Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

3 dic 2011

Dos 'velázquez' recuperan su brío

Después de casi dos años de restauración, los retratos ecuestres de Felipe III y de Margarita de Austria han regresado a la sala de Las meninas, de Velázquez, en el Museo del Prado de Madrid, junto a las otras tres pinturas de la familia real a caballo que el pintor sevillano realizó entre 1634 y 1635 para el salón de reinos del Palacio del Buen Retiro.
El equipo de restauradores e historiadores que ha trabajado en las dos obras explicó ayer que el trabajo ha consistido no solo en limpiar la suciedad acumulada a lo largo de los años en las capas de barniz sino también en retirar dos bandas de 50 centímetros cada una que, a los lados de cada cuadro, sirvieron para ampliar su ancho en el siglo XVIII, cuando las obras fueron trasladadas al Palacio Real para decorar el comedor del monarca.
"Una restauración importante y novedosa", apuntó Gabriele Finaldi, director adjunto de conservación del museo.


Los retratos de Felipe III y Margarita de Austria se alteraron en el siglo XVIII
De esta manera las dos obras, además de recuperar su color, han dejado de ser prácticamente cuadradas para volver a su medida rectangular original.
Rocío Dávila, encargada de la restauración, explicó cómo el trabajo del equipo de conservadores, del gabinete técnico y del laboratorio químico ha permitido decidir algo que era importante: cómo retirar dichas bandas manipulando lo menos posible las obras, cuyos injertos estaban aplicados a la gacha, un sistema tradicional de España que se hacía con una pasta de cola y harina aplicada sobre la tela original y la nueva.
"En la restauración es importante tomarse su tiempo", explica Dávila.
"Hemos tardado casi dos años en restaurarlos pero eso no quiere decir que hayamos estado trabajando esos dos años sobre ellos. Muchas veces, para restaurar bien, hay que pasar más tiempo mirando que trabajando".
Dávila cuenta que las dos piezas fueron realizadas en el taller del pintor en colaboración con su equipo y que por eso el cuadro tiene correcciones realizadas por el propio Velázquez.
Por ejemplo, bajo el caballo del rey está pintado un ejército que el sevillano se encargó de corregir. "Ahora vemos su mano mejor que nunca, sobre todo en los dos caballos"
. Frente a la rigidez en la ropa de los monarcas, la pincelada se suelta en las patas de los animales. "¡La mano de Velázquez tiene tanta fuerza!
Se ve perfectamente en el caballo del rey, que es todo suyo.
Él llegaba al taller, soltaba esas pinceladas, una, y otra, y ya está: ¡vida y movimiento!".
Un prodigio que, según Gabriele Finaldi, se concentra en lo que él considera uno de los mejores fragmentos de la sala de reyes de Velázquez: la cabeza, el pecho y las patas del caballo de Margarita de Austria. Javier Portús, conservador jefe de pintura española, cree además que ahora, al volver el cuadro a su medida original, recobra toda la intención y sentido que quería darle el pintor: "Al aumentar el cuadro se menguó la posición en escorzo, que daba violencia y dinamismo. Restituir las cualidades originales del cuadro no solo afecta a la comprensión del cuadro, sino a la comprensión de la serie entera".
Pero las dos pinturas no fueron las únicas obras que el Prado presentó ayer sin las fatigas del paso del tiempo. Mientras los dos monarcas a caballo de Velázquez (con la sierra de Madrid luciendo sus mejores atardeceres) devolvían a la sala de Las meninas a todos sus personajes, una de las mejores esculturas romanas de la pinacoteca, Ariadna dormida (creada en la época de Marco Aurelio a partir de una escultura griega del siglo II antes de Cristo) recuperaba también su aspecto.
Situada en la rotonda de Ariadna, o sala 74 -un espacio circular abierto a enormes ventanales por los que entra luz natural y que también ha sido reformado-, la pieza arqueológica procedía de la colección romana de Cristina de Suecia. "Hemos practicado un trabajo de limpieza y de integración de las líneas de unión", señaló Sonia Tortajada, quien ha trabajado con María José Salas Garrido para borrar el aspecto fragmentado que presentaba la obra, que fue restaurada en el siglo XVII en el taller de Bernini y que muestra el contundente cuerpo de Ariadna abandonado en la playa de Naxos tras el episodio de Teseo y el Minotauro y donde, finalmente, la descubrirá y se enamorará de ella el dios Dionisio. Once meses de trabajo para una de las joyas arqueológicas del museo, cuyos pasos serán ahora seguidos por dos pequeños ángeles de madera policromada del arquitecto y escultor flamenco Maes Tydeman.

Al rescate del cine perdido de Fellini

Un productor italiano rodará una película a partir de los apuntes dejados por el director - El guion de la frustrada 'El viaje de Mastorna' se recupera en España.

 

Puede que sea una leyenda, o una excusa ante el pánico provocado por un proyecto complejo.
Pero en 1965, acabada Giuletta de los espíritus, a punto de iniciarse el rodaje de El viaje de Mastorna, con el guion rematado -adaptación de la novela de Dino Buzzati Lo stranno viagio di Domenico Nolo-, parte de la escenografía levantada y con Marcello Mastroianni sumergido en el personaje del violonchelista Guido Mastorna (existen fotos de esa caracterización), Federico Fellini decide no rodar el filme.
"Nunca dejaba de pensar en nuevos trabajos", explica Ermanno Cavazzoni
La narración de Mastorna guarda curiosas similitudes con 'Perdidos'
Hay tres versiones para explicar el renuncio: que de repente no le apeteció, que soñó que si rodaba la película moriría o que fue a ver a una médium que le auguró esos malos presagios.
El viaje de Mastorna se quedó en un armario... hasta que en 1990 el dibujante Milo Manara lo rescató junto a otro guion inédito, Viaje a Tulum, para crear sus dos libros fellinianos.
Ahora, El viaje de Mastorna se reedita en España (editorial BackList), junto con ilustraciones de Fellini preparatorias de la filmación.
Pero ese viaje no es el único libreto no rodado de un director que tenía ideas y dibujaba constantemente.
En sus muchas anotaciones, que van de 1950 hasta su muerte en Roma en 1993, aparecen el delfín de una acomodada familia de provincias aquejado de una impotencia que solo consigue superar escuchando el rugido de los coches de carreras que atraviesan su ciudad una vez al año; o unos niños molestos que espían por debajo de la tabla de planchar a la florida, campechana e ingenua sirvienta que les iniciará en el sexo.
Son apuntes que el maestro escribió con su inseparable máquina Olivetti, salpicados con notas en estilográfica y caricaturas. Nunca pasaron de ahí, pero ahora los rescata en Bolonia la escuela literaria Bottega Finzioni (Taller Ficciones), de Carlo Lucarelli, escritor y autor televisivo de renombre. "La fundación dedicada al director en Rímini", explica Gianpiero Rigosi, guionista que coordina la iniciativa, "guarda en su archivo 35 proyectos nunca realizados: algunos son guiones bien estructurados, como ese de El viaje de Mastorna. Otros no son más que flashes, que dejan el camino abierto para que los desarrollemos en nuestro taller de escritura cinematográfica".
Los alumnos de Bottega Finzioni están trabajando sobre cinco ideas (Il contino e le mille miglia, Grand soireè, El infierno, Venecia y Mandrake), a cada una de las cuales el director de Amarcord apenas dedicó un par de páginas.
"Fellini no paraba de imaginar, su fantasía desbordaba en imágenes, no en historias; funcionaba por escenas", explica Ermanno Cavazzoni, catedrático de la Universidad de Bolonia y autor de El poema de los lunáticos que Fellini convirtió en 1990 en La voz de la luna, su último largometraje. "El cine le llenaba la vida", recuerda Cavazzoni. "Nunca dejaba de pensar en nuevas películas. Cuando terminaba una, le entraba la angustia. Recuerdo que tras acabar nuestro largometraje, escribió en la pizarra: '¿Y ahora qué hago?".
Las gemas inacabadas del director cobran ahora estructura de historias: los 20 alumnos están a punto de cerrar siete guiones. En dos semanas, los evaluará un productor de la empresa Indigo Films (responsable de, por ejemplo, los filmes de Paolo Sorrentino) para decidir cuál llevan a la gran pantalla. "Los trabajos mantienen el toque felliniano, una atmósfera, una sensación, pero las tramas se han apartado del esbozo inicial", considera Michele Cogo, escritor y guionista que enseña en la Bottega.
"Nuestra única recomendación fue: 'No hagáis una película de Fellini". Como dice Lucarelli: "Los maestros son maestros porque nos dejaron sus sueños, que entran en los nuestros y se mezclan con ellos, dibujando otros nuevos".
"La potencia imaginativa de Fellini llega hasta hoy, 50 años después de que tomara sus notas, e inspira a jóvenes de una época totalmente distinta", cierra Cogo.
A veces esa imaginación tiene algo de premonitorio. Así, en El viaje de Mastorna el lector puede disfrutar de las desventuras de ese violonchelista que, tras un aterrizaje de emergencia del avión en el que volaba a Florencia, camina por una extraña ciudad, repleta de personajes absolutamente fellinianos. Guido Mastorna acaba rodeado de su familia, de amigos. ¿Es el limbo? ¿Es la realidad mezclada con la ficción? Los seguidores de Perdidos van a encontrar curiosos paralelismos con su serie de televisión favorita.

Ahí van las hojas lentas.........

AHÍ van las hojas lentas, sin caída noble, por los aires, entre la luz menguante y el sol que al otro lado se expande a través de ojos nuevos, desconocidos. Por los aires. O por el azar, o por el destino. Sobre cualquier esquina.

No digas que no viviste. Que no te llevó la luz y no lo supo.

 *

LA soledad del dolor. O tal vez fuese más preciso decir la precariedad en que te abandona el dolor. Y la risa del mundo, fuerte, mientras tanto, palpitando como el sol en las nubes.

El dolor lo retira todo -fantasía, deseo, suspiros- para abrirse a su sola soledad final, la que queda detrás del temblor, la que resiste detrás de la angustia.

*

DESEASTE llegar a ese final de carretera, a ese descampado por donde ya no rodaban ecos, ni nubes. Deseaste, y ahora es enorme ese deseo en tanta intemperie.

Amo los viajes, los hoteles......


AMO los viajes, los hoteles, las camas duras, las pantallas de televisores de pared, las esquinas concurridas, tanta gente extraña, tanto cielo.

Y luego me conformo con unos cuantos paisajes cotidianos, la vida molida de las cajeras, la fría luna de noviembre entre los flamboyanes, el canto de los pájaros a medianoche.

Por encima y por debajo de esta capa de pintura,
el pavor.