Una imagen
de la actriz y su hijo de 17 años felicitando la Navidad revoluciona
las redes sociales y los internautas bromean con no saber quién es quién.
Elizabeth Hurley, de 54 años, y su hijo Damian, de 17, han posado en un selfi para felicitar la Navidad
en sus redes sociales y los internautas han enloquecido. El parecido
físico entre ambos es tal que algunos hasta se atreven a preguntar quién
es quién de los dos. Madre e hijo visten un gorro negro para protegerse
del frío, además de sendos abrigos. Pero ha sido la larga melena
castaña clara que ambos lucen igual, sus ojos claros, los pómulos
marcados y la misma sonrisa lo que más ha llamado la atención de los
usuarios, que afirman que son idénticos. “Guapísimos” o “parecen
gemelos” son algunos de los comentarios que han dejado en la publicación
de Damian en Instagram.
Damian Hurley es el único hijo de la actriz y del empresario y productor de cine norteamericano Steve Bing, cuya paternidad se estableció tras una demanda judicial que le obligó a realizarse las pruebas de ADN
después de que él inicialmente la pusiera en duda aludiendo que la
actriz y él mantenían una relación “breve y no exclusiva”. Según publicó
BBC News entonces, de ser el padre, Bing le habría prometido a su
expareja comportarse como un progenitor “extremadamente involucrado y
responsable”. Algo de lo que no hay constancia, pues la actriz siempre
se ha definido como “madre soltera” y Damian se crio solo con ella en una granja
en Gloucestershire, Reino Unido, (aunque durante unos años también
convivió con el magnate Arun Nayar, casado con Hurley entre 2007 y
2011).
Damian lleva dejándose ver en compañía de su progenitora en diversos
estrenos y eventos desde hace años. Con solo 13 años posó para la firma
Pink House Mystique, pero fue a mediados de 2018 cuando firmó con Tess
Management, la agencia de modelos a la que también pertenece Elizabeth
Hurley y otros hijos de celebrities como Adwoa Aboah o Georgia May Jagger. En julio consiguió una importante campaña para la marca de cosméticos Pat McGrath en
cuyo vídeo publicitario conquistó a todos con una imagen absolutamente
andrógina y un perfil sorprendente y disruptivo que representan una
auténtica novedad dentro del mundo de los maniquíes.
El joven planea un futuro en el que combine el mundo de la moda con
la interpretación y ya en 2016 debutó como actor con un pequeño papel en
The Royals, el culebrón que protagonizó su madre
en el papel de una ficticia reina consorte de Inglaterra. Preguntada
por el interés de que su hijo siga sus pasos, la actriz aseguró en una
entrevista con la revista People que le apoyaría siempre en sus
decisiones, pero que también le alienta para que no deje los estudios
en la escuela. Eso sí, ya le ha dado sus dos primeros consejos
actorales: “Apréndete el diálogo y no seas molesto”. “No sé si será actor, pero creo que estará en el mundo del
espectáculo. Puede que detrás de la cámara. Es bastante déspota cuando
hace sus pequeñas minipelículas, se le da bastante bien. Creo que quiere
dirigir un estudio, tal vez acabe contratando a su anciana madre
geriátrica”, bromeaba Elizabeth Hurley en una entrevista en el programa Lorraine, de la ITV británica.
Madre e hijo disfrutan de una relación muy estrecha y lo demuestran
en las redes sociales. En sus respectivas cuentas de Instagram —donde Elizabeth acumula 1,5 millones de seguidores y Damian más de 52.000—
ambos comparten fotos el uno del otro acompañadas de mensajes
cariñosos. Además, los dos utilizan estas plataformas para promocionar
sus respectivos trabajos. La actriz, que en 2005 lanzó una exitosa firma
de ropa de baño Elizabeth Hurley Beach, posa constantemente con sus diseños en las redes sociales y Damian no duda en utilizar Instagram como una especie de catálogo en el que muestra todos sus atributos como modelo. Damian también ha publicado alguna instantánea con dos de sus famosos padrinos: Elton John y Hugh Grant, al que Damian llama “tío Hugh”. Tras conocerse en 1987 rodando la película de Gonzalo Suárez Remando al viento,
Grant y Hurley formaron una de las parejas más icónicas de los años
noventa y también protagonizaron uno de los escándalos más mediáticos de
la década después de que el actor acabara arrestado en Los Ángeles
(California) por contratar los servicios de una prostituta en 1995. Su
ruptura oficial se produjo en el año 2000, aunque Hurley le sigue considerando “su mejor amigo”.
Los hijos
de Carolina, Alberto y Estefanía de Mónaco intentan culminar el viraje
hacia un perfil más discreto sorteando el interés mediático que ha
marcado la vida de sus predecesores.
La luz pública, los grandes escenarios, el glamur, las fascinación, las
fiestas y las convulsiones forman parte del ADN de la poco convencional
familia principesca Grimaldi. Conceptos que se están desvaneciendo en
las generaciones jóvenes de la estirpe.
Los hijos de Carolina y Estefanía de Mónaco,
a pesar de no tener un papel destacado en los asuntos oficiales del
Principado, se han criado bajo los focos, saben desenvolverse entre
celebridades internacionales y conservan intacto el poder de atracción
de su apellido.
Sin embargo, están tratando de sortear el interés
mediático y de culminar el viraje hacia un perfil más discreto, en una
etapa de sosiego.
Los parientes menos mediáticos de la saga son los hijos de Estefanía de Mónaco,
que no parecen haber heredado la rebeldía de su madre. Louis, Paulina y
Camille son plebeyos por parte de padres y no suelen aparecer en las
instantáneas oficiales de la familia real monegasca. Están más lejos del
trono, los fotógrafos no los persiguen y el público apenas los conoce. Louis Ducruet, el mayor, de 27 años, se dedica al deporte y actualmente trabaja en un club de fútbol del principado. El pasado verano se casó con Marie Chevallier,
que es coordinadora de eventos del casino de Montecarlo. Se conocieron
en una discoteca de Cannes hace siete años y más tarde estudiaron juntos
en la universidad en Estados Unidos. Ambos son muy activos en las redes
sociales, donde han compartido su noviazgo, la boda y también su luna
de miel en Indonesia. La pareja está muy unida a las hermanas de Louis. De hecho, Pauline fue quien diseñó el vestido de la novia. La joven, de 25 años, es la segunda hija de Estefanía y el francés
Daniel Ducruet, que fue su guardaespaldas y con quien estuvo casada de
1995 a 1996. Estudió diseño de moda en Nueva York y hace dos años sacó su primera línea de ropa. Es una apasionada del circo, además de muy deportista. Como sus hermanos, también es una asidua de las redes sociales y año pasado lanzó en el Principado un festival para premiar a los diez mejores influencers del mundo, el Influencer Awards Monaco, en el que también participó como jurado.
La pequeña de los hermanos, Camille Gottlieb, de 21 años,
es la única de los hijos de Estefanía que no figura en la línea de
sucesión al trono monegasco, ya que sus padres nunca estuvieron casados,
requisito indispensable según la Constitución del Principado. Es fruto
de la relación de Estefanía con el guardaespaldas Jean Raymond Gottlieb,
estudia Comunicación en Niza y está muy involucrada en las causas
sociales. Junto a algunos amigos fundó el proyecto solidario Be Safe
Monaco, para concienciar a los jóvenes sobre los peligros de ponerse al
volante bajo los efectos del alcohol. En 2017, algunos medios la relacionaron con el futbolista Kylian Mbappé,
que jugó varias temporadas en el A.S. Mónaco y a quien conoció en una
recepción en palacio que ofrecieron los príncipes Alberto y Charlene
cuando el equipo ganó la liga francesa. Pauline negó el romance. “Estoy
soltera y estoy muy bien así”, sentenció entonces.
El príncipe Alberto
ha tenido, que se conozca, dos hijos extramatrimoniales que no tienen
títulos ni están dentro de la línea de sucesión, pero que sí llevan su
apellido, después de largas e intrincadas batallas judiciales y
mediáticas. Alexandre, de 16 años,
es fruto de una relación de seis años con la azafata Nicole Coste, a
quien conoció en un vuelo. Después de varios intentos frustrados por
conseguir que Alberto de Mónaco reconociera al niño, Coste contó la
historia a la revista Paris Match en 2005. El príncipe denunció a la publicación por invasión de su privacidad y unos meses después acabó reconociendo su paternidad.
El primer
permiso del cuñado de Felipe VI desde que ingresó en la cárcel en junio
de 2018 ha reflejado la unión inquebrantable de la pareja y sus cuatro
hijos y su alejamiento de la familia real española.
El paseo por la ciudad vasca, camino de la iglesia
a la que toda la familia acudió para ir a misa en la mañana del día de
Navidad, fue una escenificación en toda regla del amor incondicional que
la pareja, y especialmente la hija de los reyes eméritos, ha querido
proclamar a los cuatro vientos. Un desafío a quienes apostaban por una separación de la Infanta
para salvar los muebles de la Casa Real y una auténtica declaración de
hacia dónde se inclinan hoy por hoy sus afectos. En un plano más
personal, las fotografías que inmortalizaron el momento reflejaban la
alegría de un encuentro en libertad, un atisbo de normalidad para una
familia marcada para siempre por el caso Nóos. Quien ahora recurra a ese dicho tan descriptivo "de aquellos fangos,
estos lodos", como forma de dar por cerrada cualquier reflexión,
probablemente no recuerden el principio de esta historia, cuando
Urdangarin era un jugador de balonmano que formaba parte de la selección
española y del equipo olímpico y comenzó a ver a escondidas a la
infanta Cristina ayudados por la complicidad de sus amigos. Se casaron en Barcelona,
la ciudad donde ambos vivían por trabajo, el 4 de octubre de 1997. Si
alguien entonces hubiese tenido que apostar por aquella pareja que no
paraba de sonreír y mirarse a los ojos, habría dicho que serían felices y
comerían perdices para siempre. La princesa se casaba con el
deportista, él era guapo y semiperfecto, su familia tenía clase y los
Reyes y sus otros hijos, Elena y Felipe, aceptaron al nuevo miembro con
la seguridad de que aquello iba a ir bien, muy bien.
El cuento continuó durante años: tuvieron cuatro hijos, Juan Valentín (20 años), Pablo Nicolás (19), Miguel (17) e Irene (14);
vivían en Barcelona, veraneaban en Mallorca y esquiaban en Baqueira. La
pareja era guapa, sus hijos eran guapos y todos sonreían tanto cuando
estaban juntos que cualquiera habría pedido una porción de esa vida
idílica para sí mismo. Iñaki, incluso, había sabido dar el salto del
deporte al mundo de la empresa. Diplomado en Ciencias Empresariales por
la Universidad de Barcelona, licenciado en Administración y Dirección de
Empresas y con varios másteres en su currículo, en 2004 fue nombrado
vicepresidente primero del Comité Olímpico Español y un año antes se
había asociado con su antiguo profesor de ESADE, Diego Torres, para
dirigir la Asociación Instituto de Investigación Aplicada, que se
rebautizó como Instituto Nóos. Pero cometió un error flagrante: comprar un chalet en 2004 en el exclusivo barrio de Pedralbes,
un palacete de 1.200 metros cuadrados y cerca de 1.300 metros cuadrados
de jardín por el que pagaron seis millones de euros y casi otros cuatro
millones para realizar una reforma integral. Por muy buen sueldo que la
infanta Cristina tuviera en la Fundación La Caixa (alrededor de 220.000
euros anuales como directora del Área Internacional de la Obra
Socia más la asignación real que recibía) y por muy bien que le fueran
los negocios a su marido, la ostentación de la compra comenzó a levantar sospechas sobre el origen de los ingresos que garantizaban ese tren de vida.
En junio de 2006 Urdangarín dejó la presidencia de la Fundación
Nóos, comenzó a trabajar para Telefónica y en agosto de 2009 un
conveniente traslado a Estados Unidos le alejaba del ojo del huracán que
comenzaba a barrerlo todo a su paso. El 17 de febrero de 2017 Iñaki
Urdangarin fue condenado a seis años y tres meses de prisión por diversos delitos de corrupción en elcaso Nóos. La Audiencia Provincial de Baleares, en una de las sentencias más esperadas de los últimos años,absolvió a la hermana de Felipe VIde
los dos delitos fiscales de los que únicamente la acusaba Manos
Limpias, pero consideraba que se benefició de los delitos de su marido y
le impuso que devolviera 265.088 euros que cargó a la tarjeta de
crédito de la mercantil Aizoon, que compartía al 50% con su marido.
El cuento había saltado por los aires y antes lo habían
hecho las relaciones de la infanta Cristina con su propia familia,
obligada a poner un cordón sanitario con la pareja para que la institución monárquica no se viera más afectada aún por el escándalo. En 2018 se llegó a afirmar que la separación de la infanta Cristina y
su marido era inminente, que volvería al entorno familiar y a la
protección de su privilegiada familia. Nada más lejos de la realidad,
Cristina aguantó el tirón, se mostró firme en su relación matrimonial,
estrechó lazos con su familia política, convertida en su refugio
afectivo, y ha visitado a su esposo durante el casi año y medio que lleva preso en la cárcel de Brieva, Ávila. Eso sí, discretamente para que su fotografía entrando en un centro penitenciario no exista de cara a la opinión pública. La primera salida de prisión de Urdangarin
no ha significado otra cosa que la confirmación de una realidad que
todo el mundo daba por cierta: Cristina e Iñaki no claudican como pareja
y familia. La escisión con los Borbón,
al menos de puertas hacia afuera y en fechas señaladas, es una
evidencia, y los Urdangarin se han convertido en la familia plebeya que
arropa a otra, la creada por su hijo y hermano, dispuesta a rehacer su
vida aunque nunca más sean ejemplo de que la princesa que se casó con un
plebeyo fue feliz y ejemplo sin tacha para siempre.
La hija de
Elvis Presley, que está en plena lucha por la fortuna de 100 millones
de dólares de su padre, está en bancarrota y solo ha recibido 100.000
euros por el divorcio de su exmarido.
Por lógica, Lisa Marie Presley, la hija de Elvis Presley,
debería vivir en la abundancia. La única heredera del rey del rock, con
dos décadas de carrera, nominado a 14 premios Grammy y casi 700
grabaciones, debería haber heredado una fortuna de más de 100 millones
de dólares (unos 90 millones de euros). Sin embargo, por el momento el
control del legado y del dinero de su padre no está en sus manos. Y,
además, pese a intentar crear su propia carrera como cantante, está en
bancarrota.
La propia Lisa Marie, de 51 años, lo dio a conocer hace un año y medio: le quedaban menos de 10.000 euros
en el banco y tenía deudas por valor de 14 millones de euros. Algo que
ha empeorado el divorcio de su cuarto marido, Michael Lockwood. Ahora se
ha sabido que, al menos, el año no va a terminar tan mal para Presley. Como explica el medio estadounidenseThe Blast,
un tribunal de Los Ángeles, California, ha condenado a su exmarido
pagarle 126.000 euros, de los que 10.600 irán para tasas legales. Pero
al menos unos 115.000 podrán ser para que Presley abone los costes de
los abogados y pueda tener un respiro. La pareja llevaba casada una
década y está inmersa en este proceso legal desde hace casi tres, ya que
están luchando por la custodia de sus hijas gemelas, de 11 años. Lockwood es el cuarto marido de Lisa Marie Presley después de sus matrimonios con Danny Keough (con quien tuvo dos hijos), Michael Jackson (duraron menos de dos años)
y Nicolas Cage (también apenas dos años). Pero este divorcio está
siendo especialmente agrio, con una dura batalla por los detalles de la
custodia y la manutención de las niñas, que durante un tiempo han vivido con Priscilla, su abuela materna. La fecha de su juicio está fijada para el verano de 2020.