Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

15 abr 2020

Robert Wagner habla por primera vez en 40 años de la noche en que murió su esposa, Natalie Wood

El actor participa en un nuevo documental de HBO que trata de mostrar la parte más humana de la actriz después de su muerte, convertida ya en una leyenda.

Robert Wagner y Natalie Wood en 1970. En vídeo el documental de la HBO 'Natalie Wood: What Remains Behind'. GARY LEWIS (MPTVIMAGES.COM) | EPV
 
Los años, incluso las décadas, no borran la conmoción que el mundo sufrió con la muerte de la actriz Natalie Wood en noviembre de 1981. 
La intérprete, eterna por su papel de María en West Side Story (1963), murió a los 43 años a causa de un “ahogamiento”, como reflejaron oficialmente las investigaciones, al caer del barco en el que pasaba las vacaciones de Acción de Gracias con su esposo, Robert Wagner, el actor Christopher Walken y el capitán del navío, Dennis Davern.
Sin embargo, aquel suceso nunca se aclaró del todo.
 Las averiguaciones se cerraron rápidamente, pero se reabrieron en 2001 con la publicación de una biografía que aseguraba —como también ha opinado el capitán del barco— que Wagner estuvo implicado en la muerte de Wood.
 El actor siempre ha tratado de mantenerse en un segundo plano en toda esta historia, pero ahora un documental de HBO ha logrado hacerle hablar.
Natalie Wood: What Remains Behind (que podría traducirse como Natalie Wood: lo que hay detrás) se estrenará el próximo 5 de mayo y ha sido supervisado por la hija de la actriz, Natasha Gregson-Wagner.
 El metraje incluye documentos, audios, imágenes y vídeos nunca antes hechos públicos, como los de la segunda boda de Wood y Wagner —estuvieron casados dos veces: de 1957 a 1962 y desde 1972 hasta la muerte de la actriz en 1981—.
 Pero también hay entrevistas con actores, amigos y personas del mundo del cine, de su entorno, como Mia Farrow, Robert Redford y el propio Wagner.

Es la primera vez en la que, en casi cuatro décadas, Wagner —que el pasado febrero cumplió 90 años— habla públicamente sobre el suceso. 
Para la ocasión lo hace acompañado de su hija, puesto que la propia Natasha es la entrevistadora en este caso.
 En el adelanto del documental que ha dado a conocer en exclusiva el diario británico Daily Mail, ella le pregunta si cree que el caso del ahogamiento de su madre debería reabrirse. 
La respuesta de Robert Wagner es:
 “No creo que haya pasado un solo día en el que no haya pensado en Natalie”.
Dirigida por Laurent Bouzereau, realizador de multitud de documentales sobre el cine de Hollywood y sus estrellas, el metraje se estrenó en el Festival de Sundance.
 En él, Mia Farrow habla sobre cómo le influyó Wood a la hora de ser madre, George Hamilton sobre su profesionalidad y Robert Redford sobre cómo ella le consiguió un papel en la cinta La rebelde, de 1965, su primer gran protagonista de cine.
La hermana de Wood, Lana, también actriz y conocida especialmente por ser chica Bond en los años setenta, ha rechazado participar en el documental. 
Sin embargo, la hija de la fallecida estrella ha preferido dar su versión. 
 La motivación de Natasha para formar parte de este documental parece clara, por lo que se ha podido ver en su adelanto.
 “Desde entonces”, explica en referencia a la muerte de Wood, “todo ha estado tan centrado en cómo murió, y eso ha ensombrecido a quién era ella como persona”.
 Entre algunas de las frases que se oyen decir a Natasha están “El día en que mi madre murió, todo mi mundo se hizo añicos”, o “RJ fue su gran amor”, en referencia al apodo de Robert Wagner.
Wagner es el protagonista de una reciente biografía, Natalie Wood: The Complete Biography, escrita por Suzanne Finstad (Broadway Books), que ya escribió la de 2001 en la que desveló nuevas pruebas que sugirieron que la muerte de la actriz no fue accidental y que logró abrir la investigación.
 En este nuevo libro, Finstad relata que, durante su primer matrimonio y cuando ella tenía apenas 22 años, pilló una noche in fraganti a Wagner manteniendo una relación con David Cavendish, el mayordomo inglés del actor.
 Una revelación que cambió su vida y su visión del matrimonio.
Natasha Gregson-Wagner tiene ahora 50 años, pero apenas tenía 11 cuando su madre cayó, en una noche de tormenta y mar agitado, por la borda del Splendor.
 Horas antes Natalie y Robert habían mantenido una fuerte pelea. Vestida con un pijama de franela, calcetines y una chaqueta roja, su cuerpo se encontró a la mañana siguiente y su investigación fue cerrada en pocas semanas.


 

Personas mayores: entre nosotros no hay descartables

El autor, ex ministro de Costa Rica y vicedirector de la FAO, cuenta su experiencia de confinamiento por la Covid-19 en este país y cómo, en él y en Italia, la población defiende más el derecho a la vida de sus mayores que al posible impacto económico.

Una mujer mayor ataviada con sombrero disfruta en solitario de un día de sol en el Queen's Park Savannah, el principal parque de Puerto España (Trinidad y Tobago), pese a las restricciones y la orden de quedarse en casa.
Una mujer mayor ataviada con sombrero disfruta en solitario de un día de sol en el Queen's Park Savannah, el principal parque de Puerto España (Trinidad y Tobago), pese a las restricciones y la orden de quedarse en casa. EFE

 

Hace unos días seguí el debate entre el gobernador de Nueva York y los conservadores estadounidenses.
 Cuomo decía “aquí toda vida es preciosa” mientras, en la acera de enfrente, el popular show de Glenn Beck, ícono entre los conservadores, difundía propuestas para no sacrificar la economía, tales como que el efecto de inmunidad comunitaria (herding) era preferible al aislamiento.
 Beck lo resumía así: “Incluso si todos nos enfermamos, es mejor morir que matar al país” (traducción libre, publicado el 29 de marzo del 2020, en Common Dreams).

Leí con profunda tristeza los relatos de médicos italianos de cuánto les dolía negar un respirador a un anciano cuando, presionados por la escasez, tenían que optar entre su vida y la de otro enfermo de menor edad y con más probabilidades de sobrevivir.
 A pesar del desconsuelo de los profesionales en salud, esta era una decisión basada en un protocolo y principios éticos no por etnia, riqueza, orientación sexual religión o nacionalidad.
Por esas vicisitudes de la vida he visto la llegada de la pandemia en Italia y Costa Rica.
 En ambos países atestigüé una inmensa mayoría de la población defendiendo el derecho a la vida de sus mayores y solo una minoría más preocupada por el posible impacto en su situación económica.

Vivo mi cuarentena en Costa Rica, aquí nadie se ha atrevido a defender la tesis utilitaria y el país sigue atento a cuantas unidades de cuidados intensivos se encuentran disponibles. 
Los servicios de la salud pública dan acompañamiento a los ancianos y proveen de alimentos a los niños que ya no van a los comedores escolares, el país entero llora cada muerto (a la fecha, tres) y cada paciente recuperado es motivo de celebración.
 Después de más de 40 días en el país no he podido ir a ver a mi madre, ni a la mayoría de mi familia.
 Simplemente, acepto que el no visitarla es una muestra de amor y respeto.
 Adulta mayor de 87 años, con 12 de padecer Alzheimer, ella y los de su condición son para mí y para una inmensa mayoría de la sociedad costarricense e italiana no descartables.
Finalmente, pienso que el grueso de la población en estos dos países acató las instrucciones por altruismo.
 El acatamiento es y ha sido la norma.
 Lo que no he escuchado hasta ahora ni en Italia ni en Costa Rica es a políticos o dirigentes empresariales relevantes defender la primacía de la economía sobre la vida de los más vulnerables.
 Por ahora puedo dormir tranquilo; para los costarricenses y para los italianos mi madre no es descartable.
 ¡Para estos pueblos toda vida es preciosa!

René Castro es vicedirector general de la FAO y ocupó las carteras de Exteriores y de Medio Ambiente y Energía de Costa Rica entre 1994-2014 como ministro.

Otros tiempos, otra pandemia: las dos muertes de Albert Delègue, el gran ‘top model’ de los noventa

Otros tiempos, otra pandemia: las dos muertes de Albert Delègue, el gran ‘top model’ de los noventa.

Un 14 de abril de 1995, hace 25 años, fallecía uno de los modelos más célebres de su tiempo. 

La familia dijo que había sido un accidente de esquí.

 El mundo solo tardó una semana en conocer la verdad.

Albert Delègue se hizo popular gracias a la campaña de perfumes Armani, que protagonizó entre 1991 y 1995 y por la que se embolsó 760.000 euros.
Albert Delègue se hizo popular gracias a la campaña de perfumes Armani, que protagonizó entre 1991 y 1995 y por la que se embolsó 760.000 euros.
 
 
Hace veinticinco años murió uno de los hombres más bellos del mundo. 
Lo de su belleza es un dato más o menos objetivo: de hecho era tan bello que vivía de ser bello hasta que dejó de hacerlo (de vivir, se entiende).
 Se llamaba Albert Delègue. Y es importante recordar su nombre, como es importante recordar el motivo de su muerte, que fue la pandemia del sida.

Tantos siglos de arte y literatura para convencernos de que la muerte nos llega a todos por igual, y sin embargo la realidad se obstina en negarlo.
 Que nos llega a todos no vamos a discutirlo a estas alturas: es lo de por igual lo que chirría.
 Ni todas las muertes son iguales, ni lo son todas las pandemias. Tomemos por ejemplo esta que aún nos tiene sometidos: nunca una enfermedad había promovido tanto la exposición mediática como el COVID-19, y eso que estamos todos guardados en nuestras casas bajo siete llaves (para el ahí afuera de Instagram aún no hay restricción que valga). 
En el extremo opuesto, hay otra plaga que sigue perfectamente operativa sin que emerja el mismo deseo de airear su impacto individual.
 Pero es un impacto elevado, si consideramos que en todo el mundo hay unas cuarenta millones de personas viviendo con el VIH. 
Y, por mucho que afortunadamente hayan quedado atrás sus días de apogeo, el sida sigue matando unas 770.000 personas al año, según datos de ONUSIDA (Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/sida).
Albert Delègue (1963-1995) nació en Rambouillet, a unos 42 kilómetros de Paris, en una familia de clase media acomodada: madre ceramista, padre médico, dos hermanas mayores.
 Pero su infancia y juventud transcurrieron en el pueblecito pirenaico de Mérilheu, donde trabajó durante varios años como instructor de esquí.
 Muy deportista, disfrutaba por igual descendiendo por las pendientes de la estación de La Mongie que de deslizándose por los meandros del río Adur.
Su gran oportunidad se manifestó en París en 1989. 
Allí le echó el ojo Olivier Bertrand, director de la prestigiosa agencia de modelos Success.
 Los había presentado uno de los becarios de la agencia, que casualmente pertenecía al grupo de amigos de Delègue, y su apostura no le pasó desapercibida al avezado booker.
 “Me di cuenta de inmediato de que se convertiría en un top model”, declararía Bertrand a la revista OK Podium
“Dos días después de que lo ficháramos, ya conseguía un contrato muy importante”.
 Un spot para Parfums Bourgeois lo situaba en el mapa del modelaje a la edad de veintiséis años.
 Podría decirse por ello que Albert Delègue se presentaba a la carrera algo tarde, pero por otros motivos afirmaríamos que lo hacía en el momento justo. 
Porque su irrupción coincidía con los inicios de un fenómeno hasta entonces inédito y que apenas duraría una década: la profesión de maniquí jamás ha gozado de tanta divulgación y prestigio social como en aquellos años dorados, ni volvería a hacerlo.
 Por supuesto, y con gran diferencia, eran las mujeres las que en este asunto se llevaban la parte del león.
 Pero también hubo un pequeño grupo de supermodelos masculinos que se beneficiaron del boom: hoy solo a los más fanáticos les sonarán los nombres de Michael Bergin, Cameron Alborzian, Marcus Schenkenberg o Greg Hansen; con más nitidez recordamos a Mark Vanderloo.
 Junto a su amigo Alain Gossouin, Delègue formó parte de una avanzadilla de este advenimiento fashion desde las filas de Success.
En aquellas filas precisamente lo conoció un español que hoy está al frente de otra importante agencia, y que prefiere que no se cite su nombre.
 A principios de los noventa, con apenas veinte años, también él comenzaba una carrera como modelo que lo llevó de Madrid a París.
 Y una vez allí fue Delègue quien le abrió las puertas de Success. Literalmente, queremos decir: “En cuanto llegué a la ciudad, me presenté en la agencia y llamé a la puerta. Pues bien, fue Albert quien abrió. Incluso me ayudó con la maleta.
 Él aún no era tan conocido, pero nada más verlo alucinabas por lo guapísimo que era, además de tan educado.
 No muy alto, eso sí”.
“Señora, los hombres que hacen eso son unos cobardes”, dijo un colaborador televisivo sentado al lado de Albert Delègue, “y a veces maricones”. El público lo jalea mientras plano brevísimo muestra a Delègue sonriendo con cierta desazón
Poco importaba la estatura, ya que su fuerte no fueron las pasarelas sino la publicidad. 
Durante la primera mitad de la década, el rostro de Albert sirvió como reclamo para marcas como Calvin Klein, Valentino, Sonia Rykiel, Kenzo, Versace o la tan de aquella época Chevignon. 
Pero sobre todo fue requerido como imagen de los perfumes de Armani, un desempeño por el que entre 1991 y 1995 acumuló cinco millones de francos (al cambio, unos 760.000 euros).
 La suma, desde luego muy respetable, quedaba lejos de los honorarios de una Christy Turlington (que había firmado con Maybelline por una cantidad similar cada año) o una Claudia Schiffer (que solo en 1995 ganaba unos once millones de euros).

 

Pero el contrato lo hizo figurar poco menos que en toda revista vagamente aspiracional que en el mundo se imprimió durante aquel lustro, carteles y vallas publicitarias aparte.
 Y, cabe pensar que por lo armónico de unos rasgos que evocaban cierto clasicismo paneuropeo, estas fotos publicitarias fueron de inmediato reapropiadas para ilustrar incontables carpetas de colegiales/as.
 En fin, aquel era un mundo anterior al de la sobreabundancia de imaginería digital en el que ahora vivimos.
Las cosas eran, en efecto, muy distintas en aquel mundo de ayer que por tiempo no queda tan lejos del de hoy.
 Ofreceremos una prueba de ello, ya que incorpora a nuestro protagonista.
 En 1993, dos años antes de su muerte, Delègue acude a un programa del canal televisivo TF1 llamado Coucou c'est nous!, especie de antepasado galo de El hormiguero donde suceden todo tipo de cosas a un ritmo vertiginoso y sin que al invitado se le conceda un papel más relevante que el de simple coartada.
 Una de esas cosas que suceden consiste en un adivino mezcla de Carlos Jesús y druida Panorámix que aconseja a los oyentes sobre sus cuitas amorosas. 
A una mujer que se huele lo peor porque su última pareja hace tiempo que no le contesta al teléfono, el vidente le confirma que acaban de abandonarla. 
Interviene entonces el presentador, de nombre Christophe Dechevanne:  El público lo jalea. “Así que no se pierde usted nada”. 
Más jaleos del público. 
Un plano brevísimo muestra a Delègue sonriendo con toda su profesionalidad de top model internacional, y solo desde la perspectiva que nos da el mundo de hoy notaríamos que por esa sonrisa se filtra cierta desazón.
Albert Delègue en una campaña de Scapa que se hizo popular a comienzos de los noventa.
Albert Delègue en una campaña de Scapa que se hizo popular a comienzos de los noventa. Scapa
Delègue murió en Toulouse el 14 de abril de 1995, y la familia no tardó en informar de la causa: un accidente de moto acuática sucedido el anterior verano. 
Hubo que esperar hasta cinco días para que el diario L’Humanité publicara una breve nota informativa que rezaba: “El top model Albert Delègue ha fallecido de sida en el hospital Purpan de Toulouse, a la edad de 32 años”. 
El número de mayo de la revista gay Idol repetía la información, especificando que la verdadera causa del fallecimiento había sido una encefalitis consecuencia del VIH.
 EL PAÍS, en España, publicó la noticia el 23 de abril: "Albert Delègue (32 años), un modelo publicitario conocido por sus facciones angulosas, sus ojos claros y su sonrisa distante, falleció el viernes 14 de abril en Toulouse, Francia, víctima de una encefalitis desarrollada a consecuencia del virus del sida".
Sin embargo, se eliminó una intervención de Alain Gossuin en el programa televisivo Tout est possible que confirmaba la versión de la prensa. 
De nuevo, se apunta a la familia como responsable de la censura. “Ellos querían silenciar los verdaderos motivos de la muerte”, declararía en 2010 a la revista Playboy el colega de profesión y amigo de Delègue. 
“Pero yo pensé que mi intervención pondría de relieve una plaga que había alcanzado un alcance preocupante”.
Y no se equivocaba Gossuin. 
Ni respecto a la magnitud de la tragedia, ni respecto a lo acertado de sus intenciones.
 Si algo tenemos que agradecer a quienes han hablado públicamente de la pandemia durante estas larguísimas cuatro décadas que lleva acompañándonos es su contribución a que entendamos que el sida es un problema global, y que como tal a todos nos afecta.
 En realidad lo entendemos, y sin embargo ahí sigue el estigma, casi tan presente como el primer día. 
Los infectados pueden hablar de ello: ya lo hacen cuando les dejan, y lo harían aún más si el estigma no fuera aún una realidad, precisamente.
Pero cuando Delègue murió, no solo su familia trató de ocultar las causas: se dice que Karl Lagerfeld, amigo suyo, intentó comprar todos los ejemplares del número de Paris Match donde aparecía el obituario con el fin de preservar su intimidad.
 La historia cojea por la pata de la verosimilitud, pero si fuera cierta tampoco habría nada que reprocharle al káiser. 
Entre las motivaciones de todo lo que piensa y hace el ser humano siempre estarán presentes el clima social y el instinto de proteger a sus seres queridos.
Pero desde 1995 hemos aprendido muchas cosas, y una de ellas es que hay que seguir hablando de las epidemias, de todas las epidemias, y hay que seguir rememorando a las víctimas con sus nombres y apellidos.
 Hoy, rememorando justamente a una de esas víctimas, de nombre Albert Delègue, nos viene a la cabeza la frase de Platón que afirma (y perdonen por el símil bélico): 
“Solo los muertos han visto el final de la guerra”.


 

Retrato del escritor como un amigo....................... Juan Cruz

Richard Ford y Natalia Ginzburg firmaron sendos textos que se dan la mano, dos semblanzas excepcionales de dos grandes escritores del siglo XX: Raymond Carver y Cesare Pavese.

El escritor estadounidense Richard Ford, en una imagen de 2008.
El escritor estadounidense Richard Ford, en una imagen de 2008.

Es la lectura que sigue la que explica por qué aquel hombre, solitario, sobrio, modesto, generoso, desinteresado, trazó una línea en el suelo de su pueblo hasta el lugar, un hotel, en el que “quiso morir como un forastero”.

 Imaginó su muerte, la describió incluso.

Leer ahora ese texto de Natalia Ginzburg es como dar un abrazo a todos esos amigos a los que hemos perdido por el camino y en los que vimos, quizá, el aire que dejó tras de sí aquel hombre descrito por su amiga desde el herido silencio de la desgracia. El buen Cesare.