Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

31 ene 2016

Sofistas de museo........................................................................ Javier Marías

Pronto no habrá nombre que no esté prohibido. Hay gordos que prefieren ser llamados “personas de tamaño distinto”.

La noticia mereció portada en este diario: “La corrección política asalta el museo”, rezaba el titular, y el reportaje de Isabel Ferrer se iniciaba con una cita falseadora y sofista de la responsable del Departamento de Historia del célebre Rijksmuseum de Ámsterdam.
“Imagínese un cuadro titulado Franchute vestido de gala.
 O, si no, Gabacho montado a caballo. Sonaría ofensivo, ¿no?”, decía Martine Gosselink, y añadía: “Pues lo que intentamos es evitar términos de este tipo, que ya no encajan en nuestra sociedad”. Gosselink y su equipo han decidido, por tanto, desterrar de los rótulos de los cuadros nada menos que veintitrés vocablos, entre ellos “negro”, “cafre”, “indio”, “enano”, “esquimal”, “moro” o “mahometano”, “considerados despectivos”. (¿Cuáles serán los otros dieciséis?)
La pregunta no se me hace esperar: ¿considerados por quiénes?
 Si he tachado de sofistas las declaraciones de esta señora es porque empieza por equiparar términos que sí tienen voluntad ofensiva por parte de quien los emplea con otros que son meramente descriptivos y que, si acaso, sirven a la economía del lenguaje y a la comprensión entre las personas. En todos los idiomas, supongo, existen acuñaciones hechas con ánimo denigratorio, como –en español– las mencionadas “franchute” y “gabacho”, o en francés “boche” para menospreciar a un alemán.
En el inglés de los Estados Unidos lo son “Polack” para referirse a un polaco (en vez de la neutra “Pole”) o “Spic” para denominar a un hispano, “Wop” y “Dago” para un italiano o “Limey” para un británico. “Nigger” para un negro tenía la misma intención, no así “Negro” en su origen, que no era sino la trasposición del vocablo español, por tanto un extranjerismo con función más bien eufemística
. Quien utiliza esas expresiones lo suele hacer a mala idea, para provocar o humillar
. Pero este no es el caso de las que Gosselink se dispone a suprimir.
 Se han usado siempre, como digo, para entenderse, porque no se puede pretender que el conjunto de la población sepa distinguir con precisión entre las distintas tribus nativas de América o entre los miembros de los diferentes países árabes, entre las etnias del África o entre los nacionales de lo que solía conocerse por “Lejano Oriente”.
Por eso, durante mucho tiempo, a estos últimos se los llamó “orientales” en Occidente y todo el mundo se entendía, hasta que en los Estados Unidos (pioneros de todas las quisquillosidades y bobadas) se dictaminó que eso era “ofensivo” y se sustituyó por “asiáticos”
. Nunca he comprendido por qué esta denominación les parece mejor y aceptable, cuando tan asiáticos son, además, los indios de la India y los pakistaníes como los japoneses y los chinos, y me temo que los dos primeros grupos quedan excluidos del término, al menos en el habla normal y común a todos.

La noticia mereció portada en este diario: “La corrección política asalta el museo”, rezaba el titular, y el reportaje de Isabel Ferrer se iniciaba con una cita falseadora y sofista de la responsable del Departamento de Historia del célebre Rijksmuseum de Ámsterdam. “Imagínese un cuadro titulado Franchute vestido de gala. O, si no, Gabacho montado a caballo. Sonaría ofensivo, ¿no?”, decía Martine Gosselink, y añadía: “Pues lo que intentamos es evitar términos de este tipo, que ya no encajan en nuestra sociedad”. Gosselink y su equipo han decidido, por tanto, desterrar de los rótulos de los cuadros nada menos que veintitrés vocablos, entre ellos “negro”, “cafre”, “indio”, “enano”, “esquimal”, “moro” o “mahometano”, “considerados despectivos”. (¿Cuáles serán los otros dieciséis?)
La pregunta no se me hace esperar: ¿considerados por quiénes? Si he tachado de sofistas las declaraciones de esta señora es porque empieza por equiparar términos que sí tienen voluntad ofensiva por parte de quien los emplea con otros que son meramente descriptivos y que, si acaso, sirven a la economía del lenguaje y a la comprensión entre las personas. En todos los idiomas, supongo, existen acuñaciones hechas con ánimo denigratorio, como –en español– las mencionadas “franchute” y “gabacho”, o en francés “boche” para menospreciar a un alemán.
¿Quiénes han pasado a considerarlos despectivos? Tal vez los propios interesados
En el inglés de los Estados Unidos lo son “Polack” para referirse a un polaco (en vez de la neutra “Pole”) o “Spic” para denominar a un hispano, “Wop” y “Dago” para un italiano o “Limey” para un británico. “Nigger” para un negro tenía la misma intención, no así “Negro” en su origen, que no era sino la trasposición del vocablo español, por tanto un extranjerismo con función más bien eufemística. Quien utiliza esas expresiones lo suele hacer a mala idea, para provocar o humillar
. Pero este no es el caso de las que Gosselink se dispone a suprimir.
Se han usado siempre, como digo, para entenderse, porque no se puede pretender que el conjunto de la población sepa distinguir con precisión entre las distintas tribus nativas de América o entre los miembros de los diferentes países árabes, entre las etnias del África o entre los nacionales de lo que solía conocerse por “Lejano Oriente”.
Por eso, durante mucho tiempo, a estos últimos se los llamó “orientales” en Occidente y todo el mundo se entendía, hasta que en los Estados Unidos (pioneros de todas las quisquillosidades y bobadas) se dictaminó que eso era “ofensivo” y se sustituyó por “asiáticos”.
Nunca he comprendido por qué esta denominación les parece mejor y aceptable, cuando tan asiáticos son, además, los indios de la India y los pakistaníes como los japoneses y los chinos, y me temo que los dos primeros grupos quedan excluidos del término, al menos en el habla normal y común a todos.
Uno de los ejemplos que aparecen en el reportaje da idea de la ­ridiculez del asunto.
 “Esquimal”, señala Isabel Ferrer, “es el nombre ­genérico para los distintos pueblos indígenas de zonas árticas y de Siberia.
 En cuanto se identifique el grupo étnico al que pertenecen” (los esquimales pintados en cuadros, deduzco), “se puede cambiar por inuit, yupik, kalaallit, inuvialuit, inupiat, aluutiq, chaplinos, naucanos o sireniki, sus diversas comunidades”.
 Y explica Gosselink muy ufana: “Primero hay que encontrar la rama concreta del poblador.
 No nos podemos equivocar …” Si mi entendimiento no me engaña, me imagino la surrealista y conmovedora escena: un grupo de expertos y fisonomistas escrutando el cuadro en el que aparece un esquimal y tratando de discernirlo (eso en el supuesto de que el pintor fuera bueno, y realista, y fidedigno, y no inventara ni adornada nada).
 “Yo me inclino por un aluutiq”, diría uno. “No sé yo”, respondería otro, “le veo rasgos de inuvialuit, aunque la zamarra es más propia de chaplino”.
 Jamás he oído como negativo el término “esquimal”, ni “moro” tiene nada malo en sí (otra cosa sería “moraco”), ni “enano”.
Hay sordos que detestan ser conocidos por ese nombre y ciegos que por el suyo
¿Quiénes han pasado a considerarlos despectivos?
 Tal vez los propios interesados, no sé.
 Es sabido que desde hace decenios hay gordos que exigen ser llamados cosas tan antieconómicas e incomprensibles como “personas de tamaño distinto”, entre las que cabrían también los gigantes, los niños, por supuesto los enanos y acaso los anoréxicos.
Hay sordos que detestan ser conocidos por ese nombre y ciegos que por el suyo, y hace siglos que fueron condenados vocablos como “tullido”, “lisiado”, “paralítico” o “minusválido”.
 Supongo que “discapacitado” correrá la misma suerte, y que pronto serán desterrados “cojo”, “manco”, “miope” y “bizco”
. Creo que quienes demonizan estas palabras son los verdaderos racistas, xenófobos y discriminadores, porque lo que en verdad demonizan es lo que significan (el significado y no el significante, dicho con pedantería).
Si yo digo “ese negro” para referirme a alguien no tiene peor intención que si digo “ese rubio” o “ese con pecas”, es una manera de identificar, nada más.
Cabeza de negro, como hasta hace poco.
Si nos atenemos y plegamos a la subjetividad y el capricho de cada uno, y a la extrema susceptibilidad de nuestros días, pronto no habrá nombre que no esté estigmatizado y prohibido, y entonces no nos entenderemos
. “Te veo con tamaño distinto”, me esforzaré en decirle al próximo amigo al que vea muy engordado.
elpaissemanal@elpais.es

 

Aquellos héroes................................................................................ Rosa Montero

La matanza de Atocha marcó a una generación que vivió con ilusión pero también con miedo los años de la Transición.

En el ámbito periodístico se dice “usar una percha” al hecho de hacer coincidir una noticia con una efemérides o con cualquier motivo contextual que le dé actualidad al tema y, por tanto, subraye su importancia
. El estupendo libro-reportaje de Jorge M. Reverte e Isabel Martínez Reverte La matanza de Atocha (editorial La Esfera de los Libros) se acaba de publicar sin el amparo de esa excusa.
De hecho, ahora se cumplen 39 años de aquel funesto 24 de enero de 1977, cuando unos pistoleros de extrema derecha irrumpieron a las diez y media de la noche en el despacho laboralista de CC OO de la calle de Atocha de Madrid y vaciaron los cargadores de sus Browning y Star sobre los allí reunidos, siete abogados, un estudiante y un administrativo, asesinando a cinco e hiriendo de extrema gravedad a los cuatro restantes.
 Y publicar algo a los 39 años de haber sucedido es como llegar el cuarto en los Juegos Olímpicos: una cifra fastidiosa y nada memorable, porque roza lo redondo pero se queda en nada.
 El libro de los Reverte, pues, se presenta a pecho descubierto, basando su importancia en el hecho en sí, en la relevancia imborrable de lo sucedido, en la necesidad de recordar aquel suceso crucial de nuestra Transición.
Lo primero que recuerdo es el terror
. La noticia se extendió como una llamarada 
La matanza de Atocha fue uno de esos acontecimientos que marcan a una generación; creo que todos los que teníamos edad para vivirlo guardamos una viva memoria de aquello.
Y lo primero que recuerdo es el terror.
 La noticia se extendió como una llamarada en la noche de enero y cundió el temor de que se hubiera desatado una purga, de que la extrema derecha hubiera comenzado su “noche de los cuchillos largos” y se dedicara a asesinar a la gente más o menos progresista, a todos aquellos que aparecían en las dudosas y arbitrarias listas de amenazados que circulaban por ahí.Una cosa que pocas veces se dice de la Transición es el miedo tremendo que se pasaba.
 Aquella noche fue de mucha angustia para todos.
En mi caso, por añadidura, se dio una implicación especial con la matanza.
 Ese despacho de Atocha era el de mis abogados laboralistas; uno de los letrados, mi querido Nacho Montejo, fallecido en 2013, que se salvó por un pelo de la masacre (salió cinco minutos antes para ir al cine), nos llevaba a unos colegas y a mí un caso por lock out: un día llegamos a la fugaz e inestable revista en la que trabajábamos y nos encontramos con la puerta cerrada.
 Este tipo de cosas sucedían a menudo en aquella España transitoria: todo era efímero y escurridizo. De modo que en esos días yo frecuentaba bastante aquel despacho.
Y luego hubo algo más: al año siguiente, con motivo (con la percha) del aniversario de la matanza, escribí tres reportajes en El PAÍS sobre el tema.
 El primero, la reconstrucción narrativa del crimen; el segundo, la historia de los asesinos; el tercero, la historia de las víctimas.
 Fue uno de los trabajos de los que más orgullosa estoy en toda mi carrera, pero también fue el que más me hizo sufrir.
 Por el tema en sí y por tener que hablar con los asesinos en la cárcel; pero, sobre todo, porque fui apaleada implacablemente por casi todos los lectores, que consideraban que en el segundo capítulo no condenaba a los criminales como ellos querían que se les condenara
. Tenían razón: no condenaba aunque tampoco disculpaba; simplemente intentaba comprender qué conduce a una persona a cometer un acto tan horrible, porque creo que sólo podemos evitar las atrocidades si sabemos por qué se originan.
 Pero hice ese esfuerzo de entendimiento al año de la masacre, demasiado pronto, con las heridas aún sangrando, y la gente lo único que quería oír por entonces era una repulsa furiosa, un rugido de rabia. Me equivoqué y lo pagué.
En aquella España transitoria todo era efímero y escurridizo
Este libro, en cambio, está escrito con la suficiente perspectiva temporal, y a la vez con pasión y con rigor.
 Al leerlo tienes la sensación de que lo entiendes todo o casi todo, de que completas la visión de aquellos tiempos.
 Y además es un merecido, necesario homenaje a aquellos abnegados y estoicos abogados veinteañeros. 

Y cuidado, con esto no estoy glorificando a CC OO ni desde luego al partido comunista, que en otros momentos fue cómplice de barbaridades estalinistas, como en el caso cubano. Tan sólo estoy rescatando a los héroes anónimos de unos tiempos confusos, gente generosa que era capaz de trabajar hasta la extenuación por sueldos miserables, que carecían de tiempo para su vida privada (si Nacho Montejo se fue al cine aquel día fue porque su mujer le puso un ultimátum), que se sabían amenazados y aun así siguieron adelante. 

Hombres y mujeres con ideales que dieron literalmente su vida por una sociedad mejor. 

Es decir, por nosotros. 

 Siempre me conmueve recordar que los mataron a las diez y media de la noche y que los pobres seguían allí metidos, trabajando.

Tener muchos problemas es tener un problema..................................................... Xavier Guix

Cuando los contratiempos parecen acumularse entramos en el terreno de lo inevitable.

 Para intentar resolverlos hay que buscar la raíz de los mismos

 

 
Mi amiga Angelina es una experta en contratiempos.
 No porque sepa cómo solucionarlos, sino porque siempre anda enfrascada en unos cuantos.
 Con ella la conversación suele empezar con la pregunta: “¿En qué líos andas metida?”. Entonces empieza a contarlos, los enumera y los jerarquiza.
Mientras la noto ansiosa ante tanta problemática, no puedo evitar mi mirada de observador y apreciar, también por costumbre, que allá donde ella ve fuegos, agujeros negros, enemigos y aludes que la arrastrarán al fondo del abismo, yo solo veo un problema.
 Y siempre es el mismo.

Un día, aprovechando una pausa en su relato mientras absorbía un café doble –que lo único que hacía era ponerla aún más nerviosa–, le conté que lo que le pasaba en realidad no era que tuviera muchos frentes abiertos, sino que siempre era el mismo que se reproducía en todos los ambientes de su vida. La cara que puso era de tal incredulidad que me quedé con la duda de si no entendía nada o, de repente, lo había entendido todo.
 Hay días en los que parece que todos los elementos se han conjurado para amargar la existencia a cualquiera.
 Entonces se intentan superar los agravios con los recursos aprendidos, pero el resultado, al final, varía poco.
 ¿Qué está ocurriendo? Resulta curioso que el ser humano no se dé cuenta de que, aunque cambien las personas y los contextos, suele existir un problema de fondo que hay que resolver.
 Angelina suele cansarse de todo.
 En todos los aspectos en los que ella ve mala suerte, negocios fallidos y gente que no la entiende, yo solo veo cansancio.
La manera en que una persona solucione sus conflictos puede determinar su carácter.
 La cualidad de saber reaccionar frente a las ­adversidades es una de las particularidades que pueden forjar una personalidad.
 Para desatascar una situación complicada hay que llevar a cabo una serie de acciones puntuales que no valen para resolver otra dificultad de diferente índole.
 Es decir, no se deben repetir los patrones de conducta porque cada problema requiere una determinada resolución
. Es importante entender este punto y luchar contra la fuerza del hábito, que siempre te empuja a actuar de la misma forma
. Lo complicado es que no siempre es fácil identificar nuestra propia conducta.
 Creemos ir por la derecha, pero cuando advertimos nuestros pasos resulta que andamos hacia la izquierda.andamos hacia la izquierda
. Es más, muchas veces somos capaces de cambiar de ruta en décimas de segundo. Damos un golpe de volante y no sabemos bien por qué. ¿Una corazonada? ¿Un impulso irrefrenable?
No todo son agravios.
 Muchas veces el motivo de tanta angustia es la insatisfacción
El remedio a tales entuertos se encuentra, como tantas otras cosas, en ese mecanismo invisible que se llama inconsciente.
 Entonces los hábitos se han mecanizado hasta tal extremo que se ha perdido la referencia de su proceso. Conducimos, por ejemplo, sin pensar que conducimos.
 Lo que se aprendió en la autoescuela se convierte con los años en un proceso mecanizado que permite fijarse en el paisaje, escuchar música o dialogar con el copiloto.
 Cuando nuestros hábitos, también los psicológicos, quedan mecanizados, el inconsciente se convierte en una máquina infalible que decide por nosotros, que retorna una y otra vez a lo que una vez le enseñamos.
 Albert Einstein abrió el camino para que, ante los problemas, sepamos salir del paradigma que los creó.
Sucede entonces que, a pesar de haber tenido trabajos diferentes, relaciones y amistades, cambiar de domicilio, de países y de culturas, se repite la misma historia, se acaba más o menos igual, suceden los mismos contratiempos y se intentan solucionar de igual manera.
 Lo que pasa es que nunca se resolvieron porque se desconocía su origen

Barbie, la ambición rosa........................................................................ Nuria Barrios

A punto de cumplir 57 años, la muñeca más comprada del planeta ya tiene nueva cara (y cuerpo).

Apagaron las luces de la cabina para que los pasajeros durmieran.
 La mujer que volaba a mi lado se colocó un antifaz y reclinó el asiento
. Aguardé todavía 10 minutos antes de sacar con sigilo el libro.
 Era un volumen grande y apaisado, con tapa dura y de un llamativo color rosa. Barbie, icono de moda (Caelus Books).
 Había esperado casi seis horas para poder abrirlo cuando nadie me viera y no morir de vergüenza.
 El capítulo se llamaba ‘Habla con dulzura y lleva un bolso exquisito’.
 Empecé a leer: “La novedosa tarjeta de crédito American Express hizo que el viaje en avión pareciera tan accesible y excitante como los conjuntos del vestuario de Barbie”.
Oh, Barbie! I love Barbie!
Di un respingo. No había oído acercarse a una de las azafatas de American Airlines. Cerré de golpe el libro y me llevé un dedo a los labios.
 La azafata era una mujer muy delgada, maquillada como si fuese a una fiesta y con el cabello rubio recogido en un cardado. Me sonrió con complicidad y se alejó hacia la parte delantera del avión.
 Sus tobillos se balanceaban levemente sobre los altos tacones, un calzado sorprendente para un vuelo de 14 horas a Los Ángeles. 
Debía de tener la edad de Barbie, unos 57 años.
. De estar viva, Barbie, que fue en sus inicios azafata de American Airlines, se habría parecido a aquella mujer. Escondí de nuevo el libro.
 No me convenía hablar de la muñeca: había firmado un contrato de confidencialidad con su fabricante, ­Mattel, la mayor compañía de juguetes del mundo.
 Al día siguiente iba a descubrir la nueva Barbie, que sería lanzada al mercado en 2016. Dadas las medidas de seguridad, más parecía que fuese a conocer a Barack Obama
. Solo 55 personas de las 31.000 que trabajan en la compañía estaban al corriente de la última reencarnación de la muñeca.
Le habían dado incluso un nombre en clave: Proyecto Amanecer.
Mattel, donde entrar en décadas previas era tan difícil como penetrar en el Kremlin en tiempos de la Guerra Fría, abriría sus puertas a varios medios seleccionados, uno por país.
 No se nos permitiría grabar ni hacer fotografías.
Los móviles deberían permanecer guardados. Como nos diría durante la visita la vicepresidenta, Evelyn Mazzocco, íbamos a asistir al “inicio de una nueva era”.
La súbita política de apertura de Mattel, su glásnost, no era casual.
 Durante décadas, Barbie, la Barbie, ha sido su gallina de los huevos de oro. 
La muñeca más vendida del planeta –dos cada segundo– ha generado miles de millones de dólares.
 Pero, a punto de cumplir 57 años, Barbie se enfrenta a serios problemas: sus ventas han caído un 20%, la competencia es feroz y aún más feroces son las críticas. 
Se la acusa de frívola, se ataca su delgadez imposible, se cuestiona la estereotipada imagen rosa que proyecta a las niñas

  A ella, que ha demostrado una capacidad camaleónica para adaptarse a las modas, no se la identifica con Madonna, sino con ¡Paris Hilton!

 Hace dos años, el continuo declive hizo saltar las alarmas en la compañía, donde existe el dicho “As Barbie goes, Mattel goes”. Según le va a Barbie, le va a Mattel.

 Decidieron, con total discreción, replantearse la filosofía de la muñeca. Reinventarla.

Devolverle su trono no es un reto fácil.
 Atrás quedan los tiempos en que Barbie era la encarnación del sueño americano
. Una encarnación en plástico, sí, pero, como diría ella, “cuando te ves tan bien, ¡qué importa que seas de plástico!”.
En 1976, en la celebración del bicentenario de la independencia de Estados Unidos, fue introducida una Barbie en una “cápsula del tiempo” junto a otros objetos que representaban la quintaesencia del país.
Se decía entonces que en EE UU había más Barbies que personas, pero las cosas se han torcido. Sigue siendo un icono, pero también la bestia negra de las feministas.
La última andanada le llegó de la combativa Camille Paglia, que se refirió a la cantante Taylor Swift como “Barbie nazi”.
 Pero lo peor de todo es la traición de las niñas, que desde hace años prefieren otras muñecas, como las Bratz o Elsa, la protagonista de Frozen.
¡Y las burlas! La última Barbie, una mexicana con la green card, la codiciada tarjeta de trabajo en Estados Unidos, provocó ásperas risas en la comunidad latina.
Puede que Barbie sea aún la muñeca más deseada, pero también es la más parodiada.
En los años noventa saltó a la fama la Organización para la Liberación de Barbie (Barbie Liberation Organization), formada por un grupo de artistas y activistas muy críticos con los roles de género, que intercambiaron clandestinamente las voces grabadas de Barbie y de G.I. Joe, un soldado para niños, en cerca de 500 muñecos a la venta. muy críticos con los roles de género, que intercambiaron clandestinamente las voces grabadas de Barbie y de G.I. Joe, un soldado para niños, en cerca de 500 muñecos a la venta.
 Cuando las niñas accionaban su nueva Barbie, la oían exclamar con furia:
–¡La venganza es mía!
Mientras que los niños miraban atónitos cómo sus aguerridos muñecos, a punto de atacar al enemigo, decían dulcemente:
–La playa es el lugar ideal para veranear.
El pasado otoño, Mattel lanzó un vídeo con un mensaje: “Imagina las posibilidades”.
Era un claro guiño a las feministas: hablaba del empoderamiento de las niñas a través de varias crías que jugaban con sus Barbies.
 Pero era asimismo la inteligente preparación para el lanzamiento de su gran secreto. ¿La Barbie feminista?

Pronto lo averiguaríamos.
Pronto lo averiguaríamos.
El secretismo de la nueva Barbie es equiparable al del último filme de ‘Star Wars’
El día siguiente a mi llegada, a las ocho de la mañana, una furgoneta nos recogió en el hotel para llevarnos a El Segundo, la localidad californiana donde se encuentra el centro de diseño de Mattel. Todos los colegios del condado de Los Ángeles, más de 900 centros, habían cerrado sus puertas a primera hora por un aviso de bomba.
 Tras los cristales tintados del vehículo, una francesa, una italiana, una inglesa y una española, custodiadas cada una por un representante de Mattel, atravesamos las calles vacías de niños. Nos detuvimos ante una anodina nave industrial que resultó ser la fortaleza de Mattel y, con la curiosidad de los invitados a la impenetrable fábrica de chocolate de Willy Wonka, entramos.
Allí estaban los padres de Barbie para recibirnos.
Como gigantescos guardianes en blanco y negro, Elliot y Ruth Handler, el matrimonio que la creó en 1959, parecían observar a los hombres y mujeres que entraban y salían, desfilando ante su inmensa fotografía mural igual que muñequitos de carne y hueso.
Algo así debió imaginar Ruth al fabricar aquella primera muñeca adolescente: que las niñas jugaran con adultos en miniatura.
La bautizó con el nombre de su hija, Barbara.
 Los Handler tenían también un hijo, Kenneth. No hace falta que diga más: ya saben cómo se llama el novio de Barbie
 A saber si aquel origen fraternal no fue el detonante de los rumores posteriores sobre la ambigua sexualidad de Ken.
Ruth fue una visionaria, pero la primera Barbie no surgió de la nada.
 En un viaje a ­Europa, vio una muñeca alemana, rubia y curvilínea, llamada Lilli, que la entusiasmó, sin saber que estaba inspirada en unas viñetas para adultos.
La Lilli original tenía una lengua rápida y pícara; si un policía le decía que los biquinis estaban prohibidos, contestaba: “¿Qué pieza prefiere que me quite?”.
Elliot Handler compró los derechos de la muñeca alemana para detener su producción y fabricar la que su esposa deseaba.
 Murió Lilli y nació Barbie. Así surgen las leyendas. Barbie heredó las largas piernas, la cintura de avispa y el voluminoso pecho de la alemana.
 También los tacones y el exagerado maquillaje. A las niñas les encantó.
En Mattel, dejamos los bolsos con los móviles en una habitación pintada de rosa Barbie
. Esa tonalidad, el 219 C de Pantone, es propiedad de la compañía, que tiene los derechos de su explotación.
 Guiados por la Guardia Pretoriana de Barbie, los que habían dirigido su misteriosa transformación, empezamos el recorrido que nos llevaría a la revelación del gran secreto: la Barbie que acallaría las voces críticas y encabezaría de nuevo las ventas. Kimberly Culmone, responsable del diseño de todo lo relativo a la muñeca, se presentó así:
La luminosa nave parecía un laberinto por los paneles que compartimentan el espacio en cubículos. Muchos tenían cortinas improvisadas para proteger el trabajo de las miradas curiosas.
 Aunque en Mattel se fabrican otros juguetes, como los populares Fisher-Price, Barbie sigue siendo el buque insignia de la empresa, como recordaban las gigantescas fotos en color de la muñeca que aparecían aquí y allá.
 Por una Barbie, que empezó a venderse a tres dólares, han llegado a pagarse 302.500 en una subasta de Christie’s.
Al volver una esquina, nos detuvimos
. Ensartadas en pequeñas varas negras había múltiples cabezas calvas, igual que Barbies jibarizadas, donde una mujer hacía pruebas de maquillaje aplicado a mano.
 Muy cerca se escuchaba el sonido de la máquina de coser donde otra operaria insertaba un suave y esponjoso cabello rubio en otra cabeza
. En un estante había bobinas con fibras de 52 colores, lisas y rizadas.

Cinco de las nuevas Barbie.
–Trabajan con Barbie diseñadores gráficos, licenciados de escuelas de arte, estilistas para adultos… –explicó Culmone–. Se requiere mucha habilidad manual.
La trabajadora liberó la pequeña cabeza de plástico de la aguja taladradora y, con un rascador de perro, desenredó con energía la rubia pelambrera antes de tendernos en silencio la cabeza ya peinada, como el gato que ofrece a su dueño los restos de un pájaro recién cazado.
ncima de una mesa, como si estuviesen sobre una pasarela, había varias muñecas ataviadas con distintos modelos.
 “Los iconos de la moda vienen y van. Bueno, algunos solo se van”, es una de las célebres frases de Barbie. Otra:
“No sé qué talla tengo: toda mi ropa está hecha a medida”.
A medida y también a mano.
 Al igual que su rostro, el cuerpo de Barbie ha ido cambiando con los años.
Un estudio de la Universidad de Helsinki demostró que una mujer con sus proporciones no podría menstruar y aún menos respirar, y tampoco podría mantenerse erguida dado el reducido tamaño de sus pies. Mattel aceptó la crítica: la figura de la muñeca se hizo más atlética, perdió pecho y su cintura ensanchó.
 Su vestuario también cambió.
Un hombre menudo y sonriente, vestido de negro y con un cinturón con la hebilla plateada de Hermès, se incorporó al grupo.
 Era Robert Best, el diseñador jefe, algo así como el Alexander McQueen de Barbie o su Tom Ford.