Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

31 dic 2016

Mercurio retrógrado..................................... Boris Izaguirre..

La actriz Carrie Fisher junto a Chewbacca, durante el rodaje de la segunda película de Star Wars en 1983. Getty Image

Pertenezco a una generación que creció con un cierto protocolo ante las muertes emblemáticas.
 Algo heredado de generaciones anteriores que se preguntaban dónde estaban el día que murió Marilyn o JFK. 
Yo sí sé dónde estaba el día que murió Michael Jackson: llegando a una fiesta con Paulina Rubio y Topacio Fresh.
 Recuerdo dónde estaba cuando murió Elvis, leyendo el periódico junto a mi mamá.
 Como si recordar dónde estabas vivo cuando un ídolo muere sirviera para entender el cambio y la época que esa muerte significa.
 Pero en 2016, los sobresaltos se han acumulado.
 Y esta semana sobre todo. Primero George Michael, dos días después, Carrie Fisher, la princesa Leia.
 Y al día siguiente, su madre, la actriz Debbie Reynolds. 
 El mundo está cambiando.
 Donald Trump prescindirá de las conferencias de prensa y las sustituirá por Twitter.
 Otra muerte más: los periodistas acreditados de la Casa Blanca tendrán que reinventarse en blogueros.
Estaba en la playa, en agosto, cuando el teléfono anunció que había muerto Juan Gabriel, el mito mexicano de la música. 
 En menos de un segundo otros bañistas se giraban diciéndome: “Ha muerto Juanga”. 
Lo entendí como uno de esos milagros instantáneos de la tecnología, la información vuela y las noticias malas, como siempre, llegan antes que las buenas. 
El martes, Snapchat informó de que estamos en Mercurio retrógrado hasta el 8 de enero, un período propicio para la revisión de cosas que puede llenar dos semanas imprevisibles, en las que se debilita la lógica y hay una sensación de retroceso.
 Vaya, ¿no llevamos ya tiempo así?
 Como todos los planetas están en movimiento hay un momento en el que, visto desde la Tierra, pareciera que Mercurio retrocede. O se detiene.
 Es una ilusión óptica porque, como todo el mundo sabe, en la galaxia nada se detiene.
 O sea que, probablemente, Mercurio retrógrado no es tan asustante como amenaza su nombre.
 Es un poco como 2016, puede que haya sido un año retrógrado, con el triunfo del Brexit y de Donald Trump, pero al final un poquito ilusionante con la noticia de que Jennifer Lopez no vuelve con su ex Marc Anthony sino que sale con Drake, el rapero exnovio de Rihanna, lo que supone un inevitable choque de estrellas de la misma galaxia. 
 
La actriz Debbie Reynolds, en Nueva York en 1959. AP
En esa órbita de cosas y chismes, podríamos empezar a ver la desaparición de nuestros iconos como el principio de una nueva etapa. 
 Mi hermana Valentina y yo acudíamos a un bar en Caracas llamado City Rock, que tenía los primeros monitores con vídeos musicales, para gastar noches enteras emulando los movimientos de George Michael. 
Años después, Carlos Latre hizo realidad uno de mis sueños al vestirme de princesa Leia en uno de sus especiales de humor, convirtiendo el célebre peinado de la princesa guerrera de La Guerra de las Galaxias en un guiño a los peinados que llevan las falleras. 
  Pero reconozco que lo que más me gustaba de Carrie Fisher era su vida como una auténtica princesa de Hollywood que en su desarmada infancia tuvo que ver cómo la mejor amiga de sus padres, Elizabeth Taylor, viuda y desconsolada, conseguía que su papá se divorciara de su mamá para casarse con ella.
 Quizás como el resultado de otro Mercurio retrógrado.
 Son las historias de Hollywood con las que crecí.
 Verdaderos culebrones, que es en lo que se ha convertido la saga de La Guerra de las Galaxias.
Me gustaría recordar, sin tanto merchandising y más amablemente, este 2016 como el año del “compiyogui”, un término relajante que se puso de moda al hacerse público un chat de WhastApp privado de los entonces príncipes de Asturias con un amigo implicado en el caso conocido como Púnica.
 El láser de la Casa Real fulminó ese chat (y esa amistad), pero el término perduró y pasó a ser un modismo simpático. 
Y ahora mis amigos millennials me llaman compiyogui, porque combina ese punto de ingenuidad con salero tecnológico.
 Después de eso también resultará inevitable recordar este año como el del surgimiento galáctico de Alba Carrillo, la vengadora del matrimonio o la heroína del divorcio, que no ha parado de crecer como estrella mediática.
 Ha cerrado el año con una entrevista con Terelu en la que le pidió trabajo en el programa de su mamá y regaló una nueva perla: “Mentalmente, he pasado página”. 
Ante todas las verdades que nos ha arrojado 2016 a la cara, esa tiene que ser nuestra actitud: mentalmente, pasar página.

El año de la inflexión feminista..........................Isabel Valdés..


Michelle Obama, durante uno de sus discursos de campaña en New Hampshire, en octubre de 2016. JIM COLE (AP) / VÍDEO: REUTERS-QUALIT

El mundo cambia y lo hace a la velocidad de la luz. Inaugurado con la caída de las Torres Gemelas, el siglo XXI ha acelerado un proceso que venía anunciándose, la globalización, ya irreversible. Y la globalización nos ha traído el efecto espejo: allí donde mires está el otro, de otra etnia, de otro estrato social, en otra circunstancia, pero al fin y al cabo un otro que eres tú. Hoy todos somos el niño Aylán varado en una playa, los subsaharianos escalando la cortante valla de Melilla... y todos somos también Malala, la adolescente tiroteada en Pakistán por querer estudiar. 
Si el feminismo es hoy una causa común es gracias a la globalización.
Los grandes problemas de siempre —éticos, sociales, económicos, sanitarios, culturales y ambientales— han sido centrifugados y forman ahora un conglomerado que más que nunca sabemos que solo arreglará una solución global. 
El tiempo de la parcelación ha tocado a su fin y la tercera ola del feminismo —esta que estamos viviendo desde los años 90— se integra en una marejada formada por olas de lucha por la justicia social, combate contra la pobreza, defensa del medio ambiente...
 De ahí que las voces a favor del feminismo y de su causa principal —la equidad de género— vengan de lugares distintos y se repliquen a lo largo y ancho del globo como en una gran partida de ecos. 

Si en medio de las revoluciones árabes las mujeres son violadas, las occidentales cierran filas en torno en defensa de una ley del aborto digna; si las profesionales del cine de Hollywood claman contra la brecha salarial, los medios de comunicación redoblan su interés por diagnosticar las hechuras del techo de cristal; si Chimamanda Ngozi Adichie escribe en defensa de la condición de las mujeres (Todos deberíamos ser feministas), los países nórdicos convierten su libro en lectura obligatoria y así sucesivamente. 
Ya no se puede escapar del combate feminista: el feminismo ha salido a la plaza pública de la aldea global.
En 2009 la BBC en urdu empezó a publicar en forma de blog el diario que llevaba una joven pakistaní, hija de un maestro que dirigía una escuela para niñas. 
Narraba por entregas cómo los talibanes se apoderaban progresivamente de su mundo: había que evitar el uso de los colores llamativos, esconder los libros, dejar de escuchar música. Incluso el New York Times se fijó en esa valiente y le dedicó un documental —Class Dismissed: Malala's story—, en el que esta denunciaba las crecientes dificultades para asistir a clase y su deseo de convertirse en médico.
 Un día Malala se levantó, cogió sus libros y subió al autobús que la llevaba a la escuela. 
Eso sucedía en el valle de Swat, al noroeste de Pakistán. 
Un fanático le descerrajó un tiro en plena cara y salió viva de milagro. 
Tenía entonces 14 años y el atentado conmocionó al mundo. A los 17 le concedieron el Premio Nobel de la Paz por defender el derecho de las mujeres a la escolarización. 
Fue el Premio Nobel más joven de la historia y se convirtió en un icono en la defensa de las mujeres.

Malala vista por la ilustradora Isabel Ruiz.
Mafalda gritaba en una viñeta: "Paren el mundo que me quiero bajar", pero el mundo seguía girando y bajarse resultaba imposible. Hoy gira más deprisa que nunca, con todos los riesgos que eso conlleva y que ha analizado entre otros Paul Virilio. Vemos en directo en televisión como naufragan las pateras en un Mediterráneo convertido en cementerio, se suprime aranceles y se anuncian tratados de libre comercio. Ya nada de lo que sucede lejos nos es ajeno porque el concepto de cerca y lejos se ha transformado. 
El contagio de la concienciación feminista ha sido una de sus consecuencias. Posiblemente podemos hablar, finalmente, de un feminismo universal.
Después de siglos de idas y venidas, de avances y retrocesos, de tragedias atroces, el ojo vigilante del big brother acecha y nos conmina a la no indiferencia.
 Se hace imposible ignorar, rehuir, soslayar. 
Estamos condenados a la conciencia colectiva de que hablaba el sociólogo Durkheim, un organismo con vida propia que anida en las conciencias individuales , pero alienta más allá de estas.
 Una fuerza unificadora que asimila las luchas pasadas a las urgencias presentes y deja de restar para sumar.
 Tras innumerables resistencias, tras muchas luchas y muchas batallas perdidas, se impone la necesidad de incorporar la alteridad, y así la empatía, la solidaridad, se convierten en el único camino, ya no hay otro.
La tercera ola feminista bautizada por Rebecca Walker, que se ha querido rebautizar como postfeminismo, se ha traducido en un feminismo global que ha venido para quedarse y para triunfar. Podemos girar la espalda a la pobreza, los desahucios, las migraciones forzadas, la violencia de género, pero las cámaras, los teléfonos móviles y las redes sociales se encargarán de recordárnoslo. 
También la desigualdad de género y las muchas afrentas que conlleva pueden tratar de ocultarse debajo de la alfombra global, pero acaban saliendo a la superficie.
Hay quien dice que la palabra clave del 2016 ha sido solidaridad y que ahora llega al tiempo de llevarla a la práctica.
 En el emotivo discurso que en septiembre de 2014 otra joven empoderada, la actriz Emma Watson, pronunció como embajadora de buena voluntad de ONU Mujeres, les dijo a los hombres que la igualdad de género también era su problema.
 Hombres y mujeres saben hoy, sin excusas, que del problema solo se espera una feliz solución y que ellos y ellas son los que deben alcanzarla.

Qué llevaremos en 2017................................ Begoña Gómez Urzaiz......

De la estética de los ochenta al regreso de las chanclas, sin olvidar el chándal, y la importancia de las tendencias en la Red.


De izquierda a derecha: diseños de Michael Kors, Gosha Rubchinskiy y de Creatures of Comfort

 

El año que empieza tiene varias citas marcadas en rojo en el calendario. 
El 10 de febrero se verá en la Semana de la Moda de Nueva York el primer desfile de Raf Simons para Calvin Klein, con las colecciones de hombre y de mujer en la misma pasarela.
 ¿O hará prendas agender, siguiendo la tendencia imparable a borrar las fronteras de género en la moda? Más tarde, el primer lunes de mayo, se inaugurará la exposición que el Metropolitan dedicará a Rei Kawakubo, la visionaria creadora japonesa detrás de Comme des Garçons. 
Será interesante ver cómo esta intelectual alérgica a las fotos lidia con el circo mediático que implica la famosa gala. 
Al margen de los eventos, ya hay indicios de cómo se vestirá en las calles (y en las redes) en 2017.

Los ochenta en modo kitsch. Cuando presentó su colección crucero en verano, Marc Jacobs se postuló ya para tener la sudadera más instagramizada de 2017.
 Las hizo en colores primarios con el logo primitivo de MTV bordado en la pechera.
 Su línea, inspirada en los bailes de instituto y la estética videoclipera de aquella década —estampado de tigre mezclado con cuadrícula de ajedrez, por ejemplo— tiene muchos números para estar entre las más copiadas.
Streetwear emergente. 2016 fue el año en el que firmas como Thrasher o Supreme saltaron de su núcleo original, de patinadores y enterados, al circuito más comercial. 
En 2017 la mirada está puesta en otras marcas más pequeñas como Mr. Completely, favorita de Rihanna y The Weeknd, con sus cazadoras tipo bomber de borde deshilachado, o Petals and Peacocks. Su sudadera con la palabra fries (patatas fritas) escrita con la tipografía de la serie Friends está muy buscada.
 
Tejano con parches. Stella McCartney, DKNY y Gucci (que sigue ejerciendo una influencia mayúscula) llevan un tiempo insistiendo en que el vaquero, en pantalones, chaquetas y camisas, se lleva adornado con parches y aplicaciones y ahora la idea llega a las marcas masivas y a los especialistas del sector. Levi’s, por ejemplo, firma una colección con la emergente Off-White. 
La consigna es: aunque la prenda cueste 600 euros, debe parecer hecha en casa con la plancha una tarde de domingo.

Verde y mostaza. Pantone ha decretado que su tono 15-0343 es el del año, un verde como el de los guisantes de primavera, visto en colecciones de Kenzo, Pucci o Sies Marjan. 
El color, dice la marca, representa “unidad y comunidad”.
 Claro que el 2016, el rosa cuarzo, debía estar marcado por la “serenidad” y no ha sido el caso. Al margen de Pantone, repuntan el amarillo y el mostaza.
Chanclas de velcro. Si el año que termina vio el auge de una prenda tan improbable como la zapatilla de piscina peluda, gracias a Rihanna y sus Fenty para Puma, en el que viene los hombres llevarán versiones de lujo de las chanclas de velcro.
 Por lo menos si se salen con la suya Louis Vuitton y Prada.
 Nuevos gestos. Con el auge del diseñador-estilista, queda claro que lo importante no es qué se lleva sino cómo se lleva. 
Si en los últimos meses se impuso el abrigo de plumas caído y con los hombros al descubierto —como manda Balenciaga— o la camisa abrochada en la espalda, ahora será el momento de adoptar nuevos gestos, como ponerse un solo pendiente —muy exagerado y casi rozando la clavícula— o llevar otra vez el bolso en bandolera pero a la altura de las costillas y no de la cadera.
 Esto último se vio en el desfile de la firma neoyorquina al alza Creatures of Comfort y ya lo han adoptado muchas estrellas de la fotografía callejera de moda.

El mítico Camelot del rey Arturo emerge desde la leyenda