Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

28 may 2017

Esta ‘it-lady’ de 69 años es la madre del presidente de Tesla

Maye Musk está de moda. Modelo desde hace 50 años, continúa más activa que nunca y ha sido determinante en la trayectoria de su famoso hijo.

Maye Musk, de 69 años, madre de Elon Musk, presidente de Tesla.
Maye Musk, de 69 años, madre de Elon Musk, presidente de Tesla. Getty
 

Ojos azul grisaceo, tipazo e impactante cabellera blanca con un moderno corte de pelo.
 La imagen de Maye Musk, de 69 años, atrae a primer golpe de vista pero engancha aún más si se supera la apariencia y se profundiza en su historia personal. 
El interés crece si se añade que es la madre de Elon Musk, el presidente de Tesla a quien se ha llegado a clasificar como el emprendedor más famoso de esta generación.
 Él, además de fundador de la compañía que persigue revolucionar el sector automovilístico con sus coches eléctricos, es el inmobiliario con sus sistemas de baterías que almacenan energía, y también está detrás de la creación de PayPal, una de las mayores compañías de pago por Internet del mundo.
Al respecto, Maye Musk dice: “Yo era famosa antes de que lo fuera él”. 
No le falta razón a esta sudafricana que conduce un Tesla verde regalo de su hijo, porque la misma sonrisa con la que acompaña esta afirmación ha podido verse en una valla publicitaria en la neoyorquina Times Square, en una campaña para la compañía aérea estadounidense Virgin America, en cajas de los cereales Kellogs o en el vídeo de la canción Haunted de Beyoncé. 
 La madre del visionario Elon Musk es modelo desde los 15 años y quedó finalista en el certamen de Miss Sudáfrica en 1969.
 Hija de Joshua y Wyn Haldeman, sus padres tenían un próspero negocio pero también una sed de aventuras en las que embarcaron a toda la familia constituida por cinco hijos, una de ellas gemela de Maye.
 En 1952 la pareja recorrió miles de kilómetros alrededor del mundo en un avión que el padre trajo de Canadá. 
Y cada mes de junio o julio, durante casi una década, recorrieron juntos el desierto de Kalahari en busca de la legendaria Ciudad Perdida como lo hizo el explorador canadiense William Leonard Hunt, conocido como Guillermo Farini.
 Una actividad sobre la que después daban charlas y que los convirtió en personajes conocidos. 

Quien piense que a partir de entonces todo fue un camino de rosas para Maye, errará. 
Se licenció en Dietética, actividad que combinaba con sus trabajos como modelo en una época en la que ella misma ha explicado que eso significaba tener que llevar a las sesiones sus propios zapatos y complementos.
 En 1970 se casó con Errol Musk, un ingeniero con quien tuvo a sus tres hijos, Elon, Kimbal y Tosca, pero se separó nueve años después.
 Elon y poco después Kimbal se trasladaron a vivir con su padre a Pretoria durante su adolescencia, mientras que Tosca se quedó a vivir con su madre.
 Precisamente fue su tercera hija quien, según recoge The New York Times, explicó que en aquella época su madre “estaba muy herida”.

 
Elon Musk con su madre Maye en una fiesta de la revista Vanity Fair.
Elon Musk con su madre Maye en una fiesta de la revista Vanity Fair. Getty
Esta etapa quedó atrás cuando Elon, persiguiendo su afición por la tecnología, se trasladó a Canadá donde vivían algunos familiares maternos.
 Poco después, sus otros dos hermanos y su madre se reunieron con él en Toronto, donde, según un perfil publicado en la revista Business Insider, vivieron en un apartamento semivacío en el que lo primero que compraron fue una alfombra porque no tenían para sillas.
 En ese periodo Maye Musk combinó varias actividades para cuadrar sus finanzas, entre ellas sus trabajos como modelo y también como nutricionista.
El siguiente traslado para Maye llegó en 1996, cuando sus hijos Elon y Kimbal le pidieron que se trasladara a San Francisco donde ellos acababan de empezar su aventura en Zip2, una empresa de software en la que su madre invirtió gran parte de sus ahorros y que años más tarde sus hijos vendieron por casi 300 millones de dólares.
 Sin embargo, cuando cumplió 50 años y sus emprendedores retoños le hicieron una fiesta, los regalos fueron una pequeña casa y un coche de madera que iban acompañados de una promesa: “Algún día te compraremos unos de verdad”. 
No la decepcionaron.

La modelo y dietista siempre se ha quitado importancia respecto al éxito de sus hijos: “Yo trabajaba muy duro y ellos tenían que hacerse responsables de sí mismos", ha llegado a afirmar.
 Pero sin duda algo ha tenido que ver en sus triunfos y los tres no dudan en calificarla como una mujer “increíble”, “dinámica” o “impresionante”. 
Con su primogénito convertido en prototipo de hombre de éxito en los negocios, sus otros dos hijos siguen la misma estela y no duda de presumir de todos por igual en cuanto tiene oportunidad. Actualmente Kimbal es propietario de una cadena de restaurantes, The Kitchen, y de una fundación que impulsa los buenos hábitos, la comida saludable y financia la creación de jardines en colegios e institutos donde los alumnos cultivan su propia huerta.
 Tosca es directora de cine y productora de programas de televisión y contenidos multimedia. 

Desde 2013 Maye Musk vive en Marina del Rey, California, porque quiere estar más cerca de sus nietos. 
Pero no es una abuela retirada. Últimamente la industria de la moda le está prestando más atención que nunca. 
“Soy un ejemplo de cómo una mujer mayor puede seguir en activo. Nunca he trabajado tanto como ahora”, afirma jocosa.
 Su actitud de asumir con naturalidad las arrugas, su cabellera blanca desde que a los 60 años decidió que su pelo sufriría menos si dejaba de teñirse y su actitud positiva, encaja con la tendencia de muchas marcas de contar con mujeres de más edad. 
 Sin duda, la etiqueta “madre de Elon” también tiene algo que ver pero igual que no distingue entre sus hijos, a los que califica de “brillantes”, tampoco le preocupa el motivo por el que los clientes quieren ficharla.
 Si hace falta puede volver a repetir que ella ya era famosa antes de que su primogénito pudiera llegar siquiera a imaginarlo.

 

Mantillas sibilinas.......................................... Boris Izaguirre

Ivanka y Melania Trump no se llevan tan bien, coinciden en algo: por más ricas que sean, el sagrado protocolo las confunde.

De izquierda a derecha: Ivanka, Melania y Donald Trump con el Papa, el martes en el Vaticano.
De izquierda a derecha: Ivanka, Melania y Donald Trump con el Papa, el martes en el Vaticano.

 Mayo es un mes de ferias y festivales.

 Esta semana, por ejemplo, se han celebrado las ferias de Sanlúcar de Barrameda y se termina el Festival de Cannes. Presidido este año por Pedro Almodóvar, Cannes es una superferia de cine, joyas, vestidos e incluso conflictos con películas que no se proyectarán en salas de cine sino en plataformas digitales 

. La gira de Donald Trump por Arabia Saudí, Israel, Italia y Bélgica, empezó un poco festivalera como para distraer, porque Trump se enfrenta a una investigación por sus presuntas relaciones con Rusia, e incluyó un toque gótico y folk, como salido de la serie American Horror Story, con la visita al papa Francisco. 

 Para mí, es un retrato de estos tiempos: una imagen chocante, tenebrosa y rupturista.

 El único que sonríe es Don Donald, mientras que el resto consigue transmitir un desasosiego casi sobrenatural.

 Las mantillas o tocados de Ivanka y Melania parecen diseñadas por las gemelas terroríficas de El Resplandor o por alguien muy afín a Hillary Clinton o por alguna velina bromista que quiso reírse un poco.

 Me parece que al papa Francisco casi le dio un corte de digestión porque, el pobre, podría sospechar que más que hacerle una visita venían a pedirle un exorcismo.

En América dicen que parecen de la Familia Adams, pero a mí me recuerdan a aquella foto de familia en el último matrimonio de Liza Minelli, donde también hubo una indigestión estilística importante.

 Hay quienes piensan que Ivanka y Melania se inspiraron en las hijas de Zapatero cuando visitaron la Casa Blanca y decidieron innovar un poco en el Vaticano. 

Pero está claro que las dos, que no se llevan tan bien, coinciden en algo: por más ricas que sean, el sagrado protocolo las confunde. 

Tampoco hay que llevarse las manos a la cabeza, porque el expresident Francisco Camps también se hizo un lío aceptando trajes regalados de Gürtel precisamente para ir a una audiencia con el papa Ratzinger.

 No sabía si tenía que llevar corbatín blanco y frac blanco o no y al final esos trajes terminaron apartándolo de la presidencia. Y del Vaticano. 

La foto viene a perfilar la idea que Estados Unidos suele tener del resto del mundo

. No pueden entender que en continentes tan pequeños cohabiten tantas ferias y protocolos.

 Melania no usó velo en Arabia Saudí pero optó por una cofia rarísima para ir al Vaticano.

 Parece de justicia, ciega y divina, que dos millonarias salgan retratadas como unas caricaturas de la americana guapa, rica pero equivocada.

 Aunque Melania ganó muchos puntos en Israel cuando le dio un manotazo a su marido, quien la hacía caminar detrás como si le diera vergüenza.

 En Estados Unidos han puesto esa imagen casi tanto como retransmiten Despacito de Luis Fonsi por todas las radios. 

Con eso, Melania se reactivó y ese milagro duró hasta entrar en la biblioteca privada del Papa.

La actriz Victoria Abril, el pasado 17 de mayo en el Festival de Cannes. La actriz Victoria Abril, el pasado 17 de mayo en el Festival de Cannes.

A lo largo de tres siglos de nuestra vida................. Lola Huete Machado ..

La escritora ghanesa Yaa Gyasi publica 'Volver a casa' un maravilloso recorrido sobre el afán del ser humano por sobrevivir, la pasión de la familia y la historia (más inhumana) de la humanidad.

El presidente Barack Obama visita junto a su familia el fuerte de Cape Coast en Ghana el 11 de julio de 2009. Ampliar foto
El presidente Barack Obama visita junto a su familia el fuerte de Cape Coast en Ghana el 11 de julio de 2009. The White House Photostream

Todo empieza con el fuego. Y acaba en el mar.

 El nacimiento de Effia en medio de un incendio en una aldea perdida de Ghana, marca el inicio de una novela, que como dice la editorial Salamandra en la contraportada, muestra la energía de una nueva generación de narradores africanos que marcarán sin duda el tiempo literario que viene.

 Effia tiene una hermana, Esi, a la que nunca conocerá.

 Son hijas de la misma madre, Maame, pero de padres de etnias distintas (asante y fante) y sus vidas están marcadas por la actividad guerrera, política y social de cada uno de ellos.

 Una de las hermanas, bellísima, se quedará en tierra africana y será obligada a casarse con un gobernador británico, heredará así la esencia de su cultura matizada por el contacto con los blancos.

 La otra, hija también de rey local, será hecha prisionera y vendida como esclava. 

Yaa Gyasi, la autora, es ghanesa, nacida en 1989, el año en que todo cambiaba para el mundo con la caída del muro de Berlín. Ella pertenece ya a una generación sin telón de acero, sin muchos de los miedos del pasado, con nuevos aires políticos y de globalización en el horizonte. 

Esta es su primera novela, curiosamente publicada en Estados Unidos -donde ha residido desde los dos años de edad (en el Estado de Alabama)-, en tiempo de Barack Obama, un presidente negro, el primero. 

Algo que nunca nadie antes habría imaginado, y mucho menos los protagonistas de esta obra.



Y en Volver a casa, la autora ha sido ambiciosa como la que más a la hora de plantearse el argumento: trescientos años de historia familiar (y al tiempo, global) condensa en sus páginas a través de los hijos, nietos, bisnietos de estas dos hermanas nacidas poco antes de que los británicos, holandeses y portugueses se dieran cuenta de que en las fortificaciones levantadas a lo largo de la llamada Costa de Oro desde el siglo XVII para comerciar con este y otros preciados metales, la mercancía más valiosa era la mano de obra esclava.
 Ese es el hilo del que tira Gyasi para narrar las vicisitudes de hombres y mujeres, luchadores y cobardes, locos y cuerdos, agricultores, mineros, cantantes, drogadictos, amas de casa, limpiadoras, estudiantes.. durante un tiempo que ha marcado de una manera trascendental el mundo actual: explotación, comercio de seres humanos, guerras civiles y tribales en dos continentes, leyes restrictivas y/o liberadoras, el advenimiento de ciudades y barrios hasta convertirse en lo que hoy son, el desarrollo agrícola e industrial, el lento cambio de rol y derecho para las mujeres, el progresivo acceso a la educación...
En este libro hay vida rural y urbana; hay campo, bosque, agua, sequía, paisaje, tradición, religión, batallas… 
Gente empeñada en sobrevivir generación tras generación. 
El imperialismo occidental en África de fondo y la connivencia y participación activa de determinadas etnias en la caza y comercio de esclavos africanos (los asante y los fante, sí, pero hubo más), tan intenso durante siglos que marcó el despegue industrial de Europa y Estados Unidos y el retraso hasta hoy mismo de muchas zonas del continente, con una sangría y perdida de mano de obra joven datada ya en muchos millones de personas. 
África nunca ha olvidado tamaña herida.
 El colonialismo europeo se alargó hasta la década de los sesenta del siglo XX.
 Y tras la independencia de la mayoría de sus Estados hace ya más de 50 años, las nuevas generaciones del continente africano están revisitando ahora su historia sirviéndose de disciplinas artísticas diversas, especialmente rap, teatro, danza, cine, y tal como este libro demuestra, la literatura.
 Esta va perdiendo poco a poco su condición oral, y va ganando territorio escrito a pasos agigantados, mezclada con estos nuevos tiempos tecnológicos que permiten mayor difusión digital y de convocatoria transnacional.
 Hay numerosas voces nuevas, ferias del libros, ambición por ocupar un territorio literario que hasta hace unas décadas estaba reservado a unos pocos (grandes) nombres del panorama narrativo.
 El árbol genealógico de las hijas de Maame en Ghana (África) a través de tres siglos. Portada de la novela 'Volver a casa' y foto de la autora.

El árbol genealógico de las hijas de Maame en Ghana (África) a través de tres siglos. Portada de la novela 'Volver a casa' y foto de la autora.  
 

 Un árbol genealógico es todo lo que utiliza Yaa Gyasi. Mira hacia atrás a través de él con una curiosidad infinita, intentando narrar el devenir de sus ancestros y de entender por qué cada uno hizo lo que hizo para sobrevivir y, sobre todo, para traspasar su tradición, cultura y lengua a sus descendientes, para "seguir siendo en ellos". 

Yaa Gyasi consigue así aquello que a muchos nos gustaría: mirar por la cerradura y ver con nuestros propios ojos lo qué les sucedió y cómo se las arreglaron nuestros antepasados. Cómo se alimentaron, vistieron, se amaron o trabajaron; cómo criaban a sus hijos, iban al mercado, lavaban su ropa, bailaban en las celebraciones… 

Cómo lidiaban con las circunstancias, con la enfermedad, la vejez, el nacimiento o la muerte; como superaban desventuras, se resistían ante la falta de libertad, se unían a otros en busca de soluciones, creían en la magia o en distintas religiones.

 Y sobre todas las cosas, lo que este libro consigue es describir cómo todos ellos van arrastrando día tras día esa pesada losa: lo que que representa ser negro, ser considerado inferior; ser explotado, discriminado, invisibilizado sistemáticamente.

 Lo que supone serlo aún hoy, en el siglo XXI.

 

Gyasi consigue espiar en el corazón de la Historia (con mayúsculas) no contada, ser testigo de primera mano de un crimen que nos retrata tal cual fuimos y somos como Humanidad.
 ¿Cómo explicar la mentalidad de aquellos negreros obviando que aún hoy el tráfico de personas es uno de los negocios más boyantes del mundo?
La idea de la novela, según la autora, germinó durante un viaje de regreso a Ghana, la tierra de sus padres, gracias a una beca de la universidad de Stanford.
 Y no cuesta mucho imaginarla visitando alguno de los fuertes ubicados a todo lo largo de Cape Coast. 
Verla entrar al de Elmina, imponente; blanco cal y piedra gris entrelazados con el barniz de los siglos; cañones en la altura bajo un sol impenitente; decenas de pescadores faenando con sus pateras a pie del castillo y cosiendo las redes de colores, bajo la puerta “sin retorno”, allí donde tantos seres humanos estuvieron prisioneros antes de ser embarcados a través del océano. 
Barcos yendo y viniendo durante cuatro siglos (el tráfico atlántico de esclavos se abolió en Inglaterra en 1807 pero permaneció activo en América, Brasil, hasta 1888) cargados de hombres, mujeres y niños cazados por las aldeas del interior; transportados y arrojados a los fosos del fuerte, hacinados, hambrientos, seres desesperados que dejaban atrás todo lo conocido y querido, para trabajar forzados luego (los más fuertes, los que sobrevivían) en los campos de algodón (fundamentalmente) estadounidenses para sus dueños blancos.
Hay un museo sobre la esclavitud en el fuerte de Cape Coast con paneles ilustrativos, dibujos de época repletos de argollas, látigos, utensilios, naves, negros y negreros, mapas de impacto, rutas del comercio triangular entre África/Europa/América.
 Y no cuesta imaginar a Gyasi mirando cada panel con detenimiento.
 En ese silencio.
 Ese nudo que se le hace a todo aquel que lo visita; muchos hijos de la diáspora, entre ellos.
Todo lo cuenta esta nueva voz de la literatura africana con un lenguaje sencillo, descriptivo, tan impactante y cinematográfico que ya lo dicen bien los editores al vender su obra: “Hay libros buenos, libros hermosos y luego están los grandes libros.
 Hay libros que emocionan y educan, y luego están los que son menos habituales, los valiosos, lo que tienen la fuerza de cambiar nuestra forma de entender la complejidad de este mundo extraño. Volver a casa pertenece a esta segunda categoría”.
 Porque empieza con el fuego y acaba en el mar.

Críticas a Telecinco por lo que hizo la cadena al terminar la final de Copa

"¡Felicidades anuncios! ¡Campeones de Copa!", han ironizado algunos.

EFE
El árbitro pita el final. El Barcelona, campeón de la Copa del Rey. Los jugadores culés lo celebran y los del Alavés, agotados, se hunden en la derrota.

Los barcelonistas se abrazan mientras los vascos agradecen a la afición el apoyo constante.
Es momento de la ceremonia de entrega de trofeos.
 Los jugadores albiazules suben al palco para recoger las medallas de finalistas, algunos entre lágrimas, otros conteniendo la tristeza. Todos reciben el consuelo de las autoridades.
Pero de todo esto sólo vemos parte del final, cuando ya quedaban pocos jugadores del Alavés por recibir su medalla.
 ¿Por qué?
Porque Telecinco cortó la emisión justo tras el pitido final y se marchó a los anuncios, algo que no gustó nada de nada a los televidentes, que expresaron su disconformidad en las redes sociales: