Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

18 jun 2020

Woody Allen: “La idea de que abusé de mi hija de 7 años era tan absurda que nunca hablé de ello”

El cineasta, que publica sus memorias ‘A propósito de nada’, defiende en esta entrevista con EL PAÍS su inocencia en las acusaciones de agresión sexual a su hija Dylan.

Woody Allen, en una rueda de prensa en Nueva York a finales de 2017.
Woody Allen, en una rueda de prensa en Nueva York a finales de 2017.Getty

Álex Vicente

En una de las primeras citas de Woody Allen y Mia Farrow, él la invitó a ir a despedirse del cadáver de Thelonious Monk en una funeraria de la Tercera Avenida de Manhattan. 
“Se comportó de manera cortés pero consternada, y tal vez en ese momento debería haberse dado cuenta de que estaba iniciando una relación con el soñador equivocado”, relata al comienzo de A propósito de nada (Alianza).
 Así empiezan unas memorias pensadas para revisar, a través de un sinfín de anécdotas y chascarrillos, su larga trayectoria como cómico y cineasta, aunque su motivación real podría ser defenderse, de una vez por todas, de las acusaciones de abuso sexual a su hija Dylan, que ocupan un lugar central en su relato porque también lo han conquistado, a su pesar, en su propia vida.
Después de años de silencio, Allen pasa al ataque. 
Acusa a Farrow de agredir físicamente a su esposa, Soon-Yi, y de tratarla de “retrasada”, de dormir desnuda con su hijo Satchel (hoy Ronan) hasta que cumplió los 11 años y obligarle a alargar quirúrgicamente sus piernas para poder “hacer carrera en política”, además de lavar el cerebro a sus hijos haciéndoles creer que era poco menos que un “Moloch vestido con pantalones de pana Ralph Lauren”.
 El director, que cumplirá 85 años en diciembre, resume la maniobra con una frase que Farrow habría pronunciado en un lejano 1992: 
“Tú me quitaste a mi hija, ahora yo te quitaré a la tuya”. 
Es el penúltimo episodio de un caso en el que abundan los ángulos ciegos y las dudas razonables, firmado por un cineasta al que, de un tiempo a esta parte, se le cierran algunas puertas (aunque no esté ni de lejos censurado, como él mismo insiste en aclarar).
 “Yo sabía que la verdad estaba de mi lado, pero ahora me doy cuenta de que eso no es garantía de nada”, lamenta Allen, que respondió a esta entrevista el pasado martes desde su casa en Nueva York.

Pregunta. ¿Por qué escogió un título como A propósito de nada? Para usted, ¿su vida equivale a la nada?
Respuesta. Nadie necesita mi libro. Relatar mi historia no es relevante ni importante. Tal vez pueda ser de interés para algunas personas, o tal vez no…
P. Alguna importancia tendrá, si decidió publicarlo.
R. No, no la tiene. 
La verdad es que me han pedido que escriba la historia de mi vida desde el comienzo de mi carrera. 
De repente, me encontré en casa sin nada que hacer, a la espera de empezar a trabajar en mi próximo proyecto, así que decidí escribirlo.
 Espero que la gente lo encuentre informativo y entretenido, que se diviertan leyéndolo.
P. No todo el libro es divertido.
 En realidad, es difícil de leer…
R. ¿Lo dice porque le costó entenderlo?
P. No, lo digo porque relata cosas incómodas.
R. La vida humana tiene dimensiones distintas y, claro está, no todo lo que me ha sucedido es divertido. 
En cualquier vida humana hay una parte trágica y yo no soy ninguna excepción.
P. En este libro hace algo que, durante años, evitó: alzar la voz y defenderse. ¿Por qué ahora?
R. Ante todo, quiero aclarar que no tengo la sensación de haberme defendido. 
No necesitaba ninguna defensa. Escribí la historia con objetividad. He usado citas de otras personas: los investigadores, los médicos, los jueces, los testigos.
 Nunca me incluí a mí mismo.
 Al sentir que no necesitaba una defensa, quise escribir la historia de manera objetiva y dejar que el lector llegase a sus propias conclusiones.
 No quería entrar en el “él dijo, ella dijo”. Esta no es mi versión, sino la versión del investigador, el psiquiatra y la asistenta doméstica.
 Ojalá no hubiera ocupado todo ese espacio, pero para contar mi historia al completo también debía incluir esta parte.

Al ser inocente, no sentí que debiera una explicación a nadie. Tal vez mi silencio hizo que la gente dudara.
P. Durante años, calló. ¿No cree que su silencio hizo aumentar las dudas sobre su versión?
R. Sí, puede que tenga razón, pero no me importó. 
Cuando eres inocente, esas cosas no te importan. No quise perder el tiempo pensando en eso. 
No sentí que le debiera una explicación a nadie. 
La investigación concluyó que no había hecho nada, así que me centré en mi trabajo y en mi familia.
 Pensé que era una pérdida de tiempo dar entrevistas en televisión o escribir artículos.
 Pero, para responder a su pregunta: sí, tal vez mi silencio hizo que la gente dudara, que pensara: “¿Por qué está tan callado?”.
P. De ser un ídolo, dice que ha pasado a convertirse en “un paria”, como se define en el libro, tras la irrupción del MeToo y la nueva acusación de Dylan.
R. Sí, pero yo no lo he vivido como algo difícil. Cuando todo eso sucedió, simplemente seguí trabajando.
 Estaba en todos los periódicos, pero los demás se interesaban por ello más que yo mismo. 
Era un sinsentido que alguien creyera que había hecho algo así a mi hija de 7 años, que hubiera podido abusar de ella de cualquier forma.
 La idea era tan absurda que nunca hablé de ello. 
Trabajé y seguí trabajando, y nunca me importó.

Woody Allen y Soon-Yi en el estreno de 'Cafe Society' en julio de 2016.
Woody Allen y Soon-Yi en el estreno de 'Cafe Society' en julio de 2016.Jamie McCarthy / Getty Images
P. ¿No cree que va mucho más allá? Amazon ha suspendido su acuerdo de producción y distribución, el grupo Hachette se negó a publicar su libro, las universidades dejan de estudiar sus películas y muchos actores ya no quieren trabajar con usted.
R. En teoría tiene toda la razón, porque todo eso es cierto. Pero, en la práctica, no ha tenido ningún efecto. La editorial rechazó el libro, pero 15 minutos después tenía otra que estaba dispuesta a publicarlo. Amazon me dio la espalda, pero pude rodar otra película poco después. Todo eso no me ha impedido seguir trabajando ni que la gente siguiera viendo mis películas. Es cierto que algunos actores me dijeron que no querían trabajar conmigo en Rifkin’s Festival, la película que rodé en San Sebastián [se estrenará en otoño]. Pero no pasó nada: simplemente encontré a otros. Si nadie quisiera trabajar conmigo y nadie quisiera ver mis películas, tal vez me afectaría. Pero eso no es lo que ha sucedido…
P. En los últimos años, algunas de sus declaraciones han sido interpretadas como provocaciones. Por ejemplo, cuando en 2018 dijo que el Me Too debería adoptarle como un símbolo. ¿Lo lamenta?
R. No, claro que no. Encarno todo lo que el MeToo quiere conseguir. He empleado a cientos de mujeres delante y detrás de la cámara [106 actrices en papeles protagonistas y 230 como responsables de departamentos técnicos, según precisa en el libro]. Siempre he pagado exactamente lo mismo a hombres y mujeres. En más de 50 años, ni una sola actriz o miembro de uno de mis equipos ha dicho una sola palabra negativa sobre mí. No he recibido una sola acusación de discriminación o de acoso de cualquier tipo. Si todos los hombres se hubieran comportado como yo, el movimiento ya habría alcanzado sus objetivos…
P. En su libro se manifiesta en contra de la “Policía de lo Apropiado” y hasta insinúa que vivimos un nuevo macartismo. ¿Es comparable?
R. No, la era McCarthy fue mucho peor. Entonces existía una lista negra formal, se impedía a la gente trabajar para cualquier estudio o cadena. A algunos los mandaban a la cárcel, pese a no haber hecho nada que no estuviera contemplado por sus derechos constitucionales, y otros se suicidaban saltando del tejado. Ahora no tenemos nada parecido. Hay gente que se enfada en las redes sociales, pero no es lo mismo que la era McCarthy, cuando existió algo peligrosamente parecido a una policía de Estado…
P. “Todo lo que puedo hacer es esperar que la gente entre en razón”, declaró hace unos días a The Guardian. ¿Es eso posible?
R. Nunca harán eso. Es como aquellos mitos terribles sobre los judíos, aquellas ideas delirantes que permanecieron durante cientos de años en la conciencia colectiva. No quiero compararlo, porque aquello fue horrendo y mortífero, pero una vez que manchan tu nombre, una vez que alguien te acusa de algo una y otra vez, deja de importar que seas inocente o culpable. La mancha se queda. Pero, como decía antes, todo eso no me importa. Cuando me muera, no podré preocuparme por esas cosas. Si alguien quiere pensar que soy la peor persona sobre la faz de la tierra, será irrelevante, porque ya habré sido desterrado de la existencia. Lo que piensen los demás no tiene mucha importancia. Pero, para responder a su pregunta, no creo que la gente vuelva a sus cabales sobre este caso.
P. En su libro dice que no ha dormido una sola noche sin Soon-Yi en los últimos 25 años. Ha vivido una relación de comunión total, mientras que todas las anteriores fueron muy distantes. ¿Cómo lo explica?
R. No hay más explicación que la suerte. Siempre salí con mujeres de edades parecidas a la mía, actrices y otra gente de esta profesión, casi siempre de Nueva York. Si hace años me hubieran dicho que me casaría con una mujer mucho más joven, nacida en Corea y sin ninguna relación con el show business, me habría parecido descabellado. Y, sin embargo, sucedió. La química es correcta, la cosa funciona por ilógico que parezca el motivo… Somos felices juntos y tenemos una buena vida. No es como si no nos peleáramos nunca, pero es un matrimonio fundado en un amor real.
P. “He tenido que pagar un precio muy grande por amarla”, escribe, pese a todo, en el libro.
R. Sí, pero ha merecido la pena. La gente me decía que cómo podía estar con alguien mucho más joven… Era la hija de Mia y luego terminé siendo falsamente acusado. Me ha dado una mala imagen, pero eso no significa nada para mí. Tengo una relación maravillosa con Soon-Yi y no la cambiaría por nada.





 Era solo cosa de los tabloides, que en el fondo viven de eso…

 

Traducción de Antonio Sáez Delgado.


Los escritores ante el racismo

En el décimo aniversario de su muerte, el premio Nobel de Literatura José Saramago recuerda en este texto la importancia del compromiso político de los autores frente a la injusticia social.

El escritor y premio Nobel de Literatura José Saramago, durante una intervención en la Feria del Libro de Guadalajara (México), en 2004.
El escritor y premio Nobel de Literatura José Saramago, durante una intervención en la Feria del Libro de Guadalajara (México), en 2004.

Desdichadamente, los brotes de racismo y xenofobia, cualesquiera que sean sus raíces históricas y sus causas cercanas, encuentran, por lo general, facilidades para sus operaciones de corrupción de las conciencias públicas y privadas, adormecidas, unas y otras, por egoísmos personales o de clase, disminuidas éticamente, paralizadas por el temor cobarde a parecer poco “patrióticas” o poco “creyentes”, según los casos, en comparación con la insolente propaganda racista o confesional que, poco a poco, va despertando a la bestia que duerme en nuestro interior, hasta hacerla salir a la luz.

 Nada de esto debería sorprendernos y, sin embargo, una vez más, con desconcertante ingenuidad, si no con censurable hipocresía, vamos por ahí preguntándonos como es posible que haya vuelto la plaga que creíamos extinguida para siempre, en qué mundo terrible estamos, al final, viviendo, cuando pensábamos haber progresado tanto en cultura, civilización y derechos humanos. 

Que esta civilización –y no me refiero solamente a lo que denominamos civilización occidental, sino a todas, desarrolladas o atrasadas, que están sufriendo el choque de las rápidas transformaciones de nuestro tiempo, tanto las científicas y tecnológicas como las morales y axiológicas–, que esta civilización está llegando a su fin, parece no ofrecer dudas a nadie.

 Que entre los escombros y avatares de los regímenes y sistemas –socialismos pervertidos y capitalismos perversos– empiezan a esbozarse nuevas recomposiciones de los viejos materiales, casualmente articulables entre sí, o, aunque unidos por la lógica férrea de la interdependencia económica y de la globalización informática, prosiguiendo con estrategias perfeccionadas los conflictos de siempre, todo esto parece estar, igualmente, bastante claro. 

De un modo mucho menos evidente, tal vez por pertenecer a lo que denominaré, metafóricamente, las ondulaciones del espíritu humano, creo que es posible identificar en la circulación de las ideas un impulso dirigido tendencialmente a un nuevo equilibrio, a una “reorganización” axiológica que debería suponer, junto al pleno ejercicio de los derechos humanos, una redefinición de sus deberes, hoy tan poco apreciados, pasando a situar, al lado de la carta de los derechos de los hombres, la carta imperativa e indeclinable de sus obligaciones.

 Pues bien, si no me equivoco demasiado, esta reflexión, que parece querer despuntar en medio de nuestras perplejidades, tendría que empezar por proceder a la reevaluación y crítica de algunos conceptos corrientes, aunque espléndidos y generosos, que forman parte, por contraste y en engañosa antonimia, de ese universo del vocabulario en el que reinan, efectivamente, como sombríos y terribles astros, la xenofobia y el racismo.

Nos dicen los diccionarios que “tolerancia” e “intolerancia” son conceptos extremos e incompatibles entre sí, y, definiéndolos así, nos conducen a situarnos, excluyendo otras alternativas, en uno de esos dos extremos, como si, además de ellos, no pudiese existir otro espacio, el espacio del encuentro y la solidaridad. 
De ese espacio no tenemos palabra que lo identifique, no tenemos, para llegar a él, la brújula, la carta de navegación.
 Pero, si la palabra no está en los diccionarios es solo porque no tenemos en el corazón el sentimiento que le conferiría una humanidad definitiva: parafraseando remotamente a Marx, diré que los hombres no pueden, antes del tiempo justo, crear las palabras que, sin saberlo o no queriendo todavía saberlo, estaban ya necesitando vitalmente… 
Ponderadas las situaciones, observados los comportamientos, ¿qué es la tolerancia sino una intolerancia capaz aún de vigilarse a sí misma, pero temerosa de verse denunciada ante sus propios ojos, bajo la amenaza del momento en que las nuevas circunstancias se arranquen la máscara que otras circunstancias, de signo contrario, le habían pegado a la piel, como si aparentemente fuese ya la suya? ¿Cuántas personas, hoy intolerantes, eran ayer tolerantes?
¿Qué papel podrá entonces desempeñar el escritor, ese al que parece haberle sido retirada la antigua misión, tácitamente comprendida y reconocida por la sociedad, de abrir camino a las verdades posibles? 
¿Qué dirá, qué escribirá, si cada vez se va haciendo más obvia la impotencia de la literatura, de cada obra literaria y de todas ellas juntas, para influir de modo profundo y permanente en la vida social? 
Si las sociedades no se dejan transformar por la literatura, si, por el contrario, es la literatura la que se encuentra hoy asediada por sociedades que no le piden más que las fáciles variantes de una misma anestesia de espíritu, es decir, la frivolidad y la brutalidad,

  ¿cómo podremos hacer intervenir socialmente la voz y la acción de los escritores, al menos de aquellos a los que el compromiso con la escritura, absoluto o relativo, no ha hecho perder sus obligaciones, relativas y absolutas, como ciudadanos?

Publicar artículos, hacer entrevistas, dar conferencias son tareas derivadas del acto central del escritor: escribir.
 Con independencia de la naturaleza, exigencia y singularidad de la obra a la que el escritor ha decidido consagrar su vida –o, en palabras menos solemnes, el tiempo, el talento y la paciencia–, apetece decir que debería aprovechar todas las ocasiones para glosar, ya con motivos pacíficos, el dicho de Cicerón cuando, al final de sus discursos, viniese o no a cuento, exigía la destrucción de Cartago.
 Las Cartago de hoy se llaman Intolerancia, Xenofobia, Racismo, y nunca serán vencidas si no nos empeñamos en el combate, escritores y no escritores, con los mismos ingredientes con que se hace una obra literaria, paciencia, talento y tiempo, por este orden u otro cualquiera.
Pero, entre los escritores, convoquemos sobretodo a esta lucha a la figura concreta de hombre o mujer que está por detrás de los libros, no para que nos digan cómo escribieron sus grandes o pequeñas obras (lo más seguro es que ni ellos mismos lo sepan), no para que nos eduquen y guíen con sus lecciones (que muchas veces son los primeros en no seguir), sino para que sencillamente se nos presenten todos los días como ciudadanos de este presente, aunque, como escritores, crean estar trabajando para el futuro.
 No se pide que retomemos (si no encontramos para ello en nuestro fuero interno motivos ni razones) los caminos de naturaleza sociológica, ideológica o política que, con resultados estéticos variables, llevaron a aquello que se llamó literatura comprometida, sino que tengamos la honestidad de reconocer que los escritores, en su gran mayoría, han dejado de comprometerse, y que algunas de las hábiles teorizaciones con que hoy nos entretenemos han acabado por constituirse en escapatorias intelectuales, modos más o menos brillantes de disfrazar la mala conciencia, el malestar de un grupo de personas –los escritores, precisamente–, que, después de haberse proclamado a sí mismas como faro del mundo, están añadiendo ahora a la oscuridad intrínseca del acto creador las tinieblas de la renuncia y la abdicación cívicas. 

Traducción de Antonio Sáez Delgado.

17 jun 2020

Bruselas adelantará dinero a las farmacéuticas para tener acceso preferente a las dosis de la vacuna

La Comisión Europea admite que hay riesgo de que las investigaciones financiadas acaben fracasando.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
 
 
La posibilidad de que los ciudadanos de un país europeo se vacunen contra el coronavirus mientras los de otro aguardan temerosos la aparición de rebrotes sin poder inmunizarse es inconcebible para la Comisión Europea.
 Bruselas quiere evitar a toda costa un reparto desigual del futuro remedio, y busca tomar posiciones en la carrera global por hacerse con el fármaco sacando la chequera: el Ejecutivo comunitario financiará la investigación de varias farmacéuticas en su fase inicial.
 Esos fondos actuarán como un contrato de compra por adelantado. A cambio del dinero, una vez lista la vacuna, los países de la UE tendrán derecho a hacerse con un cierto número de dosis.
Bruselas asume que, en un entorno de incertidumbre sobre qué compañía se llevará el gato al agua, el movimiento no tiene por qué culminar con éxito. 
Los laboratorios trabajan a pleno rendimiento en todo el planeta en medio de una competencia feroz, con lo que las elegidas para recibir las ayudas no tienen por qué ser las que lleguen a buen puerto.
 “Siempre existe el riesgo de que las vacunas candidatas que hayan recibido apoyo fallen durante los ensayos clínicos”, ha admitido la Comisión Europea en la presentación de su estrategia.
 La financiación, sin embargo, contribuirá a que las farmacéuticas no carguen en solitario con los elevados costes iniciales, animándolas así a ser más audaces.

Los técnicos comunitarios evaluarán qué proyectos merecen recibir fondos teniendo en cuenta entre otros criterios el rigor científico, la tecnología empleada, la capacidad de producir a gran escala o su coste. 
La compra se hará de forma centralizada por parte de Bruselas a través del llamado Instrumento para la Prestación de Asistencia Urgente, dotado con 2.700 millones de euros.
 Luego, las dosis se distribuirán entre los Veintisiete en función de sus necesidades. 
El Banco Europeo de Inversiones también podría implicarse concediendo préstamos en condiciones ventajosas.
El hallazgo de la vacuna se ha convertido no solo en una necesidad sanitaria para salvar vidas, sino en el único elemento capaz de garantizar que la economía no volverá a detenerse en seco en un momento en que Gobiernos y bancos centrales han empleado gran parte de la artillería a su disposición. 
El rebrote detectado hace seis días en el mayor mercado de Pekín ha exhibido la fragilidad de la victoria contra el virus en Asia y Europa, mientras que en América la enfermedad sigue lejos de ser erradicada.
La pandemia ha dejado por ahora una factura de más de 440.000 muertes y ocho millones de contagios. 
El propietario del arma capaz de vencerla tendrá en su poder la llave de la reapertura total de su economía y la opción de erigir en torno a cada ciudadano un muro de contención contra el virus. 
La UE teme que si China o EE UU se hacen con la vacuna antes que el resto, primen la salud de los suyos en lugar de dar prioridad a un reparto fundamentado en criterios científicos.
 “Cuando se lucha contra una pandemia no hay lugar para el yo primero”, ha exigido este miércoles la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, en un mensaje grabado en vídeo.
La iniciativa conjunta europea también trata de desactivar maniobras por separado de algunos socios de la UE. 
La semana pasada Alemania, Francia, Italia y los Países Bajos firmaron un acuerdo con el grupo farmacéutico AstraZeneca para hacerse con 300 millones de dosis de una futura vacuna.
 El paso no fue bien recibido por todos.
 “La colaboración en el seno de la UE significa que hay colaborar con tantos Estados miembros como sea posible, sin negociar aparte con ciertos países”, lamentó la ministra de Salud belga, Maggie De Block.
 
Von der Leyen cree que la estrategia europea “evita que se desarrolle una competencia entre Estados miembros”, pero el enfoque comunitario va más allá: la intención es garantizar que no será un remedio para ricos, y los países menos desarrollados también podrán vacunar a su población.
 “Europa no es una isla.
 No estaremos a salvo hasta que el resto del mundo lo esté también”, ha afirmado la dirigente alemana. 
La conferencia de donantes impulsada por la UE para asegurar un acceso igualitario ha recaudado 9.800 millones de euros, y el 27 de junio se celebrará una segunda conferencia para elevar la cantidad.

Sin obstáculos burocráticos

Bruselas quiere que la vacuna sea barata, segura, y se distribuya lo más rápidamente posible, pero mientras que antes insinuaba la posibilidad de que estuviera lista antes de otoño, ahora es más cauta y habla de un plazo de entre 12 y 18 meses. 
Para ello, está dispuesta a levantar cualquier obstáculo burocrático que pueda ralentizar el proceso. 
 Agilizará las autorizaciones, hará una interpretación flexible de las normas en el etiquetado o el envasado, y planea dejar en suspenso leyes sobre organismos modificados genéticamente para que no entorpezcan los trabajos.
 “Cada mes ganado en el hallazgo de una vacuna significa salvar vidas, medios de subsistencia y miles de millones de euros”, estima la Comisión.
 La batalla por hacerse con ella lleva meses en liza, a veces de forma descarnada, como cuando EE UU amagó con absorber la farmacéutica alemana CureVac el pasado marzo. Finalmente, el Gobierno alemán logró contener la arremetida de Washington y se convirtió esta semana en su accionista con una inyección de 300 millones de euros para hacerse con el 23% de la compañía.
 Pero el conflicto ilustra la tensión geopolítica latente en torno a la vacuna. 
Su obtención colocará al primero que se haga con ella a la vanguardia científica del planeta. 
Y sobre todo, pondrá a prueba la verdadera magnitud de la cooperación internacional.