La veterana actriz se convierte en la modelo principal de la campaña de la primera colección masculina de Sander Lak.
Dicen que los neoyorquinos siempre visten de negro.
Y es una realidad
visible. Ya sea en invierno o en verano, el negro es parte del ADN del
neoyorquino nativo y el adoptivo lo asume enseguida.
Por eso cuando hace
dos temporadas el diseñador Sander Lak se desmarcó con una colección
llena de colores para su firma Sies Marjan, captó la atención de toda la industria.
Con su segunda colección fue nominado a los premios CFDA por sus looks
monocolor en rosas, mentas y violetas, sus patrones femeninos y
limpios.
Desde las alfombras rojas, tenía el apoyo de Beyoncé, Brit
Marling o Zoe Saldana, y consiguió contagiar de su colorido a una
persona que, como buena neoyorquina de adopción, llevaba vistiendo de
negro desde los años ochenta: Isabella Rossellini.
La actriz reconoce que “pertenece a la generación de moda de los
ochenta y noventa que siempre vestía de negro porque es fácil de
llevar”. Hasta hoy: a sus 65 años, ha cambiado el negro por un abrigo
rosa chicle. Todo por Sander Lak. “Cuando vi sus colecciones, vi
exactamente los colores para alguien acostumbrado a llevar mucho negro”,
contaba la actriz a The Telegraph. “Hay una declaración auténtica de alegría y de querer el color de vuelta”. Isabella Rossellini, acompañada de su hijo, Roberto Rossellini, en la campaña de Sies Marja
Para el diseñador nacido en Brunéi, criado en Holanda y formado en Nueva
York, el arcoíris de su ropa es una declaración política que grita
diversidad y también diversión. “La moda es un negocio serio, pero no
olvidemos que es ropa”, dice Lak, que ahora ha querido trasladar esta
idea a su primera colección masculina, que ha presentado al mundo con
una campaña protagonizada nada más y nada menos que por Isabella
Rossellini, acompañada de su hijo, Roberto Rossellini, y también de las
supermodelos Dilone y Sasha Pivorava, entre otros.
Ella está en el centro.
La actriz fue la primera persona que Lak tuvo en mente cuando Bruce Weber
accedió a fotografiar su campaña.
A su mente vinieron aquellos retratos
en blanco y negro que Weber hizo de la actriz a principios de los
ochenta, cuando se convirtió en una estrella en moda y cine por derecho
propio, tras la muerte de su madre (Ingrid Bergman),
y la separación de Martin Scorsese.
“Bruce Weber e Isabella tienen una
historia juntos alucinante y mi sueño era revivirla”, ha explicado el
fundador de Sies Marjan con el estreno de esta campaña con la que
aumenta las expectativas para su próxima y tercera colección en la
Semana de la Moda de Nueva York.
Para la actriz de Terciopelo azul (1986) la campaña ha supuesto
reencontrarse con el color, pero también con su carrera como modelo.
Ella que, precisamente, en los ochenta firmó con Lancôme el contrato en
exclusiva más caro hasta entonces, pero que vio cómo la despedían en 1996
por ser “demasiado mayor” y cómo la recontrataban el año pasado sin aún
haber hecho ningún anuncio para ellos, celebra que Sander Lak y sus
diseños no entiendan de géneros, raza o edad.
Una idea que Weber tradujo
a un mundo bucólico con una gran “familia hipotética y de fantasía”.
Esa misma diversidad que el modisto ve en las calles de Nueva York, solo
que en su universo no visten de negro.
Entendió pronto que la tele es un vecindario contrario al periodismo, y por eso en la hemeroteca biográfica nos sale que Jorge Javier Vázquez es presentador, y empresario, y actor.
Pero cuesta encontrar que es cronista, un oficio en el que yo le
conocí, donde perpetraba entrevistas de colmillo y retratos de
aguafuerte. Han pasado muchos inviernos y ahora Jorge cumple 47, el día 25, que no sé yo si le hará mucha o poca gracia, desde cierto espíritu de folclórica que él gasta, para bien, y para mal. Yo a Jorge Javier le veo una figura de las variedades, y alguna vez he escrito que ha cuajado una rara suerte de presentador donde incluye a un domador, a una vedette, a un cómico y a un ocurrente con lecturas. A veces se rodea de buena chusma, con la que sólo comparte la camisería
de disparate, y a menudo ni eso. La ocurrencia le brota con
naturalidad, aunque él tiene más alma en la sensibilidad que en la
infamia. Le dieron un Ondas, y le montaron un guateque crítico, pero él
siguió a lo suyo, que es trabajar mucho. Tiene cátedra en la travesura de cámara, y va al tajo como el que va al recreo. He aquí una de las claves de su éxito, aunque su éxito no tiene otra
clave que su personalidad distinta y su risa desabrochada, que es un
poco o un mucho una risa de imitador de sí mismo. Le da con naturalidad
al cinismo, y no perdona una chaqueta de cantante, porque tira de él un
atrevimiento de cabaret, y no la elegancia bien planchada de los chicos
pulcros de la tele. Gusta mucho, o no gusta nada, pero ha
impuesto un gesto propio, un vacile de sello, un lenguaje de ocurrente
que se toma el cachondeíto en serio. No es que salga mucho en
la tele, es que no sale de la tele, donde parece que está de vacaciones,
el tío. Le ha quitado podio a los guapos, lleva el reloj de las
reuniones de desorden, torea fino a los famosos de trimestre.
“Ojalá nunca pierda la vocación de felicidad, que es la que le anima en la vida, y en el trabajo”
La Rosa:
Alguna vez ha declarado que compartió el plató con “lo mejor de lo
peor”. Pero él nunca desatendió la sintaxis, o el diccionario, dos
vicios raros en las tribus que él frecuenta. El látigo:
Asombra el despliegue laboral. A veces va siendo más fácil saber en qué
programas no está, como si hubiera varios Jorge javieres que no se
quieren ir a casa, y ahí siguen en la tele, cumpliendo horas extra.
Seis años
después de la muerte del autor, se publica su obra inédita que prolonga
con cartas y recuerdos la novela que su padre, el poeta Eliseo Diego,
dejó sin terminar.
Nadie quería más a Cuba que él, decía Eliseo Alberto, Lichi, muerto tal día como hoy hace seis años, a los 60,
en el exilio de México. Había nacido en una familia de artistas, cuyo
patrón era Eliseo Diego, uno de los grandes poetas del siglo XX
hispanoamericano.
Eliseo
Diego falleció en México en 1994. Años más tarde, su hija Josefina
(Fefé), gemela de Lichi, escritora y traductora, encontró el manuscrito
de una novela, Narración de domingo, que Lichi se dispuso a
prolongar, añadiendo cartas del padre y de la madre (Bella), de novios y
de casados, y sus propias memorias de Cuba y de sus progenitores. El
conjunto, publicado por Alfaguara, se titula La novela de mi padre y se parece a Lichi, melancólico, poético, enamorado de sus padres, de su familia, de Cuba.
Lichi, premio Alfaguara porCaracol Beach,
es el autor de otro emocionante testimonio. La policía cubana le pidió
un informe de lo que se hablaba en su casa, transitada por artistas. Pero él escribió Informe contra mi mismo (terminado en 1978,
publicado en 1997 en el extranjero), que agravó un exilio devastador
para quien tanto quiso a su país. Y a su padre. Este es, por decirlo
así, su segundo libro sobre Eliseo Diego, admirado por Lezama Lima o por
Octavio Paz. Lezama llamaba sobrino a Lichi. Y en cierto modo, este
hombre que nunca dejó de ser un niño fue un sobrino para la gran
cantidad de amigos que se juntaban en la casa de Eliseo Diego y de Bella
Esther García-Marruz. Fefé encontró “ese proyecto de novela” tras la muerte del
padre. Lo escribió “con su letra enrevesada”, en torno a 1945. “Lichi
siempre quiso escribir sobre ese texto. Yo no quería que contara algunas
interioridades de la familia porque eran temas delicados, de los que mi
padre habló poco”, explica la gemela del autor. Estaba vivo aún su
hermano mayor, Constante, pintor, cineasta, al que llamaban Rapi,
fallecido en enero de 2006. Y le pareció bien. A la muerte de Lichi,
la hija de éste, María José de Diego, de 33 años, productora ejecutiva
en el sector audiovisual, se encontró la novela terminada, y le consultó
qué hacer, recuerda Fefé. Y finalmente decidió publicarla. “Me ha
gustado que amigos queridos, y con criterios rigurosos, se hayan
emocionado con la lectura”, afirma Fefé . Es, dice, “un libro escrito con
gran amor, respeto y admiración por nuestro padre”.
En la portada está Eliseo Diego a los seis años; esa pose,
risueño, como ocultándose, le siguió hasta el final, y desde esos seis
le sigue Lichi, en la narración, a la que añade cartas reales de la
pareja. “Se las envié a mis dos hermanos. Lichi utilizó algunas. Las de
papá están casi todas en la computadora. Nunca me he decidido a
publicarlas, me parece que sería irrumpir en la intimidad de aquellos
jóvenes enamorados que fueron Bella y Eliseo”. Eliseo Alberto fue poeta, escritor, soldado, guionista (a él se debe Guantanamera), un noctámbulo que buscaba en la penumbra las alegrías que le negaba el día. Informe contra mi mismo
lo convirtió en un exiliado de Cuba y, por tanto, de sí mismo. “De los
tres, era el más tranquilo y callado. Lo describo así en el libro que
escribí sobre nuestra infancia, El reino del abuelo. Aunque era
juguetón y conversador, primaba en él la tendencia a la depresión, un
poco como papá. De los tres, era, creo, el más cubano… Por eso sufrió
tanto su exilio. Lichi hablaba de Cuba como de una novia”. María José de Diego recuerda la emoción de éste y de sus
hermanos ante la primera novela autobiográfica de El Poeta: “Despertó y
removió muchas cosas en ellos. Creo que fue un guiño de mi abuelo: ‘Aquí
estoy, no me olviden”.
Reconciliación
Eliseo Alberto sufrió una larga enfermedad; necesitó un trasplante que finalmente no se pudo realizar. En medio de ese proceso abordó la prolongación de La novela de mi padre. “Escribir esta novela fue para él una reconciliación con su Cuba y un
homenaje a su infancia, a ese Lichi niño que siempre vivió en él, a la
ternura”, sostiene Maria José. Como si no quisiera irse “sin antes no
volver a amar a Cuba y recordarla como un niño, tierno, querido, sin
rencores”. Esta novela la guardó con celo. Acaso porque no era solo la
que prolongaba la despedida del padre sino porque mientras la tuviera
entre manos a él mismo le prolongaba la vida. Y la relación con Cuba.
Como él decía, recuerda María José, “Cuba es un piano que alguien toca
detrás del horizonte… Es un plato de comida que me como cada día”. Y
añade María José de Diego: “Para mi, él será siempre mi Cuba. Él es mi
piano”. Lichi se exilió en México en 1990. Ahí vive su hija.
Periférica ya suma en sus títulos toda una generación de escritoras europeas que llevaron el siglo XIX hasta las vanguardias.
Cuando el próximo curso la editorial Periférica publique Inexplicable,
escrita por Marie von Ebner-Eschenbach, pondrá una nueva firma femenina
en su colección, muchos títulos ya, algunos nunca traducidos al
español, que permiten un interesante recorrido por la literatura escrita
por mujeres a finales del XIX y principios del XX en Europa. Esa
modernización por la que transitaron las letras de un siglo a otro
constituyó todo un movimiento y eran tantas las características comunes
entre aquellas escritoras que casi puede hablarse de generación. Edith
Olivier, Elvira Mancuso, Mary Cholmondeley, Franzisca von Reventlow,
Paola Drigo, Julia Strachey, Catherine Pozzi...
El país del revulsivo fue Reino Unido y Virginia Woolf su
figura más sobresaliente, tanto que su sombra sigue siendo demasiado
larga. “Se ha sobredimensionado a Virginia Woolf y su gigantesca sombra
oscurece a todas las demás”, afirma Josune Muñoz, investigadora y
crítica literaria. En cualquier caso, “todas ellas buscaban un cuarto
propio, una narración personal y social para resquebrajar el ángel del
hogar”, es decir, el papel atribuido a las mujeres siglo tras siglo como
un ser bondadoso enjaulado en casa al cuidado de un marido y unos
hijos. “Puede decirse que al llegar la II Guerra Mundial ya lo habían
torpedeado. Además era mujeres que vendían mucho. A principios del XX, Vita Sackville-West vendía más que la que fue su pareja, Virginia Woolf,
y de ese periodo es también la mujer más vendida y traducida de la
historia, Agatha Christie”, señala Muñoz. El ángel del hogar tenía más
que el ala rota. Eran los años del sufragismo,
de cambiar las faldas por pantalones, de reivindicar un espacio
suficientemente amplio para dar cabida a las mujeres. Como tantas
revoluciones, las protagonistas salían de familias acomodadas, sabían
leer, escribir, compartían tertulias intelectuales con sus compañeros,
se codeaban con políticos de mucha altura. Incluso alguna de ellas, como
Edith Olivier, fue alcaldesa en su pueblo, Wilton (Inglaterra).
Eran también tiempos de grandes avances industriales y científicos.
Según la Wikipedia, Bertha Benz, esposa del inventor del automóvil con
motor de combustión hizo en 1888 el primer viaje largo en un automóvil:
los 105 kilómetros que separaban Mannheim de Pforzheim, en Alemania. Adinerada también. Era una de sus similitudes. Lógico. Las
literatas también incluyeron estos avances en sus páginas: la aventura
de aprender a conducir, la velocidad y el riesgo, los viajes en barco,
moverse, llegar, ser intrépidas e independientes, incluso a través de
personajes fantasmas en los que se proyectaban, o en hijas que han de
transitar por donde ellas no pudieron. Era la época de las aguerridas aviadoras que demostraron su valía en vuelos comerciales y de guerra. Todo ese dinamismo está en las obras de estas mujeres.
Cuando el próximo curso la editorial Periférica publique Inexplicable,
escrita por Marie von Ebner-Eschenbach, pondrá una nueva firma femenina
en su colección, muchos títulos ya, algunos nunca traducidos al
español, que permiten un interesante recorrido por la literatura escrita
por mujeres a finales del XIX y principios del XX en Europa. Esa
modernización por la que transitaron las letras de un siglo a otro
constituyó todo un movimiento y eran tantas las características comunes
entre aquellas escritoras que casi puede hablarse de generación. Edith
Olivier, Elvira Mancuso, Mary Cholmondeley, Franzisca von Reventlow,
Paola Drigo, Julia Strachey, Catherine Pozzi...
El
país del revulsivo fue Reino Unido y Virginia Woolf su figura más
sobresaliente, tanto que su sombra sigue siendo demasiado larga. “Se ha
sobredimensionado a Virginia Woolf y su gigantesca sombra oscurece a
todas las demás”, afirma Josune Muñoz, investigadora y crítica
literaria. En cualquier caso, “todas ellas buscaban un cuarto propio,
una narración personal y social para resquebrajar el ángel del hogar”,
es decir, el papel atribuido a las mujeres siglo tras siglo como un ser
bondadoso enjaulado en casa al cuidado de un marido y unos hijos. “Puede
decirse que al llegar la II Guerra Mundial ya lo habían torpedeado.
Además era mujeres que vendían mucho. A principios del XX, Vita Sackville-West vendía más que la que fue su pareja, Virginia Woolf,
y de ese periodo es también la mujer más vendida y traducida de la
historia, Agatha Christie”, señala Muñoz. El ángel del hogar tenía más
que el ala rota. Eran los años del sufragismo,
de cambiar las faldas por pantalones, de reivindicar un espacio
suficientemente amplio para dar cabida a las mujeres. Como tantas
revoluciones, las protagonistas salían de familias acomodadas, sabían
leer, escribir, compartían tertulias intelectuales con sus compañeros,
se codeaban con políticos de mucha altura. Incluso alguna de ellas, como
Edith Olivier, fue alcaldesa en su pueblo, Wilton (Inglaterra).
Eran también tiempos de grandes avances industriales y científicos.
Según la Wikipedia, Bertha Benz, esposa del inventor del automóvil con
motor de combustión hizo en 1888 el primer viaje largo en un automóvil:
los 105 kilómetros que separaban Mannheim de Pforzheim, en Alemania.
Adinerada también. Era una de sus similitudes. Lógico. Las
literatas también incluyeron estos avances en sus páginas: la aventura
de aprender a conducir, la velocidad y el riesgo, los viajes en barco,
moverse, llegar, ser intrépidas e independientes, incluso a través de
personajes fantasmas en los que se proyectaban, o en hijas que han de
transitar por donde ellas no pudieron. Era la época de las aguerridas aviadoras que demostraron su valía en vuelos comerciales y de guerra. Todo ese dinamismo está en las obras de estas mujeres.
“El segundo factor de modernización en su literatura tiene que ver con el discurso psicoanalítico”, sigue Josune Muñoz. Las famosas teorías de Sigmund Freud y sus seguidores vivían entonces su gran momento. Francisca von Reventlow, en su libro El complejo de dinero,
sitúa a la protagonista encerrada en un sanatorio junto a otros
personajes de buena clase, todos ellos disfrutando del psicoanálisis en
régimen de balneario. El psicoanálisis impregna, además, la forma de
hacer literatura, dejando hablar al personaje casi de forma dadá, sin
control, lo que se llamó el flujo de conciencia.
Y la tercera pata se la adjudica Muñoz al cine. Las obras
salen del estatismo descriptivo propio de los cuadros y adquieren formas
e inmediatez cinematográficas, fotográficas. En este sentido cita a
Nancy Mitford, autora de A la caza del amor (Libros del asteroide)
o Nancy Cunard, escritora poeta periodista. El periodismo era una
actividad que las colocaba en un espacio público y , además de sus
obras, las permitía vivir de sus textos. “Todas ellas hacían novelas de
corte social, moral, novelas góticas, de misterio, policiaca, de humor”,
asegura Muñoz, que ha analizado cientos de textos y fundadora de la empresa de servicios culturales Skolastica. Periférica publicará otra novela más de Franziska von
Reventlow y toda la obra narrativa de Charlotte Mew, cuya obra se
encuentra a caballo entre la literatura victoriana y el modernismo
anglosajón. “Mew consiguió el mecenazgo de varias figuras literarias de
su época, por ejemplo el gran Thomas Hardy, o la mismísima Virginia
Woolf, quien dijo que era ‘muy buena y diferente del resto’, explica
Julián Rodríguez, director de la editorial. Este afán por rescatar a
mujeres que han sido enterradas por el tiempo, el machismo, el
desinterés ¿responde a una moda?. “Ahora parece que hay escritoras por
todas partes, pero no se trata de una inflación sino de que siempre estuvieron infrarrepresentadas”, dice Rodríguez. El modernismo anglosajón, esa ruptura con la época
victoriana, tuvo en las escritoras unas avanzadas. “Como ellos o más.
Estuvieron en vanguardia impulsando técnicas experimentales. Hay que
citar a Katherine Mansfiel, que tuvo una vida tremenda y murió joven,
pero hizo incisivos experimentos que interesaron mucho a Virginia
Woolf”, recuerda Teresa Gómez, de la Universidad de Alicante. Y también
menciona a Gertrude Stein, amiga de Picasso, “que trató de llevar a la literatura lo que el artista hacía con la pintura”, explica. Toda una generación de mujeres,
algunas olvidadas o nunca traducidas al español, como las de la
colección de Periférica que permiten resituar el foco para repartir el
protagonismo de una época de ruptura. Las que mataron el ángel del hogar
para saltar al ámbito de discusión y vanguardia creativa.