Los Juegos Olímpicos de Barcelona. La Expo de Sevilla. El AVE. Nos pusimos a la cabeza de Europa. ¿O fue todo un espejismo?.
A juzgar por lo poco que ha trascendido, aquel fue de esos años que pasan de puntillas por el calendario. En otros, en cambio (1914, 1939, 1945, 1968, 1989…), parece que se aceleró el curso de los acontecimientos, salieron a flote las corrientes subterráneas de la convulsión y el cambio y, parafraseando a Winston Churchill, el planeta Tierra produjo más historia de la que era capaz de digerir.
Para Alessandro Fabbri, uno de los creadores de la serie de televisión italiana 1992, el del título fue uno de esos años especialmente fecundos, para bien y para mal.
“La Italia moderna hunde gran parte de sus raíces en acontecimientos ocurridos entonces”, argumentaba Fabbri en una entrevista reciente para Hollywood Reporter. 1992 fue, tal y como lo retrata la serie, un año de sida, de jóvenes arribistas sexuales abriéndose paso en una televisión cada vez más estridente, de tensiones territoriales entre el sur y el norte de Italia
. Un año, sobre todo, de grandes convulsiones políticas desatadas por la Operación Manos Limpias, con la que el fiscal de Milán Antonio di Pietro destapó una trama de corrupción institucional masiva.
Aquel escándalo fracturó el sistema de partidos italiano heredado de la posguerra, empezando por la hegemónica Democracia Cristiana, y dio paso a una Segunda República Italiana cuya figura dominante sería Silvio Berlusconi
. Para Jorge Gutiérrez Chávez, periodista mexicano que fue corresponsal en Roma y autor del libro Corrupción en Italia. La muerte de un régimen, ninguna frase resume mejor ese periodo que la cínica máxima “la corrupción somos todos”, citada en la serie de forma casi literal por uno de los personajes, un veterano político democristiano refinado y, por supuesto, corrupto.
“El perverso binomio política-corrupción llegó a tal extremo que los intentos de apuntalar el sistema resultaron inútiles”, cuenta Gutiérrez.
La crisis acabó “con la desaparición de todos los partidos que habían gobernado el país y la salida de escena de toda la clase política posbélica”.
Un desastre, sin duda, que sumió en la perplejidad a los que lo vivieron de cerca.
Pero material literario de primera para Fabbri y su equipo de guionistas.
Pero si Italia tenía motivos para hacer una serie sobre un año fundamental para el país, España no se queda muy atrás. Fernando Garea, periodista especializado en crónica parlamentaria, coincide con la tesis de que 1992 pudo ser crucial en muchos aspectos. “Los Juegos Olímpicos, la Expo de Sevilla, la crisis económica de la segunda mitad del año, los escándalos de corrupción del penúltimo gobierno de Felipe González, la crispación política…
Sí, a medida que lo repaso me voy convenciendo de que fue un año muy intenso a nivel informativo”.
A él le tocó vivirlo como jefe de la sección nacional del diario El Mundo (ahora trabaja en El País). “Tal vez fuese uno de los años clave de la última edad de oro del periodismo de investigación en este país, cuando las portadas de los diarios alimentaban el debate público y hacían temblar al gobierno. La competencia era tan feroz que unos medios se esforzaban en desmontar las exclusivas de otros, pero creo que entre todos conseguimos contar una parte de la historia que los españoles merecían conocer”, recuerda Garea.
“De alguna manera nuestro 1992 también fue un año de fin de ciclo, como el italiano”.
El año que españolizamos peligrosamente — Joaquín Estefanía, que en 1992 era director de El País, entiende que las placas tectónicas que empezaron a moverse ese año lo hicieron, en el subsuelo, al ritmo habitual:
“Algo cambió en ese año, sin duda, pero no olvidemos que el PSOE de Felipe González volvería a ganar las elecciones en 1993 y aún gobernaría hasta 1996.
Así que si decimos que en 1992 empieza la agonía del felipismo estamos hablando de una agonía muy a cámara lenta”.
Estefanía considera que el 1992 español vino a ser, en realidad, como dos años en uno.
“La primera parte, hasta agosto, fue un año de apoteosis de la España moderna que el PSOE llevaba construyendo desde 1982.
El país organizó con éxito unos Juegos Olímpicos y una Exposición Internacional y llevó el tren de alta velocidad de Madrid a Sevilla.
La prensa internacional hablaba de nosotros como los alemanes del sur.
Pero el caso es que nos fuimos de vacaciones orgullosos de nosotros mismos y a la vuelta nos encontramos con un país en recesión y con los escándalos de corrupción en las portadas de los periódicos”.
Garea considera que la crisis de 1992 no tuvo consecuencias tan funestas como las de 2008 porque “la situación internacional era muy distinta y, además, entonces no se desmanteló el estado del bienestar y la red de protección social funcionó razonablemente”.
Sin embargo, en aquella crisis pueden rastrearse, en su opinión, algunas de las causas profundas de la que vendría después:
“En los años siguientes apostamos por un modelo productivo que nos permitió crecer a corto plazo, pero que no tenía unas bases sólidas ni sostenibles”.
Esto también forma parte de la herencia envenenada de 1992.
Menos controvertido resulta el recuerdo de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Garea no comparte la idea, hoy muy extendida, de que fueron el gran momento de reconciliación simbólica entre Cataluña y una España que por entonces se proyectaba como moderna y amable.
“Supongo que la memoria es selectiva”, argumenta, “pero hay anécdotas que al repasarlas nos hacen pensar que tal vez aquello no fuese tan idílico
. Por ejemplo, si se hizo coincidir la entrada al estadio Olímpico del rey Juan Carlos con el himno catalán, no con el español, fue para evitarle una pitada que hubiese precedido en varios años a la de las últimas finales de Copa.
El independentismo, o la incomodidad de una parte de los catalanes con España y con sus símbolos, ya estaban ahí
. Lo que ocurre es que tal vez por entonces se manejaban estas cosas con algo más de imaginación o de tacto”.
Estefanía sí cree que los Juegos supusieron un momento de concordia y cooperación entre Cataluña y España “que fue bastante más allá de celebrar juntos los triunfos de los deportistas españoles”.
Para Antoni Daimiel, periodista deportivo, aquellos Juegos merecen ser recordados, sobre todo, por la presencia de la mejor selección de baloncesto de la historia de Estados Unidos, el célebre dream team:
“En aquel equipo estaban tres de los integantes del mejor quinteto histórico de la NBA, Michael Jordan, Magic Johnson y Larry Bird
. No creo que los tengamos mitificados. Recordamos aquello como algo excepcional porque lo fue”.
El futuro tardará en llegar — También fue el año de la Expo de Sevilla. Estefanía recuerda que “empezó con muy malos augurios, con el hundimiento de la Nao Victoria pocos minutos después de su botadura, algo que algunos vieron como un síntoma de que España no daba una a derechas.
Sin embargo, fue un éxito organizativo, reconocida como una de las mejores exposiciones internacionales que se habían hecho hasta entonces”
. Garea considera que hoy tenemos de la Expo un recuerdo ambivalente, “tal vez porque es uno de los primeros símbolos de la España del derroche y el cartón piedra y de la corrupción en Andalucía”, pero coincide en que fue un éxito y que proyectó una excelente imagen de la sociedad española.
Además, pese a la polémica que suscitó ya entonces, tanto Garea como Estefanía consideran que la decisión de llevar el primer AVE a Sevilla fue un acierto.
“No podíamos saber que tardaría tantos años en llegar a Barcelona”, añade Estefanía. “Pero juzgada en su contexto, fue una buena decisión, fruto del compromiso de articular España sin desentenderse del Sur”.
El mundo a veces sí es suficiente — Entre los grandes acontecimientos internacionales que se produjeron aquel año, Estefanía destaca el tratado de Maastricht, la guerra de Bosnia, los disturbios raciales en Los Ángeles y la victoria de Bill Clinton en las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre
: “Fue la consagración de la llamada Tercera Vía y de esa nueva política que permitiría a EE UU crecer al ritmo de un 4% anual durante la siguiente década.
Además, fue también una especie de espaldarazo tardío al proyecto de izquierda modernizadora y reformista que estaba desarrollando Felipe González
. Luego ya sabemos que la socialdemocracia continuaría centrándose hasta perder su esencia, pero en su momento la Tercer Vía parecía una buena idea”.
Han pasado 23 años.
Garea se recuerda “trabajando mucho, absorbido por la actualidad, pero con tiempo para asistir a conciertos, exposiciones y grandes estrenos, porque si la memoria no me traiciona, aquella fue también una época de gran efervescencia cultural en España”
. Estefanía se mira en el retrosivor y se ve “mucho más joven y conforme con el mundo que me rodeaba. Me sentía generacionalmente cercano a los que dirigían el país: habíamos ido a las mismas universidades, tenido las mismas novias y compartido una idea de España que iba más allá de la ideología”.