Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

28 abr 2017

Recomponiendo los juguetes rotos de Hollywood

'Feud' se entrega con pasión a lo que Hollywood hizo muy esporádicamente en sus décadas de apogeo: darle un papel protagonista decente a una mujer de más de 50 años.

Susan Sarandon y Jessica Lange, caracterizadas como Bette Davis y Joan Crawford en 'Feud'.
 
 

 

Hay un lema que describe a la perfección cómo Hollywood ha tratado a las actrices sobre las que esculpió su mito.
 Es “divide y vencerás”, una frase que en el final del último capítulo de la serie Feud, estrenada en España por HBO, pronuncia ni más ni menos que Jack Warner (Stanley Tucci), uno de los fundadores de la legendaria productora Warner Brothers. 
Lo dice en una alucinación de una Joan Crawford a la que le queda poca vida, pero podría haber sido el lema forjado en hierro a las puertas de aquel estudio o de cualquier otro de los grandes ocho de la era dorada de Hollywood: 
“Divide a las mujeres y vencerás”.
Mirando atrás, los grandes taquillazos se alzaron sobre las ruinas de la dignidad de una ingente cantidad de divas, convertidas en peones en un endiablado juego de estrategia que rompió miles de sueños y quebró vidas enteras.
En sus ocho episodios, Feud se entrega con pasión a lo que Hollywood hizo muy esporádicamente en sus tres décadas de apogeo: darle un papel protagonista decente a una mujer de más de 50 años.
 El resultado es una melancólica reedición con falso aroma a biopic de la vieja historia que ya contó con maestría Billy Wilder en El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard) hace casi 70 años: una veterana diva quiere seguir trabajando, contra las leyes de la biología, la física y la estética.
Hay algo insano en la curiosidad del ser humano por ese tipo de historias.
 Feud tiene escenas hipnóticas, de las de aguantar el aliento. 
Jessica Lange, de 68 años, interpreta a Joan Crawford a los 54, cuando logra que se filme ¿Qué fue de Baby Jane?, una novela con posibilidades para una pareja de actrices veteranas. 
Profesional hasta la autodestrucción, Crawford ofreció el papel de comparsa a Bette Davis, que entonces había cumplido 51.
 A ambas las separaba una añeja enemistad que a lo largo de la serie crece y crece hasta el odio.
La serie explota aquel choque cósmico con una artificialidad propia de un melodrama de los que hicieron famosas a Crawford y Davis. Es la estética adecuada: al final nos damos cuenta de que hemos asistido a una gran tragedia, y que nuestras risas ante las batallitas de ambas divas son otro hilo más en una amarga historia de marionetas. 
Somos parte imprescindible del sistema, quienes pagan por disfrutar del espectáculo grotesco de dos egos desmedidos que quieren que se las siga queriendo, admirando, tomando en serio.
Crawford y Davis juegan un papel, el que le conviene a todos menos a ellas mismas: al productor, que vive del escándalo; al director, que necesita notoriedad; a la periodista, que rapiña cotilleos.
 Como los protagonistas del género trágico, se autodestruyen sin comprender muy bien por qué. 
En un momento, para interpretar a la epónima Baby Jane Hudson, Davis se disfraza de esperpento. 
Pasados los años, Crawford se lo recrimina: “Cuando una pierde su belleza la solución no es esconder lo que queda bajo el ridículo”.
Feud es cine dentro de cine y dentro de mucho más cine. 
Es ontología fílmica hasta la náusea: una historia de juguetes rotos que interpretan a más juguetes rotos en una industria que ha sublimado el arte de romper juguetes.
Recomponiendo los juguetes rotos de Hollywood
Es liberador ver al fin cómo un productor de la talla del televisivo Ryan Murphy (Glee, American Horror Story) se atreve a ponerle el espejo delante al machismo de Hollywood. 
Las mujeres de Feud, incluyendo a varias secundarias como la Olivia de Havilland que interpreta Catherine Zeta Jones, o Kathy Bates, suman 11 premios Oscar en toda su carrera.
El Oscar es el protagonista ausente del film, un tótem en torno al que danzan estas actrices, objeto de pasión e instrumento de control.
 ¿Todas esas historias de furiosas batallas por una estatuilla? Casi siempre son mujeres las que entran en liza. ¿A quién nominaron 16 veces para darle sólo tres premios? A Meryl Streep. 
¿Quién obtuvo 12 candidaturas y triunfó en cuatro? Katharine Hepburn.
 De todas ellas, la que parece saber mejor la verdadera y vacua naturaleza de ese galardón es Crawford, tal vez la más vanidosa. 
En la ceremonia de entrega de 1962 logra ser ella la que posa para la posteridad con un premio en la mano sin haber sido nominada ni galardonada, al aceptarlo en nombre de otra persona. 
Lo que importa es la foto, no el reconocimiento.
Hasta en sus vidas personales, estas divas actuaron de acuerdo con lo que la industria esperaba de ellas.
 Lange y Sarandon lo saben y obran en consecuencia: hay un consciente exceso de artificialidad en cada palabra que pronuncian y cada paso que dan, que sólo se rompe cuando admiten ambas, a punto de llorar, que ni toda su belleza ni todo su arte dramático fueron nunca suficientes en aquel mundo asfixiante y machista que todavía no ha desaparecido. 
La prueba de que perviven aquellos hábitos: hoy es noticia que mujeres de una cierta edad, como Lange y Sarandon, encuentren trabajo estable en el cine o la televisión.
Recomponiendo los juguetes rotos de Hollywood
Por último, algo excelente que tiene Feud es la rehabilitación de la imagen de Crawford.
 Fue un titán de Hollywood, una de sus actrices más profesionales. Como dijo de ella Davis, “siempre se sabía sus líneas y siempre llegaba a tiempo”.
 Magnética en el melodrama, devoró a compañeros de reparto y directores en títulos que merecen ser revisitados, como Mildred Pierce.
 Todo aquello quedó triturado por un injusto y despiadado libro que su hija adoptiva Christina publicó en 1978, meses después de la muerte de la actriz.
 Crawford la desheredó y ella le robó la fama en la posteridad.
 Se hizo, por supuesto, una película, titulada Queridísima mamá.
 Como no podía ser de otro modo, la interpretó una gran actriz con Oscar, Faye Dunaway.
 Pero resulta tan histriónica que hoy es pasto de imitación para drag queens.
 Pero esa es otra historia, que deberá contar otra serie.

Esto es lo que habrían costado los retoques estéticos de la reina Letizia

La reina habría pasado por el quirófano para 'arreglar' su mentón, los pómulos, la nariz y el pecho y el coste ascendería a los 40.000 euros.

Entre la última imagen de la reina Letizia presentando el Telediario de La 1 y su reciente visita a Japón 2007 han pasado casi 15 años. 
Un océano de tiempo, pero su transformación nos asombra a todos. En sus estilismos, queda ya borroso, como un sueño, aquellas prendas de cuello chimenea que popularizó.
 No cabe duda, de que el gusto en su armario ha mejorado radicalmente, sobre todo, desde que, en 2015, la estilista Eva Fernández se convirtiera en su asesora.  
El vestuario en cada uno de sus actos públicos es de 10. Como ejemplo, el Nina Ricci de rayas que lució en los Premios ABC.
 De aquel ‘look’ rompedor también hay que destacar la elección del ‘efecto mojado’ para sus cabellos. Y es que también, durante estos quinquenios a Letizia le ha gustado jugar con su pelo.
Sin embargo, si en algo hemos podido apreciar un cambio de 180 grados ha sido en la fisonomía de su rostro, más afinado y dulce que en el inicio de la década de 2000. 
 Oficialmente, solo estaría confirmada la operación de nariz a la que se sometió. 
 Una septoplastia, que no rinoplastia, pues el objetivo de la cirugía hubiera sido corregir el tabique nasal, que le impedía respirar correctamente.
 Sin embargo, la transformación de la reina no quedaría justificada solo con aquella intervención y se habría sometido a algún ‘retoque’ más, derivando en este cambiado profundo en la expresión de su rostro.
 Al parecer, Letizia se habría puesto en manos de los cirujanos para operarse los pómulos y el mentón.
 La nariz no solo la tiene ahora más recta y armoniosa, sino que los otros presuntos cambios, le habrían dulcificado sus facciones otrora angulosas.
  Además de hacer su mirada más expresiva con pestañas postizas, también se habría sometido a una ortodoncia, que habría embellecido su sonrisa, y a diversos tratamientos estéticos que le habrían corregido líneas de expresividad e imperfecciones de la piel.
Por si fuera poco, también se rumorea que habría esculpido su busto, con una operación de pechos, justo cuando acudió al Ruber de Madrid en 2008, momento en el que se habría sometido a la operación de nariz, mentón y pómulos.

 

El día más feliz

la Princesa, pero la llegada de su hija Sofía unos meses más tarde supuso un enorme consuelo.

Esperada reaparición
Gran cambio estético

El bolso Sartorius
Su look más hippie
Polémico estilismo
Su gran día





Estreno en Dinamarca
Corto y cambio



Un vestido polémico


Seguidora de tendencias
Demasiado corta
Toda una reina

Primer viaje a Japón
El día más feliz
Su peor momento
Esperada reaparición
Gran cambio estético
El bolso Sartorius
Su look más hippie
Polémico estilismo
Críticas en los actos castrenses
Su gran día
Glamourosa
Estreno en Dinamarca
Corto y cambio
Primer viaje en solitario
Un vestido polémico
Firmas low cost
Seguidora de tendencias
Look rompedor
Demasiado corta
Su propio protocolo
Nuevo retoque.
Rojo pasión



Su primer viaje a Japón


Working girl
Toda una reina
Reina del Oriente

Primer viaje a Japón

¡Ay si dejaran expresarse libremente a Letizia, cuántas tardes gloriosas nos depararía!

No es por maldad

¡Ay si dejaran expresarse libremente a Letizia, cuántas tardes gloriosas nos depararía!

Pilar Eyre















¡Cómo se va a alegrar Letizia! De que Brigitte Trogneau se convierta en presidenta consorte de Francia, porque apareció por primera vez en las revistas cuando los reyes españoles visitaron París, hace un par de años. 
Entonces Emmanuel Macron era un desconocido ministro de economía y ambas damas departieron largamente, intercambiaron teléfonos y han estado estos años en contacto, por lo que es casi seguro que Letizia asista a la toma de posesión de Macron, si se produce.
Brigitte tiene una historia singular: conoció a su marido cuando él tenía 16 años y ella 36, era su maestra y estaba casada.
 ¡Para que luego critiquen que María Teresa Campos tenga seis añitos más que Bigote! 
Matrimoniaron casi dos décadas después y ahora Brigitte, que tiene mucho estilo, ha conseguido que los modistos se peleen por vestirla, convertida en un referente de la nueva mujer, sesentona, moderna e ingeniosa.
Macron estuvo un tiempo en la Banca Rotschild y, para justificarse, declaró, “haber trabajado de banquero es como haber ejercido la prostitución”.
 Después se vio obligado a disculparse en un acto público, “perdón, he insultado a los banqueros”, a lo que su mujer apostilló rápidamente, “no, a quienes has insultado ha sido a las prostitutas”. ¡Ay si dejaran expresarse libremente a Letizia, cuántas tardes gloriosas nos depararía! (me lo dice mi compinche del premio Planeta 2014 Jorge Zepeda, que la conoció muy bien cuando fue su director en México).
 






Letizia Ortiz

Beatty se lo guisa y se lo come. En vano.............. Carlos Boyero

Es de celebrar que el antiguo guaperas intente sentirse vivo siguiendo en la brecha, pero el resultado es mediocre.

Carlos Boyero analiza el cine de Warren Beatty.
El inagotable y torrencial ingenio de Woody Allen aseguró hace mucho tiempo que si existiera la reencarnación su mayor deseo sería hacerlo en las yemas de los dedos de Warren Beatty, anhelo que seguramente compartimos casi todos los heterosexuales de este mundo si constatamos la esplendorosa lista de mujeres con las que Beatty ha intercambiado fluidos a lo largo de su existencia.
 Constatada la lógica envidia y admiración hacia la capacidad de seducción de este hombre, aclaro que jamás me ha interesado ni poco, ni mucho, ni nada su faceta de actor, aunque haya protagonizado películas que me gustan, como Lilith, Los vividores, Esplendor en la hierba, Bonnie and Clyde, Rojos y alguna otra que seguramente olvido. 
Admito que ha sido una estrella pero su luz y su magnetismo ni me rozan. 
Nunca pagaría una entrada por el cebo de su presencia. 
Su corta filmografía como director es interesante, especialmente la épica y compleja biografía del periodista Jonn Reed que plasmó en Rojos.
El antiguo guaperas, que sufrió el tragicómico numerito en la última ceremonia de los Oscar, ya ha cumplido 8o años, edad invernal que puede invitar al retiro profesional debido a la falta de fuerza o a la sensación de que el camino ha llegado a su fin.
 No es el caso de Warren Beatty. Produce, interpreta y dirige La excepción a la regla. 
 Y al terminar su visión me pregunto: ¿para qué? 

Al igual que Martin Scorsese en la irregular El aviador (todo lo referente a Katharine Hepburn era una caricatura boba),
 Beatty se ha sentido fascinado por el personaje de Howard Hugues, aquel multimillonario enloquecido y excéntrico, amante del riesgo y del perfeccionismo en la aviación y en el cine, enganchado a la codeína y su propia leyenda, coleccionista de actrices en todos los sentidos, solitario, arrogante, maniático y déspota, alguien con múltiples zonas de sombra.

 Fotograma de 'La exepción a la regla'

Aquí la historia se centra fundamentalmente en la relación de Hugues con una sureña muy joven que aspira a ser actriz, compositora y cantante.
 También en el ejército de exasperados servidores del magnate, gente que aunque haya comenzado trabajando de chófer es consciente de que puede prosperar enormemente si sabe interpretar los deseos y las órdenes de su enigmático jefe.
No existe pulso narrativo ni aliento en esta fatigosa película. Muestra situaciones repetitivas y es muy difícil que te interesen lo más mínimo el presente y el futuro de sus personajes.
 Se nota que la producción es tan posibilista como ausente de medios, nada del derroche que caracterizaba al antiguo cine de Beatty.
 Los amigos le han echado una generosa mano interpretando papeles breves. 
Y hay gente ilustre poblando secundariamente ese universo, como Annette Bening, Candice Bergen, Ed Harris, Oliver Platt, Alec Baldwin, Martin Sheen y Paul Sorvino. 
Si su presencia ha salido barata, Beatty tampoco se ha gastado mucho en decorados ni en efectos especiales.
 Abundan los interiores.
 Y celebras que Beatty intente sentirse vivo siguiendo en la brecha.

 Pero el resultado es mediocre. Y por supuesto, me asalta el rubor cuando esa actriz casi adolescente y de principios rígidos se lo monta con el anciano. 

No te lo crees. 

El gran seductor debería de saber que la vejez también impone límites.