Las redes sociales son el terreno en el que la cantante alza su voz y
recibe críticas.
El último episodio de la artista donostiarra ha surgido
después de que publicara en su Instagram una foto de ella junto a su
perro Pop (fallecido el pasado agosto) con motivo del Día
Internacional del Beso que se celebró el lunes.
Una de sus seguidoras le
dejó entonces un comentario muy directo: “Queremos fotos nuevas”.
La
intérprete no se tomó demasiado bien la recomendación: “Esta foto es
inédita y significa mucho para mí... Me como a besos y abrazo a mi amor Pop
que murió el agosto pasado.
Me gustaría tener la libertad de colgar las
fotos que me dé la gana, sean antiguas o actuales y si no te gustan...
ya sabes... Y esto va también para algunas personas que me dicen cosas
parecidas.
Os aseguro que todo tiene un porqué”.
Aunque la seguidora se disculpó y aseguró que su comentario no escondía una mala intención, otros instagramers no compartieron el tono de la respuesta de la artistas y le reclamaron una rectificación.
“No...
realmente no entiendes como me siento... no lo sabes... para eso
tendrías que haber estado y estar en mis zapatos... sé que no lo hizo
con mala intención pero probablemente el comentario que ha puesto es el
último que yo hubiera escrito... como he dicho... todo tiene un
porqué... he sufrido muchísimo (...) Cuando crea conveniente haré lo que
tenga que hacer... lo último que necesito es más presión... sé que me
queréis y que levantáis los brazos siempre por mí, lo tengo clarísimo,
al igual que yo por vosotros y espero que lo tengáis clarísimo... ahora
solo necesito curarme y componer con tranquilidad y sin presiones mi
nuevo disco”.
Su club de fans ya se ha movilizado bajo la etiqueta
#EnLosZapatosDeAmaia para intentar trasladarle positividad.
No ha
trascendido públicamente qué es lo que sucede con Amaia Montero, pero
hace un par de semanas ya dejó una advertencia en su perfil oficial de
Twitter: “Hola a tod@s...respecto al live que comenté y que me
hacía tanta ilusión al igual que a vosotros por todas vuestras
respuestas, comentarios y cariño que he podido sentir, os quiero
comunicar que no me encuentro bien físicamente para hacerlo, mucha
fuerza y todo mi amor a todos”.
Hace dos años Montero vivió uno de sus momentos
más polémicos en las redes, que incluso la llevó a un enfrentamiento
con su compañera de profesión Malú, a quien acusó de llamarla gorda
cuando esta trataba de defenderla de las críticas sobre su peso.
La
donostiarra contestó: “Ni protagonismo ni hostias, me ha llamado gorda y punto".
“Lo que más pena me da es que yo me entrego mucho a mi trabajo, y desde
que nació el disco ha sido polémica tras polémica pero, sobre todo, sin
hablar de lo que es el disco.
Eso es lo que más me dolía”, dijo
entonces la cantante.
Greta Garbo: tres décadas «escondida» con su ama de llaves en un apartamento del Upper East Side.
'Mujeres recluidas'-
capítulo 6: Se forjó una leyenda como la diva más misteriosa e
inaccesible del Hollywood dorado.
Desde niña sintió que necesitaba estar
sola y tras el fracaso de 'La mujer de las dos caras' decidió ocultarse
del mundo.
Ahora se cumplen 30 años de su muerte.
Primero estuvo sola entre multitudes. Luego, de repente,
decidió apartarse de un mundo que la adoraba y pasar desapercibida
hasta su muerte. Greta Garbo (Estocolmo, 1905-Nueva York, 1990)
fue una de las actrices mejor pagadas de la era dorada de Hollywood: se
le permitían extravagancias impensables (había tomas que exigía rodar a
solas con el cámara y el iluminador, sin la supervisión del director) e
imponía con quién protagonizar sus películas (exigió que su amante John
Gilbert interpretara con ella La reina Cristina de Suecia, en 1933, uno de sus grandes éxitos, en lugar de Charles Boyer o Laurence Olivier, las apuestas del estudio). Su nombre real era Greta Lovisa Gustafsson. Fue la pequeña de tres
hermanos criados en una familia de un barrio humilde de Estocolmo de la
que nunca quiso hablar demasiado. Su madre trabajaba en una
fábrica de mermelada y su padre como barrendero, operario y en una
carnicería hasta su muerte cuando ella solo tenía 14 años. A
los 15 empezó a ganarse la vida, primero en una barbería y luego como
modelo de sombreros en los grandes almacenes PUB. Su fotogenia se hizo
patente muy pronto y tras los anuncios llegó su primer papel
cinematográfico, en la comedia Pedro el tramposo (1922). Empezó
a estudiar interpretación y el director Mauritz Stiller vio su
potencial: a él se le atribuye su sonoro nombre artístico –solo con
decir La Garbo ya sobraban las palabras– y fue quien –en 1924, en su
película La leyenda de Gösta Berling– le dio el personaje que
consiguió que el magnate del cine Louis B. Mayer se fijara en ella y la
fichara como estrella de la Metro-Goldwyn-Mayer (MGM).
‘La tierra de todos’ (1926), basada en una novela de Vicente Blasco Ibáñez, supuso su debut en Hollywood. Foto: Getty
Cuando llegó a Hollywood con 20 años Garbo apenas se defendía en
inglés. Eso no fue problema: era la época del cine mudo y su rostro
–George Cukor y Bette Davis decían que tenía una luz propia, una
expresividad sobrenatural en los planos cortos– hablaba por ella.
Consiguió cambiar el paradigma estético de las protagonistas femeninas:
con su 1,71 de altura y su cuerpo atlético (practicaba yoga y fue una
temprana seguidora de las enseñanzas de Josep Pilates) acabó con el
estereotipo de mujer menuda y frágil. Se convirtió en una diva del cine mudo y el paso al sonoro no acabó con su buena estrella, más bien acrecentó su popularidad. La primera frase que pronunció en Anna Christie (1930), su debut sonoro, fue: «Ponme un whisky, con ginger ale aparte Y no seas tacaño, querido» [se lo decía a un camarero]. Este hito fue
promocionado a bombo y platillo por MGM bajo el eslogan «¡Garbo
habla!».
Su leyenda de diva misteriosa y reservada se forjó desde sus inicios
hollywoodienses: se negaba a firmar autógrafos y fotografiarse con sus
fans, apenas asistía a eventos y tampoco le gustaba conceder entrevista. La prensa la llamaba La Divina por su magnetismo, pero también La
Esfinge Sueca, por lo enigmático de su expresión. «Siempre he
tenido mal humor. Desde que era solo una niña pequeña he querido estar
sola. Detesto las multitudes, no me gusta estar con muchas personas», afirmó en una ocasión, y esa frase la persiguió toda su vida. Tanto, que en una entrevista en la revista Life
matizó sus palabras años después: «Nunca he dicho: ‘Quiero estar sola’.
Simplemente dije: ‘¡Quiero que me dejen sola!’. Hay una diferencia». Fuera o no intencionada, esa imagen de privacidad y soledad se
convirtió en su sello, sobre todo a partir de su retiro voluntario del
mundanal ruido, los rodajes y la fama, tras el fracaso comercial de su
película La mujer de las dos caras en 1941, dirigida por Cukor. Greta Garbo tenía 36 años, había sido actriz 16 y rodado 28 películas.
Ahí frenó en seco, dejó de aparecer en público y se autorrecluyó en su
mansión de Los Ángeles, un refugio que en 1954 cambió por un piso de
casi 300 metros cuadrados en el número 450 de la calle 52 Este, a medio
camino entre la sede de la ONU y el Upper East Side.
Cuando
salía de casa siempre ocultaba su rostro con gafas y se tapaba la cara
con carteras o paraguas para evitar las cámaras de los ‘paparazzi’ que
la seguían.
En las imágenes, en 1958 (izda.) y 1959. Foto: Getty
Siempre se rumoreó que volvería a lo grande, varios directores
escribieron papeles para ella, persiguiendo su esperado retorno.
Federico Fellini dijo que Garbo era la «creadora de una religión llamada
cine». Le ofrecieron ser la Norma Desmond de El crepúsculo de los dioses (finalmente interpretada por Gloria Swanson). Pero eso nunca se hizo realidad. El
retiro de La Divina había coincidido con la Segunda Guerra Mundial y,
poco a poco, se fue convirtiendo en una ermitaña urbanita, que salía
sola a pasear por los alrededores de su casa pero apenas tenía
apariciones públicas. Se decía que no quería que vieran cómo estaba
cambiando ese rostro que tantos primeros planos copó: cuando pisaba la
calle, siempre se protegía con grandes gafas, un paraguas, pañuelos o
una cartera para evitar que los paparazzi la retrataran. «He
pensado en volver a hacer una película, pero no estoy segura. El tiempo
deja su marca en nuestras pequeñas caras y cuerpos», escribió en una de
sus cartas (muchas de estas misivas se han subastado en los últimos
años).
Sí viajaba, ocultándose siempre, a las casas en Suiza o la Riviera
Francesa de sus amigos y asistía a pequeñas reuniones y eventos con
estos íntimos, como la millonaria Cécile de Rothschild o la condesa de
Wisborg, Marta Wachtmeister. Con esta noble sueca mantuvo una intensa
correspondencia. Sotheby’s subastó algunas de las cartas en 2016, y en
ellas queda patente el misterio Garbo y su carácter introspectivo: la
actriz recluida le cuenta a la condesa que echa de menos «los veranos
con lluvia en los que te envuelve la maravillosa melancolía» de su
tierra natal y subraya su soledad con frases como «Siempre estoy sola y
hablo conmigo misma». La actriz y guionista suiza Salka Viertel –que
escribió el guion de varias películas de Garbo, como Anna Karenina– fue otra de sus confidentes. En una de sus cartas La Divina describía su aislada cotidianidad: «No
voy a ninguna parte, no veo a nadie (…) Es duro y triste estar solo,
pero a veces resulta incluso más difícil estar con alguien. Lo
que permanecemos en la Tierra sería mucho más amable si este corto
espacio de tiempo fuéramos eternamente fuertes y jóvenes».
«Irónicamente, buscando evitar la publicidad, se convirtió en una de las mujeres más publicitadas del mundo», aseguraba el obituario que el 16 de abril de 1990, un día después de su muerte hace ahora 30 años, le dedicó The New York Times. Y el de Los Angeles Times
insistía también en esa contradicción: «En la muerte, como en la vida,
ella fue una paradoja, una figura pública que ha vivido
clandestinamente, evitando la publicidad a cualquier coste. Sin embargo,
ese deseo casi histérico de privacidad en sí mismo la convirtió en una
de las personas más publicitadas aunque menos visibles del mundo».
Fotograma
de ‘La mujer divina’ (1928),
Pese a la popularidad de películas como La dama de las camelias
(1936), Greta Garbo nunca obtuvo un Oscar, aunque estuvo nominada en
cuatro ocasiones.
Y cuando la Academia le otorgó el Oscar Honorífico en
1955, por supuesto, no fue a recogerlo.
En la gran pantalla
interpretó papeles trágicos, fue la cara del desamor, y mantuvo romances
con algunos de sus compañeros. Lejos de las cámaras, hay biógrafos que
afirman que era bisexual y mantuvo relaciones con actrices como Mimi
Pollak y escritoras como Mercedes Acosta.
Nunca se casó ni tuvo hijos.
Las
últimas tres décadas de su vida la única compañía constante de la que
disfrutó fue la de su ama de llaves, Claire Koger, quien afirmó tras su
desaparición que eran «como hermanas».
Vivían en el edificio The
Campanile, en un piso con vistas al East River, rodeadas de una
impresionante colección de arte, con obras de Renoir, Bonnard o Van
Dongen.
Entre esas paredes, La Divina mantenía su reinado, pero fuera de
ellas nadie logró nunca descifrar a La Esfinge.
Su
sobrina heredó el apartamento en el que vivió Garbo hasta su muerte, en
el 450 de la calle 52 Este de Manhattan: tenía unas impresionantes
vistas al East River y albergaba su valiosa colección de arte. En 2018
se vendió por 8,5 millones de dólares. Foto: HALSTEAD PROPERTY, LLC
Acaba de cumplirse un aniversario más –y van 59- del vuelo
espacial de Yuri Gagarin, la primera incursión del ser humano fuera de
la Tierra.
Muchas agencias espaciales, tanto oficiales como oficiosas,
centros de ciencia y agrupaciones de aficionados siguen conmemorando ese
día, aunque este año, por razones obvias, las celebraciones no se han
realizado en Rusia, como suelen, y no han pasado de una mención en
algunos periódicos.
Como si el destino quisiera contentar a las dos
superpotencias que se embarcaron en la carrera espacial, el 12 de abril
marca también otro aniversario: el del lanzamiento del Columbia, el primer transbordador espacial, justo veinte años después del vuelo de Gagarin.
Hay opiniones contradictorias sobre si el transbordador
espacial fue un triunfo o una rémora que durante muchos años engulló
fondos que podían haberse dedicado a otros programas.
Nadie discute que
se trató de un extraordinario triunfo de la ingeniería aeroespacial, y
que jugó un papel determinante en la construcción de la Estación
Espacial Internacional o en el lanzamiento de satélites tan icónicos
como el telescopio Hubble. Pero lo cierto es que el transbordador nunca llegó a cumplir expectativas.
Los dos accidentes mortales del Challenger y el Columbia – y también factores económicos- precipitaron su retiro en 2011.
Desde entonces, el acceso al espacio ha estado virtualmente monopolizado por las cápsulas Soyuz (o sus derivados chinos, Shenzou).
Los astronautas rusos, americanos o europeos vuelan ahora a caballo de
unos cohetes descendientes directos del que en su día impulsó a Gagarin.
Plan de vuelo
El
plan de vuelo preveía realizar solo una vuelta a la Tierra. Noventa
minutos. Gagarin sería un mero pasajero, sin capacidad para maniobrar su
cápsula. En el momento del despegue se pondría en marcha un
temporizador para encender el motor de frenado justo al completar la
primera órbita. Gagarin no tendría que hacer nada salvo mirar por la
ventanilla e informar de sus impresiones.
En
contra de la leyenda, no hubo astronautas rusos perdidos en el espacio
antes de Gagarin.
Por el contrario, Sergei Korolev, el von Braun ruso,
tuvo un especial cuidado en garantizar que su cápsula Vostok era
segura.
Se lanzaron al menos media docena de prototipos, algunas, con
perros a bordo.
Unas tuvieron éxito y otras no. La famosa secuencia
cinematográfica del despegue, generalmente atribuida al vuelo de Gagarin
en el que se ve la sombra del cohete ascendiendo sobre el reverberar de
sus escapes corresponde, en realidad, a un vuelo de prueba realizado en
julio del año anterior: pocos segundos después de ese plano, el cohete
estalló.
La altura de vuelo estaba calculada para asegurar que, en
caso de fallo del motor de frenado, el rozamiento del aire provocaría la
reentrada entre cinco y siete días después.
A bordo había aire y
alimentos (pasta nutritiva en tubos como dentífrico) suficientes.
Por
desgracia, el cohete funcionó durante más tiempo del previsto y el Vostok
entró en una órbita demasiado alta.
El frenado aerodinámico no hubiese
tenido efecto hasta cerca de un mes más tarde, con consecuencias fatales
para su ocupante.
Pero no hizo falta recurrir a esa medida de
emergencia. El retrocohete funcionó como estaba previsto.
Lo
que no funcionó tan bien fue la separación de la cápsula del resto de
la nave.
El mecanismo que debía liberarla se trabó; cabina y módulo de
servicio entraron en la atmósfera unidos por un mazo de cables, dando
tumbos incontroladamente.
Al final, el calor lo rompió y la cabina
esférica con Gagarin dentro pudo estabilizarse y abrir el paracaídas de
frenado.
Gagarin utilizó el asiento expulsor de la
cápsula y bajo al suelo con su propio paracaídas, un detalle que la
Unión Soviética mantuvo oculto durante años, a fin de poder reclamar las
marcas mundiales de altura y velocidad.
Las normas de la Federación
Aeronáutica Internacional exigían que el piloto estuviese a bordo desde
el despegue a la toma de tierra.
La alteración de la órbita hizo que Gagarin cayese fuera de
la zona de recogida. Fue a parar a un campo de patatas, próximo a un
pueblecito llamado Smelovka, muy cerca de la orilla izquierda del Volga.
De hecho, mientras descendía colgado de su paracaídas llegó a temer que
su viaje acabase en el agua.
Su comité de bienvenida se limitó a una
asombrada granjera y su hija.
Para tranquilizarlas, Gagarin señaló a las
siglas CCCP pintadas en su casco identificándose como “ciudadano
soviético”.
Gagarin se convirtió al instante en un icono
mundial. Joven, de una simpatía arrolladora, era el ejemplo perfecto del
nuevo conquistador del cosmos.
Siempre había sido el candidato favorito
del propio Korolev. Otros compañeros suyos –de uno y otro lado- no
darían una imagen tan atractiva.
Convertido en un
símbolo, Gagarin nunca volvió a volar, aunque siempre formó parte del
equipo de cosmonautas.
Se dice que él y Alexei Leonov –otra leyenda, el
primero en realizar un paseo espacial- eran los principales candidatos
para pilotar la primera expedición soviética a la Luna.
Él como piloto
de la nave principal, Leonov para bajar a la superficie.
No
sería así.
Gagarin falleció en 1968 a raíz de un absurdo accidente de
aviación. Aunque las circunstancias fueron un tanto confusas parece que
el avión que pilotaba, un MiG-15, se desestabilizó por la onda de choque
de un caza supersónico que pasó junto a él. Tenía 34 años.
De no haber
sufrido esa fatalidad, hoy Gagarin sería un respetable abuelito de 86,
aproximadamente, la misma edad que tienen hoy los supervivientes de la
promoción de astronautas que años más tarde pisaría la Luna.
Rafael Clemente es ingeniero industrial y
fue el fundador y primer director del Museu de la Ciència de Barcelona
(actual CosmoCaixa). Es autor de ‘Un pequeño paso para [un] hombre’
(Libros Cúpula).
En esta época en la que apuñala la nostalgia, amenaza la
locura y en la moneda sale cruz, el mundo necesita de cánticos que
levanten los ánimos y las gargantas.
Y, bendecida por el destino, le ha
tocado a Resistiré,
la canción del Dúo Dinámico que Manuel de la Calva y Ramón Arcusa
llevan cantando desde 1988.
El tema lo compusieron De la Calva (la
música) y el letrista Carlos Toro, autor de más de 1.300 temas.
Ninguno
de los tres termina de creerse el dulce momento del que era un himno y
ahora es, casi, himno nacional.
Resistiré ha vuelto a poner de relieve al Dúo Dinámico.
Nadie les había olvidado, no, estaban en ese magma de clásicos que
subyace bajo la música de la radio, del día a día.
Pero ellos siguen
ahí, haciendo giras año tras año, cantando sus temas ante un público que
les es fiel desde hace más de seis décadas.
Aquellos dos jovencitos
sonrientes que ya han cumplido 83 años fueron los primeros en generar un
fenómeno fan en España y América Latina.
“En los sesenta, vendían más
discos que tocadiscos había en España”, anota Toro.
Ellos
saben que de aquello sembrado, esto recogido.
Son arduos trabajadores,
artistas, que no estrellas.
“Lo teníamos muy claro al principio, aunque
suene pretencioso.
Veníamos de trabajar en una empresa de motores de
aviación, en la que habíamos entrado de aprendices y recogido las
virutas de tornos y fresadoras.
Cuando decidimos emprender algo nuevo y
desconocido, tuvimos que renunciar a todo y comenzar otra vida”, explica
a EL PAÍS Manuel de la Calva, recordando cómo fueron pioneros.
“Incorporamos estilos novedosos en 1959: portadas en color y con fotos
con calidad (parece mentira, ¿no?); pasar de grabar con cuatro músicos a
grandes orquestas; inventar el merchandising vendiendo más de un millón de postales del Dúo en todos los quioscos de España…
Y rodamos cuatro películas”.
Una familia de Logroño posa disfrazada en su balcón. En vídeo, 'Resistiré', la canción de la cuarentena. RAQUEL MANZANARES (EFE | VÍDEO: EPV)
Estos días gestionaban la gira que les iba a llevar, como cada verano, por fiestas y teatros de toda España. El coronavirus,
obviamente, lo ha frenado.
“No sabemos qué va a pasar”, reconoce la
otra pata del dueto, Ramón Arcusa.
“Yo desde Miami y Manolo en Madrid
estamos en total comunicación, y nuestro WhatsApp echa humo.
Pasamos la
mayor parte del tiempo haciendo entrevistas y atendiendo a todos los que
se interesan en estos momentos por lo que representa Resistiré”.
Y representa mucho.
Explican desde Spotify que “el tema ha aumentado
sus escuchas en más de un 435% desde el 15 de marzo y, en España, la
canción permanece en el Top 50 más virales”.
Cuenta Arcusa que son del todo conscientes del poder de la canción, que ya usó Pedro Almodóvar en ¡Átame! “Hemos cedido su uso a infinidad de grupos sociales: asociaciones de
alzhéimer, de párkinson, de albergues juveniles, campañas de niños con
cáncer, ahora a la Comunidad de Madrid, también nos lo han pedido para
la patrulla Aspa del Ejército del Aire… Y si sirve de alivio y de
esperanza para la solución de los problemas y males que nos asolan estos
días, estaremos muy satisfechos y más que orgullosos de contribuir. Escuchar a millones de gargantas que cada día entonan nuestra canción
nos impresiona y emociona”
Hablar de un grupo de 1958 en 2020 parece casi una reliquia,
o un milagro.
Más cuando el dúo se separó allá por 1973.
Pero no son un
grupo cualquiera. “Decidieron regresar a cantar en la fiesta de
presentación de El Periódico de Catalunya.
Era 1978. Su dueño,
Antonio Asensio, se empeñó.
La oferta fue tan irresistible que tuvieron
que aceptar”, recuerda Carlos Toro, que además de letrista es periodista
y editó una biografía oficial del grupo en 2001.
Ramón de la Calva
lanzará una nueva en junio.
“Cuando a principios de 1973
dejamos de cantar, no por necesidad sino porque estábamos demasiado bien
acostumbrados y pensamos que ese era el momento de retirarnos, llamamos
a José María Íñigo y le pedimos que nos dejara despedirnos en su
programa Estudio abierto.
Y empezamos a trabajar para otros
cantantes", recuerda Manuel de la Calva.
“Sería una lista interminable
de títulos y artistas a los que produjimos, les compusimos canciones o
hicimos los arreglos. Como productores, desde Los Chunguitos, José
Vélez, Paloma San Basilio, Manolo Otero, Ángela Carrasco, ¡los Pitufos!,
Massiel…, decenas de artistas, hasta trabajar más de 20 años con Julio
Iglesias”, explica Arcusa.
Tras su parón en 1973, vuelven
cinco años después.
“Julio Iglesias les prestó todo, su equipo, a sus
músicos", recuerda Toro.
Con él escribieron, a seis manos, Soy un truhán, soy un señor.
Tras una temporada en Miami, De la Calva regresó a España, pero Arcusa,
que colaboró con Iglesias hasta bien entrados los noventa, se asentó
allí.
Aún así, la comunicación intercontinental es fluida. “Somos ante todo
pragmáticos y el respeto ha sido la base de nuestra relación”, defiende
Arcusa.
“También porque el éxito une y el fracaso separa
. Casi nadie
sabe que las canciones que cantamos, aunque la mayor parte las hayamos
firmado juntos, son de uno o del otro, y aunque hemos sugerido mejoras a
las del otro, siempre ha primado la idea del original.
Una vez sí que
estuvimos distanciados por culpa de una chica, que primero eligió a uno y
después al otro.
Pero solo duró un mes. Y si no estamos de acuerdo en
algo y nos hemos de decir palabras gruesas, lo hacemos por e-mail y
santas pascuas.
Y nunca más hablamos de ello en persona. Así 60 años…
¡Qué cruz…!”, dice, en tono de broma, a lo que De la Calva salta con un
cariñoso. “¡Oye…!”
Todo
el que ha trabajado con el Dúo Dinámico destaca de ambos su sencillez,
su humildad. "Son de una naturalidad total. Eso les define.
En su vida,
con sus familias. Entras en sus casas y no sabes que estás en casa de un
artista, de un creador.
Tienen una total ausencia de divismo. Y por
añadidura son grandes profesionales”, explica Toro.
Hoy, son
profesionales del confinamiento: “A rajatabla”, confiesan.
En Miami, Ramón no pierde las buenas costumbres.
“Toca cocinar. Es de
los pocos momentos del día que alegra el confinamiento.
Es tiempo de
probar cosas, de inventar, ya que queda mucho tiempo después de lavarte
las manos 100 veces.
Mi esposa Shura y yo compramos pan el otro día, que
estamos dejando secar para hacer unas torrijas, que es tiempo. Y
esperaremos cada mañana las noticias, que las cifras y los gráficos dejen de ser tan negativos
y empecemos a ver la luz, y que más pronto que tarde recuperemos la
normalidad.
De esta, todos saldremos mejores y más fuertes, estamos
seguros”. Manolo, igual:
"Aprovecho para leer muchos libros que no había
terminado; hago un poco de ejercicio, hablo mucho con mi esposa, que es
una buena conversadora y cuando llegan las ocho, cinco minutos de
aplausos con todos los vecinos…”. Y, de fondo, siempre Resistiré.