Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

14 abr 2020

Greta Garbo: tres décadas «escondida» con su ama de llaves

Greta Garbo: tres décadas «escondida» con su ama de llaves en un apartamento del Upper East Side.

 

'Mujeres recluidas'- capítulo 6: Se forjó una leyenda como la diva más misteriosa e inaccesible del Hollywood dorado. 

Desde niña sintió que necesitaba estar sola y tras el fracaso de 'La mujer de las dos caras' decidió ocultarse del mundo.

 Ahora se cumplen 30 años de su muerte.

Greta Garbo 
 
Primero estuvo sola entre multitudes. Luego, de repente, decidió apartarse de un mundo que la adoraba y pasar desapercibida hasta su muerte. 
 Greta Garbo (Estocolmo, 1905-Nueva York, 1990) fue una de las actrices mejor pagadas de la era dorada de Hollywood: se le permitían extravagancias impensables (había tomas que exigía rodar a solas con el cámara y el iluminador, sin la supervisión del director) e imponía con quién protagonizar sus películas (exigió que su amante John Gilbert interpretara con ella La reina Cristina de Suecia, en 1933, uno de sus grandes éxitos, en lugar de Charles Boyer o Laurence Olivier, las apuestas del estudio).
Su nombre real era Greta Lovisa Gustafsson. 
Fue la pequeña de tres hermanos criados en una familia de un barrio humilde de Estocolmo de la que nunca quiso hablar demasiado. 
Su madre trabajaba en una fábrica de mermelada y su padre como barrendero, operario y en una carnicería hasta su muerte cuando ella solo tenía 14 años. 
 A los 15 empezó a ganarse la vida, primero en una barbería y luego como modelo de sombreros en los grandes almacenes PUB. Su fotogenia se hizo patente muy pronto y tras los anuncios llegó su primer papel cinematográfico, en la comedia Pedro el tramposo (1922). 
Empezó a estudiar interpretación y el director Mauritz Stiller vio su potencial: a él se le atribuye su sonoro nombre artístico –solo con decir La Garbo ya sobraban las palabras– y fue quien –en 1924, en su película La leyenda de Gösta Berling– le dio el personaje que consiguió que el magnate del cine Louis B. Mayer se fijara en ella y la fichara como estrella de la Metro-Goldwyn-Mayer (MGM).
Greta Garbo

‘La tierra de todos’ (1926), basada en una novela de Vicente Blasco Ibáñez, supuso su debut en Hollywood. Foto: Getty
Cuando llegó a Hollywood con 20 años Garbo apenas se defendía en inglés. 
Eso no fue problema: era la época del cine mudo y su rostro –George Cukor y Bette Davis decían que tenía una luz propia, una expresividad sobrenatural en los planos cortos– hablaba por ella. Consiguió cambiar el paradigma estético de las protagonistas femeninas: con su 1,71 de altura y su cuerpo atlético (practicaba yoga y fue una temprana seguidora de las enseñanzas de Josep Pilates) acabó con el estereotipo de mujer menuda y frágil.
 Se convirtió en una diva del cine mudo y el paso al sonoro no acabó con su buena estrella, más bien acrecentó su popularidad. 
La primera frase que pronunció en Anna Christie (1930), su debut sonoro, fue: «Ponme un whisky, con ginger ale aparte
Y no seas tacaño, querido» [se lo decía a un camarero]. 
Este hito fue promocionado a bombo y platillo por MGM bajo el eslogan «¡Garbo habla!».
Su leyenda de diva misteriosa y reservada se forjó desde sus inicios hollywoodienses: se negaba a firmar autógrafos y fotografiarse con sus fans, apenas asistía a eventos y tampoco le gustaba conceder entrevista. 
La prensa la llamaba La Divina por su magnetismo, pero también La Esfinge Sueca, por lo enigmático de su expresión. 
 «Siempre he tenido mal humor. Desde que era solo una niña pequeña he querido estar sola.
 Detesto las multitudes, no me gusta estar con muchas personas», afirmó en una ocasión, y esa frase la persiguió toda su vida.
 Tanto, que en una entrevista en la revista Life matizó sus palabras años después: «Nunca he dicho: ‘Quiero estar sola’. Simplemente dije: ‘¡Quiero que me dejen sola!’. Hay una diferencia».
Fuera o no intencionada, esa imagen de privacidad y soledad se convirtió en su sello, sobre todo a partir de su retiro voluntario del mundanal ruido, los rodajes y la fama, tras el fracaso comercial de su película La mujer de las dos caras en 1941, dirigida por Cukor. Greta Garbo tenía 36 años, había sido actriz 16 y rodado 28 películas.
  Ahí frenó en seco, dejó de aparecer en público y se autorrecluyó en su mansión de Los Ángeles, un refugio que en 1954 cambió por un piso de casi 300 metros cuadrados en el número 450 de la calle 52 Este, a medio camino entre la sede de la ONU y el Upper East Side.
Greta Garbo

Cuando salía de casa siempre ocultaba su rostro con gafas y se tapaba la cara con carteras o paraguas para evitar las cámaras de los ‘paparazzi’ que la seguían.
 En las imágenes, en 1958 (izda.) y 1959. Foto: Getty
Siempre se rumoreó que volvería a lo grande, varios directores escribieron papeles para ella, persiguiendo su esperado retorno. Federico Fellini dijo que Garbo era la «creadora de una religión llamada cine». 
Le ofrecieron ser la Norma Desmond de El crepúsculo de los dioses (finalmente interpretada por Gloria Swanson). 
Pero eso nunca se hizo realidad.
 El retiro de La Divina había coincidido con la Segunda Guerra Mundial y, poco a poco, se fue convirtiendo en una ermitaña urbanita, que salía sola a pasear por los alrededores de su casa pero apenas tenía apariciones públicas.
Se decía que no quería que vieran cómo estaba cambiando ese rostro que tantos primeros planos copó: cuando pisaba la calle, siempre se protegía con grandes gafas, un paraguas, pañuelos o una cartera para evitar que los paparazzi la retrataran. «He pensado en volver a hacer una película, pero no estoy segura. El tiempo deja su marca en nuestras pequeñas caras y cuerpos», escribió en una de sus cartas (muchas de estas misivas se han subastado en los últimos años).
Sí viajaba, ocultándose siempre, a las casas en Suiza o la Riviera Francesa de sus amigos y asistía a pequeñas reuniones y eventos con estos íntimos, como la millonaria Cécile de Rothschild o la condesa de Wisborg, Marta Wachtmeister.
 Con esta noble sueca mantuvo una intensa correspondencia. Sotheby’s subastó algunas de las cartas en 2016, y en ellas queda patente el misterio Garbo y su carácter introspectivo: la actriz recluida le cuenta a la condesa que echa de menos «los veranos con lluvia en los que te envuelve la maravillosa melancolía» de su tierra natal y subraya su soledad con frases como «Siempre estoy sola y hablo conmigo misma».
 La actriz y guionista suiza Salka Viertel –que escribió el guion de varias películas de Garbo, como Anna Karenina– fue otra de sus confidentes. 
En una de sus cartas La Divina describía su aislada cotidianidad: «No voy a ninguna parte, no veo a nadie (…) Es duro y triste estar solo, pero a veces resulta incluso más difícil estar con alguien. 
 Lo que permanecemos en la Tierra sería mucho más amable si este corto espacio de tiempo fuéramos eternamente fuertes y jóvenes».


«Irónicamente, buscando evitar la publicidad, se convirtió en una de las mujeres más publicitadas del mundo», aseguraba el obituario que el 16 de abril de 1990, un día después de su muerte hace ahora 30 años, le dedicó The New York Times. 
Y el de Los Angeles Times insistía también en esa contradicción: «En la muerte, como en la vida, ella fue una paradoja, una figura pública que ha vivido clandestinamente, evitando la publicidad a cualquier coste. 
Sin embargo, ese deseo casi histérico de privacidad en sí mismo la convirtió en una de las personas más publicitadas aunque menos visibles del mundo».

Greta Garbo
Fotograma de ‘La mujer divina’ (1928),

Pese a la popularidad de películas como La dama de las camelias (1936), Greta Garbo nunca obtuvo un Oscar, aunque estuvo nominada en cuatro ocasiones.

 Y cuando la Academia le otorgó el Oscar Honorífico en 1955, por supuesto, no fue a recogerlo. 

 En la gran pantalla interpretó papeles trágicos, fue la cara del desamor, y mantuvo romances con algunos de sus compañeros. Lejos de las cámaras, hay biógrafos que afirman que era bisexual y mantuvo relaciones con actrices como Mimi Pollak y escritoras como Mercedes Acosta. 

Nunca se casó ni tuvo hijos. 

 Las últimas tres décadas de su vida la única compañía constante de la que disfrutó fue la de su ama de llaves, Claire Koger, quien afirmó tras su desaparición que eran «como hermanas».

 Vivían en el edificio The Campanile, en un piso con vistas al East River, rodeadas de una impresionante colección de arte, con obras de Renoir, Bonnard o Van Dongen. 

Entre esas paredes, La Divina mantenía su reinado, pero fuera de ellas nadie logró nunca descifrar a La Esfinge. 

Greta Garbo
Su sobrina heredó el apartamento en el que vivió Garbo hasta su muerte, en el 450 de la calle 52 Este de Manhattan: tenía unas impresionantes vistas al East River y albergaba su valiosa colección de arte. En 2018 se vendió por 8,5 millones de dólares. Foto: HALSTEAD PROPERTY, LLC

 

El vuelo histórico que acabó en un campo de patatas

Se cumplen 59 años del vuelo de Yuri Gagarin, la primera incursión del ser humano fuera de la Tierra.

Imagen de una exposición dedicada a Yuri Gagarin en Moscú, en 2011.
Imagen de una exposición dedicada a Yuri Gagarin en Moscú, en 2011.Alexander Zemlianichenko / AP

Rafael Clemente

Acaba de cumplirse un aniversario más –y van 59- del vuelo espacial de Yuri Gagarin, la primera incursión del ser humano fuera de la Tierra.
 Muchas agencias espaciales, tanto oficiales como oficiosas, centros de ciencia y agrupaciones de aficionados siguen conmemorando ese día, aunque este año, por razones obvias, las celebraciones no se han realizado en Rusia, como suelen, y no han pasado de una mención en algunos periódicos.
 Como si el destino quisiera contentar a las dos superpotencias que se embarcaron en la carrera espacial, el 12 de abril marca también otro aniversario: el del lanzamiento del Columbia, el primer transbordador espacial, justo veinte años después del vuelo de Gagarin.

Hay opiniones contradictorias sobre si el transbordador espacial fue un triunfo o una rémora que durante muchos años engulló fondos que podían haberse dedicado a otros programas.
 Nadie discute que se trató de un extraordinario triunfo de la ingeniería aeroespacial, y que jugó un papel determinante en la construcción de la Estación Espacial Internacional o en el lanzamiento de satélites tan icónicos como el telescopio Hubble. Pero lo cierto es que el transbordador nunca llegó a cumplir expectativas.
 Los dos accidentes mortales del Challenger y el Columbia – y también factores económicos- precipitaron su retiro en 2011.
Desde entonces, el acceso al espacio ha estado virtualmente monopolizado por las cápsulas Soyuz (o sus derivados chinos, Shenzou).
 Los astronautas rusos, americanos o europeos vuelan ahora a caballo de unos cohetes descendientes directos del que en su día impulsó a Gagarin.

Plan de vuelo

El plan de vuelo preveía realizar solo una vuelta a la Tierra. Noventa minutos. Gagarin sería un mero pasajero, sin capacidad para maniobrar su cápsula. En el momento del despegue se pondría en marcha un temporizador para encender el motor de frenado justo al completar la primera órbita. Gagarin no tendría que hacer nada salvo mirar por la ventanilla e informar de sus impresiones.

En contra de la leyenda, no hubo astronautas rusos perdidos en el espacio antes de Gagarin. 
Por el contrario, Sergei Korolev, el von Braun ruso, tuvo un especial cuidado en garantizar que su cápsula Vostok era segura.
 Se lanzaron al menos media docena de prototipos, algunas, con perros a bordo. 
Unas tuvieron éxito y otras no. La famosa secuencia cinematográfica del despegue, generalmente atribuida al vuelo de Gagarin en el que se ve la sombra del cohete ascendiendo sobre el reverberar de sus escapes corresponde, en realidad, a un vuelo de prueba realizado en julio del año anterior: pocos segundos después de ese plano, el cohete estalló.
La altura de vuelo estaba calculada para asegurar que, en caso de fallo del motor de frenado, el rozamiento del aire provocaría la reentrada entre cinco y siete días después.
 A bordo había aire y alimentos (pasta nutritiva en tubos como dentífrico) suficientes. 
Por desgracia, el cohete funcionó durante más tiempo del previsto y el Vostok entró en una órbita demasiado alta.
 El frenado aerodinámico no hubiese tenido efecto hasta cerca de un mes más tarde, con consecuencias fatales para su ocupante. 
Pero no hizo falta recurrir a esa medida de emergencia. El retrocohete funcionó como estaba previsto.
Lo que no funcionó tan bien fue la separación de la cápsula del resto de la nave. 
El mecanismo que debía liberarla se trabó; cabina y módulo de servicio entraron en la atmósfera unidos por un mazo de cables, dando tumbos incontroladamente. 
Al final, el calor lo rompió y la cabina esférica con Gagarin dentro pudo estabilizarse y abrir el paracaídas de frenado.
Gagarin utilizó el asiento expulsor de la cápsula y bajo al suelo con su propio paracaídas, un detalle que la Unión Soviética mantuvo oculto durante años, a fin de poder reclamar las marcas mundiales de altura y velocidad. 
Las normas de la Federación Aeronáutica Internacional exigían que el piloto estuviese a bordo desde el despegue a la toma de tierra.
La alteración de la órbita hizo que Gagarin cayese fuera de la zona de recogida. Fue a parar a un campo de patatas, próximo a un pueblecito llamado Smelovka, muy cerca de la orilla izquierda del Volga. 
 De hecho, mientras descendía colgado de su paracaídas llegó a temer que su viaje acabase en el agua.
 Su comité de bienvenida se limitó a una asombrada granjera y su hija.
 Para tranquilizarlas, Gagarin señaló a las siglas CCCP pintadas en su casco identificándose como “ciudadano soviético”.
Gagarin se convirtió al instante en un icono mundial. Joven, de una simpatía arrolladora, era el ejemplo perfecto del nuevo conquistador del cosmos.
 Siempre había sido el candidato favorito del propio Korolev. Otros compañeros suyos –de uno y otro lado- no darían una imagen tan atractiva.

Convertido en un símbolo, Gagarin nunca volvió a volar, aunque siempre formó parte del equipo de cosmonautas. 
Se dice que él y Alexei Leonov –otra leyenda, el primero en realizar un paseo espacial- eran los principales candidatos para pilotar la primera expedición soviética a la Luna.
 Él como piloto de la nave principal, Leonov para bajar a la superficie.
No sería así.
 Gagarin falleció en 1968 a raíz de un absurdo accidente de aviación. Aunque las circunstancias fueron un tanto confusas parece que el avión que pilotaba, un MiG-15, se desestabilizó por la onda de choque de un caza supersónico que pasó junto a él. Tenía 34 años.
 De no haber sufrido esa fatalidad, hoy Gagarin sería un respetable abuelito de 86, aproximadamente, la misma edad que tienen hoy los supervivientes de la promoción de astronautas que años más tarde pisaría la Luna.

Rafael Clemente es ingeniero industrial y fue el fundador y primer director del Museu de la Ciència de Barcelona (actual CosmoCaixa). Es autor de ‘Un pequeño paso para [un] hombre’ (Libros Cúpula).


 

13 abr 2020

El secreto del Dúo Dinámico para resistir juntos 62 años

Manuel de la Calva y Ramón Arcusa mantienen una relación personal y profesional intacta pese a vivir en dos continentes, y planean su próxima gira.

Manuel de la Calva (izquierda) y Ramón Arcusa, el Dúo Dinámico, en Madrid en julio de 2016.
Manuel de la Calva (izquierda) y Ramón Arcusa, el Dúo Dinámico, en Madrid en julio de 2016.LUIS SEVILLANO ARRIBAS

 María Porcel

En esta época en la que apuñala la nostalgia, amenaza la locura y en la moneda sale cruz, el mundo necesita de cánticos que levanten los ánimos y las gargantas. 
Y, bendecida por el destino, le ha tocado a Resistiré, la canción del Dúo Dinámico que Manuel de la Calva y Ramón Arcusa llevan cantando desde 1988.
 El tema lo compusieron De la Calva (la música) y el letrista Carlos Toro, autor de más de 1.300 temas. 
Ninguno de los tres termina de creerse el dulce momento del que era un himno y ahora es, casi, himno nacional.
Resistiré ha vuelto a poner de relieve al Dúo Dinámico.
 Nadie les había olvidado, no, estaban en ese magma de clásicos que subyace bajo la música de la radio, del día a día.
 Pero ellos siguen ahí, haciendo giras año tras año, cantando sus temas ante un público que les es fiel desde hace más de seis décadas.
 Aquellos dos jovencitos sonrientes que ya han cumplido 83 años fueron los primeros en generar un fenómeno fan en España y América Latina.
 “En los sesenta, vendían más discos que tocadiscos había en España”, anota Toro.

Ellos saben que de aquello sembrado, esto recogido. 
Son arduos trabajadores, artistas, que no estrellas. 
“Lo teníamos muy claro al principio, aunque suene pretencioso. 
Veníamos de trabajar en una empresa de motores de aviación, en la que habíamos entrado de aprendices y recogido las virutas de tornos y fresadoras.
 Cuando decidimos emprender algo nuevo y desconocido, tuvimos que renunciar a todo y comenzar otra vida”, explica a EL PAÍS Manuel de la Calva, recordando cómo fueron pioneros. “Incorporamos estilos novedosos en 1959: portadas en color y con fotos con calidad (parece mentira, ¿no?); pasar de grabar con cuatro músicos a grandes orquestas; inventar el merchandising vendiendo más de un millón de postales del Dúo en todos los quioscos de España…
 Y rodamos cuatro películas”.
Una familia de Logroño posa disfrazada en su balcón. En vídeo, 'Resistiré', la canción de la cuarentena. RAQUEL MANZANARES (EFE | VÍDEO: EPV)

Estos días gestionaban la gira que les iba a llevar, como cada verano, por fiestas y teatros de toda España. El coronavirus, obviamente, lo ha frenado. 

“No sabemos qué va a pasar”, reconoce la otra pata del dueto, Ramón Arcusa.

 “Yo desde Miami y Manolo en Madrid estamos en total comunicación, y nuestro WhatsApp echa humo.

 Pasamos la mayor parte del tiempo haciendo entrevistas y atendiendo a todos los que se interesan en estos momentos por lo que representa Resistiré”

 Y representa mucho.

 Explican desde Spotify que “el tema ha aumentado sus escuchas en más de un 435% desde el 15 de marzo y, en España, la canción permanece en el Top 50 más virales”.

Manuel de la Calva y Ramón Arcusa, el Duo Dinámico, durante un descanso en la grabación de un programa de RTVE, 1992.
Manuel de la Calva y Ramón Arcusa, el Duo Dinámico, durante un descanso en la grabación de un programa de RTVE, 1992.Domingo J. Casas
Cuenta Arcusa que son del todo conscientes del poder de la canción, que ya usó Pedro Almodóvar en ¡Átame! 
“Hemos cedido su uso a infinidad de grupos sociales: asociaciones de alzhéimer, de párkinson, de albergues juveniles, campañas de niños con cáncer, ahora a la Comunidad de Madrid, también nos lo han pedido para la patrulla Aspa del Ejército del Aire… 
Y si sirve de alivio y de esperanza para la solución de los problemas y males que nos asolan estos días, estaremos muy satisfechos y más que orgullosos de contribuir.
 Escuchar a millones de gargantas que cada día entonan nuestra canción nos impresiona y emociona”

 

Hablar de un grupo de 1958 en 2020 parece casi una reliquia, o un milagro. 
Más cuando el dúo se separó allá por 1973.
 Pero no son un grupo cualquiera. “Decidieron regresar a cantar en la fiesta de presentación de El Periódico de Catalunya.
 Era 1978. Su dueño, Antonio Asensio, se empeñó. 
La oferta fue tan irresistible que tuvieron que aceptar”, recuerda Carlos Toro, que además de letrista es periodista y editó una biografía oficial del grupo en 2001. 
Ramón de la Calva lanzará una nueva en junio.
“Cuando a principios de 1973 dejamos de cantar, no por necesidad sino porque estábamos demasiado bien acostumbrados y pensamos que ese era el momento de retirarnos, llamamos a José María Íñigo y le pedimos que nos dejara despedirnos en su programa Estudio abierto.
 Y empezamos a trabajar para otros cantantes", recuerda Manuel de la Calva. 
“Sería una lista interminable de títulos y artistas a los que produjimos, les compusimos canciones o hicimos los arreglos. Como productores, desde Los Chunguitos, José Vélez, Paloma San Basilio, Manolo Otero, Ángela Carrasco, ¡los Pitufos!, Massiel…, decenas de artistas, hasta trabajar más de 20 años con Julio Iglesias”, explica Arcusa.

Tras su parón en 1973, vuelven cinco años después.
 “Julio Iglesias les prestó todo, su equipo, a sus músicos", recuerda Toro. 
Con él escribieron, a seis manos, Soy un truhán, soy un señor.
 Tras una temporada en Miami, De la Calva regresó a España, pero Arcusa, que colaboró con Iglesias hasta bien entrados los noventa, se asentó allí.
 Aún así, la comunicación intercontinental es fluida. “Somos ante todo pragmáticos y el respeto ha sido la base de nuestra relación”, defiende Arcusa.
 “También porque el éxito une y el fracaso separa
. Casi nadie sabe que las canciones que cantamos, aunque la mayor parte las hayamos firmado juntos, son de uno o del otro, y aunque hemos sugerido mejoras a las del otro, siempre ha primado la idea del original.
 Una vez sí que estuvimos distanciados por culpa de una chica, que primero eligió a uno y después al otro.
 Pero solo duró un mes. Y si no estamos de acuerdo en algo y nos hemos de decir palabras gruesas, lo hacemos por e-mail y santas pascuas.
 Y nunca más hablamos de ello en persona. Así 60 años… ¡Qué cruz…!”, dice, en tono de broma, a lo que De la Calva salta con un cariñoso. “¡Oye…!”
Manuel de la Calva y Ramón Arcusa, el Dúo Dinámico, durante un concierto en Sitges en 2019. Foto: DANIEL PORTES
Manuel de la Calva y Ramón Arcusa, el Dúo Dinámico, durante un concierto en Sitges en 2019. Foto: DANIEL PORTES
Todo el que ha trabajado con el Dúo Dinámico destaca de ambos su sencillez, su humildad. "Son de una naturalidad total. Eso les define. 
En su vida, con sus familias. Entras en sus casas y no sabes que estás en casa de un artista, de un creador. 
Tienen una total ausencia de divismo. Y por añadidura son grandes profesionales”, explica Toro.
 Hoy, son profesionales del confinamiento: “A rajatabla”, confiesan.
En Miami, Ramón no pierde las buenas costumbres.
 “Toca cocinar. Es de los pocos momentos del día que alegra el confinamiento.
 Es tiempo de probar cosas, de inventar, ya que queda mucho tiempo después de lavarte las manos 100 veces. 
Mi esposa Shura y yo compramos pan el otro día, que estamos dejando secar para hacer unas torrijas, que es tiempo. Y esperaremos cada mañana las noticias, que las cifras y los gráficos dejen de ser tan negativos y empecemos a ver la luz, y que más pronto que tarde recuperemos la normalidad.
 De esta, todos saldremos mejores y más fuertes, estamos seguros”. Manolo, igual: 
"Aprovecho para leer muchos libros que no había terminado; hago un poco de ejercicio, hablo mucho con mi esposa, que es una buena conversadora y cuando llegan las ocho, cinco minutos de aplausos con todos los vecinos…”. Y, de fondo, siempre Resistiré.
 

Miriam y Cari Lapique, dos estilos diferentes de vivir en la ‘jet set’ española

La vida discreta de la hermana menor, viuda de Alfonso Cortina, contrasta con la más mediática de la mayor relaciones públicas y casada con Carlos Goyanes.

Cari Lapique y Miriam Lapique durante un acto del grupo Nuba en Madrid, en 2017.
Cari Lapique y Miriam Lapique durante un acto del grupo Nuba en Madrid, en 2017.GJB / GTRES

 Maite Nieto

En España, como en muchos otros países, la llamada alta sociedad lo es por cuna, por fama o por economía. 

En el caso de la familia Lapique todos esos mundos se han cruzado en dos de sus miembros más conocidos, las hermanas Miriam y Cari Lapique, la primera de ellas de actualidad reciente por haber perdido a causa del coronavirus a su marido, el empresario Alfonso Cortina. 

 La madre de ambas era Caritina Fernández de Liencres y Liniers, presencia frecuente de la alta sociedad madrileña de los años sesenta y setenta, casada con el abogado Manuel Lapique, un pareja que igual se dejaba ver en los tablaos madrileños donde se reunían artistas, empresarios y nobleza, como en las fiestas de esa Marbella que ya empezaba a florecer de la mano de Alfonso de Hohenlohe

Se la conocía como vizcondesa de Villamiranda, y así incluso figuró cuando la revista ¡Hola! informó sobre su fallecimiento, ocurrido el 10 de septiembre de 2015. 

Pero tal título nunca llegó a ser suyo por esas idas y venidas familiares que dejan por el camino algunos honores menores, en este caso el vizcondado de Villa de Miranda, que para todos los efectos dejó de existir en el año 1991, según publicó ABC tras consultar a la Diputación de la Grandeza de España.

Con o sin título, de los hermanos Lapique, Manuel, Pedro, Miriam y Cari, han sido las féminas las que, de distintas maneras y con diferentes estilos de vida, más se han asomado a los medios de comunicación. Cari Lapique, 67 años, en estos tiempos sería una influencer, aunque ese término ni se había inventado cuando ella brillaba en las fiestas marbellíes. Comenzó trabajando como vendedora en una de las boutiques de El Corte Inglés del Paseo de la Castellana y, después, durante casi 15 años, tuvo su propia tienda de la exclusiva marca Cèline en Madrid. 

Pero su notoriedad pública llegó de la mano del empresario Carlos Goyanes, con quien se casó en Marbella en 1975, después de que él lo estuviera durante tres años con la actriz y cantante Pepa Flores, Marisol, a quién descubrió su padre, el productor Manuel Goyanes.

Cari Lapique y Calos Goyanes con sus hijas Carla y Caritina y sus yernos Jorge Benguría y Antonio Matos, en 2013.
Cari Lapique y Calos Goyanes con sus hijas Carla y Caritina y sus yernos Jorge Benguría y Antonio Matos, en 2013.GDG / GTRES
Cari Lapique y Calos Goyanes con sus hijas Carla y Caritina y sus yernos Jorge Benguría y Antonio Matos, en 2013.
Cari Lapique y Calos Goyanes con sus hijas Carla y Caritina y sus yernos Jorge Benguría y Antonio Matos, en 2013.GDG / GTRES
Una primera boda que paralizó España porque la fama de Marisol estaba en pleno apogeo, y un segundo bodón, con Cari Lapique, en el que firmó como testigo Carmen Franco, la hija del dictador, y al que acudió todo el que pintaba algo en la jet set patria de la época. Después llegaron dos hijas, Caritina y Carla, un escándalo que llevó a Carlos Goyanes a pasar cinco meses en la cárcel como presunto implicado en la Operación Mago contra el narcotráfico, y muchas portadas en las revistas del corazón.
 El oscuro episodio quedó en el pasado después de ser absuelto y la familia se recompuso y reanudó una vida más centrada y tranquila en la que sus hijas tomaron el relevo en las revistas durante los años en los que algunos noviazgos sonados las convirtieron en noticia rosa.
Miriam Lapique, que el próximo 21 de abril cumplirá 63 años, ha llevado una trayectoria mucho más discreta que su hermana pero está aún mejor relacionada.
 Casada con el empresario Alfonso Cortina que falleció el 6 de abril a los 76 años a causa del coronavirus, siempre ha ocupado un discreto segundo plano en ese círculo social exclusivo que reúne a empresarios y socialités en actos y eventos de lo más diverso.
 A muchos de ellos asistía acompañada por su hermana, también con su marido, nieto del que fuera alcalde de Madrid Alberto Alcocer y Ribacoba, hijo de Pedro Cortina, ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno de Carlos Arias Navarro y hermano del polémico empresario Alberto Cortina. 

Miriam Lapique con su esposo, Alfonso Cortina, en Madrid en octubre de 2019.
Miriam Lapique con su esposo, Alfonso Cortina, en Madrid en octubre de 2019. / Europa Press
El matrimonio siempre ha dado la imagen de una pareja unida desde que se casaron en octubre de 1979 en la parroquia marbellí de Nuestra Señora de la Encarnación, y su presencia en la vida social ha sido más moderada que la de su hermana, aunque por la profesión de Alfonso Cortina y las amistades de ambos sí se les ha podido fotografiar en alguna reunión feliz o luctuosa de ese grupo exclusivo en el que las relaciones fluctúan al mismo ritmo que los negocios y la diversión. 
El éxito de su unión ha sido, a juicio de observadores cercanos, que Miriam Lapique primó siempre ser el apoyo y la compañía de su esposo en los numerosos viajes y compromisos a los que le obligó su profesión a lo largo de los años.
Alfonso Cortina llegó a ser presidente de Repsol y Portland Valderribas pero desde que se jubiló se volcó en la finca que tenía en Ciudad Real, en Retuerta del Bullaque, que pasó de ser un lugar de recreo al lugar donde comenzó a plantar viñas como entretenimiento, a crear un vino como diversión, Pago de Vallegarcía, y a convertirlo en un negocio que producía 200.000 botellas anuales que llegaban a distintos países de Europa, China y Japón. 
Un negocio en el que le sirvieron de mucho los consejos de su gran amigo Carlos Falcó, marqués de Griñón, que también falleció el 20 de marzo a causa de la Covid-19. 
En esta finca se encontraba con su esposa cuando se empezó a encontrar mal y tuvo que ser ingresado en un hospital de Toledo y la vida descargó su golpe más duro sobre Miriam Lapique.