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Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
27 dic 2019
La última escenificación del amor incondicional de Iñaki Udangarin y la infanta Cristina
El primer
permiso del cuñado de Felipe VI desde que ingresó en la cárcel en junio
de 2018 ha reflejado la unión inquebrantable de la pareja y sus cuatro
hijos y su alejamiento de la familia real española.
Iñaki
Urdangarin y la infanta Cristina de Borbón el día de Navidad en
Vitoria. Detrás, a la derecha, su hijo Pablo. En vídeo, su llegada a
Vitoria y su paseo al día siguiente.GTRESONLINE / VÍDEO: EUROPA PRESS
El paseo por la ciudad vasca, camino de la iglesia
a la que toda la familia acudió para ir a misa en la mañana del día de
Navidad, fue una escenificación en toda regla del amor incondicional que
la pareja, y especialmente la hija de los reyes eméritos, ha querido
proclamar a los cuatro vientos. Un desafío a quienes apostaban por una separación de la Infanta
para salvar los muebles de la Casa Real y una auténtica declaración de
hacia dónde se inclinan hoy por hoy sus afectos. En un plano más
personal, las fotografías que inmortalizaron el momento reflejaban la
alegría de un encuentro en libertad, un atisbo de normalidad para una
familia marcada para siempre por el caso Nóos. Quien ahora recurra a ese dicho tan descriptivo "de aquellos fangos,
estos lodos", como forma de dar por cerrada cualquier reflexión,
probablemente no recuerden el principio de esta historia, cuando
Urdangarin era un jugador de balonmano que formaba parte de la selección
española y del equipo olímpico y comenzó a ver a escondidas a la
infanta Cristina ayudados por la complicidad de sus amigos. Se casaron en Barcelona,
la ciudad donde ambos vivían por trabajo, el 4 de octubre de 1997. Si
alguien entonces hubiese tenido que apostar por aquella pareja que no
paraba de sonreír y mirarse a los ojos, habría dicho que serían felices y
comerían perdices para siempre. La princesa se casaba con el
deportista, él era guapo y semiperfecto, su familia tenía clase y los
Reyes y sus otros hijos, Elena y Felipe, aceptaron al nuevo miembro con
la seguridad de que aquello iba a ir bien, muy bien.
Iñaki Urdangarín, su hijo Pablo Nicolás, su madre Claire Liebaert y la infanta Cristina en Vitoria el 25 de diciembre.
El cuento continuó durante años: tuvieron cuatro hijos, Juan Valentín (20 años), Pablo Nicolás (19), Miguel (17) e Irene (14);
vivían en Barcelona, veraneaban en Mallorca y esquiaban en Baqueira. La
pareja era guapa, sus hijos eran guapos y todos sonreían tanto cuando
estaban juntos que cualquiera habría pedido una porción de esa vida
idílica para sí mismo. Iñaki, incluso, había sabido dar el salto del
deporte al mundo de la empresa. Diplomado en Ciencias Empresariales por
la Universidad de Barcelona, licenciado en Administración y Dirección de
Empresas y con varios másteres en su currículo, en 2004 fue nombrado
vicepresidente primero del Comité Olímpico Español y un año antes se
había asociado con su antiguo profesor de ESADE, Diego Torres, para
dirigir la Asociación Instituto de Investigación Aplicada, que se
rebautizó como Instituto Nóos. Pero cometió un error flagrante: comprar un chalet en 2004 en el exclusivo barrio de Pedralbes,
un palacete de 1.200 metros cuadrados y cerca de 1.300 metros cuadrados
de jardín por el que pagaron seis millones de euros y casi otros cuatro
millones para realizar una reforma integral. Por muy buen sueldo que la
infanta Cristina tuviera en la Fundación La Caixa (alrededor de 220.000
euros anuales como directora del Área Internacional de la Obra
Socia más la asignación real que recibía) y por muy bien que le fueran
los negocios a su marido, la ostentación de la compra comenzó a levantar sospechas sobre el origen de los ingresos que garantizaban ese tren de vida.
Iñaki
Urdangarin y Cristina de Borbón con sus hijos Pablo Nicolás (al fondo),
Miguel (a la izquierda de su padre), Irene y Juan Valentín (en primera
fila) con un familiar en Vitoria.
En junio de 2006 Urdangarín dejó la presidencia de la Fundación
Nóos, comenzó a trabajar para Telefónica y en agosto de 2009 un
conveniente traslado a Estados Unidos le alejaba del ojo del huracán que
comenzaba a barrerlo todo a su paso. El 17 de febrero de 2017 Iñaki
Urdangarin fue condenado a seis años y tres meses de prisión por diversos delitos de corrupción en elcaso Nóos. La Audiencia Provincial de Baleares, en una de las sentencias más esperadas de los últimos años,absolvió a la hermana de Felipe VIde
los dos delitos fiscales de los que únicamente la acusaba Manos
Limpias, pero consideraba que se benefició de los delitos de su marido y
le impuso que devolviera 265.088 euros que cargó a la tarjeta de
crédito de la mercantil Aizoon, que compartía al 50% con su marido.
El cuento había saltado por los aires y antes lo habían
hecho las relaciones de la infanta Cristina con su propia familia,
obligada a poner un cordón sanitario con la pareja para que la institución monárquica no se viera más afectada aún por el escándalo. En 2018 se llegó a afirmar que la separación de la infanta Cristina y
su marido era inminente, que volvería al entorno familiar y a la
protección de su privilegiada familia. Nada más lejos de la realidad,
Cristina aguantó el tirón, se mostró firme en su relación matrimonial,
estrechó lazos con su familia política, convertida en su refugio
afectivo, y ha visitado a su esposo durante el casi año y medio que lleva preso en la cárcel de Brieva, Ávila. Eso sí, discretamente para que su fotografía entrando en un centro penitenciario no exista de cara a la opinión pública. La primera salida de prisión de Urdangarin
no ha significado otra cosa que la confirmación de una realidad que
todo el mundo daba por cierta: Cristina e Iñaki no claudican como pareja
y familia. La escisión con los Borbón,
al menos de puertas hacia afuera y en fechas señaladas, es una
evidencia, y los Urdangarin se han convertido en la familia plebeya que
arropa a otra, la creada por su hijo y hermano, dispuesta a rehacer su
vida aunque nunca más sean ejemplo de que la princesa que se casó con un
plebeyo fue feliz y ejemplo sin tacha para siempre.
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