Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

29 ago 2010

Nada Nuevo Bajo el Sol


Una quiere ser original y resulta que miles de personas piensan lo mismo. Anoche era tema de Debate la mala relación de las infantas con su cuñada, vaya que lo mismo que yo puse aqui, en mi blog le da que pensar a mucha gente y parece que el lado mmenos de derechas lo encuentran normal, y los cortesanos dicen que deben guardar las apariencias.
Pero ¿Que apariencias ni se ven en todo el año? Tampoco Cristina se la veía de compras o en el Parque con Elena, cada una iba por libre, Nunca vi a los tres en alguna salida, Así que si no tragan a Leticia supongo que serán correspondidas,Ya dije que la Princesa de Asturias, que no del Pueblo, se le nota esa soberbia porque creo que es la única que está contenta de ser de la realeza. Nunca se le ha notado tanto como ultimamente que cada vez anda más estirida, no hay quien la tosa.
Cuando fueron los de La Roja a vsitar a los Reyes y enseñarle la Copa, ella a través de sus hijas acaparó todas las fotos.
La Infanta Elena tb estaba pero no sus hijos, esos que no son rubios ni de jos azules y dan la sensación de desamparo sobre todo la niña, el niño parece mas un gamberrillo como lo fue su madre de niña.
Pues eso que haber quien aguanta vacaciones en familia con cuñadas hermanos padres hijos y con la sonrisa puesta.
La misma de esa cursi boda de Grecia, que tal y como está el pais debieron ahorrar en carruaje porque le pusieron a los novios uno que parecía un cochito de niño pero un poco más grande.
Leticia creo que se puso un traje poco favorecedor, antes si que le hacian algunos bonitos con los que estaba guapa, dentro de su carrera cada vez más vertiginosa para parecerse a Rania de Jordania.

28 ago 2010

Eran Tres...

Se ha montado una parafrenalia inutil con la familia real española.
Parece que la cosa está en que no se llevan bien las Infantas españolas, Cristina y Elena con su cuñada Leticia, esposa de su hermano Felipe.
A mi me paece que eso siempre pasa, es normal, llega una nueva mujer que encima es de cáracter, mal carácter, y acapara más páginas que si fuera una actriz o una modelo.
Las Infantas parecía que hasta ahora pasan un kilo de su aspecto físico. A Elena porque no le queda más remedio y Cristina porque estaba más metida en el mundo deportivo, sobrio catalán.
Y en esto los tres hijos, no de Eva, sino de nuestros Reyes, mios no, pero ahi están, se casan, de uno en uno, no los tres a la vez.
Y los maridos marcan tendencias, el ex de Elena la marca por si solo, le gustan los trapos y no da palo al agua.Y va introduciendo extravagancias absurdas porque anda todo el dia entre desfiles y modelos.
El de Cristina, dedicado al Deporte y guapo. Y el principito tan mono de niño y parece que el preferido de mamá se nos casa, harto de que a todas sus novias les pongan "pegas".
Se casa con una chica normal de aspecto, ni fea ni guapa, y además divorciada, es muy delgada y la confunden con una modelo todo el dia que si los taconazos, si la falda, si las gafas, y sus cuñadas parecen las hermanas de Cenicienta, le tienen envidia, Cristina adelgaza y algo se ha hecho para estar más favorecida de cara, Elena casi se viste de Torero para que se fijen en ella, y a Leticia solo le queda sonreir con su suegra que parece la acoje bien.
Leticia , como todo el mundo, hay dias que está mejor que otros, se ha hecho varios arreglos en la cara para estar mejor y que su Príncipe ,al que se le nota más enamorado que ella, le diga que guapa estás.
Tiene un mentón operado o no de autoritaria y mal carácter, no caprichosa sino mandona, cuando se casó y tanto se especuló con el traje de novia, pues la envolvia, tela y más tela y su cara apenas sale de aquel cuello enorme que le hicieron.
Vaya que lo que ocurre es como en todas las familias , ninguna se ha casado con alguien de la realeza sino del pueblo soberano, así que se aguantan y listo.

Un Paseo por el Santuario de Picasso


Picasso entró en el baño y salió corriendo.
Regresó con botes de Ripolin, la pintura industrial que usaba, y transformó para siempre aquella pared blanca. Un fauno que toca la flauta en el bosque ameniza desde entonces las visitas al inodoro del castillo de Vauvenargues, en la Provenza francesa.
Picasso vio el espacio y no pudo contenerse. Jacqueline Roque, su pareja, contaría después a André Malraux que cuando ella vio el mural, tampoco.
Compró muebles de jardín -de color verde-jardín- para acompañar al fauno del bosque que cualquiera podía contemplar cada vez que visitaba el cuarto de baño por asuntos poco artísticos.
El mural fue uno de los muchos arrebatos que sintió Picasso en Vauvenargues. El primero fue comprarlo. Lo hizo en 1958 en cuanto descubrió que se vendían los escenarios del monte Sainte Victoire pintados por su apreciado Cézanne.


En el estudio siguen botes de pintura, pinceles, caballetes y recortes taurinos

El dormitorio es austero. Jacqueline colocó una 'senyera' con afán provocador
El siguiente fue arrepentirse. Tras una noche en blanco, el día de la gran mudanza, en abril de 1959, el pintor se bloqueó.

-Vuelve a llamar a los camiones. No nos vamos a ir nunca de aquí... Olvida el nuevo castillo. ¡Véndelo! ¡Regálalo!

Jacqueline Roque, que se convertiría en la segunda esposa del artista antes de dos años, no hizo caso. La cámara de David Douglas Duncan, uno de los muchos fotógrafos amigos de Picasso, atrapó todo el proceso: el miedo al cambio, el reencuentro del pintor con su valiosa colección personal (obras de Matisse, Braque, Modigliani, Courbet...) y el despliegue de esculturas a las puertas del castillo como tropas de bienvenida.

Allí se instalaron pintor y musa hasta junio de 1961, huyendo también del asedio de Cannes. Picasso ya era rico y célebre. En la finca La Californie tenía una vida social intensa y tal vez nostalgia del silencio.
Vauvenargues le permitió cambiar la atmósfera y reencontrarse con su recuerdo de España. Se levantaba tarde, pintaba retratos de Jacqueline -en uno de ellos la corona Jacqueline de Vauvenargues-, naturalezas muertas y variaciones del Desayuno en el prado, de Manet. Vuelve a la mitología -el fauno flautista que toca sobre la bañera- y descubre la potencia del verde. "Es curioso. Cuando llego a Vauvenargues todo es distinto y la pintura también. Es más verde", dirá.

El castillo le cambia y él cambia al castillo. No mucho. Solo ordena instalar la calefacción central y el baño.
Apenas pasa dos años en él. En otro arrebato, fruto de la aprensión, decide mudarse a Mougins para tener a mano un médico de confianza. Sin embargo no se deshace de Vauvenargues, donde será enterrado en abril de 1973 envuelto en una capa española, regalo de Jacqueline.

Sus restos descansan entre cedros, bajo un montículo coronado por una reproducción de La dame à l'offrande (1933), que se mostró ante el pabellón de la España republicana en la Exposición Universal de París de 1937 donde nació el Guernica como icono.
Siempre que pudo, Jacqueline rindió honores a los principios de su marido. Y cuando ya no pudo más y se quitó la vida en 1986, fue enterrada junto al pintor, a los pies de la fachada principal del castillo de Vauvenargues (siglo XVII), convertido en la tumba de Picasso porque el alcalde de Mougins no autorizó la inhumación en la finca de Notre Dame de Vie.

La tumba de Picasso mira al oeste. Es lo primero que uno encuentra al traspasar la entrada del castillo, cerrado a las visitas hasta 2009, cuando se abrió durante el verano a grupos reducidos, coincidiendo con la exposición que unía a dos maestros que nunca se conocieron, Cézanne y Picasso.
Este verano se ha repetido la operación. Catherine Hutin, la heredera de Jacqueline Picasso y actual propietaria, permite el acceso bajo criterios restrictivos (una hora, visitas guiadas, grupos pequeños, sin fotos).
El próximo viernes 2 de octubre se abrirá al público por última vez. Sobre una reapertura futura hay incertidumbre, lo que acrecienta la sensación de acceder a un lugar privilegiado.
La propietaria ha declarado en alguna ocasión que no desea trastornar la apacible rutina del minúsculo pueblo (alrededor de 600 habitantes), cuyos vecinos se debaten entre el temor a ser sepultados por la vorágine picassiana y la pérdida de negocio.

Hutin huye de la exposición pública como del diablo. Son contadas sus entrevistas (rehusó hablar con este diario). Le desagrada comentar su relación con Picasso -ella tenía cuatro años cuando su madre conoció al pintor- y, sobre todo, de las controversias que rodean a la familia.
La más reciente se desató tras la publicación del libro La verdad sobre Jacqueline Picasso, escrito por Pepita Dupont (2007), que acabó ante los tribunales.
También le incomodan cuestiones relativas al supuesto deseo de su madre de donar a España las 61 obras de la exposición Picasso en Madrid. "He regalado a España cosas y lo que hago lo hago con todo el corazón, pero que me dejen en paz. Soy la única heredera de mi madre, y con eso está todo dicho", declaró el pasado junio al periódico coruñés La opinión.

En esa entrevista, Hutin explicaba que abrió el castillo para mostrar "la sencillez" en que vivían: "Yo no cambié absolutamente nada. La gente siempre se imagina cosas extraordinarias, pero yo dejé todo como estaba y, en ese aspecto, es mostrar mi verdad. Hemos hecho reformas aunque no se ven. Todo está igual".

Por eso uno tiene la sensación de entrar en un recinto congelado en 1961. En el comedor siguen objetos que Picasso incluyó en obras de la época: el aparador negro estilo Enrique II o la mandolina que compró a un anticuario de Arlés tras una corrida de toros, incluida en numerosas naturalezas muertas. En un rincón, junto a un ventanal, está la mecedora donde el artista leía.

En su estudio -una gran estancia dominada por una chimenea de yeso y generosos ventanales que miran al oeste- siguen los botes de pintura Ripolin, pinceles y caballetes, dos sillas pintadas por Picasso, un recorte de periódico sobre Hitchcock y una página del semanario taurino El Ruedo del 6 de agosto de 1959 donde se informa de una corrida en la que iban a participar su íntimo amigo el torero Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez.

Para acceder a la planta superior hay que subir por una desnuda escalera de la vanidad -bautizada así por el tamaño que ocupaban en castillos y casas de campo de la zona-, que conduce al dormitorio de Picasso, donde aguardan varias sorpresas. Una es el espartanismo del cuarto.
Otra es el cabecero: una senyera. El guía cuenta que la tela con los colores de la bandera catalana fue colocada por Jacqueline con un afán provocador frente a la dictadura franquista.

En el espacioso dormitorio hay un armario tosco, una alfombra tejida en rojo y negro por artesanos de la comuna de Aix-en-Provence según un diseño del artista, una silla española de anea, un teléfono gris de disco depositado sobre un tallo de madera, una mochila de cuero de la Primera Guerra Mundial y un retrato de Picasso en albornoz amarillo hecho por David Douglas Duncan, un fotoperiodista curtido en guerras que gozó de frecuente acceso a la intimidad de Picasso. Sus obras figuran en catálogos. Más sorprendentes resultan las captadas por Jacqueline Picasso, que retrató a su pareja casi a diario desde 1953.
Catorce de estas fotos fueron donadas por Catherine Hutin al Museo Picasso de Barcelona -la institución española que más mima: hace un año le donó un dibujo previo de Las meninas-, pero mayoritariamente es una colección desconocida.

Durante este verano se exponen en varias salas del castillo 60 imágenes tomadas por Jacqueline. Curiosas. Picasso, con gafas redondas de concha, leyendo un artículo sobre la guerra de Argelia en un ejemplar de Paris Match del 16 de junio de 1956. El pintor, en pantalón corto y con un cachorro dálmata en brazos.

No es el único material inédito. Casi al final de la visita se proyecta un documental rodado por Jacqueline Picasso en Vauvenargues.
El artista se pasea por su estudio mientras bebe de una taza, la reconviene con un dedo ante la cámara, saluda a las visitas a la manera torera desde la ventana del primer piso y finalmente se despide con un beso.
En la película se ve al artista mientras retoca Monument aux espagnols morts pour la France, el óleo que pintó al final de la Segunda Guerra Mundial.

El paisaje que Picasso ve desde la ventana -y desde la gran terraza-pinar que se asoma a la ladera norte de la montaña- está en alguno de sus cuadros de la época. Es un paisaje que le recuerda a Horta del Ebro, la tierra de su amigo Manuel Pallarès. De hecho, la primera impresión que tiene de Vauvenargues le dispara la melancolía. "Lo visitamos una mañana, todavía estaba el mercado en la plaza del pueblo y ¡los agricultores hablaban catalán! Además, los puestos de fruta y verdura se parecían a los de nuestra tierra", comentará Picasso, tras visitar el castillo con Jacqueline y Jean Cocteau.

Fuera del castillo, la atmósfera que conquistó el pintor sigue casi igual. Dentro, se ha detenido en los días de Picasso. Incluso cuando ya no estaba, como ocurre en la gran sala de guardia, donde su cuerpo permaneció varios días mientras no se derretía la nieve sobre el atrio donde se cavó su tumba.

UNA FURTIVA LAGRIMA ( Nana Mouskouri )