Desigual donde estaba Laia junto a un agente de seguridad que nos esperaba.
Nos juntamos unas treinta personas. Una chica inglesa no paraba de llorar bajo unas escaleras. 
Los trabajadores se portaron muy bien: nos dieron agua y cargadores de móviles. 
Tengo pendiente ir a darle las gracias a la encargada. Nos enviaron al sótano, a la planta dedicada al hogar.
 Estábamos destemplados y nos dejaron toallas y albornoces para abrigarnos. Fueron horas de mucha angustia.
 Teníamos cobertura y se decía que había un secuestrador con rehenes en un bar. Llegaron fotos y vídeos... y saber que los terroristas eran de Ripoll. Allí trabajo en una ONG. 

Salimos de la tienda sobre las 21.15 y la imagen de la plaza de Catalunya fue impactante: siempre está llena de vida y estaba limpia. 
Sólo había coches de mossos con sus luces azules y las naranjas de las ambulancias. 
Y el único sonido las sirenas y el flap-flap de los dos helicópteros en suspensión.
 Cuando enfilamos la Rambla Catalunya, hubo otra estampida y nos refugiamos en la antesala de una tienda.
 Apretamos tanto contra la puerta metálica que pensé que se rompería. Mi hija gritó: ‘¡Mama! ¡Nos matarán a todos!’ Es que entonces no sabíamos nada. Lluís la calmó.
 La Rambla de Catalunya se llenó de sandalias y chancletas esparcidas que la gente perdió al huir. 
Nos costó encontrar un taxi pero al final llegamos a Sant Andreu donde viven mis padres.
Teníamos el coche aparcado en el Maremágnum y lo recuperamos por la mañana. 
Barcelona estaba desierta, vacía, muerta. Antes, cuándo hablábamos de terrorismo, yo decía: ‘No tendrán mi miedo’. 
Me equivoqué: lo tienen todo y más. No me gustó el lema de No tenim por. Es que yo tenía terror. La reacción fue espontánea y bonita con el homenaje de las flores. 
Fue una forma de exorcizarlo porque seguía flotando en el aire. Soy de Barcelona y me encanta La Rambla.
 Me encantaba pero ahora la esquivo. Volveré pero ya no es lo que era. 
No es aquel río de vida: pienso en una alfombra de muertos. 

Solo he vuelto en octubre a cerrar el círculo y a despedirme de las víctimas.
 Aquel día empezó feliz para todos. Nosotros habíamos ido al Museo de Historia de Catalunya, comido marisco, nos detuvimos un momento delante del Liceo.
 Y acabamos todos compartiendo momentos terribles. He dejado de hacer cosas:
 Ahora, por ejemplo, huyo de las aglomeraciones. Viví el carnaval con angustia y en mayo no fui a las Fiestas Mayores de Ripoll. Sufro más por mis hijos.
 Vivimos una experiencia muy próxima a la muerte.
 Voy al psicólogo una vez a la semana y me duele estar triste. Me siento mal porque estamos vivos y hay mucha gente que lo ha perdido todo: padres, hermanos, hijos.
 Pienso en el chico de mi lado. La muerte pasa por tu lado, no te elige y te da una segunda oportunidad. Se te modifican los parámetros. Hay que aprender a valorar las cosas pequeñas porque igual sales de casa y no vuelves.
 ¿El carácter? No, no me ha cambiado pero me dicen que antes sonreía mucho y ahora no. Y eso es verdad. Espero recuperar la sonrisa bien pronto”.

 

El moco nacional................................................ Juan Marsé

Un hombre declara en una comisaría de Barcelona. Se le acusa de desórdenes públicos durante una disputa entre manifestantes a favor y en contra de la independencia.Un relato de Juan Marsé.

El moco nacional
Le hemos salvado la vida, no sé de qué se queja, comentó el inspector Ros con voz cansina. 
Le estaban dando una buena manta de hostias. Si no lo sacamos de allí, lo despellejan.
Dejó el informe que acababa de redactar sobre la mesa del comisario y añadió: El vaina se sonó las narices con las banderas de los manifestantes, y claro, le zurraron a base de bien.
 Hay testigos de uno y otro bando, y todos coinciden en que el desmadre lo provocó él.

El detenido estaba de pie ante el comisario con las manos en la espalda.
Yo no he hecho nada malo, señor comisario. Yo…
Siéntese.
Se sentó cautelosamente, tanteándose la enrojecida nariz con el dedo.
 Su rostro caballuno y tristón mostraba algunos hematomas. Era un hombre bajito, canijo, con la espalda doblada y una expresión de permanente perplejidad.
Vamos a ver, explíquese.
Verá usted, señor comisario, yo no iba en la manifestación. Se me echó encima en Vía Laietana. 
Todo ha sido por culpa del viento, creo yo, y de este puñetero catarro que no se me va…
El comisario consultaba el informe. Sin levantar la vista le cortó, enfurruñado:
Justino Bofill y Bonfill, para servirle. 
Mis padres eran catalanes, pero yo nací en la provincia de Almería. Soy hijo adoptivo
¿Le parece bonito sonarse las narices con la enseña nacional, dejando los mocos colgando en la tela para que todo el mundo lo viera?
 Y encima exhibía usted una gran pancarta que decía Torra está torrat, otra que decía Torracollons y otra Movistar me la chupa. ¿Qué coño significa esto último?
 ¿Qué especie de provocación buscaba usted?
A mí que me registren…

Con su permiso.
¿Lo niega?
El detenido enarcó las cejas, apenado y confuso.
Yo soy barrendero municipal, señor comisario, yo estaba allí por un casual y no llevaba ninguna pancarta.
 A mí no se me ha perdido nada en estas manifestaciones. Yo lo que hice fue recoger del suelo algunas pancartas que estaban rotas y pisoteadas, porque, ya le digo, yo soy barrendero, yo limpio la mierda de las calles, mayormente papeles y plásticos, latas vacías de refrescos y cacas de perro.
Pues le vieron sonarse en la enseña nacional.
Mentira, señor comisario.

Negarlo no le servirá de nada. A ver, cabeceó el comisario pacientemente. 
Lo que usted hizo fue pasarse la bandera por el forro de los cojones, porque le dio por ahí, y con ello provocó graves altercados. ¿Sabe usted que podría caerle un buen paquete por desórdenes en la vía pública y resistencia a la autoridad?
El detenido estornudó dos veces. 
El comisario le acercó una caja de clínex que tenía sobre la mesa, y, de pronto, él se levantó encogiéndose aún más y con mirada implorante.
Perdone, señor comisario, pero tengo que ir…
Usted no irá a ninguna parte. Siéntese.
Es que tengo que ir…
¡Le digo que se siente!
… de vientre. No puedo aguantar más.

El moco nacional
El comisario lo miró muy serio durante unos segundos. ¿Estará pitorreándose de mí este sujeto? 
Después, con expresión enfurruñada y un leve movimiento de la cabeza, indicó al inspector Ros que acompañara al detenido al lavabo.
 Mientras esperaba examinó el informe presentado por el inspector. Se saltó los preámbulos y pasó a los hechos: “El detenido niega que participara y mucho menos encabezara ninguna manifestación callejera por el derecho a decidir o por la libertad de presos políticos o por la Constitución o lo que sea;
 declara que desde las ocho horas de la mañana de hoy se encontraba barriendo la acera en el cruce de la calle Manresa con Vía Laietana, como suele hacer cada día, y que de pronto se vio rodeado por una riada de gente que subía por dicha Vía Laietana con cánticos y gritos; que exhibían banderas esteladas y grandes lazos amarillos y pancartas que decían Llibertat presos polítics, Espanya ens roba, Fem República, Volem votar, Catalunya no té Rei, y cosas así; y que de pronto, de manera también imprevista y sorpresiva, cuando él se encontraba encerrado en la cabecera de la manifestación, otro grupo les salió al paso en el cruce con la calle Manresa portando banderas españolas en la espalda a modo de capa y otras cosidas a la senyera catalana, de manera que con las dos banderas hacían una; y que gritaban Som catalans/somos españoles, Visca la Constituciò del 78, Puigdemont, pentina’t y cosas así, y que ambos bandos empezaron a discutir y a insultarse y entonces se produjo una tangana de mucho cuidado, arrojándose unos a otros las papeleras de las farolas y su contenido; y que la enseña nacional objeto del mocoso agravio, o sea, presuntamente portadora de sus mocos, y por lo que se le acusa injustamente, el detenido insiste en que ni siquiera la vio ni la tocó. 
El comisario interrumpió la lectura al ver al detenido nuevamente de pie ante él, encorvado, compungido y con las manos a la espalda.
 Le ordenó sentarse y con un gesto de la cabeza sugirió al inspector Ros que les dejara solos.
 Salió del despacho el inspector y el comisario encendió un escuálido purito mientras rumiaba si la aparente urgencia de ir de vientre por parte del detenido podía haber sido fingida, una treta para suscitar lástima y propiciar un dictamen exculpatorio, así que decidió rebajarle los humos repitiendo el interrogatorio desde el principio en un tono autoritario y poco amistoso:

Al parecer, la susodicha bandera nacional se perdió en medio del tumulto y no pudo ser recuperada, y la otra bandera tampoco, leyó el comisario, porque hay testigos que afirman que el detenido se sonó las narices dos veces, una con la nacional y otra con la estelada separatista, ya que detectaron claramente mucosidades verdosas colgando en ambas susodichas enseñas…".
El comisario interrumpió la lectura al ver al detenido nuevamente de pie ante él, encorvado, compungido y con las manos a la espalda.
 Le ordenó sentarse y con un gesto de la cabeza sugirió al inspector Ros que les dejara solos.
 Salió del despacho el inspector y el comisario encendió un escuálido purito mientras rumiaba si la aparente urgencia de ir de vientre por parte del detenido podía haber sido fingida, una treta para suscitar lástima y propiciar un dictamen exculpatorio, así que decidió rebajarle los humos repitiendo el interrogatorio desde el principio en un tono autoritario y poco amistoso: 

El comisario interrumpió la lectura al ver al detenido nuevamente de pie ante él, encorvado, compungido y con las manos a la espalda.
 Le ordenó sentarse y con un gesto de la cabeza sugirió al inspector Ros que les dejara solos.
 Salió del despacho el inspector y el comisario encendió un escuálido purito mientras rumiaba si la aparente urgencia de ir de vientre por parte del detenido podía haber sido fingida, una treta para suscitar lástima y propiciar un dictamen exculpatorio, así que decidió rebajarle los humos repitiendo el interrogatorio desde el principio en un tono autoritario y poco amistoso:
Al parecer, la susodicha bandera nacional se perdió en medio del tumulto y no pudo ser recuperada, y la otra bandera tampoco, leyó el comisario
Veamos. Nombre y apellidos, venga.
Justino Bofill y Bonfill, para servirle.
¿Ah sí? Muy gracioso. ¿Pretende tomarme el pelo?
 ¡De ningún modo, señor comisario! Mis padres eran catalanes, pero yo nací en Huércal-Overa, provincia de Almería. 
Soy hijo adoptivo. Esbozó una tímida sonrisa de complicidad. Verá, soy catalán, pero un poco charnego, ¿sabe usted?, para qué voy a negarlo…
Ya, muy bien. Pero no se confunda usted conmigo. 
Porque nosotros aquí no somos los Mossos d’Esquadra, somos la Policía Nacional, así que no espere ningún trato de favor. ¿Entendido?
Claro, claro.
¿Había sido arrestado anteriormente por alguna causa?
No, no señor.
¿Perteneció usted a alguna agrupación o entidad de carácter político durante la dictadura?
No, yo he sido barrendero toda mi vida.
El comisario, que tenía una mirada algo estrábica, guardó silencio durante un rato. Finalmente dijo:
Bien, vamos a lo que importa.
 ¿En qué bandera tuvo usted la puñetera idea de sonarse las narices?
 ¿En la nacional o en la estelada? ¿O en las dos, como afirman algunos testigos?

El detenido volvió a estornudar ruidosamente.
No lo sé, de verdad, señor comisario, estaba rodeado de pancartas y de gritos y consignas y me caían palos de todas partes. 
Estaba en medio de una batalla campal. No veía nada.
Volvió a estornudar, se llevó la mano a la espalda y tanteó el bolsillo trasero del pantalón. Sonrió y dijo:
¿Lo ve? Todavía creo que el pañuelo sigue ahí, tonto de mí. Porque yo pensaba que me estaba sonando con mi pañuelo…

¿Qué pañuelo? Se le ha registrado y usted no lleva ningún pañuelo, ni limpio ni mocoso.
Es que se me debió caer de las manos, porque ya me estaban zurrando.
 Y lo perdí. Con su permiso, dijo arrancando un clínex de la caja. Se sonó aparatosamente y se quedó un rato pensativo mirando el clínex entre sus manos. El comisario le escrutaba receloso. Creo que ya sé lo que ha pasado, añadió el detenido.
 Cabeceó tristemente. ¿Permite usted que se lo cuente?
El comisario amagó una sonrisa irónica.
Adelante, masculló con aire aburrido.
 Pues verá usted, ahora recuerdo que, en medio de aquel merdé de banderas, cuando me encontraba allí sin poder salir, todo el rato anduvo bailoteando a mi alrededor un chaval que gritaba consignas con una bandera colgada a la espalda, y pienso ahora que cuando yo empecé a estornudar y llevé la mano a la trasera del pantalón para coger el pañuelo, donde suelo llevarlo con la punta fuera para sacarlo enseguida, el maldito pañuelo ya no estaba allí, de modo que, tal vez con la ayudita de un golpe de viento, quién sabe, lo que se me vino a la mano sería la bandera del chico y me soné la nariz con ella, con los ojos cerrados y sin darme cuenta.
 Ahora que lo pienso, me parece recordar que era una tela muy fina… Total, saqué una cantidad de mocos que para qué le digo… Pero no me pregunte usted si la bandera que pillé a mi espalda sin querer era la estelada o la enseña nacional, que eso a mí, aunque las respeto todas, que conste, pues qué quiere usted que le diga, la verdad, me la trae bastante floja, y perdone la expresión…
 Me doy cuenta de que está mal lo que he hecho, pero le juro por mi madre que sólo me soné una vez.
 Lo que seguramente pasó fue que esa bandera, fuera la que fuese, debió chocar o rozar otra bandera que andaba cerca y le pegó parte de la mucosidad, vaya, que se engancharon y se repartieron los mocos, digamos. 
Y por eso de pronto me cayeron insultos y palos de todos lados, unos y otros me culparon por creer que me estaba pitorreando de su bandera… Digo yo que debió pasar eso, señor comisario.
 Debe usted creerme. Es la verdad verdadera…
El comisario fumaba su purito con parsimonia, sin quitarle ojo al detenido. 
Éste se hizo con otro clínex y se sonó. Dejó otra vez la caja sobre la mesa, el comisario la cogió y durante unos segundos la miró en sus manos como si descifrara un enigma.
 El fulano no es un jeta ni parece un alborotador, pensó vagamente, es un cateto, un pobre diablo. Levantó la cabeza y dijo:
Aclaremos algo que usted parece no haber entendido bien. 
A usted le han traído aquí, no por ultrajar la bandera nacional, o la que sea, usted está aquí por provocar desórdenes públicos al no controlar, digámoslo así, sus mucosidades.
 Esa es la cuestión… Su comportamiento irresponsable propició un choque violento entre dos manifestaciones de signo distinto, pero ambas legales, resultando varias personas contusionadas…
 En fin, añadió en un tono más resignado que disgustado, de todos modos parece que hoy en día, eso de ultrajar banderas, quemarlas o mearse en ellas, ya no constituye delito.
 Si de mí dependiera… Pero acabemos.
Dio un fuerte golpe sobre la mesa con la mano.
Venga, coja sus cosas y váyase a casa.
 Y espero no volver a verle por aquí. ¡Andando! ¡Lárguese!
El detenido se levantó presto y el comisario añadió:
Y llévese los clínex, hombre. Por si acaso.
Justino Bofill y Bonfill dio las gracias, cogió la caja de clínex y salió del despacho. 
En la puerta de la Jefatura le entregaron sus utensilios de trabajo, la escoba, el capacho y el carrito de la basura con el lema Barcelona posa’t neta pintado en los costados.
 Iba despacio Vía Laietana abajo cuando, al llegar al cruce con la calle Manresa, donde habían ocurrido los hechos, vio sobre la acera dos cacas de perro resecas y separadas por un par de metros, una en forma de pequeña salchicha de color rojizo y la otra amarillenta y en forma de pirulí.
 Dedujo por experiencia profesional que allí se habían cagado dos perros, cada uno a su gusto y manera
. Recogió la mierda con la escoba y el capacho, la depositó en el carrito de la basura y siguió su camino.